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sábado, 21 de marzo de 2015

LIBERTAD DE PRENSA




Libertad de prensa (extractos de un ensayo inédito de Orwell)

 "Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado."  1984 de George Orwell (1949)

...Si los editores y los publicistas se esfuerzan por mantener ciertos asuntos callados, no es porque se asustan del proceso sino porque se asustan de la opinión pública... la cobardía intelectual es el peor enemigo al que el escritor o el periodista tiene que hacer frente, y ese hecho no me parece haber tenido la discusión que merece... Las ideas impopulares pueden ser silenciadas, y los hechos incómodos guardados en la oscuridad, sin mediar la necesidad de interdicción oficial... la prensa se centraliza extremadamente, y la mayor parte es poseída por hombres ricos que tienen cada motivo para ser deshonestos en ciertos asuntos importantes. Pero la misma clase de censura velada que funciona en libros y periódicos, funciona en el teatro, las películas y la radio. En cualquier momento dado hay una ortodoxia, un cuerpo de ideas que se asume que toda la gente de pensamiento recto aceptará indiscutiblemente. No se prohíbe exactamente decir esto, eso o lo otro, sino que simplemente "eso no se hace"... Cualquier persona que desafía los planteamientos de la ortodoxia prevaleciente es silenciada con eficacia asombrosa. Una opinión genuina no ajustada a la moda casi nunca se le da una audiencia justa en la prensa popular o en los periódicos intelectuales... hay una tendencia extendida a sostener que uno solamente puede defender la democracia con métodos totalitarios. Si uno ama la democracia, de acuerdo a esta propuesta, debe machacar a sus enemigos no importa con qué medios. ¿Y quiénes son los enemigos? Aparentemente no son sólo los que lo atacan abiertamente y conscientemente, sino los que objetivamente ponen en peligro sus ideas mediante doctrinas confundidas. Es decir defender la democracia implica destruir toda independencia del pensamiento... Me conozco bien todos los debates contra la libertad de pensamiento y de discurso - las propuestas que demandan que no puede existir. Contesto simplemente que no me convencen y que nuestra civilización durante cuatrocientos años se ha fundado en lo opuesto...La palabra antigua acentúa el hecho de que la libertad intelectual es una tradición profundamente arraigada sin la cual nuestra cultura occidental característica podría dudosamente existir...Si la libertad significa cualquier cosa en absoluto significa el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír...

-George Orwell (1945)(*)


 -Tomado de un prefacio que escribe George Orwell titulado "La libertad de prensa" en 1945 para el lanzamiento de su libro "Animal Farm" pero que no fue publicado, se conoce como el prefacio propuesto por Orwell para "Animal Farm".(*)

La existencia de este escrito en formato de ensayo de Orwell a su vez parece un episodio de misterio:

De acuerdo al texto original sometido por Orwell un espacio fue previsto por el autor en la primera edición para un prefacio, las paginaciones de la prueba de corrección del autor claramente lo indican, pero el prefacio no fue incluido. El texto mecanografiado fue encontrado solamente muchos años después, 1972, por Ian Angus (el bibliotecario de King's College, Londres y a cargo del archivo de Orwell).

Angus fue bibliotecario y encargado del archivo de Orwell desde 1961 a 1975, luego es comisionado bibliotecario director en King's College, 1975-1982. Es co-editor, con Sonia Orwell, de "Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell" (4 volúmenes, 1968). Y asiste en las tareas monumentales de publicar "The Complete Works of George Orwell", las obras completas de George Orwell, una edición de 20 volúmenes y 8.500 páginas editada por Peter Davison.

Fue publicado el ensayo por primera vez, con una introducción de cómo el ensayo vino a ser por el profesor Bernard Crick, en el suplemento literario 'The Times Literary Supplement' el 15 de septiembre de 1972.


Fuente
ortizfeliciano

Interesados favor ver:
The Freedom of the Press. Orwell's Proposed Preface to ‘Animal Farm’
http://orwell.ru/library/novels/Animal_Farm/english/efp_go


Recomiendo:
http://georgeorwellnovels.com/
http://orwellweb.com/

Nota.- Todas las traducciones son libres de roberto 'pachi' ortiz feliciano.

viernes, 20 de marzo de 2015

LA ÚLTIMA BATALLA



La División Azul, los «andrajosos» e impávidos de Krasni Bor

A miles de kilómetros de su tierra, en una guerra que en realidad nada tenía que ver con ellos, armados con fusiles ligeros incapaces de hacer más que rasguños a los tanques soviéticos, e intimidados por un frió que dejaba el de Ávila, Guadalajara y otros glaciares castellanos en una agradable brisa veraniega. Bajo estas duras condiciones y vestidos con uniformes nazis reducidos a harapos, los 4.500 españoles pertenecientes a la 250ª División de Infantería de la Wehrmacht (conocida popularmente como la División Azul) resistieron honrosamente la ofensiva de 45.000 hombres y 80 tanques enviados por el Ejército Rojo a Krasni Bor

Más allá de las ideologías y de proclamar héroes o villanos, los divisionarios que intervinieron en el sitio de Leningrado, la liberación de París a manos de una compañía francesa formada en su mayoría por republicanos españoles o los espías que, como Joan Pujol, influyeron fuertemente en el transcurso del conflicto, se empeñan en desmentir a quienes siguen sosteniendo que nuestro país no jugó un papel reseñable, para bien o para mal, en la II Guerra Mundial.


 La División Azul fue una unidad de voluntarios españoles, en total formada por cerca de 47.000 hombres, que combatió junto al Tercer Reich en el Frente Oriental. Pese a que las exigencias alemanas pasaban porque el contingente estuviera formado íntegramente por soldados profesionales, se acordó finalmente que el grueso estuviera alimentado por voluntarios civiles –muchos de ellos opositores al régimen que se alistaron ante la posibilidad de limpiar sus antecedentes, como en el caso del director de cine Luis García Berlanga, con familia republicana–, pero comandados por oficiales experimentados del Ejército español como Agustín Muñoz Grandes o Emilio Esteban-Infantes. La buena disposición al combate y la sobriedad española no tardaron en atraer los elogios de los oficiales nazis.

 Durante sus operaciones militares en la región de Voljov, junto a la ciudad histórica de Novgorod, la División Azul acometió algunas de las acciones más célebres en la trayectoria de esta unidad. Cuando a principios de 1942 una ofensiva soviética –que perseguía restablecer las comunicaciones entre Leningrado y Moscú– engulló a la 18º División alemana, el general de infantería nazi von Chappuis designó a la Compañía de Esquiadores españoles para socorrer a sus hombres. Este mismo general había guardado dudas en el pasado sobre las capacidades de la unidad, pero ahora recurría a ella para acometer un desesperado rescate. Los esquiadores españoles atravesaron un lago helado a costa de su salud, con temperaturas de 52 grados bajo cero y sin apenas provisiones, para hallar once días después a los escasos supervivientes de la 18º División alemana. A una veintena de ellos fue necesario amputarles ambas piernas a causa del frío extremo.

La altura de sus acciones condujeron a Adolf Hitler, desde «la Guarida del Lobo», a calificar ese mismo año a los divisionarios de «banda de andrajosos», hombres impávidos que desafiaban a la muerte, valientes, duros para las privaciones e indisciplinados. Reconociendo, asimismo, que sus hombres se alegraban de tenerlos cerca.

45.000 rusos caen sobre Krasni Bor


Envueltos en cierta aureola de inexpugnabilidad a ojos de la Wehrmacht –lo que casaba difícilmente con los postulados racistas del nazismo–, la División Azul alcanzó en 1943 su tercer y último año de existencia. De la defensa en la región de Voljov pasaron al asedio de Leningrado. Allí, las tropas españolas fueron desplegadas al sur del lago Ladoga, desde donde hicieron frente a «la Operación Iskra», enésima ofensiva para liberar Leningrado del cerco nazi. El sábado 16 de enero, 550 divisionarios al mando del capitán Manuel Patiño Montes acudieron a una región boscosa al sureste de Posselok para frenar la acometida ordenada por Stalin.


Según explica el historiador Xavier Moreno Juliá en su libro «La División Azul: Sangre española en Rusia», los españoles se distribuyeron en forma de abanico y se parapetaron con troncos, ramas y nieve. Bajo el fuego de los morteros y los organillos de Stalin, brilló la actuación del capitán Salvador Massip que, tras ser sucesivamente herido en una ceja, en un ojo y en una pierna, murió con su fusil ametrallador todavía agarrado a sus manos sin haber cedido un centímetro de terreno. En total, la lucha en los bosques de Posselok causó la muerte de cerca del 70% de los miembros del batallón, lo que forzó a Esteban-Infantes a solicitar el regreso de sus hombres a posiciones menos expuestas. Una petición que tardó semanas en aprobarse.


Mientras los españoles se lamían sus graves heridas les aconteció su día más negro, el 10 de febrero de 1943. En Krasni Bor, situado en un arrabal de Leningrado (hoy, San Petersburgo), 5.900 españoles equipados con armamento ligero hicieron frente durante varias horas a la sacudida imparable de 38 batallones del Ejército Rojo, repartidos en 4 divisiones, y apoyados por una gran cantidad de artillería y tanques. No era, sin embargo, una acción inesperada. Los españoles sospechaban que los rusos planeaban tomar Krasni Bor desde hace diez días y concentraron todas sus fuerzas en esta posición. No en vano, saber el lugar de un ataque solo es el primer paso para rechazarlo.

A las 6:45 cayó la mole soviética sobre los españoles. «La línea primera estaba casi machacada; los carros rusos, primero rechazados, habían vuelto a dirigirse a Krasni Bor, abriendo una brecha en el Ferrocarril de Octubre; nada se sabía del Primer Batallón al mando del comandante Rubio; y se desconocía la situación del Batallón 250, aunque se suponía muy delicada», describe en clave de catástrofe uno de los combatientes de la batalla. Sin el armamento necesario para frenar a los tanques rusos –salvo por un puñado de minas magnéticas–, la situación delicada era, en realidad, desesperada. En pocas horas, un millar de españoles resultaron muertos en una embestida como nunca antes había sufrido la División. El Ejército Rojo dispararó ese día decenas de miles de obuses, con una cadencia aproximada de un disparo cada diez segundos por cada pieza.

Convencidos de que el brutal bombardeo artillero había arrasado cualquier amago de vida, la infantería soviética avanzó contra las líneas españoles, que abrumados por la superioridad enemiga se agazaparon en sus improvisados agujeros a la espera de una oportunidad para contraatacar. Cuando el Ejército Rojo estaba encima de ellos, los supervivientes montaron sus ametralladoras MG 34 y se atrincheraron en los cráteres que habían producido los obuses soviéticos. A continución se desató un sangriento cuerpo a cuerpo entre ambos bandos bajo la atenta y remota mirada de los francotiradores rusos, quienes mataron sin piedad a un centenar de españoles en esa jornada. Rodeados de enemigos, varios oficiales divisionarios reclamaron por radio que bombardearan sus propias posiciones a riesgo de su vida.

Tras nueve horas y 45 minutos luchando en solitario, los infantes alemanes socorrieron a los españoles a las 16:30. Pero la ayuda era tardía. Desde el principio del ataque, los mandos españoles llevaban reclamando unos refuerzos que no acudieron hasta que la aviación alemana, la Luftwaffe, hubo asegurado el terreno. Mientras el grueso de la División Azul se replegaba hasta Sablino, un Grupo de Artillería al mando del comandante Guillermo Reinlein, todavía aguantó en su posición hasta la mañana del día 12 cuando fue relevado.

El Ejército ruso había desalojado el sector de Krasni Bor y extendido su frente cerca de seis kilómetros. Las bajas divisionarias contaban, al final de la jornada: 1.125 muertos, 1.036 heridos y 91 desaparecidos. No obstante, el botín cosechado por Stalin era demasiado escaso como para estimarlo un triunfo. Había perdido entre 7.000 y 9.000 hombres a consecuencia de la numantina resistencia de los divisionarios. La ambiciosa «Operación Estrella Polar» había fracasado por el elevado coste de arrebatar Krasni Bor a los españoles. Ignorando la letra pequeña de la victoria rusa, la BBC inglesa presentó al mundo la batalla como la tumba de la División Azul.

En las siguientes semanas, la velada lucha por hacerse con el control de la orilla occidental del río Ishora –objetivo que consiguió finalmente el Ejército alemán– costó a la División Azul un goteo diario de 30 bajas. El 19 de marzo, la unidad de voluntarios sufrió un asalto directo que le valió 80 bajas más. Y pese a tal sangría, el verdadero golpe final a la División Azul se lo iba endosar el contexto político. La orden de Francisco Franco de retirar la División Azul, fechada el 12 de octubre de 1943, coincidió con el cambio de la posición española en la II Guerra Mundial. 

Fuente                                     César Cervera

jueves, 19 de marzo de 2015

ESCOLIOS A UN TEXTO IMPLÍCITO




Dávila, aforismos que son dinamita

Gonzalo Muñoz Barallobre: "Dávila fue un solitario que supo levantar acta, sin concesiones, con honestidad, de la quiebra de nuestro mundo."

Desde que fue publicado, es un libro que no he dejado de leer, y es que se ha ganado eso que muy pocos consiguen: permanecer, mientras otros vienen y van, fijo en la mesilla. Pero la cosa no es para menos, ya que estamos ante una obra que es pura dinamita, un texto, compuesto de miles, que no es otra cosa que un ejemplo soberano de lucidez.

Hablo de Escolios a un texto implícito, cuyo autor es Nicolás Gómez Dávila, un filósofo colombiano que nos acompañó hasta 1994. Un hombre que, en mitad de Bogotá, vivía en una casa estilo Tudor en la que guardaba un auténtico tesoro: una de las mejores bibliotecas de Latinoamérica. Y es que estamos hablando de 50000 volúmenes entre los que figuraban varios incunables y múltiples primeras ediciones.

No hay duda de que Dávila era un bibliómano, y tal era su amor por los libros que se exigió leer a cada autor en su idioma: sólo el 10 por ciento de su biblioteca estaba en castellano. Y es que este hombre, gracias a que su familia pertenecía a la alta aristocracia colombiana, tuvo la oportunidad de recibir una educación exquisita. Ninguna gran obra de la cultura le pasó inadvertida, todas estaban representadas en su biblioteca. Pero hay algo más, ya que gracias a los negocios familiares pudo dedicarse a lo que más le gustaba en la vida: meterse dentro de su biblioteca y pasar horas y horas leyendo. Y al calor de esas lecturas, nacieron los aforismos que conforman Escolios a un texto implícito. Una obra que ocupa más de 1400 páginas.

Hablar de Dávila, de su obra, es hablar de un libro que en su tierra, Colombia, y en aquellos países que compartían la lengua de su autor, el castellano, pasó prácticamente desapercibido. Una vez más, se cumplió aquel dicho que dice que nadie es profeta en su tierra. Así, serán los italianos (Franco Volpi) y los alemanes (Boto Strauss y Ernst Jünger) los que pongan a Dávila en el lugar que se merece. Después, y sólo después, ha llegado a España, y eso sólo se lo debemos al fino olfato de Atalanta. Pero Dávila ha llegado para quedarse, ya que estamos ante un peso pesado del pensamiento que nada tiene que envidiar a la gran saga de moralistas franceses con la que tanto se le compara -en especial, con Blaise Pascal.

¿Qué podemos encontrar en Escolios a un texto implícito? Pues seremos claros: a un reaccionario que lucha contra el mundo que la Modernidad nos ha legado, un mundo gobernado por la técnica, por la cultura del dinero, triturado por ideologías que no son más que las dos caras de la misma moneda, masificado, vacío de sentido y en el que sólo queda sitio para los lugares comunes, en fin, y para ser más directos, un mundo que no es más que un gran supermercado en el que la mala educación, una grosería orgullosa, es la única medida. Y contra este mundo, en un gesto que el mismo Dávila sabe romántico, reivindica el universo que el Medioevo fue capaz de construir.

Si de algo no hay dudas, es que Escolios a un texto implícito está escrito por alguien que no buscaba el aplauso, y es que Dávila fue un solitario que supo levantar acta, sin concesiones, con honestidad, de la quiebra de nuestro mundo. Y la misma soledad que dota a esta obra de una pureza única, la hace indigerible para aquellos que se alimentan de lo políticamente correcto. Para ellos sólo tenemos una recomendación: absténganse de acercarse a este libro.


Fuente                                     Gonzalo Muñoz Barallobre
travelarte

       Leer+ Escolios a un texto implícito

miércoles, 18 de marzo de 2015

HOMBRES NUEVOS IV



Hombres nuevos (IV)


Afirmaba Ortega que lo más característico de la sociedad de masas es que las almas vulgares se sienten tan orgullosas de su vulgaridad. Para lograr este birlibirloque genial es preciso infundirles la creencia ilusoria de que piensan por sí solas, cuando en realidad están siendo dirigidas por otros. Tal ilusión se genera consiguiendo que los individuos que conforman la masa desarraigada 'internalicen' una serie de paradigmas culturales que el sistema les impone, para convertirlos en seres pasivos, conformistas y gregarios, sometidos a consignas que confunden con expresiones emanadas de su sacrosanta voluntad. No es, desde luego, un birlibirloque sencillo: para conseguir, por ejemplo, que un paria al que pagan un sueldo misérrimo no repare en que el sistema necesita que tenga pocos hijos o ninguno, para que no nazca en él un impulso natural de dar la vida por ellos (lo que lo llevaría a exigir un sueldo digno, por las buenas o por las malas), hay que borrarle de su cerebro hecho papilla la noción de los derechos derivados del trabajo (derecho a un salario digno, derecho a un trabajo estable, derecho a permanecer en su tierra, derecho a alimentar y educar a sus hijos) e imbuirle la creencia psicopática de que lo importante son los derechos de bragueta, de la anticoncepción al aborto; y no sólo esto, sino hacer creer al paria que tal cretinez no es un chip que han implantado en su cerebro destrozado, sino que es una conquista de su libertad.   

Este birlibirloque genial se logra, como hacía notar Comte, a través de la educación y la propaganda. Y es que, como afirmaba Sartori en Homo videns,  «la voluntad informada del pueblo puede ser también su voluntad menos auténtica». En efecto, las masas no piensan de forma autónoma, sino que asimilan cual rumiantes la alfalfa que se les suministra a través de los mass media, presentada siempre como si fuera su propio pensamiento. Para ello, la propaganda actúa con eslóganes y consignas sobre sentimientos, deseos y emociones, de tal modo que el pensamiento quede eludido (y, a la vez, paulatinamente atrofiado) y la voluntad sea más fácilmente doblegada (y, a la vez, exaltada). A medida que tales eslóganes y consignas logran entablar simbiosis con los sentimientos, deseos y emociones de las masas, su conocimiento de la realidad se empobrece y agosta; y llega un momento en que su libertad queda sometida a esa argamasa entre sentimental y doctrinaria, haciéndose dócil a los lugares comunes más apestosos, que los cerebros hechos papilla toman por ideas originalísimas. Tal proceso se percibe muy claramente en los teleadictos que creen pensar exactamente igual que tal o cual tertuliano (un lorito que repite las consignas que le suministra el negociado de derechas o izquierdas); o en esas masas cretinizadas que enarbolan pancartas con los mismos eslóganes diseñados por la fundación Rockefeller, que sin embargo creen salidos de sus caletres, para entonces convertidos en cementerios de neuronas.

Claro que, para conseguir tal sumisión de las masas a los lugares comunes impuestos por el sistema, es preciso alcanzar un nivel de control social que logre que «toda contradicción parezca irracional y toda oposición imposible», tal como establecía Marcuse. Es preciso que la propaganda actúe con tal eficacia que los individuos no puedan reconocer su naturaleza represiva, para lo cual crea «una dimensión única del pensamiento». Naturalmente, pretender escapar de esa dimensión única se percibe por el hombre nuevo democrático como una 'desviación' aberrante que debe ser condenada al ostracismo, como hacían los protagonistas del cuento de Wells El país de los ciegos con el protagonista vidente, al que sólo terminaban aceptando en sociedad después de que se resignara a que le arrancaran los ojos. El hombre nuevo democrático no necesita al poder que ha destrozado su cerebro y su alma para señalar y condenar a los disidentes; puede hacerlo muy orgullosamente él solito, y considerar además que lo hace por altruismo (y, ¡por supuesto!, de forma espontánea y no inducida).

De este modo, dejando que sea la propia masa la que vaya aniquilando o absorbiendo toda forma de oposición, se logra el hombre unidimensional que retrataba Marcuse, caracterizado «por su paranoia interiorizada por medio de los sistemas de comunicación masivos». Este hombre unidimensional, incapaz de exigir y de gozar cualquier progreso de su espíritu, satisfecho en su mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones preconcebidas, aún deberá ser programado, sin embargo, para alcanzar el estadio de perfecto hombre nuevo democrático; pues así no sólo será un pelele, sino un pelele feliz. 

Explicaremos este estadio último en la postrera entrega de nuestra serie. 

Fuente                                Juan Manuel de Prada
finanzas

martes, 17 de marzo de 2015

SOBRE EL PODER Y LA VIOLENCIA




Un fragmento de Sobre la violencia”, un texto de Hannah Arendt

Me propongo suscitar ahora la cuestión de la violencia en el terreno político. No es fácil. Lo que Sorel escribió hace sesenta años, “los problemas de la violencia siguen siendo muy oscuros” es tan cierto ahora como lo era entonces. He mencionado la repugnancia general a tratar a la violencia como a un fenómeno por derecho propio y debo ahora precisar esta afirmación.


Si comenzamos una discusión sobre el fenómeno del poder, descubrimos pronto que existe un acuerdo entre todos los teóricos políticos, de la Izquierda a la Derecha, según el cual la violencia no es sino la más flagrante manifestación de poder. “Toda la política es una lucha por el poder; el último género de poder es la violencia”, ha dicho C. Wright Mills, haciéndose eco de la definición del Estado de Max Weber: “El dominio de los hombres sobre los hombres basado en los medios de la violencia legitimada, es decir, supuestamente legitimada”. Esta coincidencia resulta muy extraña, porque equiparar el poder político con “la organización de la violencia” sólo tiene sentido si uno acepta la idea marxista del Estado como instrumento de opresión de la clase dominante. Vamos por eso a estudiar a los autores que no creen que el cuerpo político, sus leyes e instituciones, sean simplemente superestructuras coactivas, manifestaciones secundarias de fuerzas subyacentes. Vamos a estudiar, por ejemplo, a Bertrand de Touvenel, cuyo libro Sobre el poder es quizá el más prestigioso y, en cualquier caso, el más interesante de los tratados recientes sobre el tema. “Para quien —escribe— contempla el despliegue de las épocas la guerra se presenta a sí misma como una actividad de los Estados que pertenece a su esencia”. Esto puede inducirnos a preguntar si el final de la actividad bélica significaría el final de los Estados. ¿Acarrearía la desaparición de la violencia, en las relaciones entre los Estados, el final del poder?


La respuesta, parece, dependerá de lo que entendamos por poder. Y el poder resulta ser un instrumento de mando mientras que el mando, nos han dicho, debe su existencia “al instinto de dominación”. Recordamos inmediatamente lo que Sartre afirmaba sobre la violencia cuando leemos en Jouvenel que “un hombre se siente más hombre cuando se impone a sí mismo y convierte a otros en instrumentos de su voluntad”, lo que le proporciona “incomparable placer”. “El poder —decía Voltaire— consiste en hacer que otros actúen como yo decida”; está presente cuando yo tengo la posibilidad “de afirmar mi propia voluntad contra la resistencia” de los demás, dice Max Weber, recordándonos la definición de Clausewitz de la guerra como “un acto de violencia para obligar al oponente a hacer lo que queremos que haga”. El término, como ha dicho Strausz-Hupé, significa “el poder del hombre sobre el hombre”. Volviendo a Jouvenel, es “Mandar y ser obedecido: sin lo cual no hay Poder, y no precisa de ningún otro atributo para existir […] La cosa sin la cual no puede ser: que la esencia es el mando”*. Si la esencia del poder es la eficacia del mando, entonces no hay poder más grande que el que emana del cañón de un arma, y sería difícil decir en “qué forma difiere la orden dada por un policía de la orden dada por un pistolero”. (Son citas de la importante obra The Notion of the State, de Alexandre Passerin d’Entréves, el único autor que yo conozco que es consciente de la importancia de la distinción entre violencia y poder. “Tenemos que decidir si, y en qué sentido, puede el ‘poder’ distinguirse de la ‘fuerza’ para averiguar cómo el hecho de utilizar la fuerza conforme a la ley cambia la calidad de la fuerza en sí misma y nos presenta una imagen enteramente diferente de las relaciones humanas”, dado que la “fuerza, por el simple hecho de ser calificada, deja de ser fuerza”. Pero ni siquiera esta distinción, con mucho la más compleja y meditada de las que caben hallarse sobre el tema, alcanza a la raíz del tema.


El poder, en el concepto de Passerin d’Entréves, es una fuerza “calificada” o “institucionalizada”. En otras palabras, mientras los autores más arriba citados definen a la violencia como la más flamante manifestación de poder, Passerin d’Entréves define al poder como un tipo de violencia mitigada. En su análisis final llega a los mismos resultados. ¿Deben coincidir todos los autores, de la Derecha a la Izquierda, de Bertrand de Jouvenel a Mao Tse-Tung, en un punto tan básico de la filosofía política como es la naturaleza del poder?


En términos de nuestras tradiciones de pensamiento político estas definiciones tienen mucho a su favor. No sólo se derivan de la antigua noción del poder absoluto que acompañó a la aparición de la Nación-Estado soberana europea, cuyos primeros y más importantes portavoces fueron Jean Bodin, en la Francia del siglo XVI, y Thomas Hobbes en la Inglaterra del siglo XVII, sino que también coinciden con los términos empleados desde la antigüedad griega para definir las formas de gobierno como el dominio del hombre sobre el hombre —de uno o de unos pocos en la monarquía y en la oligarquía, de los mejores o de muchos en la aristocracia y en la democracia—. Hoy debemos añadir la última y quizá más formidable forma de semejante dominio: la burocracia o dominio de un complejo sistema de oficinas en donde no cabe hacer responsables a los hombres, ni a uno ni a los mejores, ni a pocos ni a muchos, y que podría ser adecuadamente definida como el dominio de Nadie. (Si, conforme el pensamiento político tradicional, identificamos la tiranía como el Gobierno que no está obligado a dar cuenta de sí mismo, el dominio de Nadie es claramente el más tiránico de todos, pues no existe precisamente nadie al que pueda preguntarse por lo que se está haciendo. Es este estado de cosas, que hace imposible la localización de la responsabilidad y la identificación del enemigo, una de las causas más poderosas de la actual y rebelde intranquilidad difundida por todo el mundo, de su caótica naturaleza y de su peligrosa tendencia a escapar a todo control, al enloquecimiento).


Además, este antiguo vocabulario es extrañamente confirmado y fortificado por la adición de la tradición hebreo-cristiana y de su “imperativo concepto de la ley”. Este concepto no fue inventado por “políticos realistas” sino que es más bien el resultado de una generalización muy anterior y casi automática de los “Mandamientos” de Dios, según la cual “la simple relación del mando y de la obediencia “bastaba para identificar la esencia de la ley. Finalmente, convicciones científicas y filosóficas más modernas respecto de la naturaleza del hombre han reforzado aún más estas tradiciones legales y políticas. Los abundantes y recientes descubrimientos de un instinto innato de dominación y de una innata agresividad del animal humano fueron precedidos por declaraciones filosóficas muy similares. Según John Stuart Mill, “la primera lección de civilización [es] la de la obediencia”, y él habla de “los dos estados de inclinaciones […] una es el deseo de ejercer poder sobre los demás; la otra […] la aversión a que el poder sea ejercido sobre uno mismo”. Si confiáramos en nuestras propias experiencias sobre estas cuestiones, deberíamos saber que el instinto de sumisión, un ardiente deseo de obedecer y de ser dominado por un hombre fuerte, es por lo menos tan prominente en la psicología humana como el deseo de poder, y, políticamente, resulta quizá más relevante.


El antiguo adagio “Cuan apto es para mandar quien puede tan bien obedecer”, que en diferentes versiones ha sido conocido en todos los siglos y en todas las naciones puede denotar una verdad psicológica: la de que la voluntad de poder y la voluntad de sumisión se hallan interconectadas. La “pronta sumisión a la tiranía”, por emplear una vez más las palabras de Mili, no está en manera alguna siempre causada por una “extremada pasividad”. Recíprocamente, una fuerte aversión a obedecer viene acompañada a menudo por una aversión igualmente fuerte a dominar y a mandar. Históricamente hablando, la antigua institución de la economía de la esclavitud sería inexplicable sobre la base de la psicología de Mili. Su fin expreso era liberar a los ciudadanos de la carga de los asuntos domésticos y permitirles participar en la vida pública de la comunidad, donde todos eran iguales; si fuera cierto que nada es más agradable que dar órdenes y dominar a otros, cada dueño de una casa jamás habría abandonado su hogar.


Sin embargo, existe otra tradición y otro vocabulario, no menos antiguos y no menos acreditados por el tiempo. Cuando la Ciudad-Estado ateniense llamó a su constitución una isonomía o cuando los romanos hablaban de la civitas como de su forma de gobierno, pensaban en un concepto del poder y de la ley cuya esencia no se basaba en la relación mando-obediencia. Hacia estos ejemplos se volvieron los hombres de las revoluciones del siglo XVIII cuando escudriñaron los archivos de la antigüedad y constituyeron una forma de gobierno, una república, en la que el dominio de la ley, basándose en el poder del pueblo, pondría fin al dominio del hombre sobre el hombre, al que consideraron un “gobierno adecuado para esclavos”. También ellos, desgraciadamente, continuaron hablando de obediencia: obediencia a las leyes en vez de a los hombres; pero lo que querían significar realmente era el apoyo a las leyes a las que la ciudadanía había otorgado su consentimiento. Semejante apoyo nunca es indiscutible y por lo que a su formalidad se refiere jamás puede compararse con la “indiscutible obediencia” que puede exigir un acto de violencia —la obediencia con la que puede contar un delincuente cuando me arrebata la cartera con la ayuda de un cuchillo o cuando roba a un banco con la ayuda de una pistola—. Es el apoyo del pueblo el que presta poder a las instituciones de un país y este apoyo no es nada más que la prolongación del asentimiento que, para empezar, determinó la existencia de las leyes.


Se supone que bajo las condiciones de un Gobierno representativo el pueblo domina a quienes le gobiernan. Todas las instituciones políticas son manifestaciones y materializaciones de poder; se petrifican y decaen tan pronto como el poder vivo del pueblo deja de apoyarlas. Esto es lo que Madison quería significar cuando decía que “todos los Gobiernos descansan en la opinión” no menos cierta para las diferentes formas de monarquía como para las democracias (“Suponer que el dominio de la mayoría funciona sólo en la democracia es una fantástica ilusión”, como señala Jouvenel: “El rey, que no es sino un individuo solitario, se halla más necesitado del apoyo general de la Sociedad que cualquier otra forma de Gobierno”. Incluso el tirano, el que manda contra todos, necesita colaboradores en el asunto de la violencia aunque su número pueda ser más bien reducido). Sin embargo, la fuerza de la opinión, esto es, el poder del Gobierno, depende del número; se halla “en proporción con el número de los que con él están asociados” y la tiranía, como descubrió Montesquieu, es por eso la más violenta y menos poderosa de las formas de Gobierno. Una de las distinciones más obvias entre poder y violencia es que el poder siempre precisa el número, mientras que 1a violencia, hasta cierto punto, puede prescindir del número porque descansa en sus instrumentos. Un dominio mayontario legalmente restringido, es decir, una democracia sin constitución, puede resultar muy formidable en la supresión de los derechos de las minorías y muy efectiva en el ahogo del disentimiento sin empleo alguno de la violencia. Pero esto no significa que la violencia y el poder sean iguales.


Fuente                               Hannah Arendt

* Escojo mis ejemplos al azar dado que difícilmente importa el autor que se elija. Sólo ocasionalmente se puede escuchar una voz que disiente. Así, R. M. Mclver declara: “El poder coactivo es un criterio del Estado pero no constituye su esencia […] Es cierto que no existe Estado allí donde no hay una fuerza abrumadora […] Pero el ejercicio de la fuerza no hace un Estado” (en The Modern State, Londres, 1926, pp. 222-225). Puede advertirse cuan fuerte es esta tradición en los intentos de Rousseau para escapar a ella. Buscando un Gobierno de no-dominación, no consigue nada mejor que “une forme de association […] par laquelle chacun s’unissantá tous nobéisse pourtant qu’á luitnéme”. El énfasis puesto en la obediencia, y por ello en el manilo, permanece inalterado.

***
Algunas de las referencias citadas en el texto:
– Georges Sorel, Reflections on Violence, “Introduction to the First Publication” (1906).
– Max Weber, Politics as a Vocation (1921).
– Bertrand de Jouvenel, Power: The Natural History of Its Growth (1945).
– Karl von Clausewitz, On War (1832)
– Alessandro Passerin d’Entrèves, The Notion of the State, An Introduction to Political Theory (1962)
- Considerations on Representative Government (1861)

lunes, 16 de marzo de 2015

OLIGARQUÍA Y CACIQUISMO



España, oligarquía y caciquismo


La mentira, la ignominia, la vacuidad, la mediocridad, la manipulación, la desfachatez y un largo etcétera invaden el devenir de una sociedad, la nuestra, absolutamente narcotizada por unos medios de comunicación que sirvieron, y aún sirven, de cortapisa al poder establecido. Durante la semana recién terminada, dos perlas me han llamado poderosamente la atención, a cual más cruel, a cual más inhumana. El presidente del gobierno, frente a todos y cada uno de esos informes que vienen advirtiendo de la descomposición del tejido social de nuestro país, con un incremento de la pobreza sin parangón en nuestra historia reciente, afirmó sin despeinarse que eso no existe en España. Rajoy, el “rey desnudo”.

Sin embargo, cuando parecía que estábamos curados de espanto, hete aquí que llegó ese verbo suelto, nuestro inefable ministro de Asuntos exteriores, José Manuel García Margallo, y superó a su jefe de filas. Afirmó, mejor dicho, rebuznó, la enésima barrabasada. Aseguró que si España no hubiese prestado 32.744 millones de euros a Grecia se podrían haber subido "las prestaciones por desempleo un 50% o aumentado las pensiones un 38%”. ¡Mentira! España ha prestado a Grecia menos de 7.000 millones de euros. El resto del préstamo fue realizado por inversores privados, a los que avaló el gobierno español. O sea que si estos inversores cobran de Grecia, reciben pingues intereses, pero si Grecia no pagara o tuviera una quita, los inversores no perderían, quien perderían serían los españoles, tendríamos que pagar ese dinero prestado por inversores privados. Margallo, el “mamporrero”.
España, élites parasitarias

La realidad es otra. Ustedes y los anteriores crearon una dinámica de incentivos muy llamativa. Acordaron con las élites oligopólicas patrias un sistema de remuneración perverso. Si el negocio privado de estos señores va mal, no pasa nada, se remunera “el emprendimiento” a costa de los sufridos contribuyentes. Si va bien, fantástico, estos prohombres se lo han merecido, han asumido un riesgo inherente al devenir de sus negocios. Lo de siempre, si todo va bien, los listillos se forran; si va mal, pelillos a la mar, los tontos e incautos contribuyentes a pagar a escote. España país de parásitos, bajo la estela del Honrado Concejo de la Mesta.

Señor Margallo, si quiere, en una clase de dos horas, le detallo el aumento de la deuda pública de esta nuestra querida España durante la actual crisis sistémica. De los 597.349 millones de incremento en el montante de la deuda emitida solo por la Administración Central en el período 2008-2013, ¡227.091, casi la mitad, es para financiar a terceros! Por eso, ustedes y los anteriores, recortaron gastos en sanidad, pensiones, educación, dependencia, porque eran superfluos a la luz de unas élites que ya disfrutan de todo eso. Pero con ello se les ha permitido seguir disfrutando de su riqueza, de su renta a costa de los demás. Mientras, familias enteras que se hipotecaron bajo el paraguas de unas entidades financieras que no hicieron un análisis de riesgos mínimamente serio, que se hastíen, se les desahucia y santas pascuas. 

¿Saben ustedes, señor Margallo, lo que en derecho anglosajón es el régimen de la segunda oportunidad para personas físicas y jurídicas? Ah, no, se me olvidaba, ustedes solo lo aplican a quienes “se lo merecen”. España, país feudal, de siervos y vasallos.

¿Sabe usted, señor Margallo, que si el rescate de todo el sistema bancario patrio, más allá de cuatro cajas de ahorro, se hubiese hecho a costa de acreedores y gerencia no hubiese hecho falta ningún recorte adicional? ¿Sabe usted cuánto dinero tiene comprometido nuestro gobierno por avalar a terceros? España, oligarquía y caciquismo como forma actual de gobierno. ¡Si levantara la cabeza mi paisano Joaquín Costa!
Austeridad y nervios

Como ya avisamos desde estas líneas España, junto a Portugal, iban a encabezar y liderar el bloque de rechazo al nuevo gobierno heleno. La razón, obvia, reconstituir el sistema existente con el objetivo de favorecer de manera permanente a la clase dominante, los más ricos, los intereses corporativos, los acreedores que asumieron riesgos innecesarios, los oligopolios,… La triste historia patria. Otra vez, la enésima. España, oligarquía y caciquismo. La sombra de mi paisano Joaquín Costa nos persigue inexorablemente.

Ante la victoria de Syriza, si todo le sale bien a Grecia, y le saldrá, muchos tendrán que hacer sus maletas. De ahí los nervios, a flor de piel, de Rajoy, Cavaco Silva, Passos Coelho. ¡Basta de mentiras! Quienes defienden la austeridad, la contracción salarial y la miseria laboral defienden a los oligarcas, a los caciques. Se nos dice que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y ahora tenemos que apretarnos el cinturón. Este punto de vista se olvida convenientemente de donde venía la deuda. No de una orgía de gasto público, sino como el resultado directo del rescate, la recapitalización, y el aumento de la liquidez a un sistema bancario quebrado.

Esa carga ahora toma la forma de un giro global a la austeridad, la política de reducción de los salarios y los precios internos para restaurar la competitividad y equilibrar el presupuesto. El problema, es que la austeridad es una idea muy peligrosa. No funciona. Los argumentos a favor de la austeridad son tenues, y la evidencia delgada. En lugar de ampliar el crecimiento y la oportunidad, el renacimiento repetido de esta idea económica siempre ha dado lugar a un crecimiento bajo, junto con el aumento de la pobreza y la desigualdad. ¡Si levantara la cabeza Joaquín Costa!


Fuente                                                Juan Laborda

domingo, 15 de marzo de 2015

SOCIEDADES DE LA CONVIVENCIA Y LA LIBERTAD




La huella del primer cristianismo en la cultura occidental

Para entender los cambios acaecidos en la condición política, legal, social y de las mentalidades en lo referente a la mujer, en los siglos VIII-XIII en el norte de la península Ibérica, hay que referirse necesariamente al cristianismo revolucionario, que es la ideología guía de tales transformaciones. Ello nos lleva a chocar con un producto ideológico elaborado en las cloacas del poder (no olvidemos que A. Lerroux, el “comecuras” por excelencia de la primera mitad del siglo XX, estaba financiado por los servicios especiales policiales y, muy probablemente, por el ejército), el anticlericalismo burgués, urdido en los siglos XVIII y XIX sobre todo, pero vivo y activo hoy debido a que sigue siendo utilizado por la izquierda institucional y cierta “radicalidad” residual para lograr sus fines políticos, proteger al capitalismo y salvaguardar el poder del Estado. En consecuencia, es inevitable comenzar por su refutación, con el fin de hacer posible una interpretación objetiva y lo bastante verdadera del cristianismo como movimiento revolucionario de las clases populares contrario al régimen patriarcal, en particular al romano, pues el cristianismo auténtico fue siempre anti romano.

En el cristianismo primigenio las mujeres desempeñaron una función de primera importancia, luego ocultada, casi en su totalidad, por la ulterior falsificación de las fuentes. Son los autores paganos los que más inciden en ello, sorprendidos de esta movilización femenina, como consumados patriarcalistas que eran.


El primigenio cristianismo fue golpeado pero no por completo eliminado en Nicea (el credo niceno es una falsificación de la cosmovisión cristiana que se hará religión oficial del Estado en el año 380, con el edicto de Tesalónica, bajo Teodosio I).  El cristianismo verdadero, que resistió en Oriente, dotará a la historia de Occidente, que es donde finalmente arraiga, de unas curiosas particularidades (entre otras, la singular autonomía y libertad de las mujeres). Tales costumbres, fastidiosas para las elites, es ahora cuando están siendo liquidadas del todo.


En efecto, ahora las clases mandantes de Occidente están hostigando todo lo positivo de la cultura occidental, lo que llama a defenderla y desarrollarla a quienes deseamos que una revolución integral regenere Europa.

 
La cosmovisión del amor, que es el fundamento del cristianismo de los tiempos heroicos, es hoy negada desde todos los frentes. Un cooperante primordial es el sexismo androfóbico que ha derramado por toda la sociedad la semilla del odio, odio al varón sin poder, a los niños y niñas, a los ancianos y ancianas, a las mujeres que no formen parte de la corporación de las y los poderosos, ha instaurado el egoísmo como disvalor inexcusable de la vida social, ha denigrado la interdependencia y el compromiso, asociándolos a la idea de una opresión ancestral de las mujeres. Odiar y luchar por el propio interés son, según la ortodoxia del poder, la guía  de la vida social e individual, lo que es la negación no solo doctrinal sino práctica del cristianismo, tanto como de la cultura occidental que está enraizada en su axiología.


Es un lugar común denostar “la fe judeocristiana”, a la que se identifica con la quintaesencia del patriarcado. Sin embargo el asunto es bastante más complicado. En primer lugar, el cristianismo es la culminación de un largo y complejo proceso de ruptura con el judaísmo, que culmina en el siglo I de nuestra era, pero que venía de bastante atrás, por ejemplo, del movimiento esenio, tan admirable por su colectivismo, ímpetu anti-estatal, desdén por las riquezas materiales, espiritualidad militante, adhesión a la noción de guerra justa, establecimiento de sistemas complejos de ayuda mutua, universalización del trabajo productivo mínimo y, probablemente (los textos conservados no son concluyentes en este punto), oposición al orden patriarcal. El cristianismo, en tanto que concepción innovadora y revolucionaria, es la negación del judaísmo, no su continuidad.


Esto tuvo añadida una particularidad de primera significación, que las transformaciones sociales y políticas, sobremanera notables, de la Alta Edad Media hispana son consecuencia de la aplicación del cristianismo revolucionario rescatado, tras el fatídico concilio de Nicea, por el ala radical del monacato cristiano, tan robusto en Hispania desde finales del siglo IV. El cristianismo sólo vuelve al redil del judaísmo, aunque de manera parcial, una vez que ha sido manipulado, que se ha transformado en lo contrario de lo que inicialmente fue. Ello muestra la inconsistencia de la teoría sobre lo “judeocristiano”, una expresión de ignorancia e indigencia intelectual.


Quienes piensan la evolución temporal de las sociedades desde la superficial epistemología del “orden geométrico”, preconizado por Spinoza, se incapacitan para inteligir la historia real en general y, en particular, la del cristianismo. No comprenden tampoco el enraizamiento de este ideario en las sociedades occidentales, fundamento de  un orden político y económico con muchos elementos positivos (aunque no todos), finalmente destruidos por el retorno del derecho romano, estatal, desde los siglos XIII-XIV. Éste fue, y sigue siendo, el vehículo jurídico por excelencia de la hegemonía del Estado y de la propiedad privada absoluta y, con ello, fomentador de la cosmovisión de la animosidad de todos a todos (también, de todos a todas y de todas a todos) y, por tanto, patriarcal. En la infinita complejidad de lo real concreto, en este caso, hemos de rescatar lo más decisivo, esto es, que la fácil condena del “judeo-cristianismo” es un error que impide comprender el pasado y el presente.


Es, también, la piedra angular del anticlericalismo burgués, sostenedor de que el cristianismo ha sido siempre el mismo e igualmente execrable, aserto que no sólo no es verdad, sino que aparece, en el ámbito de lo político, como una formulación extraordinariamente reaccionaria. Lo cierto es que hay un antes y un después de Nicea, así como un monacato revolucionario (que es sólo una rama del monacato en general) que va a desempeñar funciones determinantes en la constitución de una sociedad nueva con posterioridad al siglo IV, entre otras razones porque se propuso ser y existir sin sexismo de uno u otro tipo, sin patriarcado ni matriarcado.


La cosmovisión cristiana genuina es la negación del mundo romano en lo más sustancial. Si interpretamos éste a través de su manifestación señera y más duradera, el derecho romano, como magno cuerpo legal promulgado por el ente estatal de Roma, encontramos su esencia concreta en unos pocos pero decisivos elementos: propiedad privada absoluta, prevalencia ilimitada del ente estatal y de la razón de Estado, militarización del cuerpo social, patriarcado, hedonismo para la plebe con Estado de bienestar, imperialismo muy agresivo, egotismo y pérdida de la sociabilidad, apartamiento de los individuos libres del trabajo manual productivo y, como consecuencia del todo ello, cosmovisión del desamor, pérdida completa de la libertad por las clases populares, caída en la barbarie (a partir del siglo III eso es ya obvio) y destrucción de la condición humana. Con el principado de Augusto el ejército se apoderó ya definitivamente de la sociedad, situación que se mantendrá hasta el final de la formación social romana, incrementándose cualitativamente día a día, del mismo modo que con la II guerra mundial, 1939-1945, el ejército se hizo dueño y señor en EEUU, hasta hoy, alcanzando cada vez más poder, situación de la que emerge el nuevo machismo y nuevo patriarcado.


El cristianismo, en su oposición a Roma, difiere cualitativamente del movimiento nacionalista judío de entonces, de los zelotes por ejemplo, que es mero anti-imperialismo sin contenidos revolucionarios. Su meta no fue sólo expulsar al invasor, sino negar su naturaleza y condición en diversas cuestiones decisivas. En contra de la veneración por la propiedad privada estatuye un colectivismo radical, en el que se comparten todos los bienes y se vive en comunidad, las célebres fraternidades, en las que la cosmovisión del amor niega las categorías de “mío” y “tuyo”, fomentadoras de distanciamiento, división y hostilidad. Por oposición al sistema político romano, encrespadamente estatal y, por tanto, jerárquico y sin libertad, el cristianismo establece que la asamblea (el vocablo “iglesia” deriva de la palabra griega que la nombra, “ekklesia”) de todas y todos los adultos ha de ser el organismo rector de sus colectividades y fraternidades, en consecuencia, de una futura sociedad.


Ello equivale a negar la pertinencia y existencia del ente estatal, como así hicieron respecto al Estado romano, pues rehusaron colaborar con él en todo, desde integrarse en el funcionariado civil y acudir a los tribunales estatales, hasta su enrolamiento en el ejército, lo que desencadenó en su contra las famosas persecuciones, temibles operaciones policiales y militares que, periódicamente, dejaron miles y, en las más virulentas, cientos de miles de encarcelados, torturados y muertos, muchos de ellos mujeres, que soportaron con impávido heroísmo los embates del terror estatal de Roma.


El cristianismo situó la naturaleza última del orden romano en el odio, a varios niveles. En las elites, en tanto que luchas sempiternas por el poder entre facciones, lo que llevaba al crimen de Estado y a la guerra civil. En el pueblo, como ideología impuesta desde arriba, a fin de dividirlo, enfrentarlo internamente y atomizarlo, haciendo de él una masa inhábil para toda transformación, para cualquier forma de vida civilizada. Respecto a los extranjeros, o bárbaros, como agresividad militar permanente, que exigía la expansión por medio de las guerras de conquista. De ello resultaba un sistema relacional y anímico colectivo sustentado en el temor, la amenaza, el pánico, la fuerza bruta, la ley como sempiterna intimidación, los castigos más inhumanos (a las tropas, legiones y fuerzas auxiliares, incapaces de vencer se las diezmaba, esto es, uno de cada diez soldados era muerto a golpes) y el odio, sobre todo el odio, la ideología por excelencia de todas las formas de tiranía. También la desconfianza, la astucia, la prosternación, el servilismo, la soledad y el vaciamiento psíquico. La hipertrofia del ente estatal ocasionó, asimismo, la desintegración vivencial y convivencial del sujeto, convertido en ser nada, en mera cosa fabricada desde fuera  por la virulencia y potencia de los órganos de poder. Esto, además, originó unos gastos de dominación crecientes que a partir de finales del siglo II fueron colosales y aún así ascendentes, asolando la vida económica del imperio.
 
El cristianismo concentró su propuesta en la categoría del amor, concebido como desasimiento y desinterés, como repudio por convicción interior de la propiedad y del poder de mandar, para constituir comunidades humanas que fueran en todo negación de la sociedad romana, por su vida colectivista, asamblearismo, servicio de todos a todos, libertad personal, universal abnegación y afectuosidad. Esto fue no sólo una resocialización del individuo, sino un magno proyecto para transformar un populacho que se extasiaba con las brutalidades de circos y anfiteatros, que vivía envilecido por causa del hedonismo y epicureísmo impuesto por el Estado de bienestar romano, convirtiéndolo en pueblo, esto es, en sujeto agente colectivo capaz de realizar la libertad, tomar la historia en sus manos y forjar una sociedad cualitativamente superior. 

Fuente                                   Prado Esteban
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