Hijo de militar, José María de Llanos, nació en la calle Serrano de Madrid, en el barrio de Salamanca, donde podía codearse con otra compleja figura de la España prefranquista, José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, el fascio español, en la zona digamos de “gente bien” de la capital de España. Hoy la calle de Serrano es la que todos los turistas de alto poder adquisitivo visitan para comprar objetos de marca, más o menos como via dei Condotti en Roma. Dos edificios culminan, en su mitad, esta calle: la iglesia de los jesuitas donde murió el almirante Carrero Blanco, factotum del agonizante régimen franquista, y enfrente la embajada de Estados Unidos.
Llanos fue compañero en la universidad de José Antonio y de Pedro Arrupe, el prepósito general de la Compañía que lanzó a esta a la opción preferencial por los pobres y al trabajo con inmigrantes, entre otras cosas.
Tras ingresar en la Compañía de Jesús, Llanos vivió la expulsión de su orden por parte de la II República española, proclamada precisamente el 14 de abril de 1931, el domingo hará 82 años.
Sufrió el exilio y el fusilamiento por elementos republicanos de dos de sus hermanos. De regreso a España se convirtió en “cura de moda del régimen”, capellán del Frente de Juventudes, la sección juvenil de Falange Española, el partido único unificado invento del dictador Francisco Franco, tras morir su líder fusilado en la guerra, y del Sindicato Español Universitario (SEU), creador del Sindicato Unificado de los Trabajadores (SUT), e incansable director de ejercicios espirituales, que llegó a impartir incluso al mismísimo general Franco.
A mediana edad, el padre José María de Llanos despertó a la otra España olvidada, a los miles y miles de españoles que vivían una vida miserable en zonas rurales y que se trasladaron masivamente a las grandes ciudades para ser mano de obra barata. El padre Llanos decidió irse a vivir al Pozo del Tío Raimundo, una zona del sur de Madrid en la que se instalaban ilegalmente en viviendas de fortuna los emigrantes procedentes sobre todo de Andalucía y Extremadura. El jesuita indómito plantó su chabola en el suburbio para asumir la causa de los oprimidos, y allí permaneció largo tiempo, siendo un faro de esperanza para muchos desheredados que, sin embargo, no se convirtieron al cristianismo, la gran amargura de sus últimos años.
Con el deseo de ser como ellos, colaboró en la fundación del sindicato comunista Comisiones Obreras y defendió a los represaliados por el régimen franquista, hasta hacerse miembro del Partido Comunista de España (PCE) y alzar el puño cuando este fue legalizado en el gobierno de Adolfo Suárez, en medio de la transición política y la recuperación de la democracia en el país, a la muerte del dictador.
Pedro Miguel Lamet publica la primera biografía crítica del jesuita. Fruto de una buena investigación, este libro aporta documentos inéditos, diarios, poemas y cartas personales a destacadas figuras del siglo XX español que van de Manuel Fraga (líder de la derecha de la transición) a Dolores Ibárruri (la Pasionaria, simbolo del rojerío marxista), junto con otros testimonios de intelectuales, políticos y periodistas.
Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941) es autor de treinta y nueve libros de muy diversos géneros, desde la poesía a la novela, pasando por la biografía, la historia, el ensayo y el periodismo. Como periodista, fue corresponsal de varios medios en Roma y luego director de la revista católica Vida Nueva. Es uno de los escritores más renombrados de la Compañía en España y a nivel internacional, aunque polémico por suscitar temas no siempre cómodos para una cierta Iglesia. Es columnista de numerosos medios y colaborador asiduo de medios audiovisuales.
En una entrevista concedida a Religión en Libertad, el padre Lamet revela que el padre Llanos confesó y dio la comunión a Dolores Ibárruri, la Pasionaria, que murió católica.
La fiera presidenta del Partido Comunista que, desde Radio España Independiente (Estación Pirenaica) alentaba al bando republicano en la guerra civil española, cantaba al final de su vida himnos religiosos con el padre Llanos, y compartía su fe en piadosas cartas al sacerdote.
Lamet confiesa que el padre Llanos “era mi amigo, aunque nunca me había atrevido a escribir su biografía por su complejidad y los tópicos de que se vio rodeado”. “Le conocí --añade- en los años sesenta cuando el Pozo era un barrizal y yo, estudiante de filosofía, iba desde Alcalá todas las semanas allí a dar catequesis. Era un hombre inclasificable, de carácter difícil, pero heroico, creador, líder y de una fe muy profunda”.
Las biografías de Llanos, escritas a raíz de su muerte, “carecen de aparato crítico y por tanto no pudieron, como es lógico, bucear en sus archivos más íntimos” asegura Lamet. “Llanos lo guardaba todo: cartas, poemas, fotos, diarios personales y miles de artículos y conferencias. Conservaba hasta las estampas, sus carnets de Ciudadano del Mundo, del PC, Comisiones Obreras y hasta su brazalete falangista de su época de capellán del Frente de Juventudes. Claro, eso es una riqueza que permite conocer íntimamente a un personaje y desmitificarlo de tópicos”, añade.
Lamet descubre que “el radicalismo de Llanos data de su juventud. De padre militar y familia católica, y nacido en la calle Serrano de Madrid, cuando estudiaba Química se peleó con José Antonio Primo de Rivera, y cuando se hizo jesuita hizo voto de perfección, luchando con un permanente dolor de estómago que le duró toda su vida. Vivió la expulsión de los jesuitas en el destierro de Bélgica y la guerra desde Portugal, cuando en España fueron fusilados sus dos hermanos, Félix y Manuel. A este último, el más joven, se lo cargaron después de torearle con su capa madrileña y romperle los dientes con su propio crucifijo”.
Se ordena sacerdote en Granada y se convierte en el cura de moda del franquismo. “Por sus manos pasaría la juventud más brillante de aquella época, en la Congregación de los Luises, el Frente del Juventudes, el SEU, el SUT, cientos de tandas de Ejercicios Espirituales. Hasta Franco le llamó para que le diera los Ejercicios de San Ignacio. Llanos decía que el caudillo era 'milagrero' y que le dijo que se le había aparecido santa Teresa. Pero siempre le respetó. Llanos estaba en una lista de 'intocables' para la policía, firmada por Franco”.
¿Cómo se explica la evolución hacia el comunismo de Llanos? “Fue un proceso paulatino. Cuando se albergaba en castillos históricos con los muchachos de las centurias comenzó a sentir que había otra España empobrecida olvidada a sus espaldas. Entonces experimenta una conversión a los pobres y al mundo del trabajo. Crea los campamentos de universitarios obreros del SUT y empieza a auxiliar a los marginados de Madrid”, explica Lamet.
¿Cuándo decide marcharse al suburbio? “A mitad de su vida al cumplir los cincuenta años. En 1955 escribe una interesante carta al provincial de los jesuitas, hasta ahora inédita que publico íntegra en mi libro. Su primera idea era plantar una chabola, una 'casita de Nazaret', en el barrizal del Pozo del Tío Raimundo, sólo para dar testimonio, sin predicar, sino para vivir como ellos. Mas tarde, al darse cuenta de la miseria y de sus muchos conocimientos en el centro de Madrid, sirve de puente con el suburbio y se compromete en el desarrollo del mismo: escuelas, luz, agua, cultura y luego casas, un barrio nuevo... Pero al principio se enfrentaba con la guardia civil cuando los recién llegados construían de noche sus chabolas”.
Pero eso no explica que levantara el puño en el primer mítin del PCE y que fundara, con el líder sindicalista Marcelino Camacho, Comisiones Obreras, el sindicato del PCE. “La razón de fondo es que él quería ser del pueblo 'a muerte'. Y la gente del Pozo, en su mayoría emigrada y represaliada, era del PCE. Luego va a visitar a Marcelino Camacho en la cárcel y se hace amigo de Carrillo y la Pasionaria. Hay cartas muy íntimas con estos líderes políticos”.
¿Cómo prueba en su libro que la Pasionaria murió católica? “Llanos visitaba cada quince días a Dolores Ibárruri --revela Lamet--. Llegaron a intimar y hasta cantar himnos religiosos de su época como 'Cantemos al amor de los amores'. El jesuita nunca reveló nada sobre la conversión de la Pasionaria que en su juventud había sido católica y después de casada con un ateo en medio de la escasez, se hizo comunista y atea. Pero he encontrado cartas que atestiguan que esta mujer al final de su vida volvió a la fe, aunque resultaba muy fuerte hacer público que el símbolo por antonomasia del comunismo de la Guerra Civil hubiera muerto católica, por lo que ese episodio debía quedar en el fuero interno del sacerdote amigo. Él guardaría siempre ese íntimo secreto. Pero hay una carta que he descubierto en sus archivos, fechada el día de Reyes de 1989, donde Dolores, después de decirle que sabe que pide por ella 'al partir del Pan (la misa)', añade: 'A ver si los 'viejitos' que somos convertimos lo que nos resta de vida en un canto de alabanza y acción de gracias al Dios-amor, como ensayo de nuestro eterno quehacer'. Publico en mi libro además dos hermosos poemas de Llanos dedicados a la Pasionaria y el testimonio de una amiga que corrobora que Llanos la confesó y le dio la comunión”.
El padre Llanos ¿no se arrepentía de sus arriesgados gestos? “El padre Llanos se arrepentía de todo --afirma el biógrafo--. No he conocido un hombre más crítico consigo mismo hasta la depresión. Pero tampoco con mayor personalidad, fe y coherencia interna. Al final de su vida, retirado en la residencia de ancianos jesuitas de Alcalá, confiesa a un periodista local que, como sacerdote, se arrepiente de lo del puño en alto, pero no de ser comunista pues debía compartir todo con aquel pueblo. Y declara que su pasión de siempre, lo que le motivaba de fondo toda su vida, era su amor a Jesucristo”.

Fuente                                 Nieves San Martín

Para saber + www.pedrolamet.com (11 de abril de 2013) © Innovative Media Inc.