Continuidad clásica en el mundo Hispano-Ruso:nuevas consideraciones sobre la Tercera Roma
El célebre eslavófilo Khomiakov dejó escrita hace más de cien años la siguiente frase:
«En nuestra opinión, hablar del Imperio Bizantino con desdén significa reconocer la propia ignorancia.»
Aunque nos parezca un tanto exagerada, si pensamos en Rusia y en España, creemos que la afirmación guarda cierta realidad. Con los años hemos profundizado en nuestros estudios de Bizancio, pero sobre todo en los de la Antigüedad Tardía. Esto nos ha ayudado a constatar que no se hallan en exceso desencaminados quienes sostienen que en esa época se fraguó el legado dejado por Roma en Occidente, principalmente en España; y, principalmente en Oriente, lo que luego iba a convertirse en el glorioso Imperio Bizantino, continuador de Roma y de cuya influencia no estamos exentos ni rusos ni españoles. Y que el sustrato de la Antigüedad Tardía sería decisivo, en siglos posteriores, para la germinación de la semilla de Roma en las Españas y las Rusias. En efecto, no pueden entenderse bien las primeras fases de Rusia ni las de España sin acudir a los textos griegos y latinos.
Por consiguiente, a lo largo de este trabajo, pondremos en relación algunos rasgos de parentesco y tradición que unen Rusia y España con la continuidad de la cultura grecorromana hasta nuestros días, e intentaremos mostrar el grado de vigencia sociopolítica y de continuidad del viejo poder romano.
1. El origen de Rusia y España: Vladímir y San Hermenegildo, Kiev y Toledo
Si nos alejamos de interpretaciones ideológicas interesadas muy del gusto de los poderes fácticos «atlantistas», lo cierto es que Rusia, entendida como unidad sociopolítica y cultural del pueblo eslavo del Rus o Ros de Kiev (ellos mismos y otros pueblos de la época se refieren a éste como los rusos), nace bajo Vladímir I el Grande (958-1015). Siendo deudora de Bizancio desde el primer momento, durante los primeros siglos permanece como unidad diferente de la unidad política bizantina, pero en una misma órbita cultural.
En ello entendemos esencial la conversión del pueblo ruso al Cristianismo, iniciada con Vladímir (988-989) y que culmina en menos de un siglo, mientras que por ejemplo la de los pueblos escandinavos tardó mucho más. Además, Vladímir se casó con la princesa Ana de Bizancio. En cualquier caso, ya antes de Vladímir había contacto continuado, hasta el punto de que encontramos tropas rusas sirviendo como auxiliares dentro del ejército bizantino; y nos encontramos con su abuela, la princesa Olga, bautizándose el año 957 en Constantinopla con el nombre de Elena y trabajando incansablemente por la conversión de su pueblo. En medio de experiencia mística, años antes de la decisión de su nieto Vladímir, expresa lo siguiente:
«Hágase la voluntad divina; que Dios perdone a mi pueblo y a la tierra rusa y que la gracia les haga volverse hacia Dios como lo ha hecho conmigo.»
Mucho después, tras la caída de Zarigrado o Constantinopla en 1453, Rusia recogerá el legado tardoantiguo de Bizancio y querrá mostrarse, por múltiples factores de lógica y sencilla comprensión, como heredera legítima de Bizancio. En aquel momento se forjó la noción de Rusia como Tercera Roma.
De nuevo, por lo que respecta a España, si alejamos interpretaciones históricas pasadas por el tamiz de ideologías de uno u otro signo, España se consagra oficialmente como una realidad en el 589, puesto que desde ese momento, en el III Concilio de Toledo (muertos ya San Hermenegildo y Leovigildo), existe de forma oficial el reconocimiento de una unidad sociopolítica, religiosa y cultural de un conjunto de realidades que reciben el nombre de las Españas o España, bajo el Reino de Toledo,por primera vez de manera independiente. La legitimidad de su independencia le es concedida por Roma, pues España (Hispania si traducimos al latín clásico o Spania en el tardío) formaba parte del Imperio Romano Occidental, a partir de la división definitiva operada tras la muerte de Teodosio en sus dos herederos.
2. La caída del Imperio de Occidente y su legado: el Imperio Oriental y el Reino de Toledo
Como antes señalábamos, puede evocarse sin dificultad la continuidad del Imperio Romano en Rusia. Más aún, si vamos al dato oficial, legítimo y legal, el Senado de Roma (al margen de otras interpretaciones a posteriori), envió el año 476 una delegación al emperador oriental, Zenón, para entregarle las insignias imperiales, las cuales simbolizaban exactamente la legitimidad en quien se deposita el poder romano. Se trata de la culminación de un proceso que había comenzado tiempo atrás, bajo el español Teodosio, Emperador de Oriente, pues ya en la división del Imperio entre dos emperadores (bajo Diocleciano) el poder principal lo ostentaba el de Oriente, aunque estuviera posteriormente en Occidente el primado religioso de la Cristiandad.
Por su parte, la conciencia romana de los bizantinos, sabedores de estas realidades, se manifiesta en que, incluso cuando abandonan el latín como lengua de la administración y el griego se vuelve lengua franca, todavía continúan refiriéndose a sí mismos como los Romanos (hoi Romaioi, en griego); e incluso con cierta frecuencia se referirán, desde Occidente, al Imperio Oriental como Romania y a su emperador como Emperador de los Romanos. Así encontramos, en un tratado de 1220 del Emperador Teodoro con Venecia, reconocidos los títulos del emperador de Bizancio:
«Teodoro, fiel en Cristo Dios, Emperador y árbitro de los Romanos y siempre Augusto, Comneno Láscaro»
Es más, «bizantino» es nombre usado sólo para referirse a los de la capital, pues el resto de habitantes del Imperio Oriental seguirán llamándose «romanos» hasta la caída de Bizancio el 1453; y el Imperio Bizantino siguió llamándose Imperio Romano. Incluso a día de hoy las gentes de esas regiones que –al no haber ido a la escuela– se mantienen al margen de oficialismos, se refieren a sí mismos como romanos, en el sentido de su identidad cultural, de manera que todavía prevalece en ellos una consciencia de que son «romanos». Y el funcionamiento del Zemsky Sobor, si, en su esencia y relaciones con el Zar y carácter auténticamente representativo de aspiraciones populares, se compara con el viejo Senado de Constantinopla, muestra ser una clara evolución de este último.
En Occidente, con la caída del Imperio Occidental el 476, las Españas van a continuar su andadura como entidad independiente, pero los hechos habían afianzado al Reino de Toledo en su conciencia de continuidad con Roma, de manera que existe una serie de luchas intestinas entre los continuadores de Roma y los enemigos de esta continuidad. Adquiere entonces importancia la noción de imitatio Imperii, se establecen relaciones importantes con Bizancio y se asienta toda una estética regia emparentada con la de Bizancio. Especialmente relevante es la relación de figuras como San Isidoro o San Hermenegildo con Bizancio, pues profesan la misma religión; y San Hermenegildo prefirió ser decapitado antes que recibir la comunión de un obispo de la herejía arriana. La conciliación se alcanza, como hemos recordado ya, en el 589, con el triunfo de la ortodoxia, frente a los arrianos, con la consiguiente unidad religiosa, en la que persiste el sustrato romano incluso en el aún vigente estatuto de «ciudadanía romana».
Algunas décadas antes, ya en los tiempos en que el reino visigodo tenía su capital en Tolosa, había tenido lugar un conflicto permanente entre diversos intereses romanos y antirromanos en el seno de la sociedad visigoda. En aquel entonces, Roma y Gotia habían firmado el primer tratado federativo (414) de apoyo militar a Roma y lealtad al Emperador, el cual otorga poderes sobre las Españas al rey Ataúlfo, el primer rey visigodo (410-416) que, si en un principio, como Vladímir, se muestra hostil a lo romano, a la postre adquiere estética y estilo romanos. Y es también el primer rey visigodo en entrar en la Península Ibérica, el año 415, con afán declarado de convertir las fuerzas visigodas en espada de Roma.
En el 475, en virtud de otro tratado, Roma reconoce la independencia de Hispania bajo el reino visigodo. Bajo Eurico, el primero que puede llamarse «rey de las Españas» en sentido estricto se produce la primera compilación legal: el Codex Euricianus, en cuya redacción colaboran los juristas romanos; y se establece una administración en la que participa ya los hispanorromanos, aunque la unificación de ambos pueblos no sea efectiva hasta más de un siglo después. Con todo, el Reino Visigodo mostrará la continuidad con Roma hasta la invasión mahometana.
3. Reconquistas española y rusa
La evolución del reino hispánico de Toledo se ve truncada por la invasión mahometana, que acaba con el reino de Rodrigo, por causas bien estudiadas en su día por Don Marcelino Menéndez Pelayo. Ello nos llevó no de un mundo oscuro a siete siglos de esplendor y cultura (como muchos tratan ahora de reivindicar), sino de la continuidad romana de la monarquía visigótica a siete siglos de permanente conflicto, como ha sido demostrado por cualificados arabistas.
En efecto, aporte verdaderamente demostrable e importante de la nueva realidad peninsular del 711 a 1492 son siete magníficos siglos de guerra, puesto que otras contribuciones tópicamente atribuidas a la dominación mahometana –si aceptamos a los invasores como transmisores (no creadores) de ciencia y de cultura– nos habrían podido llegar a través de Bizancio, esplendorosa civilización que, si lo decimos moderadamente, se vio abatida por el ataque de una potencia militar cuyas excusas de invasión y guerra no se sustentan precisamente en legitimidad demostrable alguna, ni menos aún en criterios racionales de progreso o altruismo.
Así, España se ve reducida al Reino de Asturias y, andando el tiempo, la continuidad de Roma se ve monopolizada por el Sacro Imperio o Imperio Carolingio, que aunaba un conjunto de territorios mucho menos romanizados y cristianizados que España, pero con mayores opciones de defensa y mayores capacidades efectivas. La voluntad de continuidad con Roma del Sacro Imperio se manifiesta en muchos ejemplos, como el uso del águila o el título de «Kaiser» (de Caesar). Otra cuestión enteramente diferente y que excede las pretensiones de este trabajo sería dilucidar si la continuidad es efectiva o, por el contrario, es más efectiva, a la postre, en Bizancio y en Rusia (o en España). En cuyo caso, lógicamente, la denominación «romano» del Sacro Imperio sería más nominal que efectiva.
A pesar de todo, tras muchos intentos, Constantinopla acabará cayendo en manos de los perseverantes mahometanos. Y Rusia, al igual que España, aunque un poco más tarde que ésta, también tiene que enfrentarse con diversas invasiones no sólo para protegerse a sí mismos, sino ejerciendo a la vez de muro protector del continente. En efecto, será el reino de Moscovia el que acabará convirtiéndose en cabeza de los demás reinos y orquestará la reconquista de todas las Rusias, con el Zar (de Caesar) a la cabeza y el águila romana como emblema. Y la prueba de que la continuidad no se limita a puras apariencias está en que la cultura rusa es incomprensible sin la romana imperial, es decir, sin la bizantina y griega tardía, aparte de otros hechos que mostraremos enseguida. Además, la conquista de Siberia demuestra ser, a todos los efectos, la continuación de esa reconquista y recuperación, ya culminada, de todos los territorios que le habían sido arrebatados.
En el caso de España, la Reconquista de los reinos de las Españas culmina con los Reyes Católicos, que ponen fin así a la amenaza mahometana en el estrecho de Gibraltar; y esa misma idea civilizadora y no colonizadora de reconquista es la que mueve, como un eco, las conquistas en el resto del mundo, como es el caso de América, percibida como una continuidad, labor semejante y hasta cierto punto equiparable a la de Rusia en Siberia. Tales motivaciones no pueden ser comprendidas por todo el mundo; a veces incluso por parte de españoles actuales, por infundado complejo o por haberse visto influidos por pensamiento extranjerizante puede hacer vivir descontextualizado; o bien por lo que nos enseña el refranero castellano: «cree el ladrón que todos son de su condición».
Fuente Guillermo Pérez Galicia