“Iberia sumergida”: la España profunda y la España superficial
Cuando a Gabriel Celaya le preguntaron, en una entrevista concedida al diario EL PAÍS, la razón de ese título, el vate hernaniarra dirá que “Iberia Sumergida”: “…es un libro de poesía histórica en torno al sometimiento, por parte del Estado español, de las primitivas tribus iberas, que eran autónomas. Iberia y el Estado español estaban en contradicción; Iberia era lo más auténtico y el Estado español una construcción con la que se trataba de desmontar las comunidades tribales. En lugar de reorganizarlas lo que hizo fue negarlas.” (EL PAÍS, 29/ABRIL/1978).
La idea matriz de la que se nutre Gabriel Celaya tiene sus antecedentes en la interpretación histórica de España realizada por el federalismo decimonónico y que forma parte de la herencia de vastos sectores de la izquierda peninsular, así como fue un ingrediente originario de los nacionalismos secesionistas.
Es una idea que levantará las ampollas de las mentes simplistas que entienden a España en una perfecta identidad -metafísica y física- con el denominado “Estado español”. El republicanismo federal pudo arraigar en la segunda mitad del siglo XIX, en efecto, gracias a todos los problemas económicos, sociales y administrativos que trajo consigo la destrucción de los vínculos comunales y territoriales vigentes en el Antiguo Régimen.
Ésta es la sistemática destrucción que le debemos al triunfo procesual del liberalismo en España. Desde 1812, con las Cortes de Cádiz (en guerras intestintas y en un tira y afloja que enfrentaba a las fuerzas tradicionales del pueblo y a la minoría extranjerizante constitucionalista) hasta la proclamación de la I República Española, las relaciones de los territorios españoles había ido enrareciéndose debido a la centralización, el disgusto se había generalizado y el constructo de la nación liberal no satisfacía ni a los más extremos del liberalismo (demócratas y republicanos) ni al enemigo tradicional de ese artefacto: el carlismo tradicionalista.
La idea de una “España” falsificada tendrá una gran aceptación en los sectores izquierdistas y nacionalistas.
Es así como, con antelación a Celaya, podemos leer a un eminente intelectual catalán: Pere Bosch i Gimpera (1891-1974).Pere Bosch i Gimpera será nombrado en 1915 director del servicio de excavaciones arqueológicas del Institut d’Estudis Catalans y catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Barcelona en el año 1919; de la que más tarde llegará a ser Rector; pero además de su meritoria carrera universitaria, Bosch i Gimperà intervendrá en la política, siendo miembro de Acció Catalana (formación política que congregará a una facción juvenil que se escinde de la Lliga Catalana y a la Unió Federal Nacionalista Republicana), llegando a ocupar puestos muy importantes en la Generalitat, como el de Consejero de Justicia en el gobierno de Luys Companys desde junio de 1937 hasta el 1 de abril de 1939. Sus cargos de responsabilidad política en la Generalitat republicanista le forzarán a abandonar España, encontrando asilo político en México. Como síntesis de su concepción de España, valga este fragmento de 1948:
“Esa España [se refiere a la auténtica] hay que buscarla debajo de las superestructuras que la han ahogado secularmente. La superestructura –el imperio romano-visigodo-leonés-trastámara- Habsburgo-borbónico-falangista- no es España, y lo mismo que con él los pueblos de América no pueden dialogar, los auténticos españoles tampoco”.
El lenguaje de Bosch i Gimperà adopta aquí tintes marxistas (aunque Bosch i Gimpera nunca fue marxista) cuando recurre a la imagen de “abajo” (“infraestructura” marxista: “Basis”) y “arriba” (“superestructura”: “Überbau”), pero la idea es la misma que repetirá en 1978 Gabriel Celaya.
Para Bosch i Gimperà y para Gabriel Celaya (son dos ejemplos paradigmáticos, pero podríamos citar a muchos más), España está disociada entre la España real y la España oficial.
La verdadera España es una Iberia sumergida, bajo el artefacto estatal unitario de la España que tantos dolores de parto han costado las revoluciones liberales; pero para ambos la “desviación histórica” (así es como denomina Bosch i Gimpera al proceso que ha derivado en esta España falsificada resultante) no tiene su origen en las revoluciones liberales que se suceden durante el siglo XIX, las que rompieron los ancestrales vínculos, la estructura orgánica y tradicional de la España que respetaba las libertades municipales, la diversidad innegable de las comunidades que la componen y todo aquello por lo que luchó el auténtico carlismo (que no fue un juego de pedantes cortesanos alrededor de un legítimo pretendiente, sino la resistencia más noble a la transformación de España que la conduciría al estado en que se encuentra hoy).
Para Bosch i Gimpera y para Gabriel Celaya, por el complejo aluvión de sus prejuicios respectivos (similares en tanto que los dos han ido a las mismas fuentes: Pi y Margall con “Las nacionalidades” es una de ellas), ningún Estado habido en el curso de los siglos sobre el solar hispano, representa legítimamente lo que ellos entienden como la verdadera España: la España oprimida bajo el yugo de poderes estatales ajenos a su constitución histórica.
Hay aquí, como podemos ver un auténtico problema que está pendiente de ser resuelto y que no podrá ser solucionado aplicando la falsa perspectiva moderna (ingenua cuando exalta el unitarismo a la manera jacobina y que pone de manifiesto la ignorancia de nuestra historia peninsular).
No pensemos que este asunto, aquí someramente presentado, es un apunte erudito que tuviera cabida en una especie de capítulo sobre las “Concepciones de España”. Esta cuestión es más actual de lo que podemos pensar.
Recientemente, D. Miguel Ángel Quintanilla, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Salamanca y senador por el PSOE desde 1982 a 1989, ha llamado la atención sobre lo que él denomina el “superestructuralismo”, encontrando que en esta vaporosa concepción “superestructuralista” de España cabe identificar algunas de sus proposiciones que Quintanilla enuncia, más o menos así:
1) España no es una nación, sino un Estado que se origina en la Constitución de 1978.
2) La transición del franquismo a la democracia fue una farsa.
3) Tras la vida política aparente, existe una vida política oculta que está corrompida.
4) Hay que desenmascarar el engaño.
5) La violencia política está legitimada en tanto que vivimos en una farsa.
6) España es a día de hoy una ficción, sostenida por la amenaza y la represión;
7) El superestructuralismo, al parecer del profesor Quintanilla, explicaría la derrota electoral del PSOE en 1996. (Artículo “España como superestructura”, de D. Miguel Ángel Quintanilla).
Según D. Miguel Ángel Quintanilla, este discurso ha sido articulado por la izquierda, por el nacionalismo y por la izquierda nacionalista.
El análisis de D. Miguel Ángel Quintanilla no deja de tener su interés, pero- aunque no lo compartimos íntegramente- hemos querido proporcionar la noticia de su existencia, puesto que pone sobre el tapete la cuestión que estamos tratando: la de una concepción que, como hemos podido ver, aludiendo a los casos de Celaya y Bosch i Gimpera, ha estado latente durante mucho tiempo y que, en gran medida, muestra una herencia federalista, en parte justificable -a nuestro parecer- en tanto que es la reacción de cuantos han sentido la opresión de un constructo ajeno a nuestras más hondas raíces: la artificiosa “superestructura” (en palabras de Bosch i Gimpera) del “Estado español” unitario (a la jacobina) construido por las minorías conspiradoras del liberalismo del siglo XIX, levantado sobre la expropiación de los bienes eclesiásticos y municipales, la depauperación y envilecimiento del pueblo y la explotación sistemática de nuestros recursos naturales por parte de potencias extranjeras como Inglaterra y Francia, mientras los oligarcas de los gobiernos liberales se lucraban…
Y, en efecto, como resultado: el oprobio y sometimiento de la verdadera España. Hasta los extremos de convertirla de una potencia hegemónica en una colonia.
Salta a los ojos que la España de hoy no es, en modo alguno, una nación vertebrada. La España de las Autonomías está crujiendo. Los ánimos se crispan cada día más con las provocaciones, sobre todo de la Generalitat de Calatuña, y podemos decir, como Francisco de Quevedo, aquello de:
“Hay muchas cosas que, pareciendo que existen y tienen ser, ya no son nada, sino un vocablo y una figura”.
Sin embargo, no somos pocos los que, ante los desmanes de la casta partitocrática que no resuelve y más bien empeora las cosas, hemos pasado a la España Latente: a la Numancia de nuestros abuelos y a la Covadonga de nuestros padres. Pues será allí, en lo profundo, donde podamos poner a salvo lo que queda de la España verdadera, después de tantas bellaquerías, imposturas, expolios y truculencias que, desde el siglo XIX a hoy, hemos sufrido.
Otra España es posible. Pero será la que se reflote de los fondos.
Fuente
movimientoraiganbre Manuel Fernández Espinosa