¡Qué suerte la nuestra: trabajamos más por menos dinero!
A Díaz Ferrán, el ex-presidente de la patronal española recién detenido por alzamiento de bienes y blanqueo de dinero, al menos le debe quedar ese consuelo: esa fue su recomendación cuando aún era presidente de la patronal y embajador del esfuerzo y la honestidad empresarial frente a unos sindicatos –y, por extensión, unos trabajadores- a los que implícitamente tachaba de avariciosos y vagos. Esa fue una de sus perlas mientras no pagaba a sus trabajadores ni a la seguridad social y se dedicaba a saquear a sus empresas.
Ahora al menos, desde la cárcel, podrá sentirse orgulloso de lo premonitorias que fueron sus palabras.
Otra cosa es que esa receta sirva de algo para salir de la crisis. Los que piensan como Díaz Ferrán y algunos más no tan a la derecha del espectro ideológico dirán que sí; que como España no puede devaluar su moneda para volverse competitiva tiene que hundir sus costes laborales y controlar su inflación (lo que se llama una deflación interna) para incrementar sus exportaciones y sustituir, así, la demanda interna de los españoles por la demanda externa del resto del mundo. Es decir, y dicho en román paladino, se trata de abaratar nuestros productos a costa de empobrecer a nuestros trabajadores. De esta forma lograremos que en el resto del mundo compren lo mismo a menor precio y así, además, las empresas extranjeras se sentirán atraídas a invertir en España y a explotar a sus trabajadores, bien disciplinados por el temor a perder el trabajo en una economía con una tasa de desempleo del 25% porque, aunque pueda sonar conservador, ya se sabe que es mejor un salario menguante que ninguno.
De alguna manera, estamos haciendo bueno aquello que decía la economista británica Joan Robinson acerca de la explotación en los países subdesarrollados: hay algo mucho peor que no te exploten y es que ni siquiera quieran explotarte o, lo que es lo mismo, que seas absolutamente prescindible, como trabajador y como consumidor, para el capitalismo.
Pero tranquilos, no se alarmen, que no van por ahí los tiros sino que vamos por el buen camino: la disciplina del mercado nos está haciendo tremendamente atractivos para la explotación a costa de empobrecer masivamente a la mayor parte de la población, a los desempleados por razones evidentes y a los que mantienen su puesto de trabajo por la vía de reducirles los salarios hasta límites de supervivencia.
En efecto, los costes laborales en España han caído casi un 10% desde que se inició la crisis y la productividad ha aumentado en un 4%. ¿Qué bien, verdad? Pues sí, porque, al parecer, eso nos permite ser “competitivos” o, lo que es lo mismo, explotables (y es que yo, llámenme clásico si quieren, prefiero esta última expresión).
Sin embargo, detrás de esa presunta competitividad se esconden otras realidades que no debemos obviar. No podemos dejar de considerar que estamos siendo competitivos y mucho más productivos gracias a que tenemos ya, según estimaciones de Eurostat, seis millones de desempleados que ni tienen trabajo ni en el año próximo, que también será de recesión, esperan tenerlo.
Pero también somos competitivos porque según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística, en 2011 el 44% de los trabajadores españoles empleados por cuenta ajena o por cuenta propia era mileurista, es decir, tenía ingresos mensuales brutos inferiores a 1.218 euros y la cosa no pinta mucho mejor para el año que está a punto de concluir. De hecho, este año, como consecuencia de que los incrementos salariales pactados en los escasos convenios colectivos que se están cerrando están muy por debajo de la tasa de inflación (el 2,9%), estamos siendo sometidos al mayor ajuste del poder adquisitivo de los salarios de la historia democrática de este país.
Así no es de extrañar que, como se denuncia en este estudio de la Fundación 1º de Mayo, más del 30% de las personas ocupadas de este país sean ya trabajadores pobres (working poors), es decir, en estos momentos y en este país trabajar no es sinónimo de bienestar o de inclusión social sino que es perfectamente compatible con la pobreza. De esta forma, y según ese mismo estudio, España es el tercer país de la Unión Europea, tras Rumanía y Grecia, con mayor índice de trabajadores en hogares pobres. Y la cosa ya es de traca si nos centramos en los trabajadores por cuenta propia que viven en hogares pobres: en ese caso, el porcentaje de “emprendedores” que se encuentran en esa situación supera el 41% del total.
Lo que es curioso es que, a pesar de que los salarios estén cayendo de esta manera tan abrupta y que, por tanto, ello se traduzca en un crecimiento negativo del índice del coste laboral, tal y como recoge el INE, la inflación esté aumentando de esta manera. Algo casa mal con el discurso repetido machaconamente de que hay que contener los salarios porque eso repercute negativamente sobre la inflación y de ahí que perdamos, nuevamente, competitividad. La variación del índice intertrimestral de coste laboral armonizado con la UE cayó en septiembre en un -0,3% y, sin embargo, la inflación se encuentra disparada en estos momentos en el 2,9%.
¿Sorprendente, no?
O quizás no tan sorprendente si entendemos que, al tiempo que los trabajadores son sometidos a brutales ajustes salariales, laborales y sociales las empresas (llámenlas el capital, si prefieren, en términos clásicos) están aprovechando su situación de poder para incrementar sus beneficios. ¿Que no me creen?
Pues basta con saber que, por primera vez en la historia económica de este país, los beneficios superan a los salarios en la distribución de la renta o, si lo quieren más claro, este año pasado los asalariados “contribuyeron” a la competitividad de este país perdiendo 26 mil millones de euros mientras que los empresarios lo hicieron ganando 12 mil millones de euros. Pareciera como si los beneficios no fueran, también, una parte del precio y no se pudiera ser más “competitivo” ajustando los márgenes de beneficios.
Dicho todo lo cual, qué quieren que les diga: si para que el país sea más competitivo sus trabajadores deben ser más pobres, casi mejor que emigremos a China, que al menos allí esos dilemas los tienen más que resueltos.
Fuente Alberto Montero Soler
Alberto Montero Soler (@amonterosoler) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y presidente de la Fundación CEPS. Acaba de publicar junto a Juan Pablo Mateo el libro "Las finanzas y la crisis del euro: colapso de la Eurozona", en Editorial Popular. Puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.