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sábado, 7 de marzo de 2015

UN FALSO ÍDOLO




Nicolás Gómez Dávila: La democracia, un falso ídolo

Dávila ataca a nuestra querida democracia. Sin duda, sus afirmaciones son duras e indigestas, pero peligrosamente llenas de sentido. Así, el padre de Escolios a un texto implícito es especialista en volvernos paradoja.

Entre los falsos ídolos, hay uno que el pensador colombiano critica con especial violencia, y lo hace porque considera que es, sobre todo por sus efectos finales, uno de los más nocivos. Nos estamos refiriendo a la democracia. Y es que ella tiene como centro una idea que para Dávila es falsa: "la idea de igualdad. Y si la considera falsa es por algo bien sencillo: es refutada a diario por la experiencia. Una refutación que pone ante nuestros ojos una clara enseñanza: la diferencia es lo que define al hombre. Pero nosotros no somos un caso único en la naturaleza, ya que ese proceso de diferenciación es el pulso mismo de la vida y lo que la convierte, ni más ni menos, que en un taller de jerarquías"[1]. Con este gesto, Dávila pretende llevar su ataque a la democracia hasta un nivel más profundo que el meramente político y desde él deslegitimizar toda sociedad que tenga al igualitarismo por piedra de toque. 

Pero debe quedar claro que no estamos ante una mera maniobra intelectual, porque Dávila está tan seguro de que la Modernidad ha metido en el centro de su ideal político una noción falsa que llega a decir: «En lugar de buscarle explicaciones al hecho de la desigualdad, los antropólogos debieran buscársela a la noción de igualdad»[2]. Sin duda, para cualquiera que esté educado en eso que se llama valores democráticos, esta frase constituye una provocación e incluso motivo suficiente para salir corriendo del pensamiento de Dávila. Pero antes de hacerlo creo que es oportuno que nos tomemos la molestia de pensarla, y si lo hacemos veremos que en ella hay más de lo que dice. Para nuestro filósofo, la noción de igualdad, una idea que para nosotros tiene el pedigrí de ser hija del sentido común, en realidad es una construcción histórica en la que hay mucho en juego: ella está en el centro de un sistema político determinado, es decir, algo quiere, para alguien trabaja, y será hacia ese algo y hacia ese alguien donde debamos dirigir nuestra capacidad crítica.

¿De qué la acusa Dávila? De ser, ni más ni menos, que la herramienta ideológica que facilita las cosas a aquellos que ostentan el poder. El siguiente escolio ilustra bien lo que acabamos de decir: «El demócrata en busca de igualdad, pasa el rasero sobre la humanidad para recortar lo que rebasa: la cabeza. Decapitar es el rito central de la misa democrática»[3]. Así, la idea de igualdad, esa idea contrafáctica, convierte a la democracia en una maquinaria que homogeniza igualando por lo bajo, consiguiendo, de este modo, una sociedad que tiene como medida la mediocridad y en la que cada individuo, por igual, es siempre sustituible, logrando el sueño de todo despotismo: una muchedumbre ideologizada[4], distraída por el circo electoral[5], que es explotada mientras se cree libre[6].

"Pero el igualitarismo, ese corazón de la democracia, guarda dentro de sí otra perversión, ya que al atrofiar la capacidad de distinguir y al tener como norma dar a todos lo mismo elimina de raíz la capacidad de admirar, aquello que para Dávila es el órgano que nos permite distinguir a los mejores e imprimir sobre nosotros su influencia"[9]. De esta manera, el filósofo colombiano otorga a la capacidad de admirar dos funciones decisivas que han sido eliminadas: nos permite asumir la diferencia y hace posible el aprendizaje, ya que para nuestro pensador entre iguales no es lícito enseñar, y como ejemplo nos ofrece el caso de Sócrates: «Si Sócrates realmente nada sabe, ¿por qué no acepta meramente lo que su interlocutor propone? ¿Espera, tal vez, que la verdad nazca de la congruencia de caprichos? ¿Creerá Sócrates, quizá, que el “bien” consiste en lo que los votantes unánimemente aprueban? ¿Será Sócrates demócrata? ¡No! Como todo reaccionario, Sócrates sabe que en una democracia no es lícito enseñar. El demócrata necesita creer que inventa lo que le sugieren»[10]. Pero ni con estas se salvó de que la democracia se lo quitara del medio. 


¿Y qué queda cuando la capacidad de admirar ha sido bloqueada? La respuesta de Dávila es contundente: «En las de democracias, donde el igualitarismo impide que la admiración sane la herida que la superioridad ajena saja en nuestras almas, la envidia prolifera»[11]. Y por ello: «Despreciar o ser despreciado es la alternativa plebeya de la vida en relación»[12].



Hemos dicho que Dávila defiende la idea de diferencia porque cree en la existencia de los mejores, y ahora debemos contestar a la siguiente pregunta: ¿quiénes son ellos? Y para responder, nada más oportuno que partir del siguiente escolio: «Verdadero aristócrata es el que tiene vida interior. Cualquiera que sea su origen, su rango, o su fortuna». Así, lo que para Dávila marca la diferencia, lo que permite la elevación sobre el resto, es el trabajo que uno realiza consigo mismo, que se traduce en la lucha diaria, constante, que debemos llevar a cabo si no queremos caer en la estupidez a la que por naturaleza el hombre tiende. Un cuidado de sí cuyo lema bien podría ser el siguiente escolio: «El alma se llena de malezas si la inteligencia no la recorre diariamente como un jardinero acucioso». Y la diferencia entre los que viven en pulso consigo mismo, en esa tensión que es la matrona de la inteligencia, y los que se dejan hundir en su estupidez, es, para Dávila, la más radical e insalvable que el hombre pueda descubrir: «La distancia entre naciones, clases sociales, culturas, son poca cosa. La grieta corre entre la mente plebeya y la mente patricia». Así, los mejores son aquellos que luchan por forjarse, que piden de sí mismos más cada día, que viven seduciendo a diario a la lucidez y alimentándose de ella. Siguiendo la ya mítica imagen legada por Heráclito, la oposición late, en fin, entre aquellos que están dormidos y aquellos que están despiertos.


Fuente                       Gonzalo Muñoz Barallobre

NOTAS

[1] «La vida es taller de jerarquías. Sólo la muerte es demócrata» Ib., p. 438
[2] Ib., p. 273
[3] Ib., p.438
[4] «Las ideologías se inventaron para que pueda opinar el que no piensa» Ib., p. 639 y «La demagogia deja pronto de ser instrumento de la ideología democrática, para convertirse en ideología de la democracia» Ib., p. 555
[5] «Para distraer al pueblo mientras lo explotan, los despotismos tontos eligen lucha de circo, mientras que el despotismo astuto prefiere luchas electorales» Ib., p. 418
[6] Cfr, Ortega y Gasset, J. La democracia morbosa, en Obras completas 2, Taurus: Madrid, 2004.
[7] «La pasión igualitaria es una perversión del sentido crítico: atrofia de la facultad de distinguir» Ib., 240
[8] «El que no sabe dar a cada uno lo suyo resuelve dar a todos lo mismo» Ib., p. 600
[9] «Los antiguos veían en el héroe histórico o mítico, en Alejandro o en Aquiles, el módulo de la vida humana. El gran hombre era paradigmático, su existencia ejemplar. El patrón del demócrata, al contrario, es el hombre vulgar. El modelo democrático debe rigurosamente carecer de todo atributo admirable» Ib., p. 295

viernes, 6 de marzo de 2015

HOMBRES NUEVOS II




Hombres nuevos (II)

La democracia plantea un problema acaso irresoluble, que es el de la representación política. A la gente se le dice que, a través del voto, elige a sus gobernantes, que estarán obligados por un mandato representativo a atender las peticiones de sus votantes. Pero lo cierto es que tal representación política nunca ha sido plena; y, en las democracias de nuestra época, puede decirse sin temor a la hipérbole que tal representación es casi nula, pues los gobernantes están al servicio del Dinero, que es el que les da las órdenes. Si la gente cayese en la cuenta de que no existe representación política, se podría desencadenar una revolución que aniquilase este contubernio del poder político y el Dinero; y para que esto no ocurra, se arbitra entonces una emplearemos la misma expresión que Platón utiliza en su República «sublime mentira» que haga creer a la gente que su voluntad es soberana y los gobernantes de desviven por atenderla. 

Así se crea el mito del hombre nuevo democrático, que, a diferencia del hombre nuevo de los totalitarismos, no surge tras un periodo de violencia revolucionaria, sino de manera pacífica, hasta alcanzar lo que Augusto Comte llamaba el «estado positivo de la Humanidad», que a su juicio (¡y tenía razón, el muy bellaco!) se lograría a través de la propaganda y la educación. En esta misma idea abunda Marcuse, quien señala que «la democracia consolida la dominación de manera más eficiente que el absolutismo», sin necesidad de recurrir al «terror explícito».

En un artículo anterior señalábamos que el hombre nuevo democrático era una mezcla del hombre-masa de Ortega, el hombre unidimensional del mencionado Marcuse y el hombre programado de Skinner. Detallaremos ahora un poco más el proceso que se sigue para lograr esta metamorfosis, cuyo fin último no es otro sino crear por sugestión el espejismo de que somos titulares del poder político, cuando en realidad solo somos sus felpudos. Para que tamaña sugestión cale en la llamada 'conciencia colectiva', es preciso actuar primeramente sobre las mentes humanas, logrando la desconexión plena entre sus estructuras intelectivas superiores (allí donde residen las funciones específicas del pensamiento, la capacidad de juicio y la responsabilidad) y los impulsos vitales, de tal manera que estos dejen de estar controlados por la inteligencia y se conviertan en meras expresiones de la voluntad. De este modo, mediante la desconexión de inteligencia y voluntad, se logra salvar el reparo fundamental que los partidarios de la aristocracia han hecho a la democracia, pues como atinadamente observaba Donoso Cortés, «si las inteligencias no son iguales todas, todas las voluntades lo son. Solo así es posible la democracia».

Una vez lograda esta desconexión, al hombre nuevo democrático se le infunde la ilusión de que sus deseos e impulsos vitales, puesto que son la expresión más 'auténtica' de su voluntad, deben ser atendidos por el Estado. Pero no hay organización política que pueda atender simultáneamente millones de deseos salidos de millones de voluntades: por eso el gobernante recto no atiende deseos personales, sino que procura atender el bien común; y por eso el gobernante degenerado, para infundir la ilusión de que atiende deseos personales, necesita que todas las personas deseen lo mismo, para lo que es preciso convertirlas en masa gregaria. 

Este proceso de masificación social, tan crudamente animalesco, era realizado en los regímenes totalitarios con métodos expeditivos y carentes de delicadeza, pero en las democracias se realiza con métodos mucho más finolis y recatados, mediante la exaltación de la igualdad, una golosina que a todos gusta, pues es el homenaje que la democracia rinde a la envidia. Esta utilización espuria de la igualdad como «camino hacia la esclavitud» o coartada para la masificación y uniformización de los pueblos ya fue vislumbrada por Tocqueville en La democracia en América: «Todo poder central que sigue sus instintos naturales ama la igualdad y la favorece; pues la igualdad facilita singularmente la acción de semejante poder, lo extiende y lo asegura (...) Se puede decir, igualmente, que todo poder central adora la uniformidad, pues la uniformidad le ahorra el examen de una infinidad de detalles de los que debería ocuparse si hiciera las reglas para los hombres, en lugar de hacer pasar indistintamente a todos los hombres bajo la misma regla». 

Pero ¿cómo se consigue «hacer pasar indistintamente a todos los hombres bajo una misma regla»? ¿Cómo se alcanza la masificación social, requisito previo para crear el hombre nuevo democrático? Trataremos de explicarlo en un artículo próximo.

Fuente                                     Juan Manuel de Prada
finanzas

jueves, 5 de marzo de 2015

EL LABERINTO ISLÁMICO




Islam, islamismo, yihadismo… ¿qué es cada cosa y qué significa?

No todos los musulmanes son islamistas. No todos los islamistas son yihadistas. Pero es un hecho que los yihadistas se han convertido, a ojos de muchos musulmanes, en la auténtica vanguardia del islam.

El islam es una religión: Dios es Alá, que reveló su verdad al profeta Mahoma, el cual dejó impresa la revelación en el Corán. El camino recto que conduce a la salvación consiste en someterse a esa verdad revelada. Islam quiere decir precisamente “sumisión”. Esa religión nace en el siglo VII de nuestra era (cristiana), se extiende rápidamente por el norte de África y por Asia y es profesada hoy por alrededor de 1.200 millones de personas en 57 países. De ese número de fieles, muchos han partido hacia Europa y los Estados Unidos en un proceso sostenido de emigración económica. Se calcula que el número de musulmanes en los Estados Unidos estaría en torno a los 4,5 millones. En la Unión Europea, a fecha de hoy, la cifra se acercaría a los 20 millones. De esa diáspora –valga la judaica expresión-, el principal receptor ha sido Francia, con más de 5 millones de musulmanes entre inmigrantes y descendientes.

Religión y política


En el curso de su historia el islam ha conocido numerosas corrientes doctrinales, frecuentemente vinculadas a trastornos políticos. Las dos corrientes más extendidas son el sunismo y el chiísmo. Ambas arrancan del conflicto por la sucesión de Mahoma a finales del siglo VII. En el plano religioso, el sunismo se caracteriza porque se remite estrictamente al Corán y a la Sunna, es decir, al libro de la revelación y a los dichos y hechos atribuidos al profeta. El chiísmo, por su parte, acepta el Corán y la Sunna, pero la Sunna chií es distinta y, sobre todo, los partidarios de esta facción (“chía” significa precisamente facción”) incorporan a su acervo la autoridad jurisprudencial de los imanes, los guías de la comunidad, en linaje que remite directamente a Mahoma. El último de los grandes imanes desapareció y se ocultó; desde aquel lejano tiempo se espera su retorno. Su lugar ha sido ocupado desde entonces por sucesivos imanes que, por así decirlo, guardan las esencias. Los suníes más radicales sostienen que esto es tanto como equiparar a los imanes con el Profeta, lo cual es blasfemia, y consideran a los chiíes como ajenos al islam verdadero. Por eso suníes y chiíes se hallan en conflicto permanente. Hoy el sunismo es profesado por cerca del 80% de todos los musulmanes; el chiísmo se reduce al 20% y su epicentro es Irán, con grandes comunidades también en Irak y Siria.

El islam no tiene propiamente un clero. Hay fieles que alcanzan unos conocimientos particularmente profundos en materia doctrinal y que amplían sus estudios en los grandes centros religiosos musulmanes –en Arabia Saudí o en Egipto-, lo cual les faculta para dirigir a las comunidades en las mezquitas y predicar a los fieles, pero no son clérigos. Tampoco existe una autoridad religiosa que siente directrices aceptadas por todos o haga evolucionar la doctrina. La única fuente de verdad sigue siendo el Corán y la Sunna, y en principio cualquier fiel está en condiciones de interpretarla. Sobre este paisaje, la rama chií presenta una particularidad y es que posee un cuerpo de “expertos” –aunque no colegiados- capaces de interpretar los signos que envía el imán oculto antes de su retorno.

Ahora bien, el islam no es sólo una doctrina espiritual, sino que es también, y desde su origen, una religión política. Mahoma aglutina a una serie de clanes tribales que renuncian a su singularidad previa para abrazar el nuevo credo. En nombre de ese credo se extienden y ganan nuevos territorios que quedan incorporados a la comunidad de los creyentes por un lazo que no es religioso, sino político. Pero es que, además, Mahoma, el profeta, se inviste no sólo de la autoridad espiritual, sino también del poder temporal. Mahoma murió sin descendencia y sus sucesores consolidaron la comunidad islámica bajo el nombre de califato (“Califa” quiere decir literalmente “sucesor”). El califato es una realidad al mismo tiempo política y religiosa: se atribuye el gobierno sobre el pueblo musulmán y se rige por la ley islámica (la “sharia”). Ha habido varios califatos. El último fue el del Imperio Otomano, oficialmente disuelto en 1924. Este carácter simultáneamente político y religioso es clave para entender toda la historia del islam y, por supuesto, su actual circunstancia.

Islamismo yguerra santa

¿Y eso que se llama “islamismo” qué es? El islamismo no define por entero al islam, pero procede de él y sólo por él se explica. Lo que entendemos por islamismo es la pretensión, en nombre de la ortodoxia religiosa, de extender el gobierno de la ley coránica a todas las esferas de la vida (empezando por la política), lo cual, por otra parte, guarda perfecta coherencia con la letra y el espíritu del Corán. Es lo mismo que a veces se llama fundamentalismo o integrismo. En este marco, el yihadismo representa un paso más allá: yihadismo viene de yihad, que es la palabra árabe para designar la guerra santa, es decir, la imposición del islam por la fuerza de las armas. En realidad, yihad significa propiamente “lucha” o “esfuerzo” y es una de las obligaciones capitales de cualquier musulmán. Su interpretación en términos literalmente bélicos es discutible; muchos sostienen que en realidad se trata de una “lucha espiritual” interior. Pero, en cualquier caso, es la interpretación bélica la que ha prevalecido dentro de la propia órbita cultural islámica, máxime cuando el propio Corán abunda en prescripciones de orden guerrero. El yihadista, pues, es un islamista que opta por la lucha armada para imponer su fe. No todos los musulmanes son islamistas. No todos los islamistas son yihadistas. Pero es un hecho que los yihadistas se han convertido, a ojos de muchos musulmanes, en la auténtica vanguardia del islam.

¿Por qué ha crecido el radicalismo –esto es, el islamismo- en la comunidad islámica, tanto en Europa como en los países de religión musulmana? Fundamentalmente, por un choque cultural sin solución posible. El islam, como religión, tiene un problema muy serio: su incapacidad para distinguir entre el poder político y el religioso, entre el mundo de las leyes civiles y el mundo de la fe y la moral. Cuando esa fusión de planos se aplica a rajatabla, el islam queda condenado a no poder vivir pacíficamente sino en sociedades íntegramente musulmanas. Y, desde luego, lo hace incompatible con las sociedades modernas, secularizadas, que descansan sobre una separación absoluta entre orden político y religión.
 
Las grandes transformaciones

Hasta fecha relativamente reciente, este era un problema secundario porque la población musulmana permanecía en sus países de origen y éstos, en general, mantenían sus estructuras políticas y sociales tradicionales, es decir, islámicas. Ahora bien, después de la segunda guerra mundial cambiaron muchas cosas. El mundo musulmán entró en un proceso de grandes transformaciones que están en el origen de cuanto hoy sucede.

Primera transformación: los viejos imperios murieron y en su lugar aparecieron estados dominados por nuevas oligarquías –algunas, no tan nuevas- que predicaron la modernización de sus respectivos países. El proceso había comenzado antes con la construcción de la nueva Turquía tras la caída del imperio otomano, pero se aceleró sensiblemente a partir de 1940 con el nacimiento del partido Baath –en Siria e Irak- y sus esquemas de “socialismo nacional árabe”, así como con el panarabismo de la inmediata posguerra, cuyo mejor exponente es seguramente el Egipto de Nasser. Esa modernización implicaba con frecuencia el abandono de la ortodoxia islámica como guía de la organización social y política, con la consiguiente irritación de los sectores sociales más aferrados a la doctrina religiosa.

Segunda transformación: el renacimiento de las corrientes fundamentalistas a partir del auge económico de Arabia Saudí. La historia del islam es, en buena medida, una sucesión de movimientos fundamentalistas. En el último siglo, el movimiento predominante ha sido el wahabismo (por el predicador del siglo XVIII Ibn Abdul Wahab), una corriente doctrinal específicamente árabe y suní que reivindica el retorno a la pureza primigenia de los ancestros. Esa corriente recibe el nombre de “salafismo”, de la palabra árabe “salaf”, que significa precisamente “ancestro”. La teoría es esta: todos los problemas de los musulmanes provienen de un olvido de la pureza originaria; por tanto, hay que retornar al principio, al fundamente mahometano de la fe, para salvar al pueblo musulmán. El wahabismo fue algo marginal hasta que el clan árabe Saud, que lo había adoptado como doctrina, se hizo con el poder en Arabia en la década de los 30. El dinero del petróleo hizo el resto: Arabia Saudí empezó a patrocinar mezquitas por todas partes y a formar a “doctores de la ley”, y la formación que recibían era esencialmente wahabista. Al mismo tiempo, en Egipto surgía otro movimiento determinante: el de los Hermanos Musulmanes, que incidía en el mismo planteamiento salafista, es decir, de retorno a la pureza originaria. Frente a la pérdida de valores asociada a la modernización, y agravada por los problemas económicos, por todas partes se empezaba a predicar lo mismo: retornar al islam primigenio.

Tercera transformación del mundo musulmán: a partir de los años sesenta y setenta, millones de musulmanes abandonan su lugar de origen para buscar mejor fortuna en las sociedades occidentales. Argelinos y marroquíes en Francia, pakistaníes en Reino Unido, turcos en Alemania… Toda esa población islámica va a arraigarse en sociedades completamente ajenas al mundo cultural musulmán: origen cristiano, separación neta entre Iglesia y Estado, leyes puramente civiles, libertad de culto, creciente libertad de costumbres, etc. La atención espiritual a estas comunidades emigradas se organiza con frecuencia en torno a mezquitas subvencionadas por el petróleo saudí y recae muchas veces en predicadores formados en el espíritu wahabista. Por esta vía el salafismo empezó a propagarse también entre las comunidades musulmanas de Europa. Recordemos su tesis central: la única solución para el musulmán es retornar a la máxima pureza original de la fe. Puede imaginarse el efecto de sus prédicas en el ánimo de unos fieles insertos en sociedades tan radicalmente ajenas al imaginario musulmán.
 
Del salafismo al terrorismo

Con frecuencia se dice que el gran hito en el radicalismo islámico fue la revolución iraní de Jomeini, que creó la primera república islámica en torno a la sharia. Lo de Irán fue ciertamente muy importante, pero hay que subrayar que, al tratarse de un país chií, sus efectos sobre el resto del mundo musulmán fueron muy limitados. Más decisivo fue el encuentro de wahabistas saudíes con salafistas de otros países en la guerra de Afganistán contra la Unión Soviética, en los años 80. Fue ahí donde nació Al Qaeda, la red terrorista del millonario saudí Osama bin Laden. Al Qaeda se convirtió en una suerte de espejo para millares de musulmanes suníes en todo el mundo. Los grupos salafistas se extendieron por todas partes con un discurso homogéneo y con acentos mucho más políticos que religiosos: el pueblo musulmán es sólo uno –la umma, la comunidad de los creyentes-, su forma natural de organizarse es la sharia –la ley islámica-, la decadencia del islam en el mundo moderno no tiene otra alternativa que el retorno a la pureza originaria –salafismo- y para llegar a tal fin es imprescindible hacer la yihad –entendida como guerra santa- contra Occidente, que es el enemigo principal.

En la reconstrucción del imaginario salafista faltaba un elemento: recuperar el califato. Ahí es donde ha entrado el Estado Islámico, nacido de la red de Al Qaeda, pero de la que se separó con un planteamiento estratégico distinto: si Al Qaeda proponía la guerra en un frente que está en todas partes y cuyo centro no está en ninguna, el EI aspira a la creación de un espacio político concreto, material, a partir del cual volver a andar el camino. La capital del estado Islámico es Raqqa, en el norte de Siria: la misma ciudad en la que comenzó, en el año 657, la división del islam en varias sectas.

El radicalismo de Al Qaeda y la abierta barbarie del Estado Islámico son muy minoritarios en el seno de la comunidad musulmana, incluso el salafismo es una corriente poco extendida en la base de los fieles. Sin embargo, estas exacerbaciones del “discurso” islámico tienen a su favor tres bazas que no es posible ignorar. La primera, que sus posiciones teóricas son absolutamente irrebatibles para cualquier musulmán: como se remiten a la pureza originaria, que es la única base formal de la doctrina, nadie podrá condenarlos como “heréticos”. Por cierto que ese “retorno al origen” se extiende incluso a las prácticas más salvajes del estado islámico: muchas de las cosas que hacen –como entrar en un pueblo, decapitar a todos los hombres y vender como esclavos a mujeres y niños- aparecen literalmente en las historias del islam de los primeros tiempos.

La segunda baza es su carácter panislamista: en rigor, el islam no conoce naciones ni estados, sino que la auténtica comunidad político-espiritual es la umma. Así, cualquier ataque contra cualquier país musulmán es, de hecho, un ataque al conjunto de la comunidad. Cuando Occidente cree librar guerras “nacionales” contra un régimen o un país (Irak, Afganistán, etc.), el salafista interpreta que en realidad es una guerra contra el islam en su conjunto. 
Y la tercera baza que juega a favor del salafismo violento es su público objetivo: una comunidad musulmana efectivamente en crisis, que encuentra muy difícil sobrevivir con su fe y sus costumbres en sociedades cada vez más secularizadas e incluso antirreligiosas, y además en franco retroceso socioeconómico. El paisaje se acerca demasiado a esa desesperanza en la que anida el mensaje redentor del retorno a la pureza primigenia.

Así las cosas, la cuestión que se le plantea al mundo musulmán es la siguiente: acertar a separar eficazmente los elementos religiosos de los políticos. Hay numerosas corrientes partidarias de reconsiderar el papel del islam en sociedades que no forman parte de la umma y adaptarse a ellas. Muchos otros, sin embargo, consideran que desde los propios presupuestos del islam es tarea imposible. El reputado arabista francés René Marchand sostiene que el error es nuestro por considerar el islam como una religión más, cuando en realidad se trata de un credo tan religioso como político. En eso reside su carácter explosivo.

Fuente                                      José Javier Esparza
lagaceta

miércoles, 4 de marzo de 2015

DESPUÉS DE MINSK...




¿Qué viene ahora en Ucrania?

Traigo a  colación el siguiente artículo del actual Presidente ruso Vladimir Putin quien advertía lo difícil en materia de derechos humanos internacionales, geopolítica y política interna para todos aquellos que en su momento se han dejado intervenir por fuerzas foráneas.  En su séptimo y último articulo como primer ministro y precandidato de Rusia Unida Vladimir Putin advertía al mundo sobre como se iba a desarrollar la política de Rusia en el mundo cambiante. Advirtió a los que hoy les están generando una diezmada y poco sesuda intervención con incoherentes sanciones, dijo que las causas que se dieron como desestabilización e intervención en países del medio oriente, no tendrían replica en Rusia; Putin  deja muy claro en su artículo publicado en: http://actualidad.rt.com/actualidad/view/39720-Rusia-en-un-mundo-cambiante%2C-un-art%C3%ADculo-de-Vlad%C3%ADmir-Putin , con fecha 27 de febrero del año 2012.
 
Después de haber leído este interesante diagnostico del Presidente de Rusia, resalto lo siguiente: En artículos anteriores publicados por mi equipo de trabajo y en otras ocasiones de manera personal, hemos traído un poco la historia de ese país en cuanto a todo el desarrollo político y geopolítico que advirtió Putin el pasado 2012. Ahora que viene después de Minsk y Ucrania.
 
Recién pasada la cumbre en Bielorrusia, se puede tomar prácticamente como un éxito de la diplomacia de ese país. El cuarteto ahí reunido fue para estabilizar en el mejor de los términos un estatus  para una plataforma de iniciativas de orden pacifico.  El hecho influye de manera positiva para el mundo en general, aunque algunos de ellos se muestran todavía insistentes en cuanto armar a Kiev y con ello desatar un conflicto que acrecentaría las tensiones en toda la región. Los acuerdos ahí firmados están por verse si en realidad la OTAN-Unión Europea y sus patrocinadores de Washington se aguanten las ganas de no entrar en un nuevo orden de presión y sanciones hacia Moscú. Lo cual advertía Putin una falta de entendimiento por parte de todos ellos.
 
La suerte está echada y queda ver como la diplomacia actúa ante está situación que embarga momentos de tensión en el hemisferio. Aunado a esto, las declaraciones de los patrocinados del Tío Sam están sin mecanismos prescritos; lo que significa un objetivo del futuro inmediato, en cuanto a darle solución pronta a este conflicto eminentemente político. Hace unos días atrás el Consejo de Seguridad de la ONU decidió mediante un acuerdo respetar lo resuelto en Minsk. Cabe resaltar que las fuerzas Independentistas tomaron la ciudad de Debéltsevo al este de Ucrania, por tanto hay que recordar que desde el inicio, Rusia pidió un arreglo pacífico a través de un diálogo transparente e incluyente entre todas las partes involucradas en el conflicto. Rusia ha hecho todo lo posible para asegurarse que las conversaciones se dieran en un marco constitucional.
 
Por otro lado, recordando que el representante del Reino Unido aseguró que los acuerdos de Minsk firmados en septiembre de 2014 y febrero de 2015 tienen que ser empleados de acuerdo al calendario conocido para evitar una dificultad en el este de Ucrania, el cual fue irrespetado por este último. También hizo un llamado para que se interrumpieran las provocaciones que se siguen dando porque estos pueden desmejorar los esfuerzos experimentados. Por su parte el representante de Rusia, Vitali Chukrin, dijo que el acuerdo de Minsk “tiene que cumplirse cabalmente por todas las partes y evitar medidas unilaterales que contradigan el espíritu del documento”.
 
En esa dirección deben seguir trabajando para respetar y poner fin al enfrentamiento de las fuerzas independentistas y fuerzas armadas ucranianas. Hay más de 5 mil personas que han perdido la vida y una buena cantidad de desplazados debido al conflicto. Por su parte Poroshenko durante una visita a un centro de entrenamiento de la Guardia Nacional ha dejado dicho que no se ilusionen con el alto al fuego. Queda en evidencia las presiones  que sin duda esta recibiendo por su patrocinador occidental. Habrá que esperar como se torna este escenario. Occidente tiene muchos deseos de activar ataques en el este ucraniano. ¿Qué viene ahora en Ucrania?
 
Las críticas de Occidente hacia Rusia solo se basan en el fracaso de la política bélica que intentaba imponer y no son más que el intento de salvar a Ucrania como proyecto occidental propio, cultivado por Washington.

Fuente                                              Camilo Martiano
eurasiahoy

martes, 3 de marzo de 2015

SOREL, MITO Y MOVILIZACIÓN




La vía nacional al socialismo

La fusión del nacionalismo emergente de finales del siglo XIX -Europa gesta a Italia y Alemania- con las corrientes revolucionarias heréticas del marxismo, en especial la sindicalista, dará lugar a una nueva doctrina que, en las dos más conocidas de sus diferentes versiones, se alza de puntillas sobre sus mitos nacionales: Roma y el socialismo nórdico. Trataremos poco el segundo porque es en esencia un determinismo racial biológico, como el marxismo es determinismo histórico económico. Pero dejamos constancia del uso del rojo en la bandera del Reich y la proclamación del socialismo nacional.

El fascismo primigenio nace de una ruptura del marxismo. La historia como motor abandona el carácter economicista y retoma las rutas imperiales del pasado. Ernesto Giménez Caballero habla de una “comprensión italiana de Lenin” en el primer número de La Conquista del Estado.

Movilización


En Sorel [1] el marxismo sirve exclusivamente como un mito movilizador de carácter heroico. El trabajador toma el papel del guerrero y a través de los sindicatos genera una nueva sociedad que surge del choque contra el viejo mundo. Esa apuesta por el presente tiene su parangón español: “Somos actuales” proclamará Ramiro Ledesma desde La Conquista del Estado, donde se vitorea la Rusia soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi. No se trata de su corrección científica como concepciones del mundo sino de la capacidad para generar una nación en pie, movilizada, igualitaria por lo nacional. Ledesma no busca la verdad del marxismo o del nacionalsocialismo sino su capacidad de movilizar como instrumento revolucionario. Sorel  “esbozaba, pues, una teoría de la revolución en la que los sindicalistas adquirían el papel de héroes homéricos, el sindicalismo revolucionario se revelaba como la nueva virtud o religión que sostendría a la humanidad, y la huelga general, como el mito del proletariado y manifestación de la fuerza de las masas” [2]. La movilización de los trabajadores en los sindicatos, el alejamiento del parlamentarismo y del consenso.

Sorel piensa que sólo los hombres que viven en estado de tensión permanente pueden alcanzar lo sublime. Por eso reivindica el cristianismo primitivo y el sindicalismo de combate de su tiempo. Los sindicalistas sorelianos se alejan del mundo corrupto de los políticos y de los intelectuales burgueses, distinguiendo entre conspiración y revolución, ésta es la única que da vida a una nueva moral. Sólo los trabajadores más militantes -dice Sorel- son sindicalistas: El obrero de la gran industria sustituirá al guerrero de la ciudad heroica. Por tanto, los valores de ambos son comunes y el ascetismo y la eliminación del individualismo suponen características compartidas por el soldado-monje y por el obrero-combatiente. “Los planteamientos sorelianos aparecerían en las formulaciones anarcosindicalistas, lo que supuso un punto de contacto entre este movimiento y el movimiento nacionalsindicalista” [3]

Mitos


Las enseñanzas de Bergson permiten amputar el racionalismo del marxismo y potenciar los mitos revolucionarios, dirigirse a los corazones y no a las mentes, el mito pasa del intelecto a la afectividad. Corneliu Zelea Codreanu aparecía en los pueblos rumanos montado a caballo y vestido con el traje nacional. Si tenía detenidos asaltaba las comisarías con los hombres de la Legión del Arcángel San Miguel. Es el gesto, como lo es la marcha sobre Roma, y la reivindicación del imperio mítico de Escipión que movilizaba a Italia en África. Mussolini proclama: “Los ingleses llevaron látigos, nosotros llevamos palas y azadas”.

Bergson explica que en la conciencia profunda conviven religión y mitos. El método psicológico releva al enfoque mecanicista tradicional. Truecan los fundamentos racionalistas del marxismo por la visión de la naturaleza humana que predica Gustavo Le Bon, quien aconseja que “para vencer a las masas hay que tener previamente en cuenta los sentimientos que las animan, simular que se participa de ellos e intentar luego modificarlos provocando, mediante asociaciones rudimentarias, ciertas imágenes sugestivas; saber rectificar si es necesario y, sobre todo, adivinar en cada instante los sentimientos que se hacen brotar”. Resume Le Bon que “la razón crea la ciencia, los sentimientos dirigen la historia”. Es obvio que las simpatías históricas del nacionalismo vasco por el nacionalsocialismo y del catalán por el fascismo vienen por esta vía del sentimiento movilizador, la generación de símbolos que enardezcan el sentido nacional de la existencia. Con ellos llega el uso de los medios de comunicación como instrumentos de explicación de una realidad y difusión de consignas y de planteamientos asumidos: cine, radio, prensa, televisión.

El sindicalismo revolucionario, que convive con un proceso de nacionalización de Europa,  niega la posibilidad de la explicación social en términos casi matemáticos, niega el racionalismo, al que acusa de corruptor. De Nietzsche aprende la coherencia del revolucionario, la negación de los valores imperantes y la afirmación de otros nuevos y rebeldes. En Reflexiones sobre la violencia[4], Sorel afirma que los mitos no son descripciones de cosas, sino expresiones de voluntad… conjuntos de imágenes capaces de evocar en bloque y exclusivamente a través de la intuición, previamente a cualquier tipo de análisis reflexivo, la masa de los sentimientos que corresponden a las diversas manifestaciones de la guerra librada por el socialismo en contra de la sociedad moderna. Sorel identifica mito y convicciones, entendiendo éstas en términos de las ideas y creencias de Ortega. Sorel distingue entre la ética del guerrero, que apoya, y la del intelectual, que condena: “Ya no hubo soldados ni marinos, sólo hubo tenderos escépticos”. Antepone a Pascal y a Bergson frente a Descartes y a Sócrates.

La teoría de los mitos se vuelve el motor de la revolución y la acción directa su instrumento: “La violencia proletaria, no sólo puede garantizar la revolución futura, sino que, además, parece ser el único medio de que disponen las naciones europeas, embrutecidas por el humanismo, para recobrar su antigua energía”, escribe George Sorel en Reflexiones sobre la violencia. La acción directa es la respuesta a la brutalidad inherente a la explotación del trabajador, camuflada bajo la cortina de humo del sufragio partitocrático. Marx había escrito que la violencia es la única partera de la nueva sociedad. José Antonio Primo de Rivera señala en su única intervención filmada que “el fascismo no es una táctica, la violencia, sino un principio: la unidad”.

Voceros para la nacionalización de la izquierda


A la corriente con Sorel se suma el sociólogo Robert Michels[5] , el economista Vilfredo Pareto y los literatos Giovanni Papini y Filipo Marinetti, entre otros. Michels formula la ley de hierro de la oligarquía, en ella defiende que el liderazgo por sí mismo genera intereses propios distintos de los intereses de los representados, al tener que ser delegada la soberanía de todos en unos pocos dirigentes, la democracia es imposible.

Marinetti en El manifiesto futurista señala el nuevo paradigma: “Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad. El coraje, la audacia, la rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía.  (…) No existe belleza alguna si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra maestra. La poesía debe ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para forzarlas a postrarse ante el hombre. (…) Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere (…) Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitaria”. En esa línea, en el número dos de La Conquista del Estado, Ramiro Ledesma escribe: “Buscamos equipos militantes, sin hipocresías frente al fusil (…) que derrumben la armazón burguesa y anacrónica”. De las palabras a los hechos, las JONS asaltan al Asociación de Amigos de la Unión Soviética.

Finalmente, al sindicalismo como instrumento se une la nación, el espacio de la solidaridad unamuniano. Con este punto de partida, Mussolini creará su teoría de naciones proletarias. “Que hacia esa confluencia nacional-sindicalista basculara por las mismas fechas alguien como Benito Mussolini, hasta entonces uno de los líderes de la izquierda socialista, no era sorprendente. Desde 1911-12, Mussolini, sobre quien Sorel tuvo reconocida influencia, se había situado, aún dentro del Partido Socialista Itaiano, en posiciones muy próximas a las del sindicalismo revolucionario, condenando el reformismo del PSI y de la Confederación laboral, instalados en las instituciones. Mussolini defiende el espontaneísmo revolucionario de las masas, la autonomía sindical y la huelga general revolucionaria” [6].

Tercera vía


Con todo ello, los sorelianos abren la tercera vía entre las dos concepciones totales del hombre y la sociedad que son el liberalismo y el marxismo, ideologías presas del racionalismo donde se prescinde de la intuición y del sentimiento en favor de una imposible concepción matemática de las ciencias sociales. El discurso es radical, basado en el poder de los sindicatos pero repudiando el carácter meramente reivindicativo de éstos y su domesticación por el socialismo parlamentario. Los sindicalistas nacionales repudian los pactos y acuerdos con la burguesía, así como el sistema de dominio del liberalismo democratizado: el parlamentarismo. “Asistimos sonrientes a la inútil pugna electoral. Queremos cosas muy distintas a esas que se ventilan en las urnas: farsa de señoritos monárquicos y republicanos” [7]. En 1920, enmarcadas en las huelgas y ocupaciones de Italia septentrional, los nacionalsindicalistas exigen la autogestión de la industria. El primer ministro Giolitti reconoce el derecho de participación de los trabajadores en las empresas. El nacionalsindicalismo italiano obtiene así una victoria épica que describe de forma excelente El nacimiento de la ideología fascista.

Sorel recibió con alegría la revolución rusa, a pesar de haber criticado enérgicamente a los revolucionarios profesionales. Sorel ve en Lenin al genio creador del jefe contra la vulgaridad democrática. Ramiro Ledesma, en abril de 1931, pide al Gobierno español que reconozca al Gobierno soviético. Más adelante escribe que al marxismo hay que darle los honores de haber caído en la lucha revolucionaria.

Sorel asume la frase de Croce y afirma: el socialismo ha muerto, cuando descubre, con amargura, que los fines y comportamientos del trabajador no difieren de aquellas de los burgueses. El carácter pactista del parlamentarismo liberal ha seducido a los partidos socialistas europeos occidentales y los sindicatos, animados por la acción directa y el mito de la huelga revolucionaria, o se amoldan o se separan radicalmente del socialismo parlamentario. Sorel se desentiende de las construcciones teóricas que anteceden a la acción, él cree en el hecho revolucionario. Abandona el marxismo cuando la socialdemocracia se domestica en los parlamentos. Sorel da su posterior adhesión a los procesos de revolución nacional que sacuden Europa.

José Antonio Primo de Rivera leyó a Sorel. La obra del ingeniero francés figura en el plan de lecturas de José Antonio en las cárceles de Alicante y Madrid en 1936. Algo de ello hay ya en 1933, en el paraíso vertical con ángeles con espadas del discurso de la Comedia. Con Sorel, José Antonio aconsejaba a los sindicatos alejarse del mundo corrupto de los políticos y de los intelectuales burgueses, a los que José Antonio consideraba encerrados de forma egoísta en torres de marfil. En “Elogio y reproche a don José Ortega y Gasset” Primo de Rivera exige el compromiso con su tiempo y critica al espectador en que se ha convertido su maestro. En contra de las viejas creencias del sindicalismo revolucionario primigenio, Primo de Rivera no creía que la revolución de hiciera desde abajo. José Antonio creía que la revolución era tarea de una minoría “inasequible al desaliento”, algo similar a la vanguardia del partido promovida por Lenin o al pelotón de soldados de Spengler.

FE de las JONS no cuaja en sus escasos cuatro años de existencia como organización independiente, aunque experimenta un renacimiento en la construcción del nuevo Estado tras una Guerra Civil en que los falangistas de carnet se multiplicarán como las setas tras la lluvia. Los cinco mil hombres, como mucho, con sus mandos encarcelados, que era la Falange en febrero de 1936, se convierten en los centenares de miles que organiza Manuel Hedilla en vanguardia y retaguardia con sus propias unidades, organizaciones y academias militares. Entonces el mito movilizador será el del propio José Antonio muerto, ya conocido como el Ausente. Y el sindicalismo revolucionario, el civilizador, pasará a las catacumbas de la Historia.

Fuente                                                 Gustavo Morales

NOTAS.
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[1] Para más información sobre el autor francés ver de Gustavo Morales De la protesta a la propuesta Fundación José Antonio Primo de Rivera, Madrid 1996.
[2] Época: Desafío al liberalismo Inicio 1870-1914 http://www.artehistoria.com/historia/contextos/2719.htm
[3] Juan VELARDE FUERTES et al. José Antonio y la economía. Grafite Ediciones, Baracaldo 2004, página 185.
[4] Este es uno de los libros que figuraban entre los trabajados por José Antonio Primo de Rivera en sus estudios de doctorado.
[5] Robert Michels, hijo de Julius Michels y Anna Schnitzler, nació en Colonia el 9 de enero de 1876. Amigo de Max Weber, fue profesor universitario en Bruselas, París, Turín, Basilea, Perugia y Florencia. Por sus opiniones socialistas no pudo ejercer la docencia en Alemania. Era un crítico de izquierda de la Socialdemocracia, autodefinido en el campo del sindicalismo revolucionario italiano y francés, terminó apoyando al fascismo durante y después de su acceso al poder. Pareto, de posición más conservadora, también condenaba a la democracia burguesa por desconocer el rol de las elites, y saludó el advenimiento del fascismo como señal del derrumbe del régimen liberal corrompido.
[6] Época: Desafío al liberalismo Inicio: Año 1870 Fin: Año 1914 http://www.artehistoria.com/historia/contextos/2719.htm
[7] Ramiro Ledesma La Conquista del Estado, 11 de abril de 1931, página 1.

lunes, 2 de marzo de 2015

EL IMPERIALISMO INTEGRAL



El nuevo orden mundial y la seguridad demográfica


La ambición de controlar la vida humana desde la concepción a la muerte es la máxima expresión del imperialismo integral. Como vamos a ver, este imperialismo es metapolítico, ya que procede de una concepción particular del hombre. Las expresiones políticas y no políticas de este imperialismo no son más que las consecuencias perceptibles de esta antropología. Esto nos va a llevar a aclarar la dimensión totalitaria de este imperialismo, cuyos efectos todavía no se han mostrado en su totalidad.
 

Para analizar la génesis de este imperialismo que está naciendo ante nuestros ojos, vamos a partir de la ideología de la seguridad nacional.
 
Hacia la globalización
 

Desde el final de la guerra de 1939-1945, la diplomacia norteamericana ha estado grandemente dominada por el tema de los "dos bloques". Con ciertas variaciones de acento, este tema fundamental aparece bajo las etiquetas de guerra fría, enfrentamiento Este-Oeste, zona de influencia, coexistencia pacífica, deshielo, distensión, etc. Mas, con motivo de la crisis petrolífera de 1973, algunos círculos norteamericanos empiezan a percibir la importancia de otra división, la división Norte-Sur. El congreso de Bandung, en 1955, presentaba ya el aspecto de un manifiesto y, poco a poco, los CNUCED y las conferencias en la cumbre de países no alienados se imponen a la atención de los países industrializados: desde Ginebra (1964) a Belgrado (1989), se ha recorrido un camino apreciable. Durante todo este tiempo, el diálogo Norte-Sur se organiza y se institucionaliza; los países del Tercer mundo reivindican un Nuevo orden internacional.
 

En una obra publicada en 1970, Zbigniev Brzezinski había ya atraído la atención sobre el tema(1).La crisis petrolífera de 1973 juega el papel de un catalizador.
Si los países productores de petróleo pueden organizarse y amenazar las bases de la economía de los países industrializados, ¿qué ocurrirá si los países pobres productores de materias primas deciden ponerse de acuerdo e imponer sus condiciones a los países ricos?

 

Para conjurar el peligro, David Rockefeller, utilizando por cierto las tesis de Brzezinski, transpone a la división Norte-Sur las recomendaciones que su hermano había aplicado antes a la división Este-Oeste. Y lo que es más importante, generaliza además, al conjunto del mundo, una visión cuyo alcance, en 1969, estaba limitado, provisionalmente, al continente americano.
 

Desde esta perspectiva, David Rockefeller, respondiendo a una sugerencia explícita de Brzezinski, organiza la "Comisión Trilateral": los EE.UU., Europa occidental y el Japón deben ponerse de acuerdo frente al Tercer mundo, que parece querer organizarse y del que dependen los países industrializados para importar materias primas y energía, y para dar salida a sus productos (2).Y el Tercer mundo está en plena expansión demográfica.
 

La amenaza que pesa sobre la seguridad de los países ricos proviene, según ellos, de los países pobres. Las economías dependen ahora unas de otras, los pases ricos no deben devorarse entre sí, deben al contrario respaldarse; deben preservar e incluso acentuar sus privilegios.
 

Las empresas multinacionales aparecen aquí como un mecanismo esencial del sistema global de la dominación; llevan a cabo una industrialización que al mismo tiempo se encargan de limitar. Gracias a los centros de decisión e la metrópolis, hacen posible el control de los costos de mano de obra. Mantienen un chantaje basado en la amenaza del traslado de fábricas, en caso de que consideren exorbitantes las reivindicaciones de los trabajadores locales. Organizan la competencia y, al mismo tiempo, la controlan, ya que las relaciones de competencia quedan limitadas al mundo de los trabajadores, entre los que las desigualdades de retribución constituyen, a nivel mundial, un factor de división que hay que alimentar para seguir dominando. En suma, las multinacionales velan sobre sus mercados, protegen, en caso necesario, sus oligopolios, y vigilan y, en ocasiones, frenan el desarrollo económico de las naciones satélites.
 

Por su parte, la investigación científica deberá intensificarse y concertarse para garantizar el mantenimiento de un avance constante y decisivo con respecto a los países menos desarrollados. La alta tecnología será exportada con gran parsimonia, para que los países más avanzados en el camino del desarrollo no puedan competir con la producción sofisticada cuyo monopolio quieren conservar celosamente los países de la era postindustrial.
 
¡Multimillonarios de todos los países, uníos!
 

Se trata de construir un nuevo orden mundial, de tipo corporativista, lo que se ha hecho urgente -se asegura- en razón de la interdependencia de las naciones. Pero lo que sucedía ya a escala panamericana, se produce ahora a escala mundial: se pasa rápidamente de la interdependencia a la dependencia. Todos los países, en efecto, no presentan un mismo nivel de desarrollo; en razón de su presencia y compromisos en todo el mundo, los EE.UU. se consideran con derecho a arrogarse una misión de liderazgo mundial. A esta misión deben asociarse las naciones ricas y la clases ricas del mundo entero; la seguridad, su propia seguridad, debe constituir la preocupación común y predominante de los ricos. Esta preocupación justifica, por su parte, la constitución de un frente común mundial, una unión sagrada, si quieren conservar sus privilegios. Con respecto a este imperativo de seguridad común, todos los factores de divergencia entre ricos no tienen sino una importancia relativa o incluso secundaria.
 

Este frente común mundial sólo podrá articularse a partir de los EE.UU. y bajo su liderazgo. En razón de su desarrollo y de su riqueza, Europa occidental y Japón serán asociados, a título de aliados privilegiados, a la empresa de seguridad común. Todo ese bloque constituido por las naciones ricas deberá esforzarse en controlar el desarrollo en el mundo en general. La austeridad ha dejado de ser una virtud: es un deber. Frenar el crecimiento, frenar la capacidad de producción y practicar el maltusianismo económico se imponen tanto más -se nos dice- cuanto que hay que proteger el entorno amenazado por la contaminación. Y así, la justificación teórica del "crecimiento cero" vio la luz en 1972 en el Informe Meadows, y ha sido difundida por el Club de Roma, empresas ambas generosamente financiadas por el grupo Rockefeller(3).
 

Los países comunistas tampoco deberían quedar al margen de este proyecto de seguridad global. China merece una atención excepcional. Está probado -como ya hemos visto (4)- que la despiadada política demográfica llevada a cabo en China popular ha sido apoyada e incluso estimulada por algunos círculos norteamericanos y occidentales inquietos por la aparición de un nuevo "peligro amarillo".
 

Los países del Tercer mundo deberán, pues, aceptar un programa "global". Como los países ricos necesitan sus recursos, estos países en vías de desarrollo no podrán sentirse irritados o escandalizados por el mantenimiento de antiguos métodos de explotación. Tendrán que admitir que su desarrollo habrá de hacerse bajo control; llegado el caso, podrá alabarse la virtud del compañerismo" podrán, por ejemplo, transferirse a su territorio algunas industrias contaminantes, declaradas indeseables en los países desarrollados. En cualquier caso, habrá que impedir que se organicen para esquivar la vigilancia de las naciones poderosas.
 

De todas maneras, al igual que existen límites para el crecimiento económico, también los hay para el crecimiento político. Así lo subrayaba Samuel P. Huntington en un Informe para la Comisión trilateral sobre la gobernabilidad de las democracias: "Hemos tenido que reconocer que existen límites potencialmente deseables para el crecimiento económico. E igualmente, en política, existen unos límites potencialmente deseables para la extensión de la democracia política."(5)
 

Estamos, pues, ante una formulación de alcance mundial del antiguo mesianismo norteamericano. Pero es indispensable señalar lo que esta formulación tiene de esencialmente nuevo y original: este mesianismo pretende, en efecto, atraerse el concurso no sólo de las naciones más ricas, sino también de las clases ricas de las sociedades pobres.
 
Se pone de relieve, ante los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen una amenaza potencial o incluso actual para su seguridad.
 

De lo que se trata, en primer lugar es, desde luego, de proteger la seguridad de los EE.UU. o, más exactamente, de los ricos de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los ricos de todos los países, a quienes se invita a constituir, bajo la dirección de los Estados Unidos, una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el contener el despegue de la población pobre: "¡Multimillonarios de todos los países, uníos!"
 

Así reinterpretada, la doctrina de la contención resurge como el Fénix renace de sus cenizas. Son las tesis principales de esta doctrina las que inspiran el proyecto universalista actual de los EE.UU.,Europa occidental y Japón están asociados de manera especial a este proyecto a título de cómplices y de objetivos al mismo tiempo.
 
Una élite dominante internacional
 

La preocupación por la seguridad debe ser global. La seguridad, cuyo ámbito se dividía en varias partes, se percibe a partir de ahora como un todo: la seguridad es primeramente demográfica.
 

Esta nueva doctrina exige la utilización de instrumentos de acción eficaces. Estos instrumentos son de orden político, educativo, científico, económico y tecnológico. La libertad de iniciativa de las universidades y centros de investigación será orientada o incluso anulada, y su función crítica será muy disminuida. Las subvenciones estarán subordinadas a la complacencia con la que dichos organismos acepten plegarse a unos programas de investigación definidos por la minoría dominante (6).
 

Esta minoría concederá una gran importancia al estudio de los problemas ecológicos, pues de ese modo será posible convencer a los países satélites para que se resignen a la austeridad o a la pobreza: "Small is beautiful" (7). Esta misma minoría financiará las investigaciones sobre la reproducción, la fecundidad y la demografía, con el fin de desactivar la llamada "bomba P". Las universidades, convertidas en "repetidores", junto con los medios de comunicación, se encargarán de difundir por todo el mundo, dramatizándolas, las tesis maltusianas, tras las que se ocultan los intereses de las clases ricas (8). El programa de acción será conciso. Se pondrá de relieve la escasez de materias primas y la fragilidad del medio ambiente. Estos datos serán presentados como necesidades determinadas por la naturaleza, y el volumen de la población habrá de calcularse necesariamente de acuerdo con estos datos.
 

De esta forma se reúnen las condiciones fundamentales que caracterizan objetivamente a un régimen de tipo fascista. Para Juan Bosch, el "pentagonismo" era la explotación del pueblo norteamericano por una minoría norteamericana (9). En la actualidad, el pentagonismo se ha universalizado y la minoría dominante se ha internacionalizado.
 

Esta minoría estará constituida por "personas con recursos", que se sentirán halagadas al ser admitidas en grupos "informales", más o menos conocidos (como el grupo de Bilderberg, la Trilateral o el Club de Roma) u otros menos fácilmente identificables. Esta minoría se arrogará la misión de regentar el mundo y tendrá bajo control a todo un cuerpo internacional de intelectuales, ya sean cómplices o utilizados como instrumentos involuntarios, pero en todo caso poco clarividentes. No será necesaria la constitución de instituciones complejas, ni conseguir funciones representativas o cargos ejecutivos.
 
Una vez que haya adoptado la ideología de la seguridad demográfica, esta "élite" se apresurará a recurrir, con gran aplicación, a la táctica de la infiltración.
 

Un proyecto tan global y totalizador requiere necesariamente unos dispositivos jurídicos y políticos apropiados. En cuanto una "élite" acepta su propia "colonización ideológica", esta misma "élite" se separa del pueblo y pasa a ser capaz de todas las abdicaciones. A partir de entonces, puede ser utilizada como repetidor de un centro de poder de un tipo totalmente nuevo, que evocaremos para terminar.
 
Del Estado al Imperio totalitario
 

El imperio que está ahora construyéndose no tiene, en efecto, precedente alguno en la historia. El fascismo, el nazismo y el comunismo soviético son ejemplos perfectos de totalitarismos. En estos tres casos, el Estado transciende al ciudadano; es el enemigo del yo en todas sus dimensiones: física, psicológica y espiritual (10). Requiere de los individuos una sumisión perfecta y exige, si lo considera oportuno, que se le sacrifique la vida. Este Estado somete el matrimonio, la procreación, la familia y la educación a un control muy estricto.
 

Más concretamente, la familia queda sometida a una vigilancia particular, pues en ella es donde se forman las bases de la personalidad del niño. El Estado totalitario que conocemos en la historia actual se esfuerza, pues, en sustraer al niño de la influencia familiar y le proporciona una educación integral. Este Estado inhibe la capacidad personal de juicio y de decisión; instaura una policía de ideas; culpabiliza y adoctrina, desprograma y reprograma. Impone una nueva ideología, organiza el culto del jefe e instituye una nueva religión civil.
 

La experiencia totalitaria se origina dentro de un Estado particular que se convierte en trampolín de un proyecto imperialista. La misión este Estado particular será definida y `legitimada´ mediante la ideología totalitaria. El Estado particular no sólo es conocido, sino enaltecido. Y finalmente, una ideología supuestamente científica precipita en las tinieblas del oscurantismo a los que no se adhieran a la misma.
 

El proyecto imperialista y totalitario que está tomando cuerpo ante nuestros ojos incrédulos presenta unas características totalmente asombrosas si se le compara con las que marcaron los sueños imperiales de Mussolini, Stalin o Hitler. Este imperio naciente tiene de increíble que no procede esencialmente de las ambiciones de hegemonía de un Estado particular. Tampoco es la emanación de una coalición de Estados y, lo que es más, como ya hemos visto, le vienen muy bien las desigualdades, e incluso las divisiones entre naciones y hasta se ingenia en sacar partido de ellas. El imperio que está construyéndose es un imperio de clase que emana del consenso establecido, por encima de las fronteras, por la internacional de la riqueza.
 
Por tanto, en ausencia de un Estado de contornos visibles, en el marco de este imperialismo de clase, nadie sabe quién decide ni quién es responsable.
 

El lenguaje parece totalmente desconectado del sujeto que lo produce; todo es anónimo, impersonal y secreto. El productor del mensaje ideológico está oculto. No cabe, pues, someter el discurso al juicio personal: está listo para el consumo: frío, objetivo e imperativo.
 

Evidentemente, aún cuando estén ocultos, el discurso es producido por sujetos, y éstos lo producen con destino a otros sujetos llamados a consumirlo. Pero si el sujeto productor de la ideología rompiera el secreto que le ampara, no podría seguir reivindicando la impersonalidad y la objetividad puras. La dimensión subjetiva, utilitaria, interesada, hipotética de su discurso se pondría inmediatamente de manifiesto. El alcance supuestamente universal de su discurso, al igual que las pretensiones `científicas´ con que se reviste, aparecerían en seguida como lo que son: un engaño. El productor de ideología debe, pues, guardar el secreto: es omnipresente, pero inaprehensible.
 

De este modo, el secreto mismo introduce una falsedad en el núcleo del discurso. No existe diálogo entre personas que intercambian libremente sus juicios y sus proyectos con voluntad de claridad. Uno de los interlocutores quiere permanecer en la sombra y quiere que el destinatario de su discurso ignore su identidad y sus intenciones. Todo discurso está, pues, desde un principio, marcado por la voluntad de engaño de la persona que lo emite.
 

El lenguaje, que debería ser el prototipo de la mediación entre personas, se convierte en el medio por excelencia de la posesión de los demás. Como el sujeto productor de discursos no dice nunca quién es realmente, todo lo que dice está tachado de disimulo y engaño. Sus palabras se transforman en instrumentos de agresión contra la inteligencia y la voluntad de los destinatarios de las mismas. Este discurso violenta a las personas que lo reciben, reduciéndolas a la condición de receptáculos pasivos de una verdad venida de fuera, de depositarios de un saber alienado, alienante y hasta esotérico. De un saber supuestamente científico, cuya revelación ha sido hecha a sus iniciados, según éstos creen, gracias a su competencia, de un saber que les procura las bases del papel mesiánico que les corresponde para abrir por fin a la sociedad humana el camino de la felicidad...
 
¿Qué nuevos territorios quedan todavía por conquistar?
 

Las nuevas fronteras del imperialismo ya no son físicas; coinciden con las de la humanidad entera. No basta decir que hay que alienar al hombre, o que hay que poseerlo en todas las dimensiones de su yo. Lo que hay que hacer emerger es un hombre nuevo, completamente purgado de sus creencias pasadas, de su moral sexual, familiar, social, de su creencia en el valor personal de cada hombre y de su creencia en Dios, sobre todo en un Dios que se revela en la historia con el fin de asociar al hombre a su designio de creación, de salvación y de amor.
 

Nos encontramos así, en el nuevo imperialismo, ante la tercera característica del totalitarismo. El nuevo imperialismo, como vimos antes, no emana de un Estado particular, sino de la clase internacional de los ricos y pudientes. En cambio, como ya hemos dicho, este nuevo imperialismo está desprovisto de un "duce" o "jefe", pues los que lo fomentan cuidan de no dejarse ver. En cuanto al tercer punto, sin embargo, vamos a ver que la nueva clase imperial vuelve a las fuentes de la tradición totalitaria clásica: divulga una ideología donde se encuentra, según ella, el fundamento de su `legitimidad´.
 
La ideología de la seguridad demográfica.
 

La ideología en cuestión es la ideología de la seguridad demográfica (11). Según palabras de Marx, la ideología presenta siempre una imagen invertida de la realidad y procede siempre de una falsa conciencia. La ideología esconde siempre los intereses de sus autores. Los juicios que emite, y que constituyen la textura misma de la ideología, no pasan de ser hipotéticos. Y lo son incluso en dos sentidos: deben responder a una doble condición, que corresponde, a su vez, a la doble función que se espera de la ideología.
 

Debe, por un lado, disimular ante los ojos de los autores de la ideología las verdaderas razones de su propio discurso. La ideología está aquí al servicio de la mala fe del ideólogo. Concretamente, la ideología de la seguridad demográfica es una intelectualización que disimula, ante los ojos de la misma clase imperialista, las verdaderas razones que motivan su conducta e inspiran su discurso.
 

Por otro lado, esta ideología tiene por función el seducir a los que se invita -o fuerza- a adoptarla. Las mujeres que se hacen abortar y los pobres a los que se esteriliza son `programados´ para que hagan suyo el punto de vista que sobre ellos tienen los que desean su alienación.
 

De esta forma, la ideología de la seguridad demográfica significa el inicio de una doble perversión. Del lado de sus autores, engendra la doblez; son ellos las primeras víctimas de la racionalización que confeccionan. Y como le colocan a su construcción ideológica la etiqueta de la ciencia, se impiden el ir a buscar fuera de su propia construcción la luz que podría sacarles de la prisión espiritual que fabrican para otros, pero en la que ellos mismos se encierran. Del lado de los destinatarios, engendra el consentimiento a la propia sumisión y les confirma en su alienación.
 

Hasta el presente, nos encontramos ante la más peligrosa ideología imperialista totalitaria que ha conocido el mundo.
 
¿Una nueva humanidad?
 

Pero esto no es todo. La perversión esencial de esta ideología, de que son víctimas tanto sus autores como aquellos a los que va dirigida, es que procede por antífrasis: al mal le llama bien. Se niega la transgresión de la ley moral; la conciencia individual sólo puede referirse a sí misma o, más exactamente, a los intérpretes autorizados de la trascendencia social que le dicen lo que puede desear o debe querer.
 

Esta ideología sirve de fundamento a las instituciones políticas y jurídicas que le sirven .El derecho, por ejemplo, que debería, por definición, aplicar sus esfuerzos a la instauración de la justicia para todos, es objeto de una manipulación ideológica en provecho de la minoría dominante constituida por la internacional de la riqueza.
 

Mas si, como individuos, los miembros de la minoría dominante son generalmente inaprehensibles, no por ello es imposible hacerse una idea bastante clara sobre el espíritu que les anima. La identidad de esta nueva clase imperialista puede determinarse fácilmente remontando desde la ideología que produce y desde los destinatarios de la misma.
 

El discurso ideológico de la nueva clase imperialista tiene un contenido bastante burdo. Empieza afirmándose como principio el acontecimiento liberador de la muerte de Dios. Este principio es `liberador´ se nos dice, porque Dios impide la autonomía del hombre y su felicidad. Así pues, Dios debe morir, e incluso hay que ayudarle a morir, para que el hombre pueda vivir y tomar por fin su destino entre sus solas manos. Cumplida esta condición, la nueva humanidad puede nacer, y de este parto deben ocuparse los iniciados.
 

En este nacimiento, el papel de algunos médicos `ilustrados´ será determinante y, al mismo tiempo, contradictorio. A ellos corresponderá el denunciar las `creencias pasadas´, `precientíficas´, así como los `tabús´ que acompañan a dichas creencias. Son ellos quienes definirán esta tarea, pero su misión se fundará sobre la afirmación de esos mismos postulados (12). Necesitan una ideología para `legitimar´ su papel, pero son ellos los que definen el contenido de dicha ideología. Los tecnócratas médicos que regentan el nuevo imperio no se avergüenzan de semejante petición de principio. Pretenden que el objetivo que ha de procurarse a toda costa es la seguridad demográfica, pero es el imperativo de la seguridad demográfica el que se supone que funda la `legitimidad´ de la tecnocracia.
 

Con el apoyo valeroso de los demógrafos, los tecnócratas se disponen a asistir a la humanidad en el parto del `sentido´ de que su evolución es portadora. Están llamados a ejercer una nueva medicina: una medicina del cuerpo social más que del individuo (13). Una medicina que consiste en administrar la vida humana como se administra una materia prima; en constituir una nueva moral basada sobre el nuevo sentido de la vida; en penetrar en la política con el fin de engendrar una sociedad nueva; en derruir la concepción tradicional de la familia disociando, con una eficacia total, la dimensión amorosa y la dimensión procreadora de la sexualidad humana; en transferir a la sociedad la gestión de la vida humana, desde la concepción a la muerte; en proceder, con ello, a una selección rigurosa de los que serán autorizados a transmitir la vida: temas todos ellos que han sido dolorosamente experimentados en la historia, incluso reciente, pero que aquí se reactivan con energía y se integran en un cuadro lúgubre y mortífero.
 

Y en estos temas predominantemente neomaltusianos vienen a injertarse otros temas maltusianos clásicos. La felicidad de la sociedad humana -se nos dice- exige no sólo una selección cualitativa; requiere igualmente la determinación de unos límites cuantitativos. "Nosotros sabemos" que los recursos disponibles son limitados, y que una planificación realmente eficaz de la población mundial es condición indispensable para la supervivencia de la humanidad. "Nosotros sabemos" que esta necesidad es particularmente urgente en el Tercer mundo, donde puede observarse una trágica desproporción entre los recursos vitales y el crecimiento de la población.
 
Una nueva religión civil
 

La ideología imperialista pretende ser una ideología de oclusión de toda trascendencia que no sea la trascendencia social. El discurso en que se presenta es estrictamente hipotético, en el sentido que ha sido explicado más arriba: es el reflejo de la voluntad de los que lo emiten (14). Tiene una función utilitaria, pero no tiene valor de verdad. Es útil para los que lo emiten y se presenta como un lenguaje universal; pero es la imagen invertida de los intereses particulares de los ricos y de los poderosos.
 

No tiene ningún valor de verdad porque, en su principio mismo, se refugia en el aislamiento: el pensamiento se elabora en recintos cerrados al mundo exterior. Es la expresión más reciente de la antigua tradición cientificista, con una formulación orientada en provecho de las ciencias biomédicas. Sólo los métodos de esas ciencias pueden proporcionarnos -se nos asegura- unos conocimientos ciertos, y sólo estas ciencias pueden aportar al hombre la respuesta a sus interrogantes más radicales.
 

Este discurso cientificista ignora toda posible búsqueda filosófica -y con mayor razón teológica- de la verdad del hombre, la sociedad y el mundo. En particular, queda excluido todo discurso sobre un ser trascendente extramundano. La idea misma de una referencia creadora común a todos los hombres es declarada a priori sin sentido: es inútil considerarla siquiera. De ahora en adelante, una vez reconocida la muerte del padre, la fraternidad deja de ser posible y no hay una participación en una existencia recibida de un mismo creador. Sólo existe la voluntad pura. La sociedad se declara trascendente: una nueva religión civil ha nacido, un nuevo ateísmo político, un nuevo reino, cuyas divinidades paganas llevan por nombre poder, eficacia, riqueza, posesión y saber. Los que son ricos, sabios y poderosos demuestran, gracias a su triunfo sobre los débiles, que están justificados para ejercer un papel mesiánico. En ellos se encuentra en efecto, tanto la medida de sí mismos como la de los demás.
 

Esta ideología mesiánica y herméticamente laica, así como la moral del amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a los demás hombres. Hay que programarlos física y psicológicamente; hay que planificar su producción y su educación; para ello, habrá que utilizar el hedonismo latente, y contar con la búsqueda del placer. Pero al mismo tiempo, habrá que alienar a las parejas, quitándoles toda responsabilidad en su comportamiento sexual. En suma, los tecnócratas médicos, piezas maestras de las fuerzas imperialistas, deberán ejercer un control total sobre la calidad y la cantidad de seres humanos.
 

Este discurso ideológico, que tiene la virtud de eliminar el sentido de la responsabilidad y la capacidad de acción en las personas, ejerce además la misma influencia en el plano de la sociedad. Para el Tercer Mundo, en particular, estas ideas son totalmente desastrosas.
 
Consisten en hacer creer que la pobreza es natural, que es una fatalidad estrictamente ligada a un exceso de crecimiento demográfico.
 

Junto a esa consideración cuantitativa, se insinuará también, siguiendo a Galton (1822-1911), que la pobreza de los pobres es la mejor prueba posible de su mediocridad natural. No hay que dejarles, pues, llenar el mundo, tanto por su propio bien como por el bien general. El uno y el otro recomiendan que el número de pobres sea calculado en función de la utilidad que representen (15).
Porque según la ideología que estamos examinando, la utilidad es el criterio único que debe tenerse en cuenta a la hora de admitir la entrada de un ser humano a la existencia. ¿Produce o consume bienes? ¿Produce beneficios o placer? Si las respuestas son negativas, el nuevo ser es nocivo: es un enemigo. Y como nada garantiza siquiera que, de ser útil lo seguirá siendo siempre, el ser humano constituye así una amenaza permanente para la seguridad de sus semejantes.

 
El panimperialismo totalitario...
 

Finalmente, y lógicamente, la ideología de la seguridad demográfica tiene por fundamento y término el punto de referencia único de la muerte. La ejecución del niño por nacer camufla la violencia de nuestra sociedad, tanto más cuanto que la materialidad de esta ejecución se realiza de manera furtiva (16).
 

El niño abortado es la víctima propiciatoria a la que se transfiere la violencia de nuestra sociedad. Es mi oponente, mi rival, es un obstáculo para mis intereses, para mi placer y para mi vida; es la causa de la pobreza, el obstáculo para el desarrollo. Va a desear lo que deseo, primero en el terreno del tener y luego en el terreno del ser. Va a surgir en la vida como mi doble: está de más; hay que suprimirlo.
 

Pero no se trata aquí de una violencia de menor cuantía, o de una violencia simbólica como las que aparecen en la historia de las civilizaciones y en la mitología. El niño muerto en el seno de su madre no es sacrificado: no se le hace sagrado para proteger la cohesión de la comunidad humana (17). Es ejecutado sin que la violencia sea expulsada de la sociedad humana. Pues una sociedad totalmente laica ha de desacralizarlo todo, incluida la vida, y desmitificarlo todo, incluida la víctima propiciatoria.
 

El sufrimiento y la muerte constituyen, en efecto, el absoluto sin sentido que justifica la rebelión contra el Padre. Por lo tanto, el niño al que se mata significa la destrucción del Padre. Su ejecución no conjura la violencia; anuncia al contrario mucha más violencia. Salvo una fuerza mayor, nada puede ni debe limitar mi fuerza. Y lo que es más grave, una de las funciones de la ideología es la de disimular esa violencia ilimitada sustrayéndola al control de la razón.
Así pues, la legalización del aborto señala la inminencia del retorno de un delirio irracional, disimulado bajo el camuflaje engañoso de una ideología de autoprotección.

 

La ideología neoimperialista de la seguridad demográfica puede, pues, considerarse bastante cercana de la ideología nazi; es, en realidad, en más de un sentido, una extrapolación de la misma. Mientras que el nazismo se presentaba como una nacional-socialismo, en el neoimperialismo actual los métodos se han refinado. No se trata ya de un imperialismo predominantemente militar, como entre los romanos, o predominantemente económico, como en la Inglaterra victoriana, se trata de un imperialismo de naturaleza claramente totalitaria.
 

Los ideólogos han hecho un esfuerzo notable para disimular mejor sus designios. El papel de la ideología se ha hecho más importante: la conquista y el dominio de los cuerpos pasa actualmente por el dominio de las inteligencias y de las voluntades, y viceversa. Estamos en presencia de un fenómeno nuevo: el panimperialismo, donde el control de las almas es tan importante como el de los cuerpos.
 
...y "metapolítico"
 

Y finalmente, como su inspiración directa es la forma más reciente del cientificismo, este panimperialismo es de naturaleza metapolítica: se esfuerza en hacer triunfar una nueva concepción de la vida humana en la que ésta sólo tiene sentido a la luz de la trascendencia social. El panimperialismo se caracteriza, en efecto y ante todo, por la concepción particular del hombre que está por encima del ámbito de lo político. En nombre de esa antropología, el nuevo imperialismo ocupa las estructuras que le son necesarias para su poder: políticas, científicas, económicas, informativas, jurídicas, militares, religiosas, etc. Todas estas estructuras transmiten el poder imperialista, como por hipóstasis, hasta los confines de la tierra.
 

El Estado totalitario clásico es todopoderoso dentro de sus fronteras, pero este poder está limitado por el poder de los demás Estados. Se encarna en un príncipe (o un gobierno) que puede identificarse, que es visible y, por lo tanto, alcanzable, expuesto a una posible agresión y, por lo tanto, destruible. Aquí, en cambio, la revolución parece imposible, pues el príncipe de este mundo se cuida bien de no desvelar su rostro (cfr. Juan y, 44). El imperio metapolítico aspira a una supremacía incondicional e incondicionada; no quiere conocer o reconocer ni iguales ni rivales.
 

Los medios de comunicación, que tienen una función de información, tienen también, en el marco de este proyecto totalizador, una función de ocultación indispensable. No se toleran los vaticinios de Casandra, a menos que se garantice que no serán tomados en serio. La información ha de ser tratada según los intereses de los que la producen y según los gustos de los que la consumen.
 

La colonización de la opinión debe tener efectos tranquilizadores en los unos y angustiantes en los otros. Lo único que de verdad importa es la seguridad de los pudientes; los débiles no tienen precio: los ricos pueden, pues, disponer de ellos a su antojo y exiliarlos fuera de las fronteras de la humanidad.
Los proyectos de la legalización del aborto no son, en suma, como hemos visto, más que la parte visible de un iceberg que oculta muchos peligros.

Fuente                                    Michel Schooyans

NOTAS

1. "Between two ages. America´s role in the technotronic era", Harmondsworth, Penguin, 1978. Nuestra exposición de las ideas de Brzezinski sigue muy de cerca esta obra.

2. En francés, la "Trilatérale" ha sido estudiada sobre todo en "Le Monde diplomatique". Véase, por ejemplo, de Diana Johnstone: "Les puissances économiques qui soutiennent Carter", no. 272 (noviembre de 1976), pp. 1,13 y ss.; de jean-Pierre Cot: "Un grand dessein conservateur pour l´Amérique", no. 282 (septiembre de 1977), pp. 2-3; de Pierre Dommergues, "L´essor du conservatisme américain", no. 290 (mayo de 1978), pp. 6-9.

3. Cfr. "Halte a la croissance".

4. Cfr., más arriba, p. 163.

5. Cfr., de Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, "The crisis of democracy", Nueva York, New York University Press, 1975, p. 115.

6. Cfr. "Between two ages", pp. 9-12 y ss. Comentando las ideas de Brzezinski al respecto, Anthony Arblaster escribe: "It is depressing enough that intellectuals should be willing to accept the roles which Brzezinski foresees for them -specialists [...] involved [...] in government undertakings and house ideologues for those in power-. But the subordination of intellectuals to the state and its requirements does not occur only at the individual level. There is a strengthening tendency for the institutions within which [...] most intellectuals now work, also to be shaped according to the particular political priorities of a particular government" ("Ideology and intellectuals", en: Knowledge and belief in politics, de Benewick y otros, pp. 115-129; la cita es de las pp. 123 y s.)

7. Alusión a la obra de E.F. Schumacher, "Small is beautiful. Economics as if people mattered", Nueva York, Perennial Library, 1975.

8. Cfr. Daniel Bell, "The end of ideology. On the exhaustion of political ideas in the fifties", Nueva York-Londres, Free Press Paperback, 1965.

9. Véase, de Juan Bosch, "El pentagonismo, sustituto del imperialismo", Madrid, Crónica de un siglo, 1968, y especialmente: pp. 18-21.

10. Sobre el totalitarismo, véase, de Jean-Jacques Walter, "Les machines totalitaires", Parí, Denoel, 1982; de Igor Chafarevitch, Le phénomene socialiste, París, Seuil, 1977; de Hannah Arendt, The origins of totalitarianism, Nueva York, Meridian Books, 1959.

11. Por su postura en materia de demografía, la Iglesia constituye una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU. Ésta es la tesis presentada con gran fuerza por un autor al que difícilmente puede tacharse de excesivo progresismo: Stephen D. Mumford, en: "American democracy & the Vatican. Population growth & national security"", Nueva York, Humanist Press, 1984. Complétese con: "Role of abortion in control of global population growth", de Stephen D. Mumford y Elton Kessel, en: "Clinics in obstetrics and gynaecology", t.13 (marzo de 1986), p. 19-31; sobre Kessel, véase, de L. Weill-Halle, L´avortement de papa, p.53.

12. Cfr., más arriba, p. 176.

13. Cfr., p. 123.

14. Cfr., más arriba, p. 112-118.

15. Cfr., pp. 166 y 178-181.

16. Cuanto menor es la percepción que de la víctima tiene el verdugo, menor es el control que éste tiene de su agresividad. Cfr., de Stanley Milgram, "Soumission a l´autorité. Un point de vue expérimental", París, Calmann-Lévy, 1984.

17. Cfr., de René Girard, "La violence et le sacré", París, Grasset, 1972.
*Profesor de la Universidad de Lovaina.