A 24 años del asesinato de la URSS
Hace 24
años tuvo lugar un acontecimiento único en su género, el referéndum
sobre la preservación de la URSS. Prácticamente al pueblo soviético, se
le propuso decidir el destino de su patria, seguir existiendo o dejar de
hacerlo. A pesar de la descarada propaganda contraria al mantenimiento
de la Unión y la negativa en la práctica de una serie de repúblicas a
tomar parte en la votación, o en cualquier caso en su organización, la
mayoría absoluta de los ciudadanos (no solo de entre aquellos que
tomaron parte, sino en general) se pronunció por el mantenimiento de la
unidad del país.
Entre
aquellos, que festejaron la victoria entonces, es decir aquellos a los
que denominaban “mayoría agresivo-sumisa”, que luego pasarían a llamar
“roji-pardos” y que hoy denominan “vátniki”, se encuentra el autor de
estas líneas. Pero nuestra alegría, por decirlo de un modo suave, fue
bastante efímera: la voluntad del pueblo soviético, expresada en el
referéndum, fue burda y cínicamente ignorada por los dirigentes de tres
repúblicas de la Unión, Ucrania, Bielorrusia y Rusia, por los señores
Kravchuk (aunque si bien es cierto, le dio tiempo a celebrar un
referéndum sobre la independencia de la república) Shushkévich y
Yeltsin. En este artículo intentaremos llegar a comprender el cómo y el
por qué tuvo lugar tan flagrante conculcación de la decisión de la
mayoría de los ciudadanos de la URSS.
Así pues, ¿cuáles fueron los motivos de la muerte de la “unida y poderosa” Unión Soviética?
Primera causa: la traición de las élites con respecto a su propio país.
En este
caso por élite entenderemos no solo a ese estrato superior de la
burocracia partidista y estatal, en cuyas filas resultó haber no pocos
estadistas que posteriormente de un modo abierto, sin la menor sombra de
vergüenza, reconocieron que en realidad odiaban todo lo soviético y
socialista, que supuestamente ensalzaban en sus trabajos y ponencias. El
círculo elitista era bastante más amplio. Allí habría que incluir a los
cargos con responsabilidad en las administraciones públicas de mayor
prestigio, a los “emprendedores” clandestinos, convertidos en la etapa
de Gorbachov en cooperativistas legalizados, y una parte importante de
representantes del mundo de la cultura. Muchos representantes de estas
capas, despreciaban abiertamente a los que entonces ya denominaban
“sovki”. Su principal objetivo residía en destruir un sistema, en el que
podían en un abrir y cerrar de ojos verse privados de su situación de
privilegio, en el que no podrían marchar a occidente y transferir allí
todo lo acumulado con sus verdades, y principalmente con sus mentiras.
Pero lo más importante es que los representantes de ese estrato,
especialmente de esa “dorada” juventud soviética, no tenían nada en
contra de poder apropiarse de los más preciados pedazos de la propiedad
estatal.
Así pues,
la tarea de todos estos “Smerdiakov” de orientación antisoviética era
una: hacer todo lo posible para que la Unión Soviética dejase de ser
grande y poderosa. Pero el ataque de caballería del 17 de marzo de 1991
fracasó. Inclusive en Moscú, a la que lo entones precursores de los de
las “cintas blancas”, e incluidos ellos mismos, solo que 20 años y pico
más jóvenes, habían inundado con octavillas en las que presentaban a la
URSS como una supuesta “cárcel de pueblos”, ganó por mayoría, aunque más
exigua de la que reflejó el país en su conjunto, la opción de preservar
la Unión.
Pero hubo
algo que los representantes de la “quinta columna” sí consiguieron.
Paralelamente en el territorio de la RSFSR se llevó a cabo el referéndum
sobre la introducción de la figura del presidente ruso. Teniendo en
cuenta la aportación y dimensiones de Rusia en la economía nacional, esa
decisión suponía poner una mina de acción no demasiado retardada, en la
unidad del país; Más aún cuando los diputados rusos ya se las habían
ingeniado para aprobar una declaración sobre la independencia de Rusia,
en cierto modo de sí misma, en las fronteras prerrevolucionarias. Ahora
ese absurdo podía conducir, y de hecho lo hizo, a una guerra de leyes,
decretos y disposiciones, que sembraron el caos en el estado.
Segunda causa: el nacionalismo contumaz, inoculado artificialmente en muchas repúblicas de la Unión
Cuando
Hitler definió con arrogancia a la Unión Soviética, como un “gigante con
pies de barro”, probablemente se refería al hecho de que nuestro país
era una unión de una gran cantidad de pueblos hermanos. Bastaba con
enemistarlos, obligar a los hermanos, si no a odiarse unos a otros, sí
cuando menos a relacionarse entre sí con recelo, para que el destino del
país estuviese predeterminado. Por suerte, Hitler no tuvo tiempo
suficiente, para contagiar a la sociedad soviética con el veneno del
nacionalismo, mientras que los estrategas norteamericanos, tuvieron todo
el tiempo del mundo, en el periodo de la guerra fría y por desgracia,
lo supieron aprovechar al máximo.
La
emisión de programas radiales “enemigos” tenía una distribución
claramente orientada al componente nacional. Era una forma más cómoda de
atacar ideológicamente, al unísono, a l lado fuerte y al talón de
Aquiles de la URSS, su componente plurinacional. Por desgracia todas
esas artimañas no tuvieron la reacción debida: Simplemente resultaba
difícil de creer que a algunos de esos pueblos soviéticos, que hacía
nada, en la escala histórica, habían resistido el embate del nazismo y
habían alcanzado con su esfuerzo conjunto la mayor victoria en la
historia de la humanidad, pudiese alguien o algo lograr enemistarlos.
Pero por desgracia, en un momento de debilidad del socialismo tras la
ascensión al trono de la secretaría general de M.S. Gorbachov, esas
apenas perceptibles grietas, pasaron a convertirse en abismos difíciles
de atravesar. El primer toque de atención y el primer intento de sondear
la unidad del pueblo soviético fueron las revueltas de estudiantes en
Kazajistán en 1986, después de que para el cargo de primer secretario
del CC del partido de esta república, en lugar de al kazajo, D.A.
Kunaev, se eligiese al ruso G.V. Kolbin.
Posteriormente
los desórdenes por cuestiones nacionales se sucedieron en los más
distintos rincones del país: en Asia central, en las repúblicas
bálticas, en Moldavia; pero con mayor frecuencia en el Cáucaso. Aquí
establecieron una linde entre los pueblos armenio y azerbaiyano,
georgiano y abjasio, así como entre los pueblos de Osetia del sur. Y el
que había sido un Cáucaso bendecido, al que el camarada Saajov de la
comedia de Gaidaev “Prisionera del Cáucaso”, había bautizado como
“granero, fragua y balneario de toda la Unión”, comenzó a arder con
varios focos de guerras civiles. Los intentos del Ejército Soviético de
restablecer el orden se toparon con la furiosa resistencia de los
demócratas de la primera oleada, así como con la inhibición de
Gorbachov, que prácticamente una vez tras otra, se negó a asumir la
responsabilidad por los acontecimientos que se estaban produciendo. Como
resultado el país se precipitó por aquel talud.
Tercera causa: las dificultades económicas de la URSS en los tiempos de la “perestroika” de Gorbachov
Ese
estereotipo que todos tenemos donde se ven largas filas y estantes
vacíos en las tiendas soviéticas, en la mayoría de los casos se
relaciona con el periodo de “aceleración e intensificación” de finales
de los 80. Entonces el socialismo tanto se “aceleró e intensificó” por
los discípulos de Gorbachov, que pronto se convirtió en presa fácil de
los antisoviéticos. Y la apertura y transparencia resultaron tan abierta
y transparente, que además del alma de la Unión, el sistema socialista,
se llevaron por delante a la propia URSS. Ciertamente no se puede negar
que las estanterías vacías y las colas kilométricas jugaron su papel
negativo en los procesos destructivos. Pero debemos señalar que ese
papel estaba lejos de ser lo principal en la tragedia de la destrucción
de un gran país.
Si
hubiera sido de otro modo no se habría producido el referéndum sobre la
preservación de la URSS. O mejor dicho, sí se habría celebrado, pero sus
resultados probablemente hubieran sido muy distintos. El caso es, que
la mayoría absoluta de las gentes soviéticas a pesar de los problemas
económicos, de la falta de muchos productos, llegó a los centros de
votación y respaldó la Unión, renovada, pero Unión.
Además,
los indicadores económicos al año anterior, del 90, según nuestra escala
de valores, fueron relativamente aceptables. La mayoría de repúblicas
de la Unión, incluida Rusia, tardó décadas de reformas liberales en
alcanzar unos niveles más que discretos en la historia de la URSS en
muchos tipos de producción. No pudieron entre otras cosas, por la
ruptura de los lazos económicos, la pérdida de proveedores y de mercados
como resultado precisamente de la destrucción por parte de los enemigos
del socialismo, del primer estado socialista.
Causa cuarta: la contribución directa e indirecta por parte de Occidente a los procesos destructivos
El modo
más sencillo de sacar a la luz el pensamiento liberal de una persona, es
proponerle que responda a la pregunta de si la URSS se desmoronó por sí
sola, o la ayudaron, por así decir, a conciencia. Cualquier liberal que
se precie dirá que por supuesto por sí sola, acompañándolo por ese
montón de estereotipos antisoviéticos, que nos tienen ya hasta el
gollete, sobre las colas y los estantes vacíos, sobre las represiones
estalinistas, el déficit de trapitos de vestir occidentales, y la
prohibición de viajar a países capitalistas. Por supuesto es difícil
entender hasta qué punto pudo influir la falta de pantalones vaqueros o
de perfumes franceses, sobre el destino de un país entero, pero esa es
precisamente la argumentación.
En
realidad entonces se recurrió a un escenario muy parecido al que, esos
mismos círculos en occidente intentan aplicar ahora en relación a una
Rusia plenamente capitalista: el estrangulamiento económico a costa de
la rebaja artificial de los precios de los hidrocarburos, una vuelta más
de tuerca en la espiral de la carrera armamentística y propaganda
masiva. Por desgracia esa estrategia entonces encontró recompensa.
A
medida que se iba implantando la denominada glasnost (transparencia),
lo que en la práctica no era otra cosa que el auto linchamiento del
país, la URSS se fue volviendo más vulnerable frente a la sutil
propaganda occidental. Para comienzos de los 90, lo era ya frente a la
propia propaganda liberal, a la que dieron “luz verde” los distintos
aparejadores y arquitectos de la perestroika. Para desgracia de nuestra
patria y regocijo del Tío Sam.
En las
condiciones de guerra ideológica, que libraba occidente contra la URSS,
eso supuso de algún modo la apertura de las puertas ideológicas, por las
que se abalanzaron inmediatamente todos los “lasquenetes” de la
propaganda enemiga. Y toda esa “tormenta cerebral” iba acompañada de un
asedio económico sin precedentes. Esa confabulación de los imperialistas
occidentales y los jeques de las petromonarquías de Oriente Próximo
permitió reducir los precios de los hidrocarburos que exportaba Rusia y
que tanta importancia cobran para el país.
Quinta causa: la debilidad de Gorbachov como figura política y líder del país
Lo cierto
es que Mijaíl Serguéyevich no es un caso aislado en la historia de
nuestro país, tuvo un predecesor, también en el s.XX, aproximadamente
con las mismas consecuencias catastróficas para el estado. Me refiero a
Nicolás II. Ni uno ni otro contaban con esa voluntad de hierro capaz de
revertir una situación tan complicada. I.V. Stalin sí la tenía. No
tembló incluso cuando las motos enemigas se adentraban en las afueras de
Moscú en 1941, ni cuando las huestes de Hitler llegaron a orillas del
Volga en 1942. Mientras que estos personajes históricos no contaron ni
con una centésima parte de ese carácter de acero en los momentos
decisivos.
Como
resultado, M.S. Gorbachov, el 25 de diciembre de 1991, al igual que
Nicolás II en febrero de 1917, renunció en la práctica al trono
presidencial, renunció a su mandato y permitió que se arriase la bandera
roja sobre el Kremlin, esa misma bandera, que el 30 de abril de 1945,
los sargentos Yegorov y Kantaria habían izado sobre la cúpula del
Reichstag derrotado. Pero aquello no fue más que el acorde final de la
tragedia del país y del drama personal de su desdichado dirigente. Tres
meses antes de aquello Gorbachov había dejado marchar a las tres
repúblicas bálticas, creando así un precedente para las maniobras de los
golpistas de Belovezh. Lituania, Letonia y Estonia recibieron su
independencia de modo inesperado, de manos de un Consejo de Estado que
no estaba previsto por la Constitución de la URSS. Sobre qué base
jurídica se creó ese órgano, en qué leyes se amparaba, al aceptar la
decisión de las repúblicas bálticas de abandonar la URSS, y por qué esa
decisión la firmó el presidente de la URSS, que entonces al igual que
ahora, se presentaba como defensor de la Unión, son preguntas que quedan
sin aclarar en la historia.
Tampoco
queda claro el papel de Mijaíl Gorbachov en el caso del “GKChP”.
¿Conocía las intenciones de su más cercano entorno o no? El
comportamiento de Gorbachov en la historia de Belovezh también resulta
extraño. En aquel momento, tenía fundamentos para haber arrestado a los
conspiradores, pero no lo hizo, supuestamente porque esperaba las
decisiones de los parlamentos de las repúblicas de la Unión. ¿Pero qué
decisiones cabía esperar de ellos, teniendo en cuenta que los órganos
rusos, controlados por uno de los firmantes de la conjura de Belovezh,
como era Yeltsin, ya se arrogaban para sí las funciones de los órganos
de la Unión?
Quedan muchos aspectos por aclarar en su conducta y
proceder, y a menudo en su inhibición. Solo hay una cosa clara: el
primer y último presidente de la URSS dimitió sin designar sucesor. Al
poco de su marcha se marchó con su esposa Raisa, a descansar, por lo
visto, con la conciencia tranquila.
El eco de la división de las aguas
Fuesen
cuales fuesen los motivos, objetivos y subjetivos, para la destrucción
de la URSS, ninguno de ellos reduce la culpabilidad de aquellos que la
destruyeron en el bosque de Belovezh. Es un crimen de los que no
prescriben. Se valoren como se valoren los vergonzosos acuerdos del 8 de
diciembre de 1991, aquella fue una rendición vergonzosa e
injustificable del país.
El eco de
aquella catástrofe sigue retumbando en nuestros días. En Novorrusia
combaten por un lado los antifascistas, aquellos que dijeron o hubieran
dicho sí a la Unión Soviética aquel 17 de marzo de 1991, y por otra los
antisoviéticos de todo pelaje, que entonces se pronunciaban y ahora lo
hacen con mucha más fuerza, en contra de un país unido y hermanado. La
línea divisoria entre ellos arranca en el desconocimiento de aquella
victoria de los primeros sobre los segundos, en aquel histórico
referéndum sobre la preservación del país soviético.
Fuente Alexánder Yevdokímov
(Traducido del ruso por Íñigo Aguirre)