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sábado, 24 de mayo de 2014

¡GRACIAS RUSIA!




Mediante su aparato mediático, el Sistema diaboliza​ permanentemente a Rusia. 
Haga lo que haga, Putin es sistemáticamente presentado en los medios masivos como un peligroso autócrata, un mafioso enemigo de los derechos humanos (y de las Femen, ¡por el amor de Dios!), y un belicoso fabricante de guerras. Ni más ni menos.
​Cuando Rusia combate el terrorismo islámico en el Caúcaso, entonces nos dicen que aterroriza a los ​pobres chechenos (que nunca han roto un plato). Cuando somete a la oligarquía económica y financiera que se apoderaba de las riquezas nacionales desde la caída de la URSS, nos dicen que amenaza las libertades (de unos multimillonarios antipatrióticos y criminales). Cuando favorece la natalidad y la familia, nos cuentan que es homófobo (¿Por qué Rusia no habrá presentado un cosaco barbudo con minifalda al festival de Eurovisión?). Cuando un puñado de revoltosos manifiestan contra el gobierno, nos dicen que la calle está masivamente contra Putin (¿La calle? Apenas un callejón). Y así sucesivamente…
​Si comparamos con los últimos tiempos de la Unión Soviética, casi estamos tentados de decir que ésta no recibía un trato tan parcial y tan cargado de mala fe como la Rusia actual. E​sto significa una cosa: Rusia encarna una resistencia benéfica al orden mundial que quieren imponer los EEUU y su pequeña corte de sirvientes que reclutan en la oligarquía occidental.
​En esta hora en que asistimos a un general inversión de los valores, a un integral trastocamiento de los​ principios que rigen la vida los hombres y la organización de las sociedades, podemos afirmar sin error que Rusia sigue estando en el campo de la Verdad, mientras que Occidente ha caído en el error y la decadencia. Esta es la razón por la cual Occidente odia a Rusia. Y eso significa que Rusia se ha convertido en un modelo a seguir para los verdaderos europeos. Y no deja de ser una ironía suprema de la Historia, que el pueblo ruso, menospreciado y vilipendiado muchas veces como una nación semi asiática, sea en el día de hoy, tal vez la última esperanza para Europa de sobrevivir a esta indigna y monstruosa degeneración en la que está sumida.
​Hemos olvidado en Occidente que el pueblo ruso ha pagado muy caro (decenas de millones de muertos) su entrada en el siglo XX, la instauración del comunismo y su victoria en la Segunda Guerra Mundial: un sacrificio que supera ampliamente el padecido por los occidentales y sobre los EEUU, bien a salvo en su isla continente.​
Y sin embargo, Rusia ha sabido pasar página e integrar ese pasado trágico en su historia como en sus monumentos, a diferencia de un Occidente que ha perdido el norte y que no para de dara vueltas y más vueltas al arrepentimiento de las “horas más sombrías de nuestra historia” (el colonialismo, la trata de esclavos, el nazismo, las Cruzadas, la Inquisición…) que no paran de envenenarnos la exisencia impediéndonos avanzar de una buena vez.
Rusia ha vuelto a encontrar su alma ortodoxa, es decir cristiana, mientras que en Occidente, sometida al culto de Mammon, las iglesias están vacías mientras que las mezquitas están llenas a reventar.
¡Gracias Rusia, por demostrarnos que se puede entrar en el siglo XXI siendo uno mismo!
Los EEUU y su servicio doméstico tienen una pesadilla: una Europa poderosa, una “casa común” desde el Atlántico hasta el Estrecho de Bering, un sueño que han tenido muchos grandes europeos. Toda la diplomacia estadounidenses trabaja para hacer este sueño imposible.
​En Europa occidental, el instrumento de esta diplomacia se llama hoy Unión Europea. Es decir, una máquina destinada a destruir la soberanía y la libertad de los Estados, a aniquilar su prosperidad y a reemplazar a su población​: un imperio de la nada y del vacio, que debe abrirse a todos los vientos a la condición de permanecer prisionera de los “lazos trasatlánticos”, es decir seguir siendo vasallos de los EEUU.
​En el este, el instrumento de esta diplomacia se llama diabolización, debilitamiento y aislamiento de Rusia. Rusia ha pagado muy caro la implosicón de la URSS: un país arruinado, sometido a los oligarcas, rodeado de un cinturón de Estados más o menos artificiales pero en la órbita occidental, un ejército destruido frente a una OTAN reforzada y agresiva.​ Putin ha venido a poner un término a este entreacto de debilidad y desorden y ha levantado a Rusia de su hundimiento y planta cara a las amenazas que rondan sus fronteras.
​A la caída de la URSS los occidentales bajo la dirección norteamericana se han lanzado a una estrategia de aislamiento de Rusia. El asunto de Kosovo ha sido el punto álgido, después de la desintegración de Yugoslavia.​ Eso sin hablar ya de la tentativa de apropiarse de sus resursos naturales y de inyectarle los “valores” (es decir los vicios y la decadencia) de los occidentales. En resumen: los occidentales no ha dejado de aprovecharse y de ampliar la debilidad de Rusia.

Toda la actuación de la presidencia de Putin apunta por el contrario a recupara la potencia y la soberania de Rusia. Es esto lo que importuna a nuestros amos.​
​¡Gracias Rusia por hacer de la potencia una idea nueva en Europa!​
​El derrumbe de la URSS fue, sin duda, una buena noticia, que marcaba el fin de la amenzaza comunista sobre Europa. No lamentaremos su final. Pero la desaparición de la URSS trajo consigo la eliminación de un contrapeso al unilateralismo estadounidense y su pretensión, ridícula pero peligrosa, de imponer un modelo de sociedad humana definitivo e insuperable​. Hemos visto lo que ha dado en algunos años un unilateralismo tal liberado de su sontrapeso: los conflictos y las agresiones militares repetitivos, la desestabilización del Próximo Oriente o la implantación de un librecambismo desenfrenado de efectos destructores.
Los verdaderos europeos no pueden más que alegrarse de ver reaparecer la potencia rusa. Europa carece desesperadamente de potencia en un mundo cada vez más duro y competitivo, frente a los grandes bloques de Asia, América y África.​
La reintroducción de la potencia rusa en el juego diplomático mundial tendrá necesariamente efectos positivos, como lo demuestra, sin ir más lejos, el caso sirio.​ Rusia resistió con decisión a los abogados de los ataques destinados a aportar una solución militar en Siria. Es decir, que Rusia se pronunció en favor de la estabilización antes que por la aventura.
​Es necesario que el poder detenga al poder. ¡Gracias a Rusia por recordarnos esta antigua ley europea!
​Contrariamente a lo que nos repiten nuestros medios de (des)información masivos, la democracia (el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo) y la libertad están menos amenazados en Rusia que en Europa occidental.​
​No deja de ser curioso que un Snowden, que ha desvelado al mundo la realidad del espionaje de las comunicaciones mundiales por los EEUU y sus aliados, no haya podido encontrar regugio más que en Rusia.​ ¡Pero no en Europa occidental, que presume sin embargo de acoger a los refugiados y perseguidos del mundo entero!
​Y es que Occidente ya no vive en democracia sino en posdemocracia: un régimen de totalitarismo blando que vacía la nacionalidad y la ciudadanía de su sientido, un régimen en el que el Estado se opone a la nación e instala la ley del extranjero. Los verdaderos oligarcas no prosperan más que en Occidente: en Rusia están bajo control o van a la cárcel.​
​¡Gracias Rusia​ por recordarnos que la salvación del pueblo (no la de los bancos y de los lobbys) debe ser siempre la ley suprema de los Estados!
Fuente                                Michel Geoffroy

viernes, 23 de mayo de 2014

EL ÚLTIMO HÉROE



Entrevista a Alain de Benoist sobre la muerte de Dominique Venner

Alain de Benoist, usted conocía a Dominique Venner desde 1962, más allá de la pena o del disgusto, ¿ha sido estúpido su gesto? Aunque él hubiese renunciado desde hace tiempo a la política, ¿este gesto es coherente con su vida, con su lucha política?
Ahora me disgustan especialmente ciertos comentarios. “Suicidio de un ex de las OAS”, escriben unos, otros hablan de una “figura de extrema derecha”, de un violento opositor del matrimonio gay o de un “islamófobo”. Sin contar los insultos de Frigide Barjot, que ha revelado su verdadera naturaleza escupiendo sobre un cadáver. Ellos no saben nada de Dominique Venner. Nunca han leído una sola línea (de sus más de 50 libros y centenares de artículos). Ignoran al fin, que tras una juventud agitada – que él mismo contó en Le coeur rebelle (1994), entre sus mejores obras -, había renunciado a toda forma de acción política desde hace casi medio siglo. Exactamente desde el 2 de julio de 1967. De hecho estaba presente cuando comunicó la decisión. Desde entonces Dominique Venner se había dedicado a escribir, primero con libros sobre caza y armas (era un experto reconocido en este ámbito) y después con ensayos históricos brillantes por estilo y, a menudo, autorizados. Había entonces fundado La Nouvelle Revue d´histoire, bimestral de elevada cualidad.
Su suicidio no me ha sorprendido. Desde hace tiempo sabía que – siguiendo el ejemplo de los antiguos romanos, y también de Cioran, por citarlo solo a él – Dominique Venner admiraba la muerte voluntaria. La juzgaba como la más conforme a la ética del honor. Recordaba a Yukio Mishima, y no es casualidad que en su próximo libro, que el próximo mes será editado por Pierre-Guillaume de Roux, se titulará “Un samouraï d´Occident” (Un samurái de Occidente). ¿Hasta qué punto se puede medir su carácter de testamento? Pese a que esta muerte ejemplar no me sorprende. Me sorprenden el tiempo y el lugar.
Dominique Venner no tenía fobias. No cultivaba extremismo alguno. Era un hombre atento y secreto. Con los años, el joven activista de la época de la guerra de Argelia se convirtió en un historiador meditativo. Subrayaba, de buena gana, que la historia era siempre impredecible y abierta. No veía motivo para no desesperar, de hecho, rechazaba toda forma de fatalismo. Pero, ante todo, era un hombre de estilo. Aquello que más apreciaba en las personas era la capacidad. En el 2009 había escrito un hermoso ensayo sobre Ernst Jünger, explicando su admiración por el autor de los acantilados de mármol. En su universo interior no había lugar para la burla, ni para los conflictos de una política del politiqueo que justamente despreciaba. Por ello era respetado. Buscaba la capacidad, el estilo, la ecuanimidad, la magnanimidad, la nobleza de espíritu, a veces hasta el exceso. Términos cuyo sentido escapa a quien solo ve los juegos televisivos.
-Dominique Venner era pagano. Pero ha elegido una iglesia para poner fin a sus días. ¿Una contradicción?
Pienso que él mismo había respondido a la pregunta en la carta que ha dejado, pidiendo hacerla pública: “Elijo un lugar altamente simbólico, la catedral de Notre-Dame en París, que respeto y admiro, porque fue construida por el genio de nuestros abuelos sobre lugares de culto más antiguos, recordando orígenes inmemorables”. Lector de Séneca y Aristóteles, Dominique Venner admiraba especialmente a Homero: La Iliada y La Odisea eran para él los textos fundadores de una tradición europea, en los cuales, reconocía a su patria. ¡Solo Christine Boutin puede imaginar que fuese “convertido en el último segundo”!
-¿Políticamente esta muerte espectacular será útil, como otros sacrificios celebrados, como aquel de Jan Palach en 1969 en Praga, o aquel más reciente del vendedor ambulante tunecino que provocó la primera “primavera árabe?
Dominique Venner se ha expresado también sobre las razones de su gesto: “Ante peligros inmensos, siento el deber de actuar hasta que no tenga fuerza. Creo necesario sacrificarme para romper el letargo que nos oprime. Mientras tantos hombres se hacen esclavos de la vida, mi gesto encarna una ética de la voluntad. Me doy muerte para despertar conciencias adormecidas”. 

No se podría ser más claro. Pero sería un error si no se hubiese visto en esta muerte voluntaria más allá del estrecho contexto del debate sobre el “matrimonio para todos”. Desde hace años, Dominique Venner no soportaba ver más a Europa fuera de la historia, vacía de energía, olvidada de sí misma. A menudo decía que Europa estaba “aletargada”. Ha querido despertarla, como Jan Palach, en efecto, o, en otro periodo, Alain Escoffier. Así ha probado su capacidad hasta lo más profundo, permaneciendo fiel a su imagen de comportamiento de hombre libre.
También ha escrito: “Ofrezco lo que queda de mi vida en un intento de protesta y fundación”. Esta palabra, fundación, es el legado de un hombre que ha elegido morir de pie.

Fuente                             Nicholas Gauthier
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Cérémonie d'hommage à Dominique Venner 31 mai 2013

jueves, 22 de mayo de 2014

HOMENAJE A DOMINIQUE VENNER



Dos preguntas decisivas. Sin responderlas, nada podrá cambiar jamás 
El 17 de mayo se celebró en París, ante más de 500 personas, un coloquio destinado a conmemorar el primer aniversario del sacrificio de Dominique Venner. Aparte de los oradores franceses, encabezados por Alain de Benoist, intervinieron, procedente de Italia, Carlomagno Adinolfi, de CasaPound, así como nuestro director Javier Ruiz Portella. Éste es el texto de su alocución.
Permitidme empezar de forma un tanto abrupta. ¿No os pasa que hay momentos en que la pesadumbre os aprieta fuerte el corazón? A mí sí. A base de tanto nadar contracorriente, a base de tanto ir contra el aire dominante, el desaliento a veces le invade a uno. Es entonces cuando viene en nuestra ayuda la principal lección que nos ofrece Dominique Venner. Es entonces cuando aparece esa luz de esperanza que se despliega, paradójicamente, en medio de la crítica más despiadada contra la degeneración de nuestro tiempo.
¿En qué consiste esta degeneración? Consiste en que se han desmoronado los tres grandes pilares que hicieron la fuerza y la grandeza de nuestra civilización. «La naturaleza como base, la excelencia como objetivo, la belleza como horizonte», nos recuerda Dominique Venner. Basta enunciar tales principios para saber que ni la naturaleza, ni la belleza, ni la excelencia constituyen hoy la piedra angular de nuestra casa, el pilar de nuestro ser-en-el-mundo. Se diría que han desaparecido simple y llanamente del mapa.
¿Han desaparecido, se han destruido, se han aniquilado?
No, replica Dominique Venner. Sólo se han «adormecido». Al igual que en tantos otros momentos sombríos de nuestra historia, nuestros principios fundadores se han quedado adormecidos. Lo cual es tanto como decir: pueden despertar un día.
¿Por qué lo pueden? Porque lo que está aletargado son los arquetipos, las raíces mismas de nuestra civilización, es decir, de toda nuestra tradición. Y la tradición,«tal como la entiendo —recalca Dominique Venner—, no es el pasado, sino por el contrario lo que no pasa y vuelve siempre en formas distintas. Designa la esencia de una civilización en la muy larga duración».[1]Por ello, nuestras raíces son «prácticamente indestructibles hasta que no desaparezca (como desaparecieron un día los mayas, los aztecas o los incas) el pueblo que constituía su matriz».
Salvo si se produjera tal hecatombe, queda abierta la posibilidad de que lo que hoy está apagado vuelva —bajo modalidades desde luego distintas— a resplandecer un día.
Pero ¿de qué depende tal día?
En cierto sentido… no depende de nada. Lo imprevisible se halla inscrito —explica, dando mil ejemplos concretos, Dominique Venner— en el corazón mismo de la historia.
Lo imprevisible, lo indeterminado, lo que surge sin causa ni razón, es algo que recibió antaño un nombre: el destino, los hados. Esa fuerza misteriosa a la que los dioses mismos están sometidos, los hados, ¿nos serán un día favorables? No está en nuestras manos determinarlo… Y, sin embargo, sí lo está también. Contrariamente a lo que cree la modernidad, la voluntad de los hombres no lo puede todo. Es cierto. Pero los hados tampoco lo pueden todo… También hay que ayudarles un poco. Si los hombres dependemos del destino, también el destino depende de nosotros. Sólo una cosa es segura: sin nuestro empeño decidido, sin nuestra lucha resuelta, jamás los hados nos podrán ser favorables.
Nuestra lucha
Preguntémonos, pues, por nuestra lucha. ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Estamos realmente a la altura del gran reto que nos ha sido fijado, emplazados como estamos los hombres de nuestros tiempo en la gran encrucijada entre dos épocas «cuya importancia —afirmaba Ernst Jünger— corresponde poco más o menos al paso de la edad de de piedra a la edad de los metales».
¡Qué tiempos tan curiosos, los nuestros! Cada vez es más acuciante la necesidad de que cambien. Cada vez crece más también el malestar derivado de esas existencias nuestras tan planas, tan chatas, tan desprovistas de cualquier aliento superior. Pero este malestar es sordo, esta desazón se diluye, no consigue plasmarse en nada. Seamos lúcidos: ninguna alternativa se alza hoy con fuerza en el horizonte. Una sola corriente, es cierto, conoce en la mayoría de Europa cierta pujanza: el movimiento identitario. Pero su denuncia del gran Remplazo emprendido por nuestras oligarquías no deja de limitarse a un rechazo, a una denuncia puramente negativa. Si desapareciera un día la actual inmigración de asentamiento, ese mismo día el movimiento identitario se acabaría. Ningún verdadero Proyecto histórico, ningún SÍ se apunta debajo del NO identitario. (Y lo mismo se podría decir, salvando todas las distancias, del NO ecologista.)
¿Por qué ningún SÍ se alza debajo de la gran desazón contemporánea?
No es desde luego por falta de ideas, análisis, planteamientos… Ahí están, y son magníficos. Ahí están desde hace más de 40 años: desde que Dominique Venner, precisamente, fue de los primeros en comprender, junto con otros, que había que pasar de la acción directa en la calle a la acción mediata en las conciencias.
El problema es que en las conciencias no se incide tan sólo con planteamientos e ideas —esas cosas «de intelectuales». Tampoco se incide con denuncias carentes de una alternativa visible, imaginable. En las conciencias se incide sobre todo conimágenes: positivas, llenas de contenido, repletas de esperanza; con imágenes que hablen tanto al corazón como a la imaginación; con imágenes que configuren de todo un Proyecto: estimulante, ilusionante.
¿Tenemos algo parecido? ¿Tenemos alguna imagen, algún Proyecto que ofrecer del mundo que anhelamos?
Digámoslo con otras palabras. ¿Alguien tiene una respuesta a las dos grandes preguntas sin responder a las cuales nada podrá jamás cambiar?
Primera pregunta
De lo que se trata es de acabar con el capitalismo. De acuerdo. Pero ¿qué significa, que implica ello? Contrariamente a lo que significa para la locura comunista, acabar con el capitalismo no implica en absoluto liquidar la propiedad o abolir la desigualdad. Acabar con el capitalismo significa, por un lado, reducir las injusticias, limitar las desigualdades. Por otro lado, hacer que el mercado, el dinero y el trabajo dejen de constituir la piedra angular que supuestamente sostiene al mundo.
Bien. Pero semejante cosa…, ¿cómo se consigue, cómo funciona? ¿Se consigue convenciendo a la gente de que, abandonando lo que parece su propensión natural a la materialidad de la vida, le busquen a ésta otros horizontes? ¿Se obtiene haciendo que la denominada «sociedad civil» —esa negación palmaria de lo político— abandone espontáneamente, por si sola, los derroteros que nos han conducido al borde del abismo? ¿O se consigue ello a través de una lucha enconada, abriendo cauces y alzando diques —creando instituciones: públicas, políticas…, pero ¿cuáles?— que guíen nuestros pasos por caminos diametralmente distintos?
Segunda pregunta… O segundo alud de preguntas
«Nada es verdad, todo está permitido», decía Nietzsche. Nada nos ofrece la garantía —tan falsa… ¡pero tan funcional!— que en el mundo de la religión revelada deba certeza inquebrantable al Bien y a la Verdad. Es esta garantía lo que se ha quebrado. Es el fundamento incuestionable de lo Bueno y lo Verdadero lo que se ha desmoronado… y ya no volverá. No hay aquí ningún estado de adormecimiento. Lo que hay es la presencia envolvente —tan maravillosa… como angustiosa, sin embargo, para la mayoría— de lo incierto, lo imprevisible, lo indeterminable. De eso mismo —recordábamos— que tiene por nombre destino. De eso también, dicho con otras palabras que nos aboca a nuestra grandeza de hombres libres… y a nuestra desgracia: de hombres incapaces de asumir semejante libertad.
¿Significa ello que si ninguna Verdad con mayúscula sostiene ya al mundo, todo está permitido? No. Ni lo está ni puede estarlo —si no, todo se hundiría
Todo se hunde, en efecto, pues tal parece como si todo estuviera permitido. Todo vale, todo chapotea en el gran lodazal de la indistinción generalizada, ahí donde lo feo (basta entrar en cualquier galería de «arte» contemporáneo) parece no oponerse a lo bello; ahí donde lo vulgar parece no distinguirse de lo excelente, ni lo falso de lo verdadero. Ahí donde hasta la ideología del género pretende que ser varón sería lo mismo que ser mujer.
Todo se vuelve indiferente en la medida misma en que todo se hace discutible, impugnable, opinable: basado en esa opinión que la libertad denominada precisamente de opinión permite —en derecho— expresar sin restricciones ni cortapisas.
¿Se deberían, pues, implantar cortapisas que impidieran caer en tal degeneración?
Es conocida la respuesta —afirmativa— que los fascismos dieron a semejante pregunta. Pero si rechazamos esta respuesta, si rehusamos un remedio que acaba resultando peor que la enfermedad, ¿qué hacer para no chapotear en el lodazal del nihilismo en el que todo vale y nada importa?
Ninguna sociedad puede mantenerse sin estar asentada en un núcleo incuestionable de verdad. ¿Cómo compaginar semejante núcleo con la exigencia igualmente incuestionable de libertad? ¿Cómo evitar tanto las vacuidades democráticas como las derivas totalitarias? ¿Cómo imaginar, más concretamente, la vida política, el control del poder, la plasmación de una democracia que, entendida como un simple medio de designación de los gobernantes —no como una filosofía igualitarista del mundo— no sea ni una coartada de las oligarquías ni un artilugio huero y demagógico. ¿Cómo imaginar, por ejemplo, el funcionamiento… o la desaparición —pero ¿sustituidos entonces por qué?— de estos monstruos que han llegado a ser los partidos políticos?
*
Tales preguntas Dominique Venner nunca las formuló explícitamente. Pero todo su pensamiento nos conduce a ellas. Interrogarnos siguiendo su rastro constituye el mejor, el más ferviente homenaje que se pueda tributar a quien se inmoló, en últimas, para que resplandeciera la verdad.
Fuente                                   Javier Ruiz Portella
[1] Añadamos de paso que, con tal concepción de la tradición, lo que está haciendo Dominique Venner es oponerse de plano a todo el pensamiento tradicionalista o reaccionario, para el cual sólo se trata, en últimas, de una cosa: de regresar a la Edad Oro de un pasado al que se añora y al que se fantasea.

miércoles, 21 de mayo de 2014

EL SIMULACRO DEMOCRÁTICO



Lo que nos van a enseñar las elecciones europeas

Desde ahora hasta la semana antes de las elecciones europeas, las encuestas que se irán publicando intentarán anticiparse a los resultados electorales del 25 de mayo. Pocas veces como esta ha resultado tan fácil realizar una aproximándose a los resultados, avalados únicamente por el sentido común y sin necesidad de recurrir a un sondeo. Algunos resultados son particularmente previsibles y permiten avanzar una interpretación de los mismos.

Victoria de la desafección

La suma de abstención, voto nulo y voto en blanco, seguramente se aproximará al 50% del electorado. Tradicionalmente, las elecciones europeas han registrado los más altos porcentajes de abstención, pero en esta ocasión en donde el electorado está cansado de una crisis que se prolonga ya por espacio de siete años, espacio de tiempo en el que los dos grandes partidos han gestionado ex aequo el poder, es normal que ambos salgan malparados.

Poco importa quién quedará el primer lugar, la candidata socialista o Arias Cañete. Ambos son políticos de bajo perfil. Para Elena Valenciano es una “patada para arriba”, lo máximo a lo que puede aspirar la antigua telefonista de la sede de Ferraz. Rajoy, en cambio, ha decidido enviar a Arias Cañete quien, con su experiencia ministerial, aspira a un cargo de comisario en Bruselas. Eso, o hacer pasillos como opositor. En cualquiera de los dos casos, lo que parece seguro es que ambos partidos reduzcan diferencias y pierdan diputados en relación a los que tienen actualmente.

Más interesante es la situación de los partidos minoritarios: Izquierda Unida arañará algún diputado procedente del desgaste del PSOE, y el partido de Albert Rivera ganará otros procedentes del PP. UPyD parece estancada en su crecimiento. Y los dos partidos nacionalistas, CiU y PNV disminuirán acosados por los independentistas que mejorarán resultados. Es posible que ERC doble su representación y que los abertzales retornen a Bruselas. Es pronto para saber si Vox estará presente o no: aparece en unas encuestas y en otras no.

Pocas sorpresas pueden haber. El dato al que hay que atender es a esa suma de votos en blanco, nulos y de abstencionismo que puede llegar a ser histórica, así como los niveles de caída de los dos grandes partidos. Es, a partir de estos detalles sobre los que podemos establecer dos conclusiones, una en clave europea y la otra deducible de la situación nacional.

“Europa no emociona”

En los años de la transición, uno de los impulsos transversales que recorrieron el país fue la integración en Europa. De hecho, era una necesidad de supervivencia para el escuálido capitalismo español, gestado durante el “desarrollismo” franquista, el abrirse a los mercados europeos. Fue éste y no otro el verdadero impulso de la transición. Para tal integración era preciso un sistema democrático formal que permitiera tanto la aceptación por parte de las entonces llamada “Comunidades Europeas”, como de la OTAN.

Una vez dentro, la reconversión industrial supuso la primera gran decepción, paliada con la llegada de fondos estructurales. Poco después de que se agotara este filón llegó la crisis de 2008. Antes, la llegada del euro encareció la cesta de la compra y empezó a percibirse el problema de manejar una moneda cuyo control escapaba al Estado español. 

Hoy, en 2014, pocos creen ya en las bondades de la Unión Europea e incluso en su viabilidad.

Sin olvidar la potente burocracia asentada en Bruselas que hace de la existencia del Parlamento Europeo lo más parecido a un simulacro democrático. La diferencia de regímenes fiscales, la competencia entre los distintos aparatos productivos nacionales y la merma de derechos sociales, tienen como trasfondo la huida neoliberal hacia adelante. No es raro que las masas europeas se desinteresen de algo que, no solamente perciben como lejano, sino también como inútil o, incluso, perjudicial. El fantasma del “euroescepticismo” recorre toda Europa y se concreta en voto a partidos disidentes y altos niveles de abstención.

“El bipartidismo ha muerto en España”.

La caída de votos de PP y PSOE es una novedad: hasta ahora ambos partidos se disputaban el espacio de centro y era allí en donde se decidían las elecciones. Los votos que obtenían parecían unidos por vasos comunicantes. Nunca antes habían descendido los dos en relación a una elección del mismo nivel. El PSOE todavía no se ha repuesto del zapaterismo ni de la crisis de la socialdemocracia europea. En cuanto al PP, cuesta encontrar un solo argumento en su defensa.

En toda Europa centro-derecha y centro-izquierda han entrado en crisis en los últimos años. Durante un tiempo, el electorado ha vagado –en virtud de los vasos comunicantes– decepcionado por conservadores y luego decepcionado por socialdemócratas. Este ciclo se ha repetido varias veces en Europa Occidental desde 1945, pero en la actualidad parece haber llegado a su fin. El electorado busca otras opciones y allí donde están claras, les entrega su voto (caso de Francia con el Front National, del Reino Unido con el UKIP, de Austria con el FPÖ y así sucesivamente).

En España el desgaste del centro-derecha y del centro-izquierda se ha consumado en apenas 30 años, cuarenta menos que en el resto de Europa occidental. Ahora ya es irreversible y si se ha logrado mantener durante tres décadas ha sido gracias a la arquitectura electoral que acompañaba al a Constitución de 1978.

El “alma” del sistema democrático español es el bipartidismo imperfecto que garantiza la facilidad para obtener mayorías absolutas, merced a la Ley d’Hont, y al mismo tiempo, la posibilidad de contar con el apoyo de partidos regionales en caso de no alcanzarlas. El sistema, en teoría razonable, se ha mostrado perverso en su aplicación práctica: ha generado, directamente, los más alarmantes niveles de corrupción existentes en estos momentos en Europa que, por sí mismos, bastan para caracterizar este período de nuestra historia como el “período de la corrupción” (como la Restauración fue el período del caciquismo).

A pesar de todo, la Constitución y el bipartidismo hubieran resistido la erosión de no ser por la crisis iniciada en 2007. Pero la crisis, que primero fue económica, al prolongarse, pasó a ser social. Su persistencia hizo que mutara, finalmente, y se transformara en crisis política.

Si el sistema nacido en 1978 se mantiene sobre la “banda de los cuatro” (PP+PSOE+CiU+PNV) parece evidente que las tendencias actuales indican que todo se está tambaleando: PP y PSOE descienden en las encuestas, aumenta la desafección, CiU está inmersa en su aventura separatista y el PNV observa el proceso para lanzarse a su vez. Para colmo, el abstencionismo, deslegitimiza los resultados electorales cuando se aproxima al 50%. Y hay todavía otro elemento.

Aparecen nuevas opciones políticas. Los partidos nacionalistas han visto el ascenso de partidos independentistas que corren el riesgo, tanto en Cataluña como en la Comunidad Vasca, de superarlos, lo que, unido a las nuevas siglas generadas por la crisis del PP y del PSOE, hacen que el panorama político se vaya atomizando poco a poco y hayamos entrado en una fase de “italianización”. Las próximas elecciones municipales acentuarán esta tendencia y en las generales muchas más siglas estarán presentes en el Grupo Mixto. Sin contar con que en el parlamento autonómico catalán están presentes en estos momentos siete siglas.

Solamente una recuperación económica brusca y la también improbable absorción de dos millones de parados por parte de un mercado laboral maltrecho, podría revitalizar la intención de voto de los dos grandes partidos… Una perspectiva lejana que tiene su contrapartida en el término de la época de las mayorías absolutas y en la entrada en los gobiernos de coalición, siempre inestables y en peligro de ruptura a causa de cualquier encuesta de intención de voto desfavorable.

El final del bipartidismo en España, es algo más que el final de una época, es el hundimiento del sistema de equilibrios y de fuerzas nacido de la Constitución de 1978. Difícilmente un sistema diseñado como bipartidista, podría sobrevivir al hundimiento de los dos grandes partidos y a la perspectiva de atomización del parlamento.

Por todo ello, resulta fácil prever que inestabilidad y ausencia de alternativa, tales son los dos elementos que se evidenciarán en la política española  partir del 25 de mayo.

Fuente                                             Ernesto Milà

martes, 20 de mayo de 2014

NUEVO ORDEN MULTIPOLAR



La transición uni-multipolar y los nuevos pivotes geopolíticos

La transición uni-multipolar representa el acontecimiento más importante de la dinámica geopolítica mundial actual. En el ámbito de este contexto tan movilizado, el análisis geopolítico, aun adoptando nuevos modelos de investigación más apropiados a las exigencias de las transformaciones internacionales, redescubre, valorizándolos, los criterios clásicos de la geopolítica en tanto que ciencia multidisciplinar. La tradicional dicotomía que existía durante el siglo pasado entre la tierra y el mar, cuyos opositores emblemáticos fueron las superpotencias norteamericana y soviética, se muestra nuevamente como un esquema útil para la comprensión de las fluctuantes relaciones entre Pequín y Washington, en particular por lo que respecta la cuestión del control del Pacífico.
El sistema geopolítico de la segunda mitad del siglo XX estaba fundamentalmente caracterizado por la relación que mediaba entre EE.UU y URSS, potencias vencedoras, junto con Inglaterra y Francia, del segundo conflicto mundial. El equilibrio inestable que se había instaurado a nivel mundial entre las esferas de influencia ejercidas por estas dos entidades geopolíticas de alcance continental, definió, cada vez más y a partir de 1945 hasta 1989, con la caída del muro de Berlín, los ejes en los que se articularía el contexto internacional.
Es notorio que el colapso soviético ha permitido el avance político, económico, financiero y geoestratégico de la llamada “Nación indispensable”, como hace algunos años definió los EE.UU la entonces Secretario de Estado, Madeleine K. Albright. Con la disolución del bloque soviético se inauguró el unipolarismo como nuevo orden geopolítico dominador y como criterio descriptivo de los complejos procesos de política internacional.

El área pivote por excelencia de la fase unipolar, la cual se puede fechar a partir de 1991 hasta 2000, fue definida mediante una larga faja que desde Marruecos, pasaba por el Mediterráneo, llegando hasta Asia Central. El control de la bisagra mediterráneo-centroasiática y su utilización para el conseguimiento de la hegemonía mundial, costituyó el principal interés estratégico de Washington. Los países mayormente implicados por el avance americano en la masa euroasiática fueron, como es sabido Irak, Afganistán, Irán y Siria.
Sin embargo, durante la década del unipolarismo maduro se han ido formando también nuevos centros de agregación geoeconómica y geopolítica que se consolidaron en un breve lapso de tiempo. Estos nuevos polos han visto como protagonistas y aún los ven, a América Latina y a los principales países de la masa euroasiática, China e India.
El afianzamiento de estos agregados, el cual se realizó mediante la ejecución de forum informales (entre los cuales el IBSA, BRICS) [1], la constitución de organizaciones de cooperación y seguridad (de las que se pueden nombrar la OCS, OTSC, Unión aduanera euroasiática, UNASUR) [2], la definición de intereses y alianzas estratégicas en asuntos de energia y seguridad. En la década sucesiva (2000-2010) estas organizaciones han asentado las condiciones mínimas y suficientes para la articulación de un nuevo orden mundial que se desarrollará bajo una perspectiva multipolar.
El proceso tendente hacia el nuevo orden multipolar en estos últimos años ha sufrido una aceleración que fue determinada por el resurgimiento de Rusia como nuevo sujeto global después de la “noche elc’ninana”. De hecho la Rusia de Putin en el lapso de pocos años se ha impuesto como elemento indispensable de la dinámica geopolítica en acto, asumiendo un creciente peso internacional que se ha reflejado, corroborándolas, en las nuevas agregaciones geoeconómicas y geopolíticas anteriormente mencionadas.
La irrupción de los nuevos polos de agregación internacional, prácticamente pertenecientes al llamado “tercer mundo” o a las periferias de las viejas superpotencias, como era obvio, ha mermado el sistema unipolar bajo guía americana y ha también puesto en tela de juicio a las organizaciones mundiales y a las alianzas hegemónicas que surgieron a partir del segundo conflicto mundial como, por ejemplo, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OTAN.
La relación que se ha instaurado entre el viejo sistema unipolar y los nuevos centros de agregación establece nuevos equilibrios, determina las áreas de crisis y delinea los nuevos pivotes con los que se fundamentará, probablemente, la futura estructura multipolar.
                                                            Tiberio Graziani
Notas:
[1]. Aquí se citan sólo algunos de los fórum informales como el IBSA que agrupa a India, Brasil y Suráfrica, el BRICS que cuenta con Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica.
[2]. También por lo que concierne al caso de las organizaciones internacionales que se introducen en el proceso de transición uni-multipolar, citamos sólo algunas de las más conocidas y significativas como la Organización de la Conferencia de Shangai (OCS), la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la Unión aduanera euroasiática que incluye a Bielorusia, Rusia y Kazakhistan, así como a la Unión suramericana (Unasur).
Fuente:CEPRID

lunes, 19 de mayo de 2014

LA ORTODOXIA ECONÓMICA



Los economistas, esos nuevos bufones
La pobreza, las desigualdades, la miseria, han vuelto de nuevo aquí para quedarse. No se trata del tercer mundo, ni de países en vías de desarrollo, mucho de los cuales están haciendo un esfuerzo titánico para mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. No, nos referimos a nuestro Occidente decadente. 

Aquello por lo que nuestros antecesores lucharon con sangre, sudor y lágrimas se les quiere arrebatar a nuestras familias, a nuestros hijos, por parte de unos desalmados que, coaligados con una clase política mediocre, no dudan en aplicar toda una serie de políticas económicas injustas, dañinas, fracasadas. Y los economistas y la economía están siendo utilizados como meros esbirros y colaboradores al servicio de estas élites.
Que un mediocre como el señor Rajoy se vanaglorie de la caída y hundimiento de los salarios en nuestra querida España es un ejemplo de ello. Exactamente igual que cuando su antecesor en el cargo, el vacuo Rodríguez Zapatero, elogiaba la fortaleza de nuestro sistema bancario. Ya ni les comento las necedades del la inefable Fátima Bañez sobre nuestro mercado laboral. El problema no son ellos, son aquellos economistas que les asesoran y les enseñan economía en tres clases. Todos esos asesores comparten un denominador común, haberse formado bajo la ortodoxia neoclásica dominante. Una de dos o empezamos a exigir un cambio radical en los planes de estudio de economía y empresa, o al final los economistas seremos percibidos como los nuevos bufones de la corte. Pero vayamos por partes.
Crisis de visión del pensamiento económico
La actual crisis económica y financiera ha puesto de manifiesto el vacío intelectual y el escaso soporte empírico de la mayoría de las teorías macroeconómicas y microeconómicas que se enseñan en las Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales de medio mundo. La crisis en cuestión es consecuencia de la ausencia de una visión, de un conjunto de aquellos conceptos políticos y sociales compartidos, de los que depende, en última instancia, la economía. A la decadencia de la perspectiva económica le han seguido diversas tendencias cuyo denominador común era una impecable elegancia a la hora de exponer los términos, acompañada de una absoluta inoperancia en su aplicación práctica.
Es necesario impulsar el nuevo pensamiento económico que está emergiendo de manera silenciosa, y que en última instancia trata de encontrar el paradigma perdido. Ello implica por un lado, un replanteamiento de la teoría y política económica, que permita una anticipación económica y política. Por otro, una revisión de las finanzas y del dinero, ya que la teoría financiera y monetaria moderna se construyó a partir de presupuestos metodológicos e hipótesis falsas. Además hay que introducir los efectos desestabilizadores del apalancamiento o endeudamiento masivo de los sectores privados. Finalmente se necesita una nueva explicación sobre el papel de la empresa y la gestión de las organizaciones. Para ello hay que dar a conocer los nuevos registros empíricos sobre el comportamiento de las empresas.
Ya no vale con un mero lavado de cara
El ritmo de deterioro económico y social es brutal, no solo en nuestro país sino también en las principales áreas geográficasLes adjunto un artículo muy reciente relativo al incremento de la pobreza en Reino Unido. ¡Escandaloso! La mezcla de políticas económicas auspiciadas por la ortodoxia académica ha fracasado. Se propuso para salir de la crisis una combinación de política fiscal restrictiva, política monetaria expansiva (ampliación de los balances de la FED o del BCE), y deflación salarial, bajo una serie de hipótesis que han resultado ser falsas. Se ha hecho un diagnostico erróneo de lo que está pasando en el mundo. Como consecuencia, las recetas económicas no tienen el impacto deseado, y, como corolario, acaban generando pobreza, miseria, aumentando las desigualdades sociales. Como me recalca siempre un buen amigo, cada día esto se parece más a los "Juegos del Hambre".
Desde la llegada al poder de los neoconservadores Ronald Reagan y Margaret Thatcher se quiso recomponer el reparto de la tarta y de aquellos lodos, estas deudas. Había que desregular la actividad bancaria, había que facilitar el apalancamiento y la toma de riesgos sin control. El resultado ya lo conocemos, balances privados quebrados, la mayor acumulación de deuda de la historia, un sistema bancario occidental insolvente, pobreza, miseria. ¿Seguimos?
Por lo tanto, el objetivo ya no es adoptar modelos neoclásicos ortodoxos con fundamentos criticables y añadirles algunos supuestos cargados de realismo. Literalmente hay que tirarlos a la basura. Es necesario presentar y dar a conocer una alternativa que contradiga abiertamente los principales preceptos de la teoría neoclásica que inunda la mayoría de los análisis y que se publica sin rubor en los medios de comunicación masivos sin tan siquiera validar las hipótesis bajo los que se fundamentan.
Si no lo hacemos, si no abrimos las universidades a nuevas visiones, al final tendrán razón todos aquellos que nos ven a nosotros los economistas como los nuevos bufones. Y cobrará pleno sentido aquello que afirmaba el pensador Edgar Morin, "La economía, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social y humanamente más retrasada, pues ha abstraído las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas inseparables de las actividades económicas… Quizá la incompetencia económica haya pasado a ser el problema social más importante“.
Fuente                                   Juan Laborda

domingo, 18 de mayo de 2014

EL MITO DEL PROGRESO



El secreto de la Decadencia
Cualquiera que haya rechazado el mito racionalista del «progreso» y de la interpretación de la historia como un desarrollo positivo ininterrumpido de la humanidad, se encontrará gradualmente conducido hacia una visión del mundo que era común a todas las grandes culturas tradicionales, y que tiene en su centro la memoria de un proceso de degeneración, de un lento oscurecimiento, o de la caída de un mundo anterior más elevado. Si penetramos más profundamente en el interior de esta nueva (y antigua) interpretación, nos volvemos a encontrar problemas variados, entre los cuales el principal es el secreto de la decadencia.
En su sentido literal, esta pregunta no supone de ninguna manera una novedad. Si se contemplan los magníficos vestigios de las culturas cuyo nombre mismo ni siquiera ha llegado a nosotros, pero que parecen hacer alcanzado, incluso en sus aspectos materiales, una grandeza y un poder más que terrestres, se pueden difícilmente evitar plantearse problemas sobre la muerte de las culturas, y sentir la insuficiencia de las razones que son habitualmente dadas como explicaciones.
Podemos agradecer al conde de Gobineau por la mejor exposición y la más de conocida, de este problema y también por una crítica magistral de las principales hipótesis que le afectan. Su solución sobre la base del pensamiento racial y de la pureza racial comporta también una gran parte de verdad, pero tiene necesidad de ser ampliado por algunas observaciones que conciernen a un orden de cosas más elevado. Pues han existido numerosos casos donde una cultura se ha hundido incluso cuando su raza ha permanecido pura, y esto es particularmente claro en algunos grupos que han sufrido una lenta, inexorable extinción, aunque hubieran permanecido racialmente asilados como islas. Estos pueblos están hoy en la misma forma acial que en la que estaban dos siglos antes, pero es difícil encontrar en el presente la heroica disposición y la conciencia racial que poseyeron en otro tiempo. Otras grandes culturas parecen simplemente haberse quedado rígidas como momias: desde hacía mucho tiempo estaban interiormente muertas y bastaba el menor soplo para abatirlas. Tal fue el caso, por ejemplo, del antiguo Perú, este imperio solar gigantesco que fue aniquilado por algunos aventureros salidos de los bajos fondos de Europa.
Si consideramos el secreto de la degeneración desde un punto de vista exclusivamente tradicional, resulta más difícil todavía resolverlo completamente. Es entonces una cuestión de división de todas las culturas en dos tipos principales. De una parte, hay culturas tradicionales, cuyos principios son idénticos e invariables, al margen de todas las diferencias superficiales. El eje de estas culturas y la cúspide de su orden jerárquico consisten en poderes y acciones metafísicas, supra-individuales, que sirven para informar y justificar todo lo que es simplemente humano, temporal, sujeto al devenir y a la “historia”. Por otra parte, hay una «cultura moderna», que es verdaderamente la antitradición y que se agota en sí misma en una construcción de formas puramente humanas y terrestres y en el desarrollo total de estas, en la búsqueda de una vida enteramente desvinculada del “mundo de lo alto”.
Desde el punto de vista de esta última, la totalidad de la historia es degeneración, porque muestra el declive universal de las primeras culturas de tipo tradicional y el ascenso decisivo y violento de una nueva civilización universal de tipo “moderno”.
Entonces aparece una doble cuestión.
En primer lugar, ¿cómo fue posible que esto pudiera ocurrir? Existe un error lógico subyacen en toda la doctrina de la evolución: es imposibles que lo más elevado pueda emerger de lo menos evolucionado y lo más grande de lo más pequeño. Pero ¿no existe una dificultad similar en la solución de la doctrina de la involución? Como es posible que lo más elevado pueda caer? Si pudiéramos razonar por simples analogías, sería fácil tratar esta cuestión. Un hombre en buena salud puede convertirse en un enferme; un hombre virtuoso puede volver al vicio. Existe una ley natural que cualquier considerada como emanada de sí mismo: que cada ser viviente empieza con el nacimiento, el crecimiento y la fuerza, luego viene la vejez, el debilitamiento y la desintegración. Y así sucesivamente. Pero esto es precisamente realizar afirmaciones, no explicar, incluso si reconocemos que tales analogías están efectivamente relacionadas con la cuestión aquí planteada.
En segundo lugar, la cuestión no es solamente explicar la posibilidad de la degeneración de un mundo cultural particular, sino también la posibilidad de que la degeneración de un ciclo cultural pueda transmitirse a otros pueblos y los arrastre en su caída. Por ejemplo, no tenemos que explicar solamente como la antigua realidad occidental se hunde, sino también mostrar la razón por la cual fue posible para la cultura «moderna» conquistar prácticamente el mundo entero y, porqué posee el poder de desviar a pueblos de cualquier tipo de cultura y dominar incluso allí donde los Estados de forma tradicional parecían aún vivos (basta recordar el Oriente ario). A este respecto, no basta decir que esto solamente se refiere a una conquista puramente material y económica. Este punto de vista parece muy superficial, fundamentalmente por dos razones. En primer lugar, un país que es conquistado sobre el plano material sufre también, a largo plazo, influencias de un tipo más elevado, correspondientes al tipo cultural de su conquistador. Podemos afirmar, de hecho, que la conquista europea siembra casi por todas partes las semillas de la “europeización”, es decir la forma de pensamiento racionalista, hostil a la tradición. En segundo lugar, la concepción tradicional de la cultura y del Estado es jerárquica, no dualista. Sus alcances no pudieron jamás suscribirse, sin severas reservas, a los principios del «Dar al César lo que es del César» y del «Mi Reino no es de este mundo». Para nosotros, la «Tradición» es la presencia victoriosa y creativa en el mundo de lo que «no es de este mundo», es decir del Espíritu, comprendido como una potencia que es más potente que todo poder puramente humano o material.
Es la idea de base de la visión de la vida auténticamente tradicional, que nos permite hablar con desprecio de las conquistas puramente materiales. Por el contrario, la conquista material es el signo, sino de una victoria espiritual, al menos de una debilidad espiritual o de una especie de “retroceso” en las culturas que son conquistadas y que pierden su independencia. En todas partes donde el Espíritu se considera como la potencia más fuerte, está verdaderamente presente, los medios –visibles o invisibles- no faltaron nunca para resistir a la superioridad técnica y material de todos los adversarios.Pero esto no es lo que se ha producido. Se debe pues concluir que la degeneración era ocultada tras la fachada tradicional de todos los pueblos que el mundo “moderno” ha podido conquistar. Occidente debe pues haber sido la cultura en la cual una crisis que era ya universal todo su forma más aguda. Aquí la degeneración fue equivalente, por así decir, de un golpe, y cuando tuvo lugar, rompió con más o menos facilidad de otros pueblos en los que la involución no había ciertamente «progresado» tanto, pero donde la tradición había perdido ya su potencia original y por tanto estos pueblos no fueron capaces de protegerse de un asalto exterior.
Con estas consideraciones, el segundo aspectos de nuestro problema se une al primero. La cuestión es explicar sobre todo el significado y la posibilidad de la degeneración, sin hacer referencia a otras circunstancias.
Para esto debemos ser claros a propósito de una cosa: es un error presumir que la jerarquía del mundo tradicional está basada en una tiranía de las clases superiores. Esto es solamente una concepción «moderna», completamente ajena a la forma de pensar tradicional. La doctrina tradicional concebía de hecho la acción espiritual como una «acción sin actuar»; hablaba del «motor inmóvil»; en todas partes donde utilizada el simbolismo del «polo», el eje inalterable en torno al cual todos los movimientos ordenados toman plaza (y en otro lugar hemos mostrado que este es el significado de la esvástica, la “cruz gamada”); subrayan siempre la espiritualidad “olímpica” y la autoridad auténtica, así como su forma de actuar directamente sobre sus subordinados, no por la violencia sino por la «presencia»; finalmente utilizaba la imagen del amante, en la cual se encuentra la clave de esta cuestión, tal como vamos a ver.
Solamente hoy alguien podría imaginar que los auténticos portadores del Espíritu, de la Tradición, buscan las gentes para agruparlas y ponerlas en su lugar –es decir, que «dirigen» a las gentes, o tienen un interés personal en establecer y mantener estas relaciones jerárquicas en virtud de las cuales pueden aparecer de manera visible como los dirigentes. Esto sería ridículo e insensato. Es antes bien, no es en el reconocimiento procedente de las clases bajas, lo que está en la base de toda la jerarquía tradicional. No es lo más elevado quien tiene necesidad de lo menos elevado, sino a la inversa. La esencia de la jerarquía es que existe algo viviente como una realidad en algunas personas, que en las otras está presente solamente bajo forma de un ideal, de una premonición, de un esfuerzo ininterrumpido. Así estas últimas son fatalmente atraídas por las primeras y su más baja condición es la de la subordinación, no tanto a algo ajeno, sino a su propio “Yo” verdadero. Aquí reside el secreto, en el mundo tradicional, de toda disponibilidad para el sacrificio, de toda lealtad; y por otra parte, de un prestigio, de una autoridad, y de una calma poderosa que el tirano más sólidamente armado jamás podrá poseer.
Con estas consideraciones, hemos llegado muy cerca de la solución no solamente al problema de la degeneración, sino también a la posibilidad de una caída particular. ¿No estaríamos fatigados de oir que el éxito de cada revolución indica la debilidad y la degeneración de las clases dirigentes anteriores? Una comprensión de esto tipo es muy parcial. Esto sería, en efecto el caso si perros feroces fueran atados y bruscamente soltados: sería la prueba de que las manos que los han asido primero y soldado después se han debilitado. Pero las cosas se presentan de forma muy diferente en la estructura de la jerarquía espiritual, de la que ya hemos explicado su base real. Esta jerarquía degenera y puede ser derribada en un caso solamente: cuando el individuo degenera, cuando utiliza su libertad fundamental para negar el Espíritu, para separar su vida de todo punto de referencia más elevada, y para existir “solamente para él mismo”. Cuando los contactos se interrumpen fatalmente, la tensión metafísica, a la que el organismo tradicional debe su unidad, se diluye, todas las formas vacilan en su camino y finalmente se resquebrajan. Las cumples, naturalmente, permanecen puras e inviolables en sus alturas, pero el resto de dependía de ellos, se convierte a partir de ahora en una avalancha, una masa que ha perdido su equilibrio y que cae, primero imperceptiblemente pero con un movimiento cada vez más acelerado, hacia las profundidades y los más bajos niveles del valle. Es el secreto de todas las degeneraciones y de todas las revoluciones. El europeo, primeramente ha matado la jerarquía en sí mismo extirpando sus propias posibilidades interiores, a las cuales corresponden las bases del orden que desearía, luego, destruir exteriormente.
Si la mitología cristiana atribuye la Caída del Hombre y la Rebelión de los Ángeles a la libertad de la voluntad, entonces esto remite poco más o menos al mismo significado. Esto afecta al sorprendente potencial que permanece en el ser humano, para utilizar la libertad para destruir espiritualmente y para borrar todo lo que podría asegurarse un valor supranatural. Es una decisión metafísica: el flujo que atraviera la historia bajo las formas más variadas de la anti-Tradición, del espíritu revolucionario, individualista y humanista o para resumir, el “espíritu moderno”. Esta decisión es la única causa positiva y decisiva en el secreto de la degeneración, la destrucción de la Tradición.
Si comprendemos esto, podemos quizás comprender el sentido de estas leyendas que hablan de misteriosos jefes que existen “siempre” y no han muerto jamás (la sombra del Emperador durmiente en el interior de la montaña del Kyffhaüser). Tales dirigentes pueden ser redescubiertos solo si se alcanza a la realización espiritual y si se despierta una cualidad en sí mismo como un metal que bruscamente, siente “al amante”, encuentra al amante y se orienta irresistiblemente hacia él. Por el momento, debemos limitarnos a esta indicación. Una explicación comprensible de las leyendas de este tipo, que nos llevaría desde la antigua cuna de los arios, nos llevaría ahora demasiado lejos. En otra ocasión volveremos quizás al secreto de la degeneración, a la «magia» que es capaz de restablecer la masa caída, sobre las cumbres inalterables, solitarias e invisibles que están todavía allí, en las alturas.

Fuente                                 Julius Evola
juliusevolablogia
Publicado en Deutsches Volkstum, Nr. 11, 1938