"Rencorosos,
dóciles, violados, robados, con las tripas fuera y siempre jodidos.
(...) Hemos nacidos fieles y así morimos". El autor de esta frase es un
médico, físico y viajero francés a quien nadie conoce por su verdadero
apellido: Destouches.
En
cambio, los ambientes literarios y culturales de todo el mundo
reconocen su talento magistral como escritor bajo el nombre que eligió
para entrar –sin saberlo, entonces– por la puerta grande de la
literatura: Louis Ferdinand Céline (1884-1961). La frase citada
pertenece, precisamente, a la obra que lo consagró internacionalmente: Viaje al fin de la noche.
Céline
sucumbió, junto con un grupo de jóvenes y talentosos intelectuales
franceses, a lo que Benito Mussolini llamó "la tentación fascista", en
el período que va de la primera a la segunda guerra mundiales. Este
"pecado", con variantes, también se dio en Bélgica, Holanda, Noruega,
Finlandia, Croacia, Polonia y Hungría. Ninguno de estos países, sin
embargo, contó con una congregación de autores tan brillante, trágica y
malograda como la de Francia. Entre sus principales exponentes figuran,
entre otros, Pierre Drieu la Rochelle y Robert Brasillach. A todos ellos
se les aplicó, según los casos, la ley del "encierro, destierro o
entierro"; todos ellos recibieron el despectivo apodo de colabos, es decir "colaboracionistas" con el enemigo.
Una
intelectual italiana antifascista y feminista, María Antonietta
Machiochi, define a Céline como "el más genial de los escritores
nazifascistas". A muchos historiadores, literatos y críticos les resulta
muy difícil digerir esta doble realidad que incluye el reconocimiento a
su genialidad como escritor y su identidad "políticamente incorrecta".
Y, por si fuera poco, hay que agregar una faceta más: su rabioso
antijudaísmo.
"Uno de los gigantes de nuestra época"
Lo
cierto es que no existe polémica acerca de su talento; casi todos los
prólogos a sus obras incluyen, junto con el repudio a su elección
ideológica, las alabanzas al estilo literario: "escritura hablada",
"anárquica expresividad", "grafía desquiciada". Entre las etiquetas
también hay que incluir "absoluto cinismo", "pesimismo radical",
"nihilismo deslumbrante". Sus admiradores políticos, incluso, lo llaman
"el profeta de la decadencia europea"... Y se podría continuar.
Uno
de sus adversarios, Jean Paul Sartre, quien antes de convertirse en
filósofo existencialista había sido simpatizante comunista, escribe en
1946: "Tal vez Céline sea el único que permanezca de todos nosotros".
Etienne Lalou, novelista, cronista de L’Express y productor de
radio y televisión, dice: "Céline ha restituido al francés hablado sus
títulos de nobleza y, sin él, una parte de la literatura moderna no
sería lo que es". Lalou, un creador alejado de cualquier cosa vinculada a
Hitler y Mussolini, lo llama "uno de los gigantes de nuestra época".
Céline
es voluntario en la Primera Guerra Mundial, de la que regresa con el 75
por ciento de su cuerpo mutilado. Al terminar el conflicto, comienza a
estudiar medicina. Egresa en 1924, con una tesis sobre el médico húngaro
Felipe Ignacio Semmelweis (1818-1865), a quien un colega contemporáneo
definió como "un poeta de la bondad". Esa tesis se convertirá en 1937 en
Semmelweis, una bella biografía sobre el investigador que luchó
contra la fiebre puerperal hasta el último día de su vida. En la nota
preliminar de este libro, el novelista español Juan García Hortelano
(1928-1992) escribe:
"La
agresividad, componente indispensable de la obra maestra, alcanza en
Céline al universo entero y verdadero. En el caos, el asesinato, la
injusticia, el terror y la debilidad juegan la partida; el que pueda
envidar, gana; sólo perderán los débiles, para quienes la opción se
limita a la fuga o la muerte. Céline, en absoluto partidario del
suicidio, es el primer escapista que, refractario a la mentira, no huye.
Tampoco se apiada (...).Destruye el mundo, minuciosamente (...), con el
arma que supo manejar. Céline es un lenguaje nuevo. Del francés
hablado, mal hablado, destiló un sistema de ruptura de la lengua, en el
que reside toda su gloria".
Novela "irreductible y salvaje"
Céline
se alista en la marina. De 1924 a 1928 integra misiones de la Sociedad
de Naciones en África y Estados Unidos; por su cuenta, visita la Unión
Soviética. Al regreso a Francia, trabaja en una clínica estatal en
Clichy, un suburbio al norte de París, donde prácticamente sólo atiende a
pobres. En 1940, se presenta nuevamente al ejército como voluntario
pero es rechazado por las secuelas de sus heridas anteriores.
Su obra incluye los siguientes títulos: Viaje al fin de la noche (1932), Muerte a crédito (1936), Mea Culpa (publicado luego de su regreso de la Unión Soviética, 1936), Bagatelles pour un massacre (1937), L´école des cadavres (1938), Les Beaux Draps (1941), Guignol´s Band (1943), Casse Pipe (1949), Feerie pour une autre fois (1952), De un castillo a otro (1957), Norte (1960) y Rigodon, publicada después de su muerte.
Con Viaje al fin de la noche
gana el premio Renaudout. Ferdinand Bardamu, el protagonista de la
novela, es un héroe desilusionado y castigado que vive experiencias
extremas, siempre al borde del abismo: herido en la Primera Guerra
mundial, enamorado de una prostituta sin futuro, víctima de un trabajo
embrutecedor en las colonias francesas en África, perseguidor del "sueño
americano" –que no se parece al del publicitado mito– y de nuevo en
Francia como médico rural de campesinos miserables.
Las reflexiones de Viaje al fin de la noche sobre la condición humana son amargas. Robert Saladrigas escribe en "Céline, el recluso de Dinamarca" (La Vanguardia,
Cataluña, 24 de julio de 2002): "Novela única, irreductible, salvaje;
un sólido monumento literario contra el que nada han podido el tiempo,
los tifones de la historia ni la aberrante ideología de quien la
escribió con un talento que desborda cualquier esquema en el que se
pretenda encajarla. Es difícil no pensar en una poderosísima creación de
la naturaleza que resulta literalmente abrumadora". En Viaje al fin de la noche se lee:
"Los
hombres se aferran a sus cochinos recuerdos, a todas sus desgracias, y
no se les puede sacar de ahí. Con eso ocupan el alma. Se vengan de la
injusticia de su presente revolviendo en su interior la mierda del
porvenir. Justos y cobardes que son todos, en el fondo. Es su
naturaleza. (...) Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos,
desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los
grandes de este mundo empiezan a amarlos es porque van a convertirlos en
carne de cañón".
© Giselle Dexter y Roberto Bardini