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martes, 14 de agosto de 2012

LOS ARTISTAS COMO INTELECTUALES


En una sociedad como la nuestra, de consumo, opulenta para pocos, cuyo dios es el mercado, la imagen reemplazó al concepto. Es que se dejó de leer para mirar, aun cuando rara vez se ve.
Y así los artistas, actores, cantantes, locutores y conductores televisión han reemplazado a los intelectuales.
Este reemplazo viene de otro más profundo; cuando los intelectuales, sobre todo a partir de la Revolución Francesa, vinieron a remplazar a los filósofos. Es cierto que siguió habiendo filósofos, pero el tono general de estos últimos dos siglos marca su desaparición pública.
El progresismo, esa enfermedad infantil de la socialdemocracia, se caracteriza por asumir la vanguardia como método y no como lucha, como sucedía con el viejo socialismo. Aún existe en Barcelona el viejo diario La Vanguardia.
La vanguardia como método quiere decir que para el progresista hay que estar, contra viento y marea, siempre en la cresta de la ola. Siempre adelante, en la vanguardia de las ideas, las modas, los usos, las costumbres y las actitudes.
El hombre progresista se sitúa siempre en el éxtasis temporal del futuro, ni el presente, ni mucho menos el pasado tiene para él significación alguna, y si la tuviera siempre está en función del futuro. No le interesa el ethos de la Nación histórica, incluso va contra este carácter histórico-cultural. Y esto es así, porque el progresista es su propio proyecto. Él se instala siempre en el futuro pues ha adoptado, repetimos, la vanguardia como método. Nadie ni nada puede haber delante de él, de lo contrario dejaría de ser progresista. Así se explica que el progresista no se pueda dar un proyecto de país ni de nación porque éste se ubicaría delante de él, lo cual implica y le crea una contradicción.
Y así como nadie puede dar lo que no tiene, el progresista no puede darse ni darnos un proyecto político porque él mismo es su proyecto político.
El hombre progre, al ser aquél que dice sí a toda novedad que se le propone encuentra en los artistas sus intelectuales. Hoy que en nuestra sociedad de consumo donde las imágenes han reemplazado a los conceptos nos encontramos con que los artistas son, en definitiva, los que plasman en imágenes los ideas. Y la formación del progresista consiste en eso, en una sucesión de imágenes truncas de la realidad. El homo festivus, figura emblemática del progresismo, del que hablan pensadores como Muray o Agulló, encuentra en el artista a su ideólogo.
El artista lo libera del esfuerzo, tanto de leer (hábito que se pierde irremisiblemente), como del mundo concreto. El progresista no quiere saber sino solo estar enterado. Tiene avidez de novedades. Y el mundo es “su mundo” y vive en la campana de cristal de los viejos almacenes de barrio que protegían a los dulces y los fiambres donde las moscas (el pueblo y sus problemas) no podían entrar.
Los progresistas porteños viven en Puerto Madero, no en Parque Patricios.
La táctica de los gobiernos progresistas es transformar al pueblo en “la gente”, esto es, en público consumidor, con lo cual el pueblo deja de ser el agente político principal de toda comunidad, para cederle ese protagonismo a los mass media, como ideólogos de las masas y a los artistas, como ideólogos de sus propias élites.
Este es un mecanismo que funciona a dos niveles: a) en los medios masivos de comunicación cientos periodistas y locutores, esos analfabetos culturales locuaces, según acertada expresión de Paul Feyerabend (1924-1994) nos dicen qué debemos hacer y cómo debemos pensar. Son los mensajeros del “uno anónimo” de Heidegger que a través del dictador “se”, se dice, se piensa, se obra, se viste, se come, nos sume en la existencia impropia, b) a través de los artistas como traductores de conceptos a imágenes en los teatros y en los cines y para un público más restringido y con mayor poder adquisitivo: para los satisfechos del sistema. Esto es: los progres
El artista cumple con su función ideológica dentro del progresismo porque canta los infinitos temas de la reivindicación: el matrimonio gay, el aborto, la eutanasia, la adopción de niños por los homosexuales, el consumo de marihuana y coca, la lucha contra el imperialismo, la defensa del indigenismo, de los inmigrantes, de la reducción de las penas a los delincuentes, un guiño a la marginalidad y un largo etcétera. Pero nunca le canta a la inseguridad en las calles, la prostitución, la venta de niños, el turismo pedófilo, la falta de empleo, el creciente asesinato y robo de las personas, el juego por dinero, de eso no se habla como la película de Mastroiani. En definitiva, no ve los padecimientos de la sociedad sino sus goces.

El artista como actor reclama para sí la transgresión pero ejecuta todas aquellas obras de teatro en donde se representa lo políticamente correcto. Y en este sentido, como dice Vittorio Messori, en primer lugar está el denigrar a la Iglesia, al orden social, a las virtudes burguesas de la moderación, la modestia, el ahorro, la limpieza, la fidelidad, la diligencia, la sensatez, haciéndose la apología de sus contrarios.
No hay actor o locutor que no se rasgue las vestiduras hablando de las víctimas judías del Holocausto, aunque nadie representa a las cristianas ni a las gitanas. Estas no tienen voz, como no la tienen las del genocidio armenio ni hoy las de Darfour en Sudán.
Así, si representan a Heidegger lo hacen como un nazi y si a Stalin como un maestro en humanidad. Al Papa siempre como un verdugo y a las monjas como pervertidas, pero a los prestamistas como necesitados y a los proxenetas liberadores. Ya no más representaciones del Mercader de Venecia, ni de la Bolsa de Martel. El director que osa tocar a Wagner queda excomulgado por la policía del pensamiento y sino ¡qué le pregunten a Baremboin! Alberto Buela
LEER+ http://www.patriasindicalista.es/ps_0400.htm

AGOTADOS DE ESPERAR EL FIN


 Partiré señalando que, a pesar de que La ley de la calle,Francis Ford Copolla (1983), es un excelente título, atractivo y a la vez representativo para el film, es una pésima traducción que deja fuera todo su trasfondo poético.
 Rumble Fish es una fábula marginal sobre la derrota y la orfandad, y una lúcida aproximación a los sentimientos encontrados que producen las andanzas callejeras. Porque detrás de la violencia y la idea de inmortalidad que explayan todos los matones de la calle, hay historias terribles que los quiebran por dentro, y eso precisamente es lo que intenta retratar Copolla, con un trabajo visual impecable y una apuesta cinematográfica que juega con nuestros sentidos.

"LA CLASE MEDIA"


España es un país que se aproxima al subdesarrollo y que posee ya muchos rasgos típicos del Tercer Mundo. No importa que fabriquemos coches o que tengamos un turismo masivo, ni que nuestra renta per cápita siga siendo relativamente alta, aunque menguando cada día, porque el rasgo que marca la diferencia entre el desarrollo y el subdesarrollo es la existencia o no de una clase media próspera y bien nutrida. La clase media española, nacida con orgullo en el franquismo tardío y fortalecida en las primeras etapas de la democracia, se está desmoronando, después del ignominioso y nefasto gobierno socialista de Zapatero.
Los contratos basura creados en tiempos de Felipe González, predecesores de los cercanos minicontratos de 400 euros, son el signo más evidente de que la clase media se apaga en España, un país que pronto quedará clara y nítidamente dividido en ricos y pobres, con muy pocos millonarios en la cabeza y muchos mendigos en la cola, un grupo maldito de parias que ya tiene en España a casi dos millones de afiliados.
   La clase media española creo una familia robusta, que, a pesar del maltrato gubernamental recibido y de los estragos económicos padecidos, sigue siendo la institución más saludable del país. Esa familia está arruinándose masivamente, después de haber tenido que acoger en su seno a los hijos desempleados y de pagar con los ahorros las hipotecas de los pisos de sus hijos, para evitar desesperadamente el temible desahucio. Muchas de las antes prósperas familias están ya en la ruina porque en los momentos de riqueza avalaron a sus hijos para que se compraran viviendas y coches.   

Hace apenas cinco años, ser mileurista en España era considerado una esclavitud, pero hoy es ya un privilegio. Aunque parezca increíble, hay ya casi 10 millones de españoles que ganan menos de 1.000 euros mensuales.
Ante el hundimiento de la prosperidad y el desmoronamiento del valioso colchón de la clase media, España regresa al subdesarrollo, a marchas forzadas, mientras los ciudadanos tienen que asistir a espectáculos tan deprimentes e inaceptables como contemplar a sus políticos, causantes y culpables principales del desastre, disfrutando de privilegios que hoy parecen de cuentos de hadas: sueldos de lujo, pensiones fáciles y millonarias, kit de internet, ordenadores, tarjetas de crédito, dietas, secretarias, transportes y muchas ventajas más, mientras sus víctimas respiran cada día más miseria y desesperación. El colmo del espectáculo grotesco de la casta política en obscena exhibición es contemplar en la primera fila de la política nacional y en la opulencia a personajes que han sido un ejemplo nauseabundo de pillaje y depredación, gente como los catalanes Montilla, Carod y Saura, el castellano manchego Barreda y otros de similar calaña, todos ellos beneficiándose de la desigualdad e injusticia intrínsecas de un "régimen" que premia el abuso de sus castas poderosas y que otorga impunidad práctica a sus dirigentes.
      Hay miles de políticos, peetenecientes a la izquierda y a la derecha, culpables de haber gobernado mal y de haber antepuesto los intereses propios y los del partido al bien común y al interés general. Son los que se convirtieron en casi dioses decidiendo quien trabajaba y quien no, qué empresa recibía contratos públicos y cual no, quien aprobaba unas oposiciones y quien no, quien recibía subvenciones a manta y quien ni las vislumbra. Esa gente ha desmoralizado, desarticulado y desvertebrado la sociedad española y ha castrado al país, privando a los ciudadanos de fe, confianza y energía. Esos políticos son los que han desacreditado la democracia como sistema y los que están provocando que cientos de miles de españoles, algunos de los cuales se dedican ya a rebuscar en los contenedores de basura para poder comer, sueñen, cada día con más ilusión, con un salvador que coja la escoba de limpiar y los eche a patadas.
Si no cambiamos a la clase política como un calcetín y ponemos al frente de la sociedad a gente inteligente, decente y digna, si no nos unimos realizando un titánico esfuerzo colectivo que hoy resulta casi inimaginable, pronto volveremos a ver a cientos de miles de españoles pluriempleados y completando sus sueldos miserables en la economía sumergida, cocinando castañas, comiendo mucho pan, cosiendo en las casas para los ricos, sirviendo en los hogares de los millonarios y esperando, como en el pasado ignominioso de esta nación, la limosna de los que tienen abundancia, influencia, poder y amigos en la política.
Os juro que una sociedad como la que se nos viene encima, dirigida por ineptos y corruptos, sin valores y sin justicia, no merece la pena y que el deber primordial de todo ciudadano libre y decente es impedir por todos los medios que se instaure y nos esclavice.
http://www.votoenblanco.com/Espana-la-clase-media-se-desmorona_a4565.html