Y la clásica cuestión: ¿Por qué un libro sobre Alain de Benoist?
Ante los progresivos estragos de la sociedad mercado-céntrica,
muchos sectores de la sociedad europea reconocen la urgente necesidad de
un giro antropológico radical hacia formas alternativas de organización
política, social y económica. Desde hace tiempo se está reconociendo
que es imprescindible proponer nuevos paradigmas que trasciendan las
disciplinas que han respaldado el sistema actual, con su énfasis en el
individualismo, la transformación de la naturaleza y las relaciones
sociales en mercancías, la subyugación de todo al mercado y la
centralidad de la propiedad y el dinero. En los pensadores de la Nouvelle Droite,
agrupados en torno a la monumental obra de Alain de Benoist, podemos
encontrar numerosos principios y paradigmas heterodoxos que deben ser
analizados e incorporados a un conjunto teórico por los intelectuales
comprometidos.
El debate actual en torno a la forma de superar las contradicciones
que se evidencian en esta crisis global ocupa una parte importante de
las discusiones en las esferas políticas, pero las recetas
socioeconómicas están mostrándose inadecuadas para atender las
prioridades y necesidades del momento. Para superar este impasse
ideológico, será necesario entender las limitaciones de los paradigmas
vigentes e identificar los caminos alternativos ofrecidos por otros
paradigmas, otras epistemologías. La necesidad de aprovechar otros
paradigmas, de replantear nuestros análisis, sugiere un profundo
cuestionamiento respecto a la responsabilidad de los intelectuales y de
nuestros políticos.
¿Hasta qué grado contribuimos o somos cómplices en
nuestra práctica actual de la malevolencia del tipo de modernidad
emanada del proyecto civilizatorio occidental, de una globalización que
está construyendo mayores injusticias cada día, intensificando los
métodos de la violencia institucionalizada, destruyendo las propias
bases naturales de las que depende nuestra existencia?, ¿con qué
instrumentos podemos evaluar nuestras ideas y proyectos para no
reproducir y extender el sistema vigente, para criticarlo, para
regenerarlo, si sus raíces igualitarias están extendiéndose
universalmente para ampliar y profundizar su malignidad?
Ciertamente, no contamos con las instituciones o con la capacidad
colectiva para exigir a nuestros supuestos “líderes” el cumplimiento de
una nueva normatividad; pero desde nuestras conciencias atrincheradas
nos dedicamos a la búsqueda de verdades y a la definición de los más
altos valores políticos, sociales, humanos, porque aquellas carencias no
nos absuelven de la responsabilidad de insistir en nuestros valores.
Debemos comenzar reconociendo la importancia de la solidaridad como
factor fundamental en la evolución de nuestra sociedad. Podríamos
remontarnos a las aportaciones de diversos antropólogos, quienes
identificaron la centralidad de la reciprocidad del intercambio en la
formación de sociedades en cualquier momento de la historia. Asimismo,
podríamos reconocer la originalidad de las aportaciones de algunos
economistas que han identificado la importancia del carácter
institucional de un “mercado universal”. Podríamos destacar también la
emergencia de la asociación comunitaria o comunitarismo, con sus formas
de democracia directa o participativa reconfiguradas como un mecanismo
alterno a las funciones desempeñadas por el Mercado y por el Estado en
la asignación de los recursos y en el desarrollo de capacidades
tecnológicas. Este planteamiento supone la posibilidad de desarrollar
procesos de innovación y construcción de otras racionalidades, asumir
que otros mundos son posibles, guiados por principios de justicia y
equidad social, con una reorientación hacia lo colectivo (en oposición a
lo individual), al desarrollo del bienestar (en oposición al
crecimiento) y el respeto a la explotación de los recursos naturales (en
oposición al capital). En definitiva, construir nuevos entornos
autónomos y soberanos para combatir las prácticas salvajes del
neoliberalismo.
La construcción de nuevos paradigmas –políticos, sociales,
económicos– para “otros mundos mejores” no es algo nuevo. Pero a
diferencia de las propuestas interdisciplinares y multiculturales, el
diálogo de ideas que presentan pensadores como Alain de Benoist
incorpora de manera explícita el rechazo del poder unívoco frente al
pluralismo del debate, la negociación y la democratización del
conocimiento. Representa, entonces, el reconocimiento de los saberes
–autóctonos, tradicionales, locales– que aportan sus experiencias y se
suman al conocimiento científico y técnico, pero implica la ruptura de
una vía homogénea hacia la sustentabilidad, la apertura hacia la
diversidad que rompe la hegemonía de una lógica unitaria y va más allá
de una estrategia de inclusión y participación de visiones alternativas y
racionalidades diversas… La construcción de otros mundos está en
proceso.
En fin, Pascual Tamburri recuerda cómo Alain de Benoist nos ha
explicado que la oposición activa y no meramente mercantil al
liberalismo, al marxismo y sus derivados no tiene por qué pasar
necesariamente por "el fundamentalismo religioso, el atlantismo
occidental, la defensa del capitalismo y el apoyo a la ideología de
mercado", ni por "una mezcla de nacionalismo y xenofobia", ni por la
"ideología de la igualdad", ni por el universalismo, ni por el
progresismo, ni por la simple democracia formal. El hecho que no todos
ven, pero que todos padecemos, es que «el mundo que ha prevalecido desde
el fin de la II GM ha terminado…. estamos asistiendo al fin de un gran
ciclo histórico de la modernidad. Hemos entrado en la era de la
posmodernidad».
¿Qué hacer?, se pregunta Rodrigo Agulló: «Toda propuesta
disidente que se precie debería aspirar, en primer término, a eliminar
esa brecha creciente entre el pueblo y sus gobernantes. Un problema
sobre el que la ND ha venido alertando durante décadas y en torno al
cual ha venido articulando vías de reflexión alternativas: la
reactivación de la idea de ciudadanía, frente a la oligarquía
político-mediático financiera en plaza; la reivindicación de la
política, frente al dogma tecnocrático en curso; la defensa de las
identidades y las culturas, frente a las tendencias homogeneiza-doras de
la globalización; el fomento de un auténtico pluralismo, frente a la
tiranía del pensamiento único; la promoción de una democracia
participativa que implique a todos en una comunidad de destino. Y
partiendo de un hecho no siempre a primera vista evidente: democracia y
liberalismo no son términos sinónimos. En aspectos importantes, pueden
ser incluso nociones opuestas. Una reinvención de la democracia, en
suma. Pero que en cualquier caso se inscriba -valga la redundancia- en
un horizonte inequívocamente democrático A pesar de la fuerte crítica a
la que somete al liberalismo, la ND no ha tenido empacho en asumir lo
mejor que esta doctrina puede ofrecer: la idea de libertad […]».
¿Qué hacer?, se preguntaba también Dominique Venner. ¿Habrá servido todo esto de algo?,
se cuestionaba Michel Marmin. Parece más que probable la aparición de
“nuevas” derechas e izquierdas, o bien de movimientos sociales que
combinen elementos de ambas, tendencia en la que Alain de Benoist ha
sido un auténtico “precursor”, porque –continúa Agulló‒ «más que
situarse en una posición de exclusión (ni de derechas ni de izquierdas) o
de extrañamiento (más allá de la derecha o la izquierda), lo que ha
hecho es adoptar un enfoque inclusivo (de derecha y de izquierda) y
ensayar posibles fórmulas conciliatorias: ideas de izquierda más valores
de derecha». El valor añadido y el mérito principal de Alain de Benoist
«no ha sido tanto la originalidad o un despliegue de hallazgos
novedosos, sino la voluntad de síntesis, la capacidad de ensamblaje en
un sistema coherente, la ambición de proponer una visión global» durante
las últimas décadas, con un espíritu enciclopédico, no exento de
genialidad, pero, sobre todo, de buena fe. Rodrigo Agulló le pone
título: la disidencia perfecta.
Fuente Jesús J. Sebastián