Lo que no te dicen del rey...
El caso Urdangarín y el caso Corina han llegado en el peor momento de la monarquía y contribuyen a acentuar la crisis institucional de nuestro país. No solamente un país camino de los 6.000.000 de parados no puede permitirse el ver como la rapacidad y la depredación están instalados en las altas instancias del Estado, sino que la crisis de la monarquía llega en el momento en el que las últimas cinco operaciones realizadas en Juan Carlos I y su visible y creciente deterioro físico, nos indican a las claras que estamos, sino ante una abdicación al estilo del de Benedicto XVI, sí ante una sucesión inevitable.
Y este es el problema, porque si en 1975, Juan Carlos se beneficiaba de una situación en la que la derecha franquista estaba dispuesta a defender a capa y espada la monarquía, aunque solamente fuera para que la oposición democrática no se llevara el gato al agua de la “ruptura democrática”, ahora, no hay fuerzas sociales lo suficientemente fuertes como salvaguardar la permanencia de la institución monárquica, sino que tampoco existen fuerzas políticas con suficiente convicción y compromiso para asumir esa defensa de manera ni remotamente numantina. Ni siquiera las fuerzas armadas parecen muy dispuestas a decir nada al respecto.
Por mucho que los medios de comunicación alardeen del papel del rey durante la transición, la triste realidad, es que Juan Carlos I se vio siempre, más bien arrastrado por los acontecimientos, que controlándolos. Lo único que hizo fue lo que exigía su interés en permanecer en el cargo.
En este sentido puede decirse que Juan Carlos I es digno hijo de su padre, Don Juan de Borbón, un personaje sobre el que cuando falleció, los editoriales encontraron serias dificultades en encontrar motivos para loar su figura. En efecto, nada, absolutamente nada, había hecho por España en su larga vida. Los dos manifiestos que publicó durante el franquismo se debieron a la pluma de su Consejo Asesor, especialmente de Pemán. Aprovechado, interesado, gorrón, y “borracho” (en Londres conocí a uno de sus amigos íntimos, un griego que al enterarse de que yo era español y de Barcelona simplemente me dijo “Yo muy amigo de Don Juan...” y, por todo mérito, añadió “¡… es un borracho!”. Y es que esa rama borbónica no ha dado para más.
Parece difícil que Felipe, el hijo de Juan Carlos, pueda remontar la herencia genética de esa rama y habría que esperar a ver si la aportación biológica aportada por Letizia consigue superar la “mala calidad” de estos borbones demostrada ya desde un Carlos IV allá por el siglo XVIII.
Pero, claro, este país ya no está para esperanzas, ni para experimentos que no puedan desarrollarse aquí y ahora. Por lo demás, las operaciones de cirugía estética de Leticia, su figura patéticamente anoréxica y su historia pasada, tampoco son como para echar cohetes. Por otra parte, el que haya “apoyado” a una desahuciada recientemente, lo único que indica, no es su “sentido social”, sino el que sus asesores están intentando mejorar su imagen a la vista de la proximidad de la sucesión.
Pero todo lo que pueda hacer la pareja Felipe-Letizia, la realidad es que la hora de la monarquía ya ha pasado. El caso Urdangarin y las miserias que ha sacado a la superficie (y que sacará en las próximas semanas en su despecho) el Caso Corina, ha sido la puntilla para la monarquía “constitucional”. Desde los años 80 se sabía que TODOS los casos de “gran corrupción” en España estaban siendo protagonizados por “amigos íntimos” del Rey: desde Ruiz Mateos, a Prado y Colón de Carvajal, desde Javier de la Rosa hasta Mario Conde.
Todos han sido amigos del rey y todos han operado a sus anchas, todos han entregado fondos y facilitado negocios a la Casa Real creyendo que a la hora de la verdad, el rey saldría en su defensa… pero, cuando esa fatídica hora llegó, un comunicado de la Casa Real, siempre, cortó cualquier relación y el rey se inhibió de sus amigos… Lo mismo, en definitiva que ha ocurrido en estos dos últimos casos (Urdangarín y Corina), solo que en estas ocasiones, la proximidad a la Casa Real es tal que nadie, absolutamente nadie, puede creer que Juan Carlos I no sabía nada de las rapacerías realizadas en su entorno íntimo.
Esto, sin olvidar que Juan Carlos I no ha sido nunca un dechado de virtudes cívicas ni familiares. El hecho de que ahora se haya realizado una sexta operación alegando que Juan Carlos era un “gran deportista” (si alguien que es un “gran deportista” llega a la ancianidad hecho literalmente polvo, tal parece el mejor indicativo para negarse a practicar cualquier deporte…), es casi un chiste. Es alguien que ha abusado de sus fuerzas hasta no hace mucho y no precisamente en deportes, a menos que consideremos, claro está como deportes olímpicos los de cama y el levantamiento del vaso sustituya al de las pesas… Los amoríos del rey se conocen hasta la saciedad y los ha realizado sin el más mínimo pudor, indicando a la sociedad el camino para el ejercicio de la cornamenta.
Pero hay algo mucho peor. Durante años, el plotter de la Casa Real ha ido firmando leyes que el rey tenía que haber leído y valorado. Pero eso, a él, nunca le ha preocupado lo más mínimo. Nos decían que el Rey estaba por encima de los partidos, en tanto que representante de TODOS los españoles. Pero no lo ha sido: ha sido un apolítico más, en un país de apolíticos y apáticos, preocupado por juergas, vacaciones, regalos, negocios hechos al calor de la corona, comisiones, francachelas y putones, en ocasiones de la más baja estofa.
Y el rey debería de haber dado ejemplo. Si no lo ha dado ¿para qué diablos sirve? Se tenía que haber preocupado de lo que firmaba y tenía que haber opinado sobre “lo bueno” y sobre “lo malo”, pero ha confundido el “estar por encima de las opciones” con el “pasar de todo”.
Ahora todo eso se termina. Estamos en la última parte de la agonía del régimen monárquico. La crisis de la monarquía, ni siquiera tiene entidad propia, es solamente una parte de la crisis política que ha puesto de manifiesto la persistencia de la crisis económica desde hace ya un lustro.
No veo a Urgandarín en la cárcel, no veo a la infanta imputada, pero tampoco veo al tándem Felipe-Leticia reinando. La irrelevancia de la monarquía es tal que hoy su nombre se vincula a casos de corrupción, a la prensa del corazón y a la entrega de premios deportivos. Por lo demás, si desapareciera Juan Carlos y toda la familia real, abducida por una nave extraterrestre, ni siquiera nos enteraríamos.
No es un drama que no haya “jefe del Estado”. Con un “presidente de gobierno” que fuera verdaderamente un ESTADISTA y no un gestor temporal y mediocre de la cosa pública, bastaría. Pero la actual clase política no da para mucho, ni siquiera para eso y no pueden pedirse peras al olmo, ni hay piedra filosofal que capaz de transformar la mierda seca y bien aplanada en oro resplandeciente.
Nuestro drama histórico en el momento presente es que tenemos un sistema incapaz de evolucionar, pero que precisa evolucionar para solucionar los problemas del país. Ni gran coalición (en la práctica ya existe un “PPSOE”), ni gobierno del centro-derecha, ni del centro-izquierda, son viables, ni un pronunciamiento del estamento de los “muditos” (el ejército), tienen visos de verosimilitud. No hay, digámoslo ya, forma de acabar con la crisis política, mientras que la crisis económica se prolongará durante décadas como un mal crónico que acompañará a nuestra sociedad.
Ernesto Milá