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sábado, 10 de agosto de 2013

EL ACTO LIBRE Y MORAL




Algo sobre el acto moral

El acto libre es el acto voluntario por el cual la inteligencia, el aspecto noético que hay en el hombre, regula o domina los apetitos, que son manifestación en el orden sensible del cuerpo.

La relación entre el aspecto noético y el sensible no es de contrariedad, de exclusión de uno por el otro, sino de contradicción, pero como en esta contradicción el hombre no podría vivir, ella es superada por la unidad psicofísica del ente humano.

Ahora bien, como en el hombre ni el orden práctico ni el orden inteligible, ni el apetito ni la inteligencia se dan en forma pura porque sino quedaría éste reducido a la mera animalidad o a la inteligencia pura de un ángel, el orden noético informa al orden apetitivo y lo transforma en humano: esto es, en libre.

De modo tal que los actos libres son los informados de inteligibilidad o de conocimiento. Así pues la voluntad no es una facultad pues el acto voluntario, nace de la relación entre inteligencia y apetito. Si fuera una facultad como en el caso del voluntarismo (el franciscano de antaño o el de nuestros días en Paul Ricouer) dañaría la función noética, reservándose para sí la dirección de los apetitos. Sin la información que produce el conocimiento el acto del apetito será dañoso pues va en contra de la unidad del hombre.

Pero esta reducción eidética que estamos realizando del acto libre donde nos movemos solamente en el terreno puramente racional del ente humano, nos lleva forzosamente a un campo distinto: el moral.

La validez moral de un acto libre no se mide por la libertad del acto sino por la intencionalidad del mismo.

Los griegos al considerar lo racional: la justicia, la ley, la medida, la equidad en la administración de los bienes, como lo más elevado, se quedaron en la descripción del acto libre. Por ej. Aristóteles cuando habla a propósito de la deliberación de la proheiresis o elección.

Tampoco los judíos al otorgar valor moral solo a “lo debido” entendido por lo equivalente: Por ej. La ley del Talión del ojo por ojo y diente por diente. O de resarcimiento económico en la época talmúdica posterior.

Menos aún llegan a explicar el acto moral Nietzsche y gran parte de la filosofía moderna donde el valor moral se funda en el resentimiento que consiste en el sofisma de “interpretar la genealogía del ideal desde su contario: el derecho tiene su origen en el provecho común; la verdad, en el instinto de falsificación, de engaño; la santidad, en un transfondo poco santo de instintos y rencores” [1]

En realidad el acto moral solo puede nacer de “la libre renuncia de los bienes positivos reconocidos como necesarios en todo ser humano, y de los cuales se está en posesión efectiva”.

El agente moral se transforma en tal, cuando en posesión de la riqueza, con capacidad sexual plena o voluntad propia, por decisión personal renuncia a estos bienes y se somete a la pobreza, la castidad y la obediencia.

Es decir que lo valioso del acto moral no está en la castración o represión de los impulsos de dominio, de los sexuales, de los vengativos sino en el libre renunciamiento de la satisfacción que producen. Y así, se deja de mandar, de tener sexo y de vengarse no porque no se pueda, sino porque, poseyendo estas cualidades, se somete a la obediencia, a la castidad y al perdonar.

Tenemos que dejar de pensar al agente moral como un eunuco de la vida para pensarlo como un hombre íntegro en todos sus aspectos, porque “el libre renunciamiento” no es para cualquiera sino que necesita, antes que nada, de la seguridad de sí mismo. Saberse acabadamente quién es y qué es uno. Cuál es el sentido de la vida y para qué está en este mundo.

El agente moral es un hombre situado que no conoce el amor a la humanidad sino que su concepto fundamental es el amor al prójimo, que siempre es un próximo. Alguien a quien conoce y del que está cerca. Se dirige a la persona, al singular concreto.

Sin darnos cuenta, pintando este agente moral hemos llegado al spoudaios de Aristóteles: “el canon y medida del obrar” (EN. 1113 a 29-32). Pero este ya es otro tema.

Si bien hemos hablado de las grandes renuncias para ejemplificar, no podemos olvidar que la vida cotidiana está hecha de pequeñas renuncias. 

Y así, charlando con un buen filósofo argentino hace unos meses, me contaba acerca de los renunciamientos que supone la actividad filosófica, como el estar meditando un tema y dejar de ir a una fiesta o participar de una comida. Dejar un paseo o una cita amorosa por concluir una meditación. 

Existe una ascesis diaria que no es ni la filantrópica (me sacrifico por la humanidad) ni la del odio al cuerpo, ni la abstención de los bienes espirituales de la cultura, ni la obediencia ciega, sino que va dirigida al dominio de los impulsos naturales y a la liberación del aspecto espiritual de la persona de los condicionamientos y dependencias mundanas. 

Por ej. las necesidades falsas de la sociedad de consumo, la carrera infinita del confort (Hegel dixit).

Y acá, y otra vez sin darnos cuenta, llegamos a la otra punta de la madeja, al ascetismo cristiano de Max Scheler cuando afirma que: “es claro y alegre; es conciencia caballeresca de poder y de fuerza sobre el cuerpo. Sólo el sacrificio consagrado por una alegría positiva superior es, en él, grato a Dios.” [2]

Resumiendo, puede haber acto libre pero no necesariamente es un acto moral, para ello se necesita ejercitar el libre renunciamiento que se apoya en la integridad del agente moral, quien no puede existir sin una la ascesis cotidiana.

Dicho a la inversa, los pequeños sacrificios y renunciamientos cotidianos van conformando un agente moral que estará en condiciones de realizar un libre renunciamiento y así sus acciones adquirirán un valor moral. Todo ello orientado hacia el amor de amistad con Dios y a través de Él, de amistad con el próximo, que se transforma así en un prójimo. 

Esto es, en definitiva, la caridad católica que a diferencia de la protestante o de la filantropía moderna tiene la exigencia de vinculación inmediata (no mediada ni por la “sola fe” ni por un cheque) con el otro.[3]

                                              Alberto Buela                                                           


1. Fink, Eugen: La filosofía de Nietzsche, Alianza, Madrid, 1966, p. 64
2. Scheler, Max: El resentimiento en la moral, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1944, p. 174
3. Es interesante notar que fe y crédito se dicen en griego casi de la misma manera: pistis y pisteos. Así trapeza tes pisteos significa banco de crédito. Y en latín creditum es el participio pasado del verbo credere=creer.

viernes, 9 de agosto de 2013

PUTIN ES CRISTIANO



Putin fue bautizado por su madre a escondidas de su padre comunista

«Esa ceremonia me conmovió a mí personalmente, y a nuestra familia», afirma el presidente ruso en un documental sobre la persecución religiosa en la época soviética

El presidente ruso, Vladímir Putin, confesó que fue bautizado a escondidas de su padre, un miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).

"Mi madre me bautizó a escondidas de mi padre que era miembro del Partido Comunista. Él no era ningún funcionario, trabajaba en la fábrica, pero era un activista de base del partido en la organización de la fábrica", reconoció Putin, citado por las agencias locales.

Putin, un creyente confeso, agregó: "Así que, eso (el bautizo) me conmovió a mí, personalmente, y a nuestra familia".

Según la prensa local, el líder ruso fue bautizado en la catedral de la Santa Transfiguración de San Petersburgo, donde nació en 1952, un año antes de la muerte del dirigente soviético, Iosif Stalin.

El jefe del Kremlin hizo estas afirmaciones en el documental "El segundo bautizo de Rusia", que fue transmitido hoy por la televisión pública rusa, y mostró la persecución de los creyentes durante la era soviética. "La Iglesia es el socio natural del Estado" en Rusia, afirmó.

Putin ha ordenado la devolución a la Iglesia Ortodoxa de muchas de las propiedades confiscadas por las autoridades soviéticas, lo que ha sido criticado por la oposición, que la acusa de connivencia con el poder comunista. 

En enero de 2012 Putin recibió la bendición del icono de la Virgen de Tíjvin, en la región de Leningrado, al igual que todos los zares desde Iván el Terrible (1530-84), con la excepción del último, Nicolás II, que fue fusilado por los bolcheviques en 1918.

Fuente
elespiadigital.com

jueves, 8 de agosto de 2013

MATAR A FRANCO



Los falangistas que quisieron matar a Franco

Al acabar la Guerra Civil, los fundadores de la Falange «Auténtica» en la clandestinidad planearon el magnicidio para acabar con la dictadura. La fecha prevista: el 1 de abril de 1941

Una vez terminada la Guerra Civil, no fueron pocas las organizaciones que se plantearon la posibilidad de asesinar a Franco como solución para poner fin a la dictadura. Desde los anarquistas a los republicanos, pasando por los soviéticos. Pero entre todos ellos destacan unos, los falangistas, que habían combatido con entusiasmo junto al Generalísimo y creían que gran parte de la esencia del nuevo régimen se debía a ellos. 

Pero no era oro todo lo que relucía en esta relación fraternal.

El 14 de abril de 1937, en plena guerra, se había publicado el Decreto de Unificación de las fuerzas políticas. El objetivo era integrar a las diferentes ideologías y facciones que apoyaron la sublevación en un sistema de partido único, convirtiendo en ilegales al resto de formaciones. 

Esto llevó a un grupo de falangistas descontentos, la mayoría militares que sentían traicionados sus ideales nacionalsindicalistas, a formar una Falange «Auténtica» en la clandestinidad.

Se consideraban portadores del verdadero mensaje de José Antonio Primo de Rivera, fundador el partido original en 1933, y seguidores a la vez de Manuel Hedilla Larrey, el antiguo jefe nacional de la formación que se había opuesto al Decreto y acabó siendo condenado a muerte bajo la acusación de conspirar contra Franco. Estos seguidores de la corriente hedillista, opuestos a la dictadura y a la Falange oficialista, fueron conocidos como los «falangistas auténticos».

«Chulos de algarada»

Por su parte, en la intimidad, Franco era de la opinión de que los falangistas seguían comportándose como niñatos a los que les gustaban las peleas y las bravuconadas, según contaba Vicente Gil, médico personal del Caudillo durante cuarenta años: «Vicente, los falangistas, en definitiva, sois unos chulos de algarada», le decía. El Caudillo pensaba que todas las «algaradas» y protestas que venían protagonizando un pequeño núcleo duro de falangistas por la implantación de la dictadura en 1939 no harían más que deteriorar aún más el prestigio de España en el exterior.

En diciembre de 1939, usando el domicilio del general Emilio Rodríguez Tarduchy como lugar de reunión, deciden constituir una Junta Política que coordinara las acciones de todos los elementos disidentes al franquismo. Junto a Tarduchy, su primer presidente, se encuentran en la casa figuras como el periodista Patricio González de Canales, Daniel Buhigas, Ricardo Sanz, Ventura López Coterilla, Luis de Caralt, José Antonio Pérez de Cabo, Gregorio Ortega Gil o Ramón Cazañas, este último nombrado jefe de Melilla por el mismo Primo de Rivera.

Entre las acciones propuestas por estos falangistas –muchos de los cuales acabaron encarcelados o fusilados por el régimen–, las primeras que se plantearon fueron el asesinato de Serrano Suñer, impulsor de aquel «fastidioso» decreto como ministro de Gobernación, y el del mismísimo Franco.

Bomba o pistola

Para matar al jefe de Estado, según cuenta José Luis Hernández Gavi en «Episodios ocultos del franquismo», se eligió la fecha del 1 de abril de 1941, durante la celebración del Día de la Victoria sobre la República. Un atentado que hubiera tenido unas consecuencias tan importantes como imprevisibles para la historia de España, más allá de la evidente espectacularidad y el simbolismo del día escogido.

Lo primero que se planteó fue hacer estallar una bomba en la tribuna presidida por el Caudillo, aunque pronto la desestimaron por considerarlo un método indiscriminado más propio de los anarquistas. Entonces, se optó por la posibilidad de disparar directamente contra él, manteniendo la misma fecha, pero cambiando el lugar donde se cometería el magnicidio. La nueva ubicación sería el Teatro Español de Madrid, a donde el dictador acudiría esa noche para ver una función.

La Junta de la Falange se reunió una semana antes para ultimar los detalles del atentado y votar sobre la conveniencia o no de llevarlo a cabo. 

Todo estaba avanzado, pero, en el último momento, la mayoría de los miembros de la Junta manifestaron sus dudas, llegando a la conclusión de que tanto el asesinato de Franco como el de Serrano Suñer causarían el efecto contrario al que buscaban. Esto es, en vez de acabar con la dictadura, se produciría una dura represión dirigida contra ellos de la que ya habían tenido muestras.

En 1937 había sido ejecutado Mariano Durruti, falangista convencido y hermano de Buenventura, el histórico líder anarquista. En 1942, tras un largo juicio, condenarían a muerte a Juan Domínguez, inspector nacional del SEU, la organización sindical estudiantil fundada por la Falange, condecorado por el mismo Hitler, y Juan Pérez de Cabo, uno de los miembros de aquella junta fundadora, autor del libro prologado por Primo de Rivera, «Arriba España», por buscar financiación para la Falange.

Cuatro votos a favor y una abstención

El resultado de aquella votación fue concluyente: cuatro votos en contra de asesinar a Franco y una abstención. Ni uno solo de los miembros de la Junta votó a favor de los atentados.

No hay que olvidar que todos ellos acudían a las reuniones clandestinas poniendo sus vidas en peligro si se producía la más mínima denuncia. Esa es la razón por la que nunca quedó constancia por escrito de lo que en ellas se hablaba o decidía. Lo que conocemos ha llegado hasta nosotros por algunos testimonios orales de los que acudieron a las reuniones.

Muchos historiadores han puesto en duda el grado de implicación de los falangistas en estas conspiraciones para asesinar a Franco, a pesar de que, sin duda, muchos de ellos le odiaban tras la guerra. Algunos apuntan a la posibilidad de que todos estos planes solo fueran conspiraciones que alimentaban las mentes de los más exaltados, sin llegar al grado de tentativa. 

Otros testimonios aseguran, sin dar muchos detalles, que Patricio González de Canales, otros de los miembros de aquella Junta fundadora, que sería detenido en 1942, proyectó otro atentado contra Franco que tampoco pudo llevarse a la práctica.

Fuente                                                                                Israel Viana
ABC

miércoles, 7 de agosto de 2013

LO POLÍTICAMENTE CORRECTO



Lo políticamente correcto y la metapolítica

En estos días nos ha llegado desde varios lados un reportaje al militar franco-ruso, ahora devenido ensayista, Vladimir Volkoff sobre lo políticamente correcto. Las respuestas que da Volkoff son acertadas pero insuficientes, pues él limita lo políticamente correcto a un problema del decir: "circula a través de nuestro vocabulario. El vocabulario políticamente correcto es el principal vehículo de contagio".

Es cierto que lo políticamente correcto, en inglés denominado political correctness, tiene que ver con una forma de decir; por ejemplo a un negro llamarlo "hombre de color", hablar de interrupción del embarazo en lugar de aborto, invidente en lugar de ciego. Pero hay que dar un paso más en busca de su fundamento, sino simplemente nos quedamos en la descripción del fenómeno.

Así lo políticamente correcto es todo eso que dice Volkoff: el "todo vale", el cristianismo degradado, el socialismo reinvindicativo, el freudismo antimoral, el economicismo marxista, el igualitarismo como punto de llegada y no de partida, la decadencia del espíritu crítico, lo practican los intelectuales desarraigados, confunde el bien y el mal. 

Pero todo ello no alcanza para asir su naturaleza, esencia y fundamento. Incluso Volkoff afirma que: es de imposible definición.

Además, está el hecho bruto e incontrovertible de que existen temas y problemas políticos de mucho peso en la historia del mundo que no son tratados por ser políticamente incorrecto hacerlo, por ejemplo: el poder judío en las finanzas internacionales y en los medios masivos de comunicación o el poder de las sectas e iglesias cristianas al servicio del imperialismo. 

Vemos con estos solos ejemplos como lo políticamente correcto no se limita al decir o al dejar de decir, como sostiene Volkoff.

Además hay temas y muchos, que no son tratados ni mediática ni privadamente por ser políticamente incorrectos: la jerarquía, el disenso, la disciplina, el arraigo, la pertenencia, las virtudes, el deber, el heroísmo, la santidad, la lealtad, la autoridad, etc.

Nosotros sin embargo creemos que lo políticamente correcto se apoya y tiene su fundamento en el denominado pensamiento único. Pensamiento que encuentra su justificación en los poderes que manejan y gobiernan este mundo terrenal y finito que vivimos hoy.

Podemos definir lo políticamente correcto como la forma de hacer y decir la política que se adecua al orden constituido y al statu quo reinante. Es por ello que el simulacro y el disimulo, la amplia calle de la acción y el discurso político contemporáneo, tiene en lo políticamente correcto su mejor instrumento. Hoy la política es entendida y practicada como "un como sí" kantiano. Se piensa y se actúa "como si " se pensara y se actuara de verdad. 

Es por ello que los gobiernos no resuelven los conflictos sino que, en el mejor de los casos, los administran. Nos tratan de mantener siempre en una pax apparens como agudamente ve Massimo Cacciari, el filósofo y actual intendente de Venecia.

¿Y por qué hablamos de pensamiento único? 

Porque hay una convergencia de intereses de los distintos poderes que manejan este mundo que necesita ser justificada y su justificación se halla en el pensamiento único, que está constituido por el pensamiento social, política y académicamente aceptado. 

Esto prueba como lo han demostrado intelectuales "políticamente incorrectos" como Michel Maffesoli, Massimo Cacciari, Danilo Zolo, Alain de Benoist, Günter Maschke, y tantos otros, que existe una "policía del pensamiento" (los Habermas, Eco, Henry-Levy, Gass, Saramago -en nuestro país los Aguinis, Sebrelli, Verbisky, Feinmann, Grondona, etc.-) que determina en forma "totalitariamente democrática" quienes son los buenos y quienes los malos. A quien se debe promocionar y a quien denostar o silenciar. 

Es le totalitarisme doux propre des démocraties occidentales del que nos habla Mafffesoli.

Esta policía del pensamiento es una, como es uno el pensamiento único y como lo es también uno el sistema de intereses de los poderes mundiales, más allá de sus aparentes diferencias ideológicas. Perón a esto lo llamaba sinarquía, que el pensamiento políticamente correcto se encargó de negar y burlarse.

No se puede hablar en profundidad de lo political correctness sin estudiar aquello que constituye la pensée unique tan bien descripta por Alain de Benoist, Ignacio Ramonet o Vitorio Messori. Y no se puede hablar del pensamiento único sin hacer referencia a la unitaria madeja de intereses que sostiene el funcionamiento de los poderes indirectos, en muchos casos más poderosos incluso que los mismos Estado-nación. Todo ello a su vez tiene una fuerza coercitiva que es "la policía del pensamiento" que funciona en forma aceitada hasta en el último pueblito de la tierra.

Esta tenaza poderosa de dinero, poder político y prestigio intelectual es la que presiona sobre la vida de los pueblos para el logro de la homogenización del mundo y las culturas en una sola. Esta tenaza es la expresión acabada de un mecanismo perverso de alienación existencial de las naciones que pueblan la tierra. Y es en vista a la denuncia de este mecanismo perverso, donde se juntan lo políticamente correcto, el pensamiento único, los poderes indirectos y la policía del pensamiento, que buscamos hacer una observación crítica a lo sostenido por Volkoff.

La tarea de desmontaje de lo políticamente correcto es una tarea correspondiente stricto sensu a la metapolítica pues esta disciplina con el estudio de las grandes categorías que condicionan la acción política de los gobiernos de turno es la que nos brinda las mejores condiciones epistemológicas para el conocimiento de aquello que nos hace padecer lo políticamente correcto como vocero del pensamiento único impuesto a su vez por la policía del pensamiento. 

Lo políticamente correcto al transformar sus propuestas y temas en "el lugar común", puede ser desarmado con el uso de la metapolítica que para Giacomo Marramao " convierte a la divergencia en un concepto de comprensión política ".

Con lo cual llegamos finalmente a constatar que para comprender acabadamente la política y lo político estamos obligados a desmantelar el andamiaje de este círculo vicioso conformado por lo políticamente correcto, el pensamiento único, los poderes indirectos y la policía del pensamiento que se retroalimentan entre sí en una totalidad de sentido, que en nuestra opinión produce ese gran sin sentido que caracteriza a la política mundial de nuestro tiempo.

                                          Alberto Buela

martes, 6 de agosto de 2013

GIMÉNEZ CABALLERO


 

Casticismo, nacionalismo y vanguardia. Giménez Caballero. Antología, 1927-1935

Ernesto Giménez Caballero (Madrid 1899-1988), “Gecé” para el mundo literario, aparece ahora como un personaje relativamente lejano cuando aún no se han cumplido veinte años de su muerte, aunque su definitivo eclipse literario tuviese lugar en los años inmediatos a la muerte del general Franco.


Las Memorias de un dictador (1979) habrían marcado el final de una polifacética trayectoria literaria que se había iniciado en los compases iniciales de la dictadura de Primo de Rivera. Falangista de la primera hora, vegetó a la sombra del régimen franquista sin otro beneficio político que una oscura embajada en Paraguay donde pudo frecuentar a uno de los más arquetípicos dictadores del siglo XX. 

En los años finales del franquismo, según nos cuenta José-Carlos Mainer en este libro, disfrutó de una efímera popularidad en la que se incluía el interés del mundo académico por la tarea que, desde “La Gaceta Literaria”, realizó en la vida cultural española anterior a la guerra civil. 

Se había dado a conocer, en 1923, con unas Notas marruecas de un soldado en las que resonaba descaradamente la figura de Cadalso. Ese libro le abrió las puertas de los cenáculos literarios madrileños, a la vez que le permitía expresar sus críticas a la sociedad española a través del escenario africano que se había convertido, después del desastre de Annual de julio de 1921, en un foco de censuras que amenazaban la estabilidad del sistema político de la Restauración. La amenaza no tardaría en convertirse en realidad. 

En septiembre de 1923 Primo de Rivera daba fin a un experimento liberal incapaz de atender las demandas sociales provocadas por la crisis intelectual de comienzos de siglo, que se habían intensificado con la primera guerra mundial. 

Desde las páginas del diario madrileño “El Sol”, y de revistas como “La Gaceta Literaria”, que inició su andadura a comienzos de 1927, Giménez Caballero actuó como catalizador de todas las vanguardias literarias a la vez que iniciaba una deriva hacia posiciones fascistas que no fueron infrecuentes en el mundo literario, desde comienzos del siglo XX, como han ilustrado bien los estudios de Sternhell.

Este escritor ha subrayado el impacto que tuvo, en algunos ambientes literarios europeos, el culto a la nación, el desprecio por el racionalismo y el universalismo, de los que derivaban las ideas sobre los derechos del hombre, y el desprecio por fórmulas políticas como la democracia, el liberalismo y el marxismo. 

Mainer, en el extenso y sutil prólogo que precede a los textos de Giménez Caballero aquí seleccionados, se extiende sobre las características del fascismo como cultura y sitúa la obra de “Gecé” en el contexto político de una España que presenció, durante aquellos años, el tránsito desde una fórmula de dictadura paternalista al ensayo democrático de la II República, que abortaría prematuramente. Durante esos años, escribe Mainer, “Gecé” trabajaría por “un proyecto de una literatura nacional...[que] ...se pareció mucho al que, a fin de cuentas, hubo”. 

Los textos que conforman esta antología, recogidos por la Fundación Santander Central Hispano en una colección que lleva el ambicioso título de “Obra fundamental”, se publicaron entre 1924 y 1935. 

Aparecieron en publicaciones decisivas en la vida intelectual española como fueron, aparte de los títulos ya citados, la “Revista de Occidente”, creada por Ortega, su maestro de los años universitarios y mentor durante la década de los 20. Se incluye, además, una selección de Arte y Estado, un texto de 1935 que se había publicado previamente en la revista monárquica “Acción española” y representa, a juicio de Mainer, “una de las últimas ocasiones en que la argumentación de Giménez partió de su conocimiento cabal de la modernidad”. El volumen nos devuelve, a través de unos textos escogidos con buen criterio, una imagen muy sugestiva de la vida literaria española durante una década crucial de nuestro pasado más reciente. 

Fuente 
elcultural.es

lunes, 5 de agosto de 2013

PERO NADIE MUEVE FICHA



POLÍTICA MOVEDIZA


La crisis nos ha traído, entre otras muchas cosas, una nueva forma de hacer política: la “política movediza”. Ésta recuerda las arenas mitificadas por el celuloide, por lo que tiene de sorpresa, de trampa y de capacidad destructiva. Es una política intermitente y espontáneamente asamblearia que, sin liderazgos identificables y cabalgando sobre las redes sociales, es capaz de derribar gobiernos o de condicionarles y obligarles a orientar su acción hacia objetivos no previamente planeados por aquéllos.

Y la calle bulle. Tal ebullición ciudadana muestra la fractura del pacto entre instituciones y sociedad civil. Materializa una profundamente enraizada desconfianza en el poder establecido, así como un generalizado hartazgo y un soberano rechazo tanto de la política tradicional como de la clase política en su conjunto.

No sé lo que opinarán ustedes pero uno —ya de “pensionata”—, siente cierta aprensión hacia los saltos en el vacío. Claro que el disgusto mañanero del “transistor” —viejo compañero de abluciones—, en nada ayuda a levantar la moral. 

Todas las grandes referencias del estado están en la picota. Pero nadie mueve ficha.

En el post anterior, un comentarista habitual se auto-jaleaba y sintetizaba así el panorama: “Don Pedro, los ciudadanos de a pie estamos literalmente hartos de la situación. Lo puedo decir más alto, pero no más claro”. 

Han pasado casi seis meses desde la publicación del post “ESTADO DE EMERGENCIA”( http://elblogdepitarch.blogspot.co.nz/2013/02/estado-de-emergencia.html ), que suscitó 134 comentarios. 

Resaltaba en él tres gravísimos procesos que se desarrollaban entonces en el escenario nacional: la amenaza independentista catalana, la extrema debilidad política de la jefatura del estado y la sospecha generalizada de corrupción en el Partido Popular (PP). 

Decía también que esos tres procesos se ligaban por dos rasgos comunes. Uno era su carácter esencial, tanto por el alto nivel de los actores como por su directa y destructiva incidencia institucional. El otro era la tendencia a empeorar rápidamente.

El análisis remataba: “El solape de esos tres procesos, en espacio y tiempo, es seguramente el peor de los ataques que uno pudiera imaginarse a los fundamentos del estado de derecho y la monarquía parlamentaria. Y así, casi sin darnos cuenta, el estado de crisis ha mutado a una crisis del Estado. El sistema político consagrado en la constitución de 1978 está amenazado. Llamemos a las cosas por su nombre: estamos en un estado de emergencia nacional”. 

Lamento no haberme equivocado. Porque, desde entonces, el nivel de emergencia nacional ha escalado varios peldaños. La tormenta catalana sigue reforzándose. Tiene su propio “tempo”. Uno prevé que después del verano, hacia el 11 de septiembre, descargará y ya continuará lloviendo hasta no se sabe cuándo (de esto hablaremos otro día).

De la fenomenal crisis institucional de la jefatura del estado y la Corona, ya me dirán. Ahora hasta pitan y abuchean a los príncipes en el Liceu, o a La Reina en el teatro real. Y esos no son precisamente lugares de reunión de “incontrolados”. A ver cómo se para eso.

Y, en tercer lugar, lo de la presunta corrupción en el PP ha dado un salto mayúsculo. A peor. La ruptura del PSOE con el PP “exigiendo la inmediata dimisión de Rajoy” enrarece de manera insoportable el juego político tradicional. Es cierto que la aritmética electoral parece garantizar la permanencia de don Mariano.

Pero si la reprobación suscitara adhesiones de otros grupos ¿hasta cuándo podría el presidente del gobierno simular —como don Tancredo— que la cosa no va con él? Porque, al parecer, mientras el Sr. Rajoy no dé explicaciones por lo de los papeles (casi la biblioteca) de Bárcenas, el conflicto seguirá engordando. 

La “basca”, mientras tanto, esperando a que alguien mueva ficha. 

Esto tiene que romper por algún sitio. Esperemos que se produzca antes de que muchos nos liemos la manta a la cabeza y nos apuntemos al quehacer “movedizo”. Aunque no nos guste. Aunque no se sepa cuándo empieza y mucho menos cuándo y cómo acaba. Al menos, que no me digan que no lo advertí.

Fuente
elblogdepitarch                          Pedro Pitarch
                                  Teniente General (R) del Ejército de Tierra

domingo, 4 de agosto de 2013

LA TRADICIÓN



La Tradición por Ernst Jünger

Tradición: para una estirpe dotada de la voluntad de volver a situar el énfasis en el ámbito de la sangre, es palabra fiera y bella. Que la persona singular no viva simplemente en el espacio. Que sea, por el contrario, parte de una comunidad por la cual debe vivir y, dada la ocasión, sacrificarse; esta es una convicción que cada hombre con sentimiento de responsabilidad posee, y que propugna a su manera particular con sus medios particulares. 

La persona singular no se halla, sin embargo, ligada a una superior comunidad únicamente en el espacio, sino, de una forma más significativa aunque invisible, también en el tiempo. La sangre de los padres late fundida con la suya, él vive dentro de reinos y vínculos que ellos han creado, custodiado y defendido. Crear, custodiar y defender: esta es la obra que él recoge de las manos de aquéllos en las propias, y que debe transmitir con dignidad. 

El hombre del presente representa el ardiente punto de apoyo interpuesto entre el hombre pasado y el hombre futuro. La vida relampaguea como el destello encendido que corre a lo largo de la mecha que ata, unidas, a las generaciones… las quema, ciertamente, pero las mantiene atadas entre sí, del principio al fin. 

Pronto, también el hombre presente será igualmente un hombre pasado, pero para conferirle calma y seguridad permanecerá el pensamiento de que sus acciones y gestos no desaparecerán con él, sino que constituirán el terreno sobre el cual los venideros, los herederos, se refugiarán con sus armas y con sus instrumentos.

Esto transforma una acción en un gesto histórico que nunca puede ser absoluto ni completo como fin en sí mismo, y que, por el contrario, se encuentra siempre articulado en medio de un complejo dotado de sentido y orientación por los actos de los predecesores y apuntando al enigmático reino de aquéllos de allá que aún están por venir.  

Oscuros son los dos lados, y se encuentran más acá y más allá de la acción; sus raíces desaparecen en la penumbra del pasado, sus frutos caen en la tierra de los herederos… la cual no podrá nunca vislumbrar quien actúa, y que es todavía nutrida y determinada por estas dos vertientes en las cuales justamente se fundan su esplendor sin tiempo y su suprema fortuna. 

Es esto lo que distingue al héroe y al guerrero respecto al lansquenete y aventurero: y es el hecho de que el héroe extrae la propia fuerza de reservas más altas que aquéllas que son meramente personales, y que la llama ardiente de su acción no corresponde al relámpago ebrio de un instante, sino al fuego centelleante que funde el futuro con el pasado. 

En la grandeza del aventurero hay algo de carnal, una irrupción salvaje, y en verdad no privada de belleza, en paisajes variopintos… pero en el héroe se cumple aquello que es fatalmente necesario, fatalmente condicionado: él es el hombre auténticamente moral, y su significado no reposa en él mismo únicamente, ni sólo en su día de hoy, sino que es para todos y para todo tiempo.

Cualquiera que sea el campo de batalla o la posición perdida sobre la que se halle, allí donde se conserva un pasado y se debe combatir por un futuro, no hay acción que esté perdida. La persona singular, ciertamente, puede andar perdida, pero su destino, su fortuna y su realización valen en verdad como el ocaso que favorece un objetivo más elevado y más vasto. 

El hombre privado de vínculos muere, y su obra muere con él, porque la proporción de esa obra era medida sólo respecto a él mismo. El héroe conoce su ocaso, pero su ocaso semeja a aquel rojo sangre del sol que promete una mañana más nueva y más bella. 

Así debemos recordar también la Gran Guerra: como un crepúsculo ardiente cuyos colores ya determinan un alba suntuosa. Así debemos pensar en nuestros amigos caídos y ver en su ocaso la señal de la realización, el asentimiento más duro dirigido a la propia vida. Y debemos arrojar lejos, con un inmundo desprecio, el juicio de los tenderos, de aquellos que sostienen cómo “todo esto ha sido absolutamente inútil”, si queremos encontrar nuestra fortuna viviendo en el espacio del destino y fluyendo en la corriente misteriosa de la sangre, si queremos actuar en un paisaje dotado de sentido y de significado, y no vegetar en el tiempo y en el espacio donde, naciendo, hayamos llegado por casualidad.

No: ¡nuestro nacimiento no debe ser una casualidad para nosotros! 

Ese nacimiento es el acto que nos radica en nuestro reino terrestre, el cual, con millares de vínculos simbólicos, determina nuestro puesto en el mundo. Con él nos convertimos en miembros de una nación, en medio de una comunidad estrecha de ligámenes nativos. Y de aquí que vayamos después al encuentro de la vida, partiendo de un punto sólido, pero prosiguiendo un movimiento que ha tenido inicio mucho antes que nosotros y que mucho después de nosotros hallará su fin. 

Nosotros recorremos sólo un fragmento de esta avenida gigantesca; sobre este tramo, sin embargo, no debemos transportar sólo una herencia entera, sino estar a la altura de todas las exigencias del tiempo.

Y ahora, ciertas mentes abyectas, devastadas por la inmundicia de nuestras ciudades, surgen para decir que nuestro nacimiento es un juego del azar, y que “habríamos podido nacer, perfectamente, franceses lo mismo que alemanes”. Cierto, este argumento vale precisamente para quienes lo piensan así. Ellos son hombres de la casualidad y del azar. Les es extraña la fortuna que reside en el sentirse nacido por necesidad en el interior de un gran destino, y de advertir las tensiones y luchas de un tal destino como propias, y con ellas crecer o incluso perecer. 

Esas mentalidades siempre surgen cuando la suerte adversa pesa sobre una comunidad sancionada por los vínculos del crecimiento, y esto es típico de ellas. (Se reclama aquí la atención sobre la reciente y bastante apropiada inclinación del intelecto a insinuarse parasitariamente y nocivamente en la comunidad de sangre, y a falsear en ella la esencia según el raciocinio… es decir, a través del concepto, a primera vista correcto, de “comunidad de destino”. 

De la comunidad de destino, sin embargo, formaría parte también el negro que, sorprendido en Alemania al inicio de la guerra, fue envuelto en nuestro camino de sufrimiento, en las tarjetas del pan racionado. Una “comunidad de destino”, en este sentido, se halla constituida por pasajeros de un barco de vapor que se hunde, muy diversamente de la comunidad de sangre: formada ésta por hombres de una nave de guerra que desciende hasta el fondo con la bandera ondeando).

El hombre nacional atribuye valor al hecho de haber nacido entre confines bien definidos: en esto él ve, antes que nada, una razón de orgullo. Cuando acaece que él traspase aquellos confines, no sucede nunca que él fluya sin forma más allá de ellos, sino en modo tal de alargar con ello la extensión en el futuro y en el pasado. Su fuerza reside en el hecho de poseer una dirección, y por tanto una seguridad instintiva, una orientación de fondo que le es conferida en dote conjuntamente con la sangre, y que no precisa de las linternas mudables y vacilantes de conceptos complicados. Así la vida crece en una más grande unidad, y así deviene ella misma unidad, pues cada uno de sus instantes reingresa en una conexión dotada de sentido.

Netamente definido por sus confines, por ríos sagrados, por fértiles pendientes, por vastos mares: tal es el mundo en el cual la vida de una estirpe nacional se imprime en el espacio. Fundada en una tradición y orientada hacia un futuro lejano: así se imprime ella en el tiempo. ¡Ay de aquél que cercena las propias raíces!… éste se convertirá en un hombre inútil y un parásito. 

Negar el pasado significa también renegar del futuro y desaparecer entre las oleadas fugitivas del presente.

Para el hombre nacional, en cambio, subsiste un peligro por otro lado grande: aquél de olvidarse del futuro.  Poseer una tradición comporta el deber de vivir la tradición. 

La nación no es una casa en la cual cada generación, como si fuese un nuevo estrato de corales, deba añadir tan sólo un plano más, o donde, en medio de un espacio predispuesto de una vez por todas, no sirva otra cosa que continuar existiendo mal o bien. Un castillo, un palacio burgués, se dirán construidos de una vez y para siempre. 

Pronto, sin embargo, una nueva generación, empujada por nuevas necesidades, ve la obligación de aportar importantes cambios. O por otro lado la construcción puede acabar ardiendo en un incendio, o terminar destruida, y entonces un edificio renovado y transformado viene a ser construido sobre los antiguos cimientos. Cambia la fachada, cada piedra es sustituida, y todavía, ligada a la estirpe como se encuentra, perdura un sentido del todo particular: la misma realidad que fue en un principio. 

¿Tal vez puede decirse que incluso tan sólo durante el Renacimiento o en la edad barroca ha existido una construcción perfecta? ¿Acaso es que entonces se detiene un lenguaje de formas válido para todos los tiempos? 

No, pero aquello que ha existido entonces, permanece de algún modo oculto en lo que existe hoy. Y hoy en día, ello es quizás audazmente articulado como expresión de un sentir en las valoraciones de las supremas energías productivas, aun cuando a pesar de todo tal expresión es pensable únicamente sobre el terreno estratificado de la tradición. En cada línea, en cada unidad de medida, vibra secretamente eso que ha sido, y todavía esto es el presente y determina el rostro del conjunto, tanto como para elevarnos y arrastrarnos en el sentimiento que así se expresa: he ahí aquello que somos, ¡he ahí aquello que somos nosotros mismos! Y así debe ser. 

Así también, la sangre de la persona singular está mezclada por millares de corrientes de sangre misteriosa, a pesar de que esa persona singular no es por esto la suma de sus predecesores, no es sólo el portador de su voluntad y de la calidad de aquéllos, sino que, según una neta y bien definida peculiaridad, él es también él mismo. 
E igualmente, este es el caso para quien contempla la forma que abrazan la nación y el Estado. Ayer teníamos un imperio, hoy tenemos una república… mañana tendremos acaso de nuevo un imperio, y pasado mañana una dictadura. Cada una de estas figuras guarda, como invisible heredad, más o menos oculta en la profundidad de su lenguaje de formas, el contenido de aquello que es pasado; cada una de ellas tiene en cambio el deber de ser en todo y por todo ella misma, porque sólo así será alcanzada la plena valoración de la fuerza.

Esto vale también en estos momentos, para cada uno de nosotros. Ser herederos no significa ser epígonos. Y vivir en una tradición no quiere decir limitarse a aquella tradición. Heredar una casa comporta el deber de administrarla, y no ciertamente el de hacer de ella un museo. Se conservará así el consejo de los ancestros: “El reino deberá permanecer para nosotros (1)”, dijo Lutero depositando la piedra para edificar una iglesia; él sabía bien que un reino y un edificio, una fuerza y su expresión temporal, no son la misma cosa. 

“En verdad, el reino deberá permanecer para nosotros”, y esto vale también para cuanto nos ocupa, y una semejante voluntad de lo esencial se refiere también a nuestra real tradición: con la cual podemos contar bajo el techo de una república con la misma seguridad con la que puede acomodarse bajo un imperio.  

Aquello que de verdad importa es que la gran corriente de sangre se sirva de cada medio y de cada dispositivo ofrecido por el tiempo. Si un enfrentamiento se consuma con los medios de una república o con aquéllos del directorio, en cada caso uno sólo y el mismo será el resultado, siempre que se alcance un tal resultado. 
En la época del arma blanca se debía vencer con la espada… en el tiempo de las máquinas, con las ametralladoras, los tanques, los enjambres de bombas y los asaltos con gas. En una época patriarcal, un ejército debía tener fe en la lucha por el propio soberano y señor.. en el tiempo de las masas puede uno ilusionarse con afrontar la muerte en nombre de cualquier progreso de naturaleza civil o económica. 

Las propias ideas, la propia fe y moralidad aparecerán cambiantes según la iluminación de los reflejos de las épocas. Precisamente así: cambiantes deberán ser, y esto no dependerá, por cierto, de las propias visiones particulares, de las preguntas singulares o de objetivos contingentes… dependerá del hecho de que toda la fuerza de aquellas ideas, fe y moralidad, deberá ser realizada en el ámbito del Reich.

También a nosotros nos ha sido impuesto el deber de apuntar hacia tal realización. También nosotros debemos buscar el poner al servicio del Reich las experiencias espantosas legadas al estado moderno, desembarazarnos del abrazo del intelecto que piensa según cálculos y sobreponerle, hasta el grado extremo de oscilación, hasta el último fragmento de hierro, las leyes de la sangre. Sólo entonces viviremos la tradición. Estamos aún bien lejos de ello. Y es justamente la ostentación de formas externas de la tradición, propia de la actual juventud, lo que constituye la señal de una falta de fuerza interior. 

No vivamos en un museo, sino en un mundo activo y hostil. No es tradición reavivada aquélla que el viejo soltero ostenta pintada sobre la propia cajetilla de cigarros, o aquélla exhibida en el adorno blanco y negro estampado sobre cada cenicero y sobre los tirantes. Esta no es sino propaganda en el sentido deteriorado, como, igualmente, formas de propaganda de pésimo gusto son en gran medida nuestros desfiles, las celebraciones conmemorativas y las jornadas de honorificación: empalagoso kitsch, bueno sólo para conquistar a algún simpatizante.

Preparáos para una nueva batalla de Rosbach (2), que será realizada según las formas más auténticas de nuestro tiempo… y entonces lo antiguo, desde allá arriba, se sentirá por ello de nuevo y sumamente alegre. 
No escribáis una nueva novela de Federico [el Grande], sino la novela nacional de nuestro tiempo, para la cual la materia la tenéis desplegada ante los ojos, multiforme como la vida misma. 

No viváis como soñadores en un tiempo perdido, sino buscad crear para la República una fuerza de choque y una potencia orientada según la corriente de la sangre; o si no, si esta República no admite endurecerse, rompedla. No os cozáis a fuego lento en el recuerdo del bastón de mando de Federico Guillermo I (3), que en verdad fue esencial a su debido tiempo, pero dáos cuenta que del tiempo dependen los métodos sociales y que hoy todo se rige sobre la posibilidad de hallar una causa capaz de envolver también al trabajador en el frente nacional, como ya ha sucedido en otros países.

Sed en todo y para todo aquello que sois; entonces vuestro futuro y vuestro pasado vivirán en el fulcro, en el punto de apoyo ardiente del presente y en la más auténtica alegría de la acción. Tendréis entonces la verdadera tradición viviente y no sólo su centelleante reflejo, el cual podría proyectarse en cualquier sala de cine ciudadana.

Fuente                                                              Ernst Jünger

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La Tradición fue publicado originalmente en la revista Die Standarte (El Estandarte), publicación de la organización de excombatientes llamados los Stahlhelm (Cascos de acero): “Die Standarte. Beiträge für di geistige Vertiefung des Frontgedankens. Sonderbeilage des Stahlhelm. Wochenschrift des Frontsoldaten”. (“El Estandarte. Contribución para la profundización del pensamiento del frente. Suplemento extraordinario del semanal de los soldados del frente”) Magdeburgo, año 1, Nº 10 del 8 de Noviembre de 1925, pag.2.
 
Versión en español de Ángel Sobreviela.
NOTAS:
(1) : la cuarta estrofa del célebre canto eclesiástico de Lutero, titulado Ein feste Burg, dice: “Una sólida fortaleza es nuestro Dios, / una buena defensa y arma. / Nos libera de cada necesidad / que ahora nos golpea. / El antiguo y cruel enemigo tendrá serias razones para temerle; / grande es su potencia, y tan grande su astucia, /, tan temible su armadura. / No tendréis nada igual sobre la tierra”.
(2) : El 5 de Noviembre de 1757, la victoria de ejército prusiano, lograda bajo el mando de Federico el Grande sobre las fuerzas de combate unidas de franceses y de la armada imperial, muy superiores en número, marcó en Rosbach un giro decisivo en la Guerra de los Siete Años.
(3) : Federico Guillermo I (1688-1740), Rey de Prusia desde 1713 a 1740, pretendió de los propios súbditos la disciplina y la sumisión más rigurosas, y él mismo se cuidó de imponerlas personalmente entre el cuerpo de oficiales recurriendo al empleo de la vara.
Las notas al texto pertenecen a Sven Olaf Berggötz, recopilador y editor de la definitiva edición de Politische Publizistik, 1919-1933 de Ernst Jünger (2001, editorial Klett-Cotta, Stoccarda, Alemania).
Sven Olaf Berggötz, nacido en 1965 en Karlsruhe, enseña Ciencias políticas e Historia de las ideas en el Departamento de Ciencias políticas de la Universidad de Bonn.