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sábado, 9 de agosto de 2014

LA GRAN EVROPA




Alexander Dugin, Rusia y la "Gran Europa"
Ruso, disidente del comunismo y asesor de Vladimir Putin, Alexander Dugin es una de las figuras mas controvertidas y movilizadoras de ese universo cultural que se conoce como Nueva Derecha que, de pensadores como Alain de Benoist, Guillaume Faye o Dominique Venner, levantaron todo un frente de contestación ideológica al mayo del 68 y a la modernidad liberal.
Putin como líder una Rusia regenerada
Vladimir Putin no fue ni es solo un mero candidato político que accede el poder. Su voluntad de hacer de Rusia una potencia y romper el unilateralismo norteamericano tiene una explicación ideológica que sustenta esa voluntad. Y Alexander Dugin no es ajeno a todo ello. Su ultima obra, La cuarta teoría política, desarrolla el nuevo escenario ideológico del siglo XXI. Para Dugin, el liberalismo, el fascismo y el comunismo han muerto. Ninguna de esas tres teorías políticas pueden dar respuesta a los problemas de hoy. Como explica en su propia web, “el liberalismo, que siempre ha buscado minimizar la política, decidió, después de su victoria, eliminar por completo la política. Probablemente para no permitir la formación de una alternativa política y hacer eterno su reino, o simplemente debido al agotamiento de la agenda política debido a la ausencia de enemigos, que, según Carl Schmitt, son necesarios para la formación de una posición política”.
Una crítica a las “anteojeras ideológicas”
Es mal frecuente de nuestro tiempo analizar los conflictos sociales con las “anteojeras ideólogicas” de ideas que nacen de la Revolución francesa o que han probado en la práctica o en el campo de batalla su fracaso para ofrecer escenarios de paz y prosperidad. Todo eso, desde 1945 y, más en profundidad, desde 1990 en que cae el Muro de Berlín y la Unión Soviética deja de existir. El desarrollo y comprensión de esta reformulación política requiere modificar la interpretación de la historia política de los últimos siglos, adoptando nuevos puntos de vista, más allá del marco de los clichés ideológicos habituales de las viejas ideologías. También requiere darse cuenta de la estructura profunda de la sociedad global que aparece ante nuestros ojos, descifrar correctamente el paradigma de la era postmoderna y aprender a no oponerse a una idea política, a un programa o a una estrategia, sino al estado de cosas “objetivo”, al tejido social apolítico de la “post-sociedad” fracturada.
La religión frente al ateísmo obligatorio
Para Dugin, la Tradición, como concepto en el que engloba la religión, la jerarquía y la familia, ha sido abatida por la modernidad. Tanto Nietzsche como Max Weber hablaron de esa “muerte de Dios” y del “final de lo sagrado”. Y característica de ese tiempo es no la enemistad con la religión, sino la mas plena indiferencia. En el planteamiento de Dugin, el ateísmo ya no es obligatorio, del mismo modo que las teologías monoteístas no serán instancia de verdad.
Una reivindicación de Heidegger
Si algo tiene la nueva formulación de esta obra de Alexander Dugin es su reinvidicación de Martin Heidegger, con el que coincide en su aborrecimiento por el liberalismo como fuente del pensamiento calculador y del nihilismo occidental. Si se quiere comprender el papel de Rusia en este mundo multipolar tras el desplome de Estados Unidos como guardián del mundo, es de obligada lectura esta obra densa y, en muchos tramos, desconcertante. 

Siguiendo a Carl Schmitt, Dugin identifica a Estados Unidos y al liberalismo como el gran enemigo al representar “procesos de degradación y degeneración”. Como animador de un gran espacio económico y cultural, considera que la misión del movimiento eurasiático es luchar contra la hegemonía liberal y entablar una alianza estratégica con Irán, Turquía y países árabes de Oriente Próximo, ya que son pueblos con un modelo social más solidario que el capitalismo y la globalización propios del mundo anglosajón.
La importancia de la Geopolítica en la interpretación de la Historia
Con el libro de Dugin, uno tiene la sensación de estar ante una obra que se anticipa al porvenir o que es, sin duda, una antorcha de cómo pensar las futuras sociedades europeas. Es imposible interpretar la Historia de los últimos setenta años sin la participación de la Geopolitica. En ese mundo unipolar nacido de la dominación comercial y política de Estados Unidos sobre la Europa que fue ocupada tras Normandía, ésta es vista como parte misma de la America del Norte rica y próspera. Pero ahora esas viejas retóricas ya no funcionan. Ya no existe el comunismo, el ‘mal supremo’ al que apelar y con el que cerrar filas ante la presencia del miedo al secuestro de las libertades formales. 

El gran mérito de la obra de Dugin, como la de Alain de Benoist, es evidenciar la necesidad de una visión alternativa del mundo futuro que nos ofrece Norteamérica. Un mundo donde las raíces clásicas y la civilización de Europa hablan de otros modelos de carácter multipolar. Donde las diferencias entre civilizaciones no terminan en su arrasamiento cultural sino en colaboración y respeto.
La gran Europa soberana
Alexander Dugin imagina una ‘Gran Europa’ como poder geopolítico con su propia identidad cultural, sus propias opciones políticas y sociales y su propio sistema de defensa, su propio acceso a sus recursos energéticos y minerales y su capacidad intacta para la toma de decisiones políticas. En otras palabras, Dugin anuncia una Europa soberana con un procedimiento realmente democrático para la toma de decisiones. Frente a quienes se erigieron en guardianes del mundo, las ideas presentadas en este libro constituyen la oportunidad para encontrar naciones equilibradas, justas y mejores. Otro mundo alternativo donde cualquier cultura digna, sociedad y fe, tradición y creatividad, encuentren su propio lugar. Bienvenidos al siglo XXI.
Fuente                                    Carlos Martínez-Cava
elmanifiesto                                 © Valuaria.com

viernes, 8 de agosto de 2014

LA OPERACIÓN VALQUIRIA



No murieron para volver a una democracia liberal.Propugnaban una Tercera vía

Se cumplen 70 años del complot de Claus von Stauffenberg contra Hitler 

El 20 de julio de 1944, el coronel Claus von Stauffenberg encabezó la conspiración que intentó matar a Hitler. Desgraciadamente no lo consiguió. Al mismo tiempo que saludamos la memoria de quienes dieron heroicamente su vida por tal empeño, vale la pena recordar los principios que les guiaban y que aquí reproducimos.

La Segunda Guerra Mundial adquirió su carácter más destructor a partir del verano de 1944, cuando la certeza de la derrota del III Reich, atacado en dos frentes por la URSS y los anglosajones, enloqueció a los jefes nazis. Después del éxito del desembarco de Normandía (6 de junio de 1944), los militares profesionales, una clase despreciada por los nacionalsocialistas, sabían que la rendición era la única posibilidad de salvar Alemania de la aniquilación.

Desde que Adolf Hitler ascendió democráticamente al poder y empezó a construir su régimen totalitario, grupos inspirados en los ideales de la Revolución Conservadora alemana se unieron en una conspiración contra su poder, que consideraban diabólico. El coronel Claus von Stauffenberg, nacido en una familia aristocrática de gran tradición militar, se adhirió al complot a mediados de la guerra. Él fue el encargado de matar al Führer con una bomba en una reunión militar en la que ambos coincidirían.

En Valkiria: la conspiración para matar a Hitler, una apasionante biografía de Von Stauffenberg, su autor, el alemán Peter Steinbach, aporta un documento muy poco conocido: los objetivos políticos deClaus von Stauffenberg y de su hermano Berthold. Propugnaban éstos una "tercera vía" que no consistía en absoluto en restaurar la República de Weimar y su partitocracia, sino en establecer un régimen corporativo que nada tenía que ver con la democracia liberal.

Dos de los puntos del juramento rezan así:

Nosotros (…) despreciamos la mentira de la igualdad e inclinamos nuestra cabeza ante los rangos establecidos por la naturaleza.

Nosotros queremos unos dirigentes que, brotando de todas las capas del pueblo y unidos a los poderes divinos, precedan a los demás con su gran sentido, disciplina y sacrificio.

(Vea el documento en español al pie del artículo.)

Mientras muchos alemanes adoptaban la postura cómoda de esperar a ver qué ocurría y se amparaban en el lema de que las órdenes se cumplen sin vacilar, Von Stauffenberg y los demás conjurados pusieron su conciencia por encima de las leyes y de su bienestar.


Más información y primer capítulo de Valquiria: la conspiración para matar a Hitler. Clic aquí

Entrevista de José Javier Esparza con el historiador Fernando Paz sobre la conspiración del 20 de julio de 1944. Clic aquí.

Fuente

jueves, 7 de agosto de 2014

LOS HÉROES ESTÁN CANSADOS




Los héroes están cansados: la crisis del mito moderno de la juventud

Botellones en Madrid, botellazos en París: la juventud ha vuelto a ser un problema. Pero esta vez ya no estamos como en Mayo del 68, impresionados por la “marea de la historia”, sino que ahora las erupciones juveniles vienen envueltas en una niebla ambigua: desesperanza, desafección, conformismo que estalla para volver al redil. 

¿Para qué sirve hoy “la juventud”? ¿Ha dejado de ser la vanguardia de la Historia? 

La respuesta es: sí, la juventud ya no es vanguardia de nada. Los héroes están cansados. Una perspectiva histórica ayuda a entender por qué.Por primera vez en doscientos años, da la impresión de que la juventud ha dejado de estar en vanguardia de la Historia. Hasta hace relativamente poco tiempo –Mayo del 68, por ejemplo-, aún pudo decirse que la movilización de los jóvenes indicaba el camino del tiempo nuevo.

Hoy ya no es así. Primero, porque las plataformas de movilización empiezan a ser absolutamente confusas y con frecuencia se agotan en el simple gesto de protesta. Después, y quizá sobre todo, porque las más de las veces no hay movilización en absoluto, sino más bien aglomeración, un movimiento sin sentido ni destino. La juventud se mueve poco y, cuando lo hace, no se sabe hacia dónde. Bien puede decirse que la juventud está en un callejón sin salida. Pero si la juventud fue hasta hoy vanguardia del movimiento moderno, ¿no podría decirse que su actual desconcierto es síntoma evidente de que quien se ha detenido es el propio movimiento moderno, el nervio entero de nuestra civilización? 

No son sólo los jóvenes quienes tienen un problema: el problema somos todos.

Una perspectiva histórica no va a arrojarnos la respuesta al actual enigma de la parálisis de la juventud, pero sí puede iluminarnos sobre cuál ha sido el camino recorrido hasta hoy. Lo esencial es esto: en el mundo moderno, la juventud no ha sido simplemente un “grupo de edad”, una característica física, sino que ha sido un auténtico mito colectivo. En la juventud se ha querido ver el espejo de un mundo que avanzaba, y eso ha sido así desde las grandes revoluciones del XVIII hasta los grandes colapsos del siglo XX. Hoy el gran colapso es el de la propia juventud.

El nacimiento del mito

El mito de la juventud como agente histórico es un mito moderno y, más precisamente, romántico. Se impone después de la Revolución Francesa, al paso de una civilización que se siente llamada a abrir un tiempo nuevo. Hasta entonces, la juventud había sido, en términos poéticos, sinónimo de fuerza, de vigor o de salud; nunca una conciencia –la conciencia de ser joven- y mucho menos una conciencia de superioridad o de singularidad, ese tipo de conciencia que lleva a uno a creer que está llamado a un destino especial por el hecho de ser joven. Pero a partir de los primeros años del XIX asistimos a la identificación entre lo joven y la primavera de la historia, de la cultura, del mundo que empieza a nacer sobre las ruinas del ancien régime. 

Así la juventud se convierte en una magnitud de orden histórico.

No hace falta recurrir a demasiadas exploraciones literarias o históricas. Pensemos, simplemente, en los generales de Napoleón, cuya juventud se considera precisamente como un signo de valor histórico en sí mismo. Murat es general con 29 años, Ney con 28, el propio Napoleón lo había sido con 25. Por las mismas fechas, el general François Marceau moría en Altenkirchen al frente de su división; tenía 27 años. Es evidente que, en este contexto, la juventud de los nuevos líderes tiene que ver con la brutal circulación de elites que la Revolución ha impuesto: la muerte del Antiguo Régimen supone necesariamente la sustitución de las viejas elites por unas elites nuevas. No obstante, aquí hay algo más que un simple cambio generacional. La sustitución de una generación por la siguiente, al paso de un cambio de poder, es un fenómeno recurrente en la Historia: también Octavio renovó el Senado a golpe de espada. Pero ahora lo decisivo es que la nueva generación siente que su juventud incorpora una dimensión política, cultural, histórica. Goethe sintetizó todo eso, en la segunda parte del Fausto, en la figura de Euforión –que, por cierto, acaba de muy mala manera.

El joven Euforión de Goethe es el prototipo de la osadía moderna; una osadía propiamente trágica, pues despliega su voluntad hasta el límite mismo de la muerte –y termina pisando el otro lado del umbral. A lo largo de todo el siglo XIX, desde los romanticismos hasta los materialismos, se va configurando la imagen de la juventud como potencia revolucionaria, esa misma imagen que hallábamos, embrionaria, en los generales de Napoleón. Es la juventud la que se dispara un tiro en la sien enamorada, la que se estrella en las barricadas de 1848, la que agita incesantemente las tribunas, los periódicos, las calles de la revolución industrial. Y aunque los protagonistas de esos sucesos ya no sea propiamente jóvenes, sin embargo actúan en nombre de la juventud, de su juventud, pues la juventud se ha convertido en un valor transformador, en la figura del cambio social. Desde el Emilio de Rousseau, la adolescencia simbolizaba el paso de la sociedad salvaje, infantil, a la sociedad civilizada, adulta; del mismo modo, ahora se otorga a la juventud la cualidad de encarnar la construcción de la sociedad, la configuración de una realidad social nueva. Basta pensar en la importancia decisiva que las vanguardias artísticas, por ejemplo en Rimbaud, otorgarán a la juventud como potencia renovadora.

El motor del cambio social


Este proceso histórico se acompaña de un proceso social que es inseparable del primero y que es imprescindible para entender el nacimiento de la juventud no sólo como concepto histórico, sino también como sector social singularizado. Las grandes transformaciones socioeconómicas y políticas traen consigo algunos cambios fundamentales. La industrialización y los movimientos de población modifican radicalmente la estructura de las familias. Los viejos sistemas de incorporación de los jóvenes a la sociedad adulta –aprendizajes, maestrías, etc.- desaparecen. La extensión de los programas de educación amplían el arco de edad de la juventud: cada vez se es joven durante más tiempo. De este modo va tomando forma lo que después Talcott Parsons llamará “cultura juvenil”: una forma de ser y estar específica de los jóvenes, con valores propios, no siempre coincidentes con los de la sociedad adulta. Al alba del siglo XX, ser joven ya es una manera de vivir. Los boy-scouts en la órbita anglosajona, como los Wandervogel en Alemania, recorren los campos y las ciudades manifestando que la juventud ya es un protagonista activo de la historia.

Los Wandervogel y los boy-scouts se aniquilaron recíprocamente en las trincheras de la primera guerra mundial. Nunca había habido tantos jóvenes conscientes de serlo; tampoco nunca habían muerto tantos jóvenes en lugar alguno del mundo. Pero en esos océanos de sangre joven no murió la juventud como agente histórico, sino que, al contrario, se multiplicó un mito que iba a tomar dimensiones ciclópeas. De entrada, empieza a ser posible explicar la historia como sucesión dialéctica de generaciones, al estilo de Ortega. 

La diferencia de temperatura espiritual entre la generación que dirigía el mundo hasta 1914 y la que amanece después de 1918 es decisiva: prácticamente se han cortado todos los puentes, como puede verse en Jünger. Millones de jóvenes se agitan en toda Europa buscando “lo nuevo”. Los movimientos totalitarios de entreguerras no son propiamente movimientos juveniles, pero son incomprensibles sin el mito de la juventud. Todos ellos abanderan el concepto de juventud como símbolo del mundo nuevo, en la línea revolucionaria moderna –pues se trata, en todos los casos, de movimientos modernos. Todos ellos encuentran un impulso decisivo en la juventud sacrificada en las trincheras. Todos ellos otorgan a la juventud la condición de ariete del orden que nace. Lo más significativo es que esta atmósfera no es exclusiva de los movimientos totalitarios, sino que se extiende por doquier en las sociedades desarrolladas.

La segunda guerra mundial aplastó temporalmente el mito político de la juventud: aquella era la segunda generación de jóvenes que moría masivamente en las trincheras. Tras la paz de 1945 –paz caliente de la que nacerá la guerra fría-, el mundo se concentra en la reconstrucción. Llamativamente, el discurso general es, al menos en Europa, paternalista: se trata de construir unas sociedades donde ya no haya guerras, revoluciones, exclusión y escasez; un mundo donde los jóvenes ya no tengan que volver a morir, un mundo para disfrutar. El discurso del bienestar lo invade todo, como gemelo del discurso del trabajo. Pero un orden de ese tipo sólo puede sostenerse si es capaz de satisfacer las expectativas que despierta: la libertad individual completa, la emancipación del sujeto, más allá de cualquier tipo de obligación. No se puede proponer a la gente el horizonte del placer y el confort y, al mismo tiempo, imponerle la obediencia a normas que limitan ese horizonte. La estrategia comunista aprovechará muy bien esa contradicción. Los discursos liberadores invaden la Europa de los años sesenta. La juventud vuelve a actuar como vanguardia del movimiento moderno. Pero, esta vez, el beneficiario de la rebeldía iba a ser el orden establecido.

La muerte del mito


La gran lección de Mayo del 68 la vio muy bien Pasolini: ni aquello era una revolución, ni los jóvenes de Berkeley o París eran propiamente revolucionarios, sino que todo venía a resumirse en una reivindicación hedonista de bienestar, en un gesto de fuerza para liberarse de las últimas obligaciones sociales que constreñían al individuo. Quizá fuera una subversión, pero era precisamente la subversión que el orden burgués necesitaba para emanciparse de las últimas cadenas, sobre todo de carácter moral, que impedían su libre vuelo. De hecho, las sociedades que nacieron de aquellas convulsiones no fueron más democráticas ni más justas, sino que la transformación social se concentró en la libertad de costumbres, en el derecho del individuo a contemplar su posición desde la perspectiva de un hedonismo consciente –en eso que se llamó “derecho a la felicidad”. Los revoltosos que gritaban “¡Queremos orgías!” en los happenings universitarios de los años setenta sólo era una amenaza para quienes pisaban el freno del capitalismo, no para quienes estaban tirando de la gran máquina.

Todo lo que hemos vivido después, en el último tercio de siglo, responde a esa situación: la juventud ha dejado de ser el motor de la historia porque el movimiento moderno ha llegado a su final. Se ha obtenido la emancipación completa del individuo; al menos, la emancipación que buscaban los modernos: ni Dios ni amo, ni reyes ni padres. 

Occidente se ha convertido en un “sistema de egoísmos” que fundamenta la libertad de las gentes sobre el derecho al bienestar individual y a la ausencia de obligaciones

Seguimos, por supuesto, sometidos a mil coacciones, empezando por la coacción del dinero, pero ninguna de ellas puede ser ya derribada por un movimiento contestatario, porque precisamente esas coacciones –por ejemplo, esa del dinero- se consideran requisito de la libertad. En un horizonte así, la juventud como mito histórico deja de tener sentido.

El aspecto general que ofrece hoy la juventud, como sector social, es el de un segmento de población estabulado en instituciones neutralizadoras. Entre esas instituciones las hay formales, como la universidad o el mercado laboral, y las hay informales, fácticas, como el ocio. Es importante subrayar esto al hablar de los jóvenes, porque no siempre se repara en el papel del ocio como lugar de vida, como ambiente que envuelve la existencia. El ocio, que es una industria extraordinariamente desarrollada en las sociedades actuales, es también una forma de vivir en la medida en que se convierte en eje de la conducta. Y es llamativo que las “políticas juveniles” de nuestros gobiernos, en toda Europa, atiendan invariablemente a proveer a los jóvenes de nuevos y más completos centros de ocio, de instituciones cada vez más amplias donde proceder a su estabulación.

Se podrá decir que esa “estabulación” no es un fenómeno nuevo, y es verdad. Todas las sociedades humanas crean instituciones neutralizadoras: son las instancias de socialización, que sirven para que el individuo aprenda a integrarse en la comunidad, generalmente ofreciendo modelos de integración. La diferencia, lo nuevo, es que hoy tales instancias no son integradoras, sino simplemente paralizadoras. La enseñanza, por ejemplo, no ofrece modelos: se ha convertido en un estadio de instrucción técnica que se alarga en función de la elasticidad del mercado del trabajo, en el que, por otro lado, cada vez es más difícil entrar. Quienes ofrecen los modelos, hoy, son los medios de comunicación, y esos modelos pertenecen invariablemente a una cultura mundial de masas cuyo norte no es la construcción social, sino la satisfacción individual. 

Por eso hablamos de estabulación y no de socialización: porque aquí, ahora, de lo que se trata es de guardar a los jóvenes hasta que dejen de serlo. Los jóvenes, en tal situación, se vuelven hacia sí mismos: se les empuja a encontrar la satisfacción en su propia juventud. Pero nadie puede ser eternamente Narciso: al final, la propia imagen siempre defrauda. Por eso nacen la insatisfacción y la apatía. Y así muere el mito moderno de la juventud.

Hace doscientos años que los jóvenes generales de Napoleón pasearon por Europa el mito de la juventud revolucionaria. Hoy los héroes están cansados. Como tantas otras cosas en el camino moderno, también el vuelo de Euforión se ha topado con un callejón sin salida. Quizá sea el momento de que todos empecemos a pensar en cómo cambiar las cosas –en dirección inversa.

Respecto a los propios jóvenes, el primer paso debería ser dejar de verse a sí mismos como jóvenes, es decir, como un sector social cuya edad le confiere una conciencia específica. Hoy esa “conciencia de ser joven” es un arma paralizadora: conduce a la indolencia y a la abstención, pues se traduce en una mentalidad protegida, como la de quien posee derechos que no ha conquistado por sí mismo. El horizonte de los jóvenes –y no sólo de ellos- debería ser la comunidad en su conjunto. Sólo volcándose hacia el exterior, hacia fuera de sí, se puede romper el hechizo de Narciso. Pero eso exigirá que la sociedad provea de modelos aptos a los jóvenes y que conciba la educación como algo más que una estabulación. Y esto, evidentemente, ya es otra historia.

Fuente                                       José Javier Esparza

blogdeesparza              (Publicado originalmente en “El Manifiesto”, 5, junio de 2006).

"Si por desgracia se abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus distracciones, siempre queda el soma: medio gramo para una de asueto, un gramo para fin de semana, dos gramos para viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la Luna." 
                              Aldous Huxley (Brave New World)

miércoles, 6 de agosto de 2014

DIVINO TESORO




Juventud y líderes

Vivimos tiempos convulsos llenos de zozobras e incertidumbres. La sociedad evoluciona a velocidad de vértigo por mor de muchos factores entre los que destaca la influencia notable de las nuevas tecnologías.El impacto sociológico de este hecho aún está por dilucidar pero donde parece que se presenta con más fuerza es en las relaciones entre padres e hijos, entre abuelos y nietosTal parece hoy que la brecha generacional es más amplia que en otros tiempos. Esto hace prudente prestar atención a este hecho por la incidencia que plantea en las relaciones sociales.

Así, aquel que sea capaz de conectar con el importantísimo segmento de la sociedad que representa la juventud será capaz de liderar grandes proyectos

Una juventud que, por otra parte, está sufriendo más que nadie los efectos de la crisis.No es de extrañar por lo tanto el éxito de fenómenos sociales como el que representa el grupo político “Podemos”. Su líder, un joven político con preparación, personalidad, gran capacidad dialéctica y conocimiento de los medios ha sabido convertirse en líder de una parte de la juventud estudiantil y trabajadora. Una juventud que como en todos los tiempos se rebela contra lo establecido.
Para nada comulgo con sus postulados, llenos de demagogia barata por otra parte, pero si reconozco su capacidad para movilizar a las masas. Por muchas razones pero sobre todo porque es joven y está muy cerca de aquellos a los que lidera y representa.
Esto no es un fenómeno nuevo ni mucho menos. Un simple repaso a antecedentes históricos nos recuerda a un José Antonio Primo de Rivera que con treinta años de edad fue capaz de aglutinar una importante base social tras él; o a un Buenaventura Durruti que no llegaba a los 40 años, líder anarquista y sindicalista; Adolfo Suárez cuando fue elegido Presidente rondaba los 40 y Felipe González lo mismo.
Lo que quiero decir es que al ver hoy a los líderes teóricos de opinión no me extraña el desafecto general de esa importante parcela de nuestra sociedad que constituye la ” juventud”. Están muy lejos de ellos. Y lo están sencillamente por una cuestión de edad, amén de por otras causas también.
Cuando el otro día tuve conocimiento de la abdicación de SM el Rey Don Juan Carlos no salía de mi asombro. Nunca me imaginé que algo así sucediera y estaba seguro que la sucesión se produciría en su día por causas naturales.
Analizando este hecho con más sosiego y meditación no puedo por menos que considerar que Don Juan Carlos ha sabido comprender y captar cuanto en el comienzo de estas líneas he expuesto. Liderar una nación en este siglo XXI exige una conexión con esta sociedad de hoy y el futuro que sólo un hombre joven puede conseguir. Don Felipe deberá ser capaz de ello.
Un líder tiene que tener audacia, iniciativa, fuerza e ilusión. Virtudes que donde se muestran con mayor fuerza es en la juventud y no cuando se peinan canas. Un liderazgo así es imprescindible siempre, pero cuando la situación a la que se ha de hacer frente es tan complicada como la presente hoy en España aún es más necesario.
Don Felipe reúne las cualidades necesarias para ejercer con eficacia la labor que le encomienda la Constitución: arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las Instituciones. Estas son funciones que sí bien no proporcionan al Rey un poder efectivo no dejan de ser sumamente importantes pues de la intensidad de su ejercicio se puede derivar una “autoritas” que no es tan simbólica como se puede pensar.
Su preparación así como su sentido de la responsabilidad ante el pueblo español y ante la historia de nuestra nación son cualidades que se le suponen, pero deberá demostrarlo.
Se oyen hoy muchas veces reclamando la proclamación de una nueva República y no seré yo quien les discuta ese derecho pero conforme a lo que veo estoy con las palabras que un familiar muy cercano me dijo el otro día: ” yo soy republicana por concepto y convicción pero líbreme Dios de ir a la República con esos que veo por la TV. Estos no quieren la República sino la revolución”.
He aquí el gran error de los que anhelan el cambio en la forma de Estado. No aprenden nada de la Historia. Afortunadamente son bastante torpes. La segunda República vino de la mano de personalidades moderadas y los que luego la hicieron inviable son los que ahora desfilan por las calles con la Bandera tricolor.
Suerte a Don Felipe, Felipe VI. La va a necesitar pues esto no ha hecho más que empezar.

Fuente                                   Juan Antonio Chicharro
larepublica                                        General de División (r)

martes, 5 de agosto de 2014

CAMPO HOBBIT



El hobbit y los movimientos sociales alternativos

Esta Navidad “El Hobbit”, libro escrito por J.R.R.Tolkien en 1932, ha vuelto a estar de actualidad por el estreno de la película de Peter Jackson. El Hobbit recrea un mundo de fantasía épica de trasfondo medieval e inspirado en las sagas nórdicas. La literatura de Tolkien ha servido como fuente de inspiración a movimientos sociales de lo más diverso.

Ecologistas y pacifistas han celebrado sus obras con igual entusiasmo. De las páginas de Tolkien se desprende un profundo respeto por la naturaleza y los oficios artesanos. El escritor era un enamorado de la campiña rural inglesa y sus gentes y un contumaz detractor de la industrialización y el excesivo mecanicismo (procuraba ir a todas partes en bicicleta). Estas actitudes vitales tienen su reflejo en su literatura. En cierto sentido, puede apreciarse una condena del impacto negativo del progreso tecnológico en el proceso de «industrialización forzada» de la Comarca al final de El retorno del Rey

Por otro lado, Tolkien perdió a la mayoría de sus amigos en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Como consecuencia de su profundo catolicismo, fue muy crítico con los abusos anticlericales durante la Guerra Civil española y con la amenaza totalitaria que entrañaban los regímenes nazi y comunista. 

También criticó abiertamente la actitud revanchista de los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial y el uso de la bomba atómica. Tolkien vivió el periodo más convulso de nuestra historia reciente y en su obra, claramente antibelicista, se aprecia una concepción de la guerra como fuente de desgracia para los pueblos. Sus amados hobbits y elfos eran pueblos profundamente pacíficos. Paulino Arguijo cuenta en su biografía de Tolkien que durante la guerra de Vietnam los hippies llevaban pancartas en las que se leía“Orcos, dejad en paz a los hobbits”. Este movimiento contracultural apreció en la obra de Tolkien argumentos para criticar el imperialismo americano durante los años la Guerra Fría

La creación del profesor de Oxford también ha inspirado a la derecha radical. Estas corrientes de pensamiento se han visto tradicionalmente atraídas por las leyendas épicas de la Tierra Media, la recuperación de las runas y la simbología antigua y el tradicionalismo y antieconomicismo de la obra de Tolkien

"Cuando un enano, aún el más respetable, siente en el corazón el deseo de oro y joyas, puede transformarse de pronto en una criatura audaz, y llegar a ser violenta" 
Sin ir más lejos, el Fronte della Gioventú, organización juvenil del MSI (Movimiento Social Italiano) celebró entre los años 1977 y el 1980 tres Campos Hobbit. Tomaron el nombre fascinados por la mitología tolkieniana y como una muestra clara de romper con la iconografía del fascismo de los años treinta. Fueron unos festivales de verano con conciertos de grupos alternativos, stands con libros y cassettes, encuentros deportivos y debates y mesas redondas para refundar la derecha revolucionaria se abrió a nuevos temas sociales como el ecologismo, el paro, la publicidad y la condición de la mujer.
Tolkien decía de sí mismo: "en verdad, soy un hobbit, excepto por el tamaño. Me gustan los árboles, los jardines y las granjas sin máquinas; fumo en pipa, me gusta la comida sencilla (no refrigerada) y detesto la comida francesa; me agrada y hasta me atrevo a usar en estos días oscuros, los chalecos adornados. Tengo predilección por las setas (del campo); tengo un sentido del humor muy elemental (que incluso mis críticos favorables hallan fastidioso); me acuesto y me levando tarde (cuando puedo), y no viajo mucho.
 El pueblo de La Comarca es una comunidad de gente sencilla, arraigada a su tierra, ligada por fuertes vínculos familiares y vecinales, cuidadosa de sus costumbres y tradiciones, antieconomicista, pacífica, respetuosa de la naturaleza y de los demás y con un contagioso amor por el ocio y buena vida. Bien pensado, La Comarca es, en muchos aspectos, la antítesis de la sociedad moderna. Su estilo de vida es, hoy en día, alternativo y profundamente revolucionario.
 Maestro Tolkien, nosotros también somos hobbits. Y no es tarde para cambiar. También nosotros podemos volver a los orígenes y recuperar todo lo bueno que tienen nuestras comunidades. Como dice Sam a Frodo en Las Dos Torres:
"Al final, todo es pasajero como esta sombra. Incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún, esas son las historias que llegan al corazón, porque tienen mucho sentido aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran pero no lo hacen. Siguen adelante. Porque todos luchan por algo."
 Lo has entendido bien, Samsagaz. Todos luchamos por algo. Podríamos rendirnos, pero no lo haremos.

lunes, 4 de agosto de 2014

CONTRA LIBERALISMO E IGUALITARISMO



La Nueva Derecha Europea40 años después

Con motivo de la publicación en español del libro de Tomislav Sunic "Contra la democracia y la igualdad. La Nueva Derecha Europea" (Editorial Fides), ofrecemos a los lectores de El Manifiesto el prefacio escrito por Alain de Benoist para la edición inglesa de 2009. Interesante recorrido por los principales temas de debate de la escuela de pensamiento europea conocida como "Nouvelle Droite", escrita precisamente por su líder intelectual e ideológico.

En el año 1990, mientras la corriente de pensamiento conocida como la Nueva Derecha Europea (NDE) celebraba su vigésimo primer aniversario, un amigo croata, Tomislav Sunic, publicaba la primera edición de su libro sobre la Nueva Derecha. El libro fue escrito originalmente como tesis doctoral, defendida en 1988 en la Universidad de California, Santa Bárbara. Después de haber adquirido un buen conocimiento de la lengua francesa durante sus estudios en la Universidad de Zagreb, Sunic se dispuso a investigar los principios de la NDE. Además, Sunic tuvo la oportunidad de leer los trabajos de la NDE en el francés original. A diferencia de otros muchos comentaristas, que hablaron de la NDE basándose en rumores y juicios formados a partir de fuentes de segunda mano, él demostró su capacidad para ir recto al núcleo de la cuestión. Sunic mostró su simpatía por la NDE, lo cual le distinguía de los comentaristas mencionados anteriormente.
Obviamente, el libro no era sólo interesante porque era simpático. La importancia de su libro se debe a su carácter pionero, Ciertamente, a finales de la década de 1980, varios libros –y también una serie de artículos académicos- se habían publicado sobre la NDE, pero estaban casi todos escritos en francés. El libro de Sunic fue uno de los primeros en aparecer en el extranjero, un privilegio que compartió con algunos autores italianos. Presentando la historia y las ideas principales de la NDE a un público que nunca había oído hablar antes de ellas, lo cual no era una tarea fácil. Gracias a sus conocimientos, su talento para la síntesis, así como su conocimiento de la audiencia, Sunic lo logró fácilmente.
El libro fue escrito en inglés, ya que el autor residía entonces en los Estados Unidos –país que conocía desde fuera y desde dentro y que miraba de una manera bastante crítica (como lo demuestra su libro Homo Americanus). Al abordar el mundo de habla inglesa, Sunic se enfrentó a dificultades que un autor italiano, español o alemán nunca habría encontrado.
La primera de estas dificultades fue la falta general de interés por el debate intelectual en el mundo anglosajón. Los ingleses, y más aún los estadounidenses, pretenden ser “pragmáticos”. En filosofía, se adhieren mayoritariamente al empirismo y al positivismo, cuando no a una filosofía puramente analítica. En su ansia por los “hechos” se olvidan de que estos hechos no pueden disociarse de la hermenéutica, esto es, de un marco de interpretación. La famosa distinción de David Hume entre juicios de hecho y juicios de valor (el indicativo y el imperativo, lo que es y lo que debería ser) sólo puede tener un valor relativo. En cuanto a la teoría política, con algunas notables excepciones, a menudo se reduce a consideraciones prácticas que definen la agenda de la clase dominante. Esto explica por qué los estadounidenses consideran indignos a los intelectuales, y por qué los intelectuales no han ocupado nunca el papel de árbitros morales, como sucede en otros países, especialmente en Francia.
La expresión “nueva derecha” presenta además otras dificultades. Ya había “nuevas derechas” inglesa y americana pero, lejos de estar relacionadas con la NDE, representaban justo lo contrario. Combinando el fundamentalismo religioso, el atlantismo occidental, la defensa del capitalismo y el apoyo a la ideología de mercado, estas “nuevas derechas” representaban, de hecho, todo lo que la NDE había criticado radicalmente. Simpatizantes de estas “nuevas derechas”, que podían haberse sentido intrigados por el libro de Sunic, sin duda deben haber sido decepcionados.
En general, y a pesar de todos los malentendidos que pueden haber sido causados por una etiqueta, debe haber sido muy difícil encontrar un equivalente a la NDE al otro lado del Atlántico. En Estados Unidos, la “derecha” en realidad se compone de dos grandes corrientes: una corriente principal, moderada y de clase media, que corresponde a los círculos “conservadores” (ellos mismos divididos en numerosas camarillas), cuya causa principal es el apoyo al capitalismo, un sistema económico cuyo fundamental es la destrucción de todo lo que los conservadores deberían conservar.
Por otro lado, hay una minoría radical, representada por pequeños grupos extremistas que se hacen llamar “racistas”, cuya ideología se reduce a una mezcla de nacionalismo y xenofobia. No sólo la NDE no se identificó nunca con ninguna de estas camarillas derechistas anglosajonas, sino que ha luchado constantemente contra sus principios y presupuestos.
Otras ambigüedades están relacionadas con el vocabulario. Voy a dar sólo un ejemplo. En el ámbito de las ideas de la NDE se ha señalado consistentemente al liberalismo como uno de sus principales adversarios. Sin embargo, la palabra “liberal” tiene significados radicalmente diferentes en Europa Occidental y en los Estados Unidos.
En Estados Unidos un “liberal” es un hombre inclinado al centro-izquierda que aboga por un Estado redistributivo. También es tolerante en cuanto a las costumbres sociales y tiende a ser un gran defensor de la ideología de los derechos humanos. En Francia lo llamamos “progresista”.
Por el contrario, en Europa, un “liberal” es, ante todo, un defensor del individualismo y el libre comercio, un opositor al Estado y también un partidario de América. Si se pregunta a un francés que nombre a un político liberal conocido, Reagan y Thatcher les vienen a la mente de inmediato. En otras palabras, lo que llamamos “liberal” se corresponde en gran medida a lo que los americanos llaman “conservador” y, por tanto, lo contrario de un “liberal”.
Esta diferencia tiene orígenes históricos: los estadounidenses han conservado el significado original de la palabra “liberalismo” que, cuando apareció por primera vez en el siglo XVIII, era realmente una corriente “izquierdista” de pensamiento, siendo el principal heredero de la filosofía de la Ilustración. En Europa, por el contrario, los liberales fueron empujados gradualmente hacia la derecha por el ascenso del socialismo y del comunismo, hasta el punto de que, a finales del siglo XIX, comenzó a identificarse con la burguesía conservadora (a veces llamados “orleanistas” en Francia). Uno puede ver inmediatamente los desprecios –y los falsos amigos- que un libro que representa una corriente “anti-liberal” podía tener en América.
Finalmente, la crítica de los Estados Unidos y la americanización global, que resulta de la afirmación progresiva de la hegemonía estadounidense, ha sido un tema estándar en la NDE. Esto difícilmente podría atraer a los estadounidenses, que conciben a su país como la “Tierra Prometida”, la encarnación de la mejor sociedad posible y –por esa misma razón- como un modelo que merece ser exportado a todo el mundo. Es muy significativo que muy pocos textos de autores de la NDE hayan sido traducidos al inglés, a pesar de hayan sido traducidos a otros quince idiomas. La NDE, como una emanación de la “Vieja Europa” (o del “resto del mundo” que los estadounidenses no alcanzan a comprender a menos que esté totalmente americanizado), sigue siendo una “terra incógnita” para la gran mayoría de los americanos.
[Vamos a mencionar el número especial de la revista Telos (“Nueva Derecha-Nueva Izquierda-Nuevo Paradigma”, números 98-99, otoño-invierno de 1993), así como el libro e Michael O'Meara (“Nueva cultura, Nueva derecha: anti-liberalismo en la Europa posmoderna”, Bloomington, 2004). Yo añadiría que la crítica de los Estados Unidos por parte de la NDE nunca ha derivado en “americanofobia”. Todo lo contrario. La NDE ha acogido a una serie de escritores y pensadores de los países de habla inglesa. Son pocos en número, pero no sin importancia, como los teóricos del comunitarismo, como Michael Sandel, el canadiense Charles Taylor, el inglés Alasdair McIntyre y, especialmente, Cristopher Lasch, un teórico del “socialismo populista”, una expresión que nos trae a la memoria al gran George Orwell, cuyas ideas también se han popularizado por Paul Piccone en Telos.]
La edición del libro en ingles de Sunic lleva por título “Contra la Democracia y la Igualdad: la Nueva Derecha Europea”, un título que siempre he considerado inadecuado. Sospecho que el autor eligió este título por pura provocación. Hay que destacar, sin embargo, que la NDE nunca ha sido hostil a la democracia y la igualdad. Por supuesto, ha sido crítica con el igualitarismo y ha puesto de relieve los límites del liberalismo y de la democracia, pero eso es un asunto muy diferente.
Entre la igualdad y el igualitarismo existe más o menos la misma diferencia que entre la libertad y el liberalismo, o lo universal y el universalismo, o el bien común y el comunismo. El igualitarismo tiene como objetivo introducir la igualdad donde no tiene lugar y no se corresponde con la realidad, como la idea de que todas las personas tienen las mismas habilidades y dones. Pero, sobre todo, el igualitarismo entiende la igualdad como "igualdad total”, es decir, lo contrario de la diversidad. Sin embargo, lo contrario de la igualdad es la desigualdad, no la diversidad. La igualdad de hombres y mujeres, por ejemplo, no borra la realidad de la diferencia entre los dos sexos. Del mismo modo, la igualdad de derechos políticos en la democracia no debe presuponer que todos los ciudadanos son iguales, ni tienen los mismos talentos, sino que todos deben disfrutar de los mismos derechos políticos, ya que, en sus relaciones políticas, se considera a todos los ciudadanos por igual, en virtud de la pertenencia al mismo sistema de gobierno.
La NDE siempre ha denunciado lo que yo llamo la “ideología de la igualdad”, es decir, la ideología universalista que, en sus formas religiosas o profanas, busca reducir la diversidad del mundo -es decir, la diversidad de las culturas, los sistemas de valores y las formas arraigadas de la vida- a un modelo uniforme. La implementación de la ideología de la “mismidad” conduce a la reducción y erradicación de las diferencias. Siendo básicamente etnocéntrica, a pesar de sus pretensiones universalistas, legitima sin cesar todas las formas de imperialismo. En el pasado, fue exportada por los misioneros que querían convertir al planeta entero al único Dios -a continuación, en el mismo sentido, por los colonizadores que, en nombre del "sentido de la historia" y el culto del "progreso”, quisieron imponer su forma de vida a los "pueblos indígenas". Hoy, en el nombre del sistema capitalista, la ideología de “lo mismo” reduce todo a los precios del mercado y transforma el mundo en un vasto y homogéneo mercado-lugar donde todos los hombres, reducidos al papel de productores y consumidores -para luego convertirse ellos mismos en productos básicos- deben adoptar la mentalidad del homo economicus. En la medida en que trata de reducir la diversidad, que es la única verdadera riqueza de la humanidad, la ideología de la “mismidad” es en sí misma una caricatura de la igualdad. De hecho, se crean desigualdades del tipo más insoportable. Por el contrario, la igualdad, que debe ser defendida siempre que sea necesario, es harina de otro costal.
En cuanto a la democracia: a la NDE nunca le gustó el despotismo o la dictadura, y mucho menos el totalitarismo. La democracia, cuyo principio fundamental es la igualdad de los derechos políticos, no puede ser el mejor régimen posible, pero es el que mejor satisface las necesidades de nuestros tiempos. Pero primero debemos entender su significado exacto.
La democracia es el régimen en el que la soberanía reside en el pueblo. Pero para ser verdaderamente soberano, el pueblo debe ser capaz de expresarse libremente, y aquellos a los que designa como sus representantes deben actuar de acuerdo con sus deseos. Es por ello que la verdadera democracia es la democracia participativa, es decir, la democracia que permite a las personas ejercer su soberanía lo antes posible y de forma permanente, y no sólo durante las elecciones. En este sentido, el sufragio universal es sólo un medio técnico para evaluar el grado de acuerdo o consentimiento entre gobernantes y gobernados. Tal como se entendía por los antiguos griegos, la democracia, en su análisis definitivo, es un sistema que permite a todos los ciudadanos participar activamente en los asuntos públicos. Esto significa que la libertad en la democracia se define principalmente como la posibilidad de no participar activamente en la esfera pública, sin duda como la libertad para convertirse en algo ajeno a la esfera pública o de retirarse a la esfera privada.
Una democracia puramente representativa es, como mucho, una democracia imperfecta. En última instancia, el poder político debe ejercerse en todos los niveles, y no sólo en la parte superior, gracias al principio de subsidiariedad (o de competencia suficiente), lo que significa que las propias personas puedan tomar decisiones sobre lo que se relaciona con ellos tanto como sea posible, delegando sólo aquellas decisiones que interesan a las comunidades más grandes para que se adopten en un nivel superior. En momentos en que los representantes están cada vez más aislados de la gente, cuando los funcionarios no electos tienen cada vez más poder que los elegidos, cuando los políticos se ven ellos mismos desposeídos de sus prerrogativas por un sistema burocrático de "expertos" técnicos, que los sueños del gobierno sobre los hombres adoptan los modelos de gestión de la empresa o de una administración de las cosas, la prioridad esencial es la renovación de la democracia participativa -la democracia de base, la democracia directa - y el renacimiento de una esfera pública activa, que es el único capaz de mantener el vínculo social y garantizar el ejercicio de los valores compartidos.
Debido a que el libro de Sunic apareció en 1990, es evidente que no tiene en cuenta lo que ha sucedido desde entonces. Sin embargo, en los últimos años, la NDE ha ampliado sus objetivos de manera espectacular y publicado, sobre todo, en el campo de la crítica social. Yo, obviamente, no voy a tratar de resumirlos, siquiera brevemente, ya que éste es el propósito del libro de Sunic. Pero me alegro de que la edición croata de su libro contenga como anexo una traducción completa del "Manifiesto por un renacimiento de Europa", publicado en 2000, que propone una síntesis de los objetivos de la NDE en los albores del siglo XXI y que, hasta la fecha, ha sido traducido al español, italiano, inglés, alemán, húngaro y holandés. El lector puede, por tanto, revisar todo lo que la NDE ha escrito en los últimos dos decenios acerca de la ciencia social, Europa, la posmodernidad, el federalismo, el contraste entre el Estado nacional y el imperio, la crítica de la ideología del trabajo, el sistema capitalista, la "gobernanza”, la decadencia de la política, la crisis de la democracia, la cuestión de la identidad, las amenazas ambientales, la crítica del "desarrollismo", así como las nuevas perspectivas abiertas por los críticos del crecimiento ilimitado, y así sucesivamente.
Sin embargo, quisiera centrarme en algunas cuestiones importantes. En primer lugar, me gustaría hablar de la continuidad del proyecto de la NDE desde 1968. La NDE cumple ahora exactamente cuarenta años. Sus principales publicaciones han demostrado su longevidad: Nouvelle Ecole fue lanzada en 1968, Éléments en 1973, y Krisis en 1988. Aunque la duración y la continuidad no es lo único que importa, debe señalarse que pocas escuelas de pensamiento han estado activas durante este largo tiempo. Pero la NDE tiene algo más que una historia, tiene una agenda, un proyecto. Durante los últimos cuarenta años, la NDE ha publicado un número considerable de libros y artículos; ha organizado un sinnúmero de conferencias, simposios, reuniones, cursos de verano, etc. De este modo, se han abandonado algunos caminos sobre los que erróneamente se pensó que podían aportar algo, mientras se exploran continuamente otros nuevos. Así, se ha mantenido fiel a su inspiración "enciclopédica" desde el principio.
También debo señalar que, desde el principio, la NDE se veía a sí misma como una escuela de pensamiento, no como un movimiento político. Esta escuela de pensamiento ha superado ampliamente el marco organizativo de la asociación conocida primero como GRECE (Groupement de Recherche et d'Etudes pour la Europeenne Civilización / Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea), fundada en 1968. A través de sus publicaciones, la NDE se ha dedicado a "metapolítica." ¿Qué significa "metapolítica"? Ciertamente no es una forma diferente de hacer política. La Metapolítica nació de la conciencia sobre el papel de las ideas en la historia y la convicción de que el trabajo intelectual, cultural, doctrinal e ideológico es el requisito previo de cualquier tipo de acción (política). Esto es algo en que los activistas -que constantemente insisten en la "urgencia" (aunque sólo sea para protegerse a sí mismos de cualquier tipo de reflexión en profundidad), o que simplemente prefieren ser reactivos a ser reflexivos-, tienen dificultades para comprender. Resumiendo, con una fórmula simple: la Ilustración llegó antes de la Revolución Francesa y la Revolución Francesa no habría sido posible sin la Ilustración. Antes de cada Lenin tiene que haber un Marx. Antonio Gramsci entendió esto muy bien, al referirse a los intelectuales "orgánicos". Hizo hincapié en que la transformación de las estructuras políticas y socio-históricas de una época determinada presupone una inmensa transformación de los valores que ya ha debido tener lugar con anterioridad.
La NDE fue fundada a finales de la década de 1960 por jóvenes que en su mayor parte tuvieron algunas experiencias adolescentes con la política militante y, por lo tanto, tenían conocimiento de sus defectos y limitaciones. Ansiosos por sentar las bases de una filosofía política y una concepción de un nuevo mundo, deseaban en cierta medida partir de cero y romper con las ilusiones de la acción política inmediata.
Para entonces, sin embargo, se habían dado cuenta de la división simplista y obsoleta entre izquierda y derecha. Ellos sabían que toda sociedad está en la necesidad de la conservación y del cambio. Ellos estaban dispuestos a examinar críticamente la tradición con el fin de identificar lo más básico y significativo de la vida, mientras luchaban contra los grandes problemas de la época desde una perspectiva verdaderamente revolucionaria. Sin lugar a dudas, esto, entre otras cosas, explica su interés en la "Revolución Conservadora" de la Alemania de Weimar. En general, rechazaron falsas alternativas. Ellos siguieron la lógica de "ambos” y "en lugar de" o “esto o". Ellos no decían: "no estamos ni a la derecha ni a la izquierda", - que no significan nada. Más bien, ellos decidieron estar tanto "a la derecha como a la izquierda." Dejaron claro que estaban decididos a examinar las ideas que consideraran mejores, independientemente de las etiquetas que esas ideas habían adquirido. En lo que a ellos respecta, no hubo "ideas derechistas" frente a "ideas de izquierda", sólo ideas falsas versus ideas verdaderas.
Estas convicciones pronto encontraron su justificación en los cambios de las últimas décadas. La división entre izquierda y derecha, que había nacido con la modernidad, se encontraban ahora en el proceso del fin de la modernidad. Esto no quiere decir que en el pasado, las etiquetas de "derecha" e "izquierda" no significaban nada. Pero estas nociones fueron siempre equívocas, ya que no hay un "absoluto" de la izquierda o de la derecha, sino una gran variedad de diferentes "izquierdas" y "derechas". El espectro es tan amplio que, sin duda, algunas de estas izquierdas y derechas están más cerca entre sí que con otras izquierdas o de otros derechas, respectivamente. Esto también explica que ciertas cuestiones -como el regionalismo, la ecología, el federalismo, la ideología del progreso, y así sucesivamente-, se han sido, con el transcurso del tiempo, alejando de la derecha a la izquierda, o viceversa.
La ideología del progreso, por mencionar sólo un problema, se ha movido bien en el campo "derechista", hasta el punto de que ahora es a los liberales al estilo europeo y los conservadores de estilo americano, los que se han convertido sus ávidos seguidores, mientras que una parte significativa de la "izquierda" sigue siendo radicalmente crítica de la misma, como parte de su lucha contra el industrialismo y su defensa de los ecosistemas naturales.
Nociones como derecha e izquierda han perdido su sentido en la actualidad. Ellas sólo sobreviven en el mundo de la política parlamentaria, después de haber quedado obsoletas en el mundo de las ideas. Vamos a mencionar un hecho importante: todos los eventos importantes en las últimas décadas, lejos de resucitar la división izquierda-derecha, han revelado, por el contrario, nuevas líneas divisorias que nos permiten contemplar la reconfiguración completa del panorama político e ideológico. Por ejemplo, las dos guerras del Golfo, la Unión Europea, los conflictos de los Balcanes, han echado por tierra la tradicional dicotomía izquierda-derecha y demostrado que tal división es anacrónica.
Esto explica por qué me resisto a utilizar la denominación de “nueva derecha". Hay que recordar que, en un principio, esta expresión no se utilizó como una auto-designación. De hecho, esta etiqueta fue inventada por los medios de comunicación en 1979 para describir una corriente de pensamiento y una corriente intelectual y cultural nacida hacía once años y que, hasta entonces, nunca había se calificado a sí misma con esta etiqueta. Sin embargo, como esta expresión se extendió considerablemente, más o menos, fue necesario adoptarla. Pero nunca fue sin aprensión, por varias razones. En primer lugar, esta etiqueta es reductiva en dos maneras: (a) se sugirió que la NDE era esencialmente una organización política, lo que nunca había sido el caso, y (b) se situó a nuestra escuela de pensamiento en una denominación ("derecho") que siempre hemos considerado con cierta distancia. En segundo lugar, sugiere o crea vínculos injustificados a varias "Nuevas Derechas" en otros países, tales como las mencionadas anteriormente “nuevas derechas” angloamericanas. También se pueden citar otros ejemplos igualmente significativos, procedentes de otros países. En Italia, por ejemplo, nuestros amigos de la "Nuova Destra" renunciaron a esta expresión hace mucho tiempo. Hicimos lo mismo en Francia. Da la casualidad que se puede definirme como un "hombre de izquierda-derecha", como un derechista desde la izquierda y como un izquierdista desde la derecha, es decir, como un intelectual que al mismo tiempo se refiere a las ideas de la izquierda y a los valores de la derecha.
Lo que es igualmente importante es el hecho de que la NDE nunca ha se ha vinculado con ningún predecesor. Nunca ha afirmado estar siguiendo un camino allanado por otros. Es el fruto de una gran cantidad de lecturas, pero nunca se ha vinculado en exclusiva a un solo autor, o a un solo movimiento teórico. El eclecticismo de sus referencias a veces ha sido criticado, erróneamente en mi opinión. En base a la lectura apresurada y parcial, algunos se precipitaron para concluir que la NDE carecía de coherencia. Sus múltiples facetas llevaron tanto a los lectores comprensivos como a los hostiles a conclusiones erróneas. Pero el enfoque de la NDE ha sido siempre estrictamente coherente, aunque esto no se puede entender a menos que uno comprenda que las principales figuras de la NDE siempre utilizan una perspectiva dinámica. Ellos no hacen consignas populistas, panaceas ideológicas, o catecismos simplistas de dogmas fijos. En su lugar, siempre se han esforzado para seguir adelante, para poner sus ideas en acción y abrir nuevas perspectivas de análisis.
Esto es exactamente por qué, en los albores del siglo XXI, las ideas de la NDE son más actuales que nunca. ¿Por qué? Porque el mundo que ha prevalecido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha terminado. Con la caída del muro de Berlín, la desintegración del sistema soviético y el surgimiento de la globalización, estamos asistiendo no sólo al final del siglo XX, sino el fin de un gran ciclo histórico de la modernidad. Hemos entrado en la era de la postmodernidad, la edad de los flujos y contra-flujos, comunidades y redes, grandes conjuntos de civilización y lógicas continentales.
Por supuesto, esta transformación aún no es completa. Estamos en un período de transición, y como todos esos momentos, es especialmente rico en incertidumbres y contornos de nuevas síntesis. Se podría caracterizar como un Zwischenzeit, un interregno. En una época como la actual es indispensable, más que nunca, ser consciente del momento histórico en que vivimos, pero no podemos analizar este momento histórico y todo lo nuevo que acarrea (y los futuros desarrollos que presagia), refiriéndonos a las imágenes del pasado y, sobre todo, mediante el uso de puntos de referencia y de herramientas conceptuales demasiado obsoletos. Es precisamente debido a ello que la NDE nunca ha dudado en cambiar y renovarse para ser capaz de proporcionar las herramientas necesarias para un pensamiento crítico adaptado a las realidades de nuestro tiempo.
Cuando el comunismo soviético se derrumbó, un estadounidense, Francis Fukuyama, se atrevió a proclamar el "fin de la historia." Él quiso decir que después de la caída del comunismo, el capitalismo y la democracia liberal habían perdido a su principal competidor y que en lo sucesivo todos los pueblos de la Tierra estaban destinados, tarde o temprano, a adoptar, sí o no, el modelo americano "occidental". Esta tesis fue posteriormente criticada por Samuel Huntington, el teórico del "choque de civilizaciones". Ambos estaban equivocados.
En lugar del fin de la historia, hemos sido testigos, en los últimos años, de su retorno. Además, ¿cómo puede la historia "acabarse"? La historia humana está siempre abierta a un abanico de posibilidades, y este rango no se puede definir de antemano con certeza. La historia es imprevisible, ya que el rasgo distintivo del ser humano -precisamente en la medida en que es un ser fundamentalmente histórico- es ser impredecible. Si la historia se convirtiese en predecible, ya no sería la historia humana. No sería la historia en absoluto. Llama la atención que ninguno de los eventos más importantes de las últimas décadas haya sido predicho por los especialistas en la futurología.
Huntington, por su parte, tenía razón en sus argumentos contra Fukuyama, señalando que la humanidad no es una unidad homogénea. Pero su error fue creer que las "civilizaciones" pueden convertirse en actores de pleno derecho en la política internacional, porque nunca ha sido el caso. La tesis de Huntington fue obviamente diseñada para legitimar la islamofobia conducente a los objetivos hegemónicos de Estados Unidos (los Estados Unidos necesitan un "diablo de reemplazo", después de la desaparición de la Unión Soviética,  "imperio del mal"). También es revelador que, a fin de perpetuar o consolidar la mentalidad "atlántica", Huntington no dude en cortar a Europa en dos, situando su parte occidental en el campo estadounidense, mientras coloca su parte oriental del lado de Rusia y del mundo ortodoxo.
La NDE, sin embargo, nunca ha perdido de vista su principal referencia: Europa, concebida tanto histórica como geopolíticamente. Históricamente, las naciones de Europa, aparte de lo que las distingue o las separa (lo cual no es despreciable), son herederas de una matriz cultural común que tiene, al menos, 5.000 años de antigüedad. Desde el punto de vista geopolítico, estamos entrando en la era de lo que Carl Schmitt llamaba "grandes espacios", cuando grandes bloques culturales y de civilización serán los poderes decisivos dentro de un mundo globalizado. Entender la globalización en un momento en que los Estados-nación son demasiado grandes como para satisfacer las expectativas de sus ciudadanos y demasiado pequeños para afrontar los retos globales de nuestro tiempo, requiere, en primer lugar, pensar en términos de continentes.
La NDE siempre ha apostado por una Europa federal, porque el federalismo en toda regla es la única manera de conciliar la necesaria unidad de la parte superior con el debido respeto a la diversidad y la autonomía de la base. Sin lugar a dudas, el federalismo es parte de la tradición del Imperio en lugar de la del Estado-nación. De hecho, una Europa unida no tendría sentido si se basa en el falso modelo de centralización inherente al jacobinismo, que Francia ha sufrido durante mucho tiempo. De ahí la necesidad del principio de subsidiariedad mencionado anteriormente.
Por desgracia, la Unión Europea ha sido y está siendo construida siguiendo un modelo contrario a este principio. Desde el principio, la UE desafió el buen sentido. Se dio prioridad al comercio y a la economía, en lugar de a la política y la cultura. Fue construida a partir de la parte superior -comenzando por la Comisión Europea, que pronto reclamó omnipotencia pero que carece de legitimidad democrática-, en lugar de ser construido poco a poco desde la base. Se expandió apresuradamente a los países que se incorporaron con la única finalidad de recibir ayuda financiera y acercarse a Estados Unidos y la OTAN, en lugar de profundizar en sus estructuras políticas. Por lo tanto, se ha condenado a sí misma a la impotencia y la parálisis. Se ha construido sin la voluntad del pueblo y trató de imponer el proyecto de una constitución sin plantear la cuestión soberana de quién es el poder constituyente.
Por otra parte, la UE nunca ha manifestado claramente los objetivos de toda su empresa. Si primero debía ser la construcción de una vasta zona de libre comercio con fronteras difusas que serviría como un apéndice de los Estados Unidos, o más bien debería sentar las bases de una auténtica potencia europea, con las fronteras demarcadas por la geopolítica, y que podría servir al mismo tiempo como una original cuna de la civilización y un polo para la regulación del proceso de globalización. Estos dos proyectos son incompatibles. Si optamos por la primera, vamos a vivir en un mundo unipolar con sujeción a la potencia estadounidense. Si optamos por la segunda, viviremos en un mundo multipolar que puede preservar su diversidad. Tal es la encrucijada a la que los europeos alternativos nos enfrentamos hoy: ser los arquitectos de nuestro propio destino o estar sujetos a la suerte de los demás.
Cuando Tomislav Sunic escribió su tesis sobre la NDE no podía predecir los trágicos acontecimientos que acompañaron la desintegración de Yugoslavia: la horrible guerra y el derramamiento de sangre en su propia Croacia y en los países vecinos. Yo mismo presencié esos hechos con el corazón roto. Tengo amigos desde hace mucho tiempo que son croata y serbio, esloveno y bosnio, cristiano y musulmán. Viví estos conflictos como un fracaso de Europa y, sobre todo, como un signo de su empobrecimiento. Cada vez que los pueblos europeos luchan entre sí, siempre es en beneficio de los sistemas políticos e ideológicos que anhelan ver la desaparición de todos los pueblos. Para colmo de males, era humillante ver al ejército de los Estados Unidos lanzando bombas en una capital europea, Belgrado, por primera vez desde 1945.
Por supuesto que conozco las raíces históricas de todas estas disputas que a menudo conducen a las guerras y las masacres en Europa Central y Oriental. Existen razones por todos los lados. Estas disputas todavía alimentan el nacionalismo étnico, la intolerancia religiosa y el irredentismo de todo tipo. Como no quería tomar partido por uno u otro lado -ya que, obviamente, no estoy en condiciones de erigirme en un árbitro-, sin embargo, creo que estos conflictos deben ser superados. Muchos de ellos nos evocan tiempos que están definitivamente enterrados. El irredentismo, en particular, no tiene sentido hoy en día. Hubo una vez en que las fronteras jugaban un papel importante: se garantizaba la continuación de las identidades colectivas. Hoy en día, las fronteras ya no garantizan nada. Los flujos de todo tipo son el sello distintivo de nuestro tiempo, por lo que las fronteras son prescindibles. Serbios y croatas, húngaros y rumanos, ucranianos y rusos, ven las mismas películas, escuchan las mismas canciones, consumen la misma información, utilizan la misma tecnología, y están sujetos a las mismas influencias -y se encuentran como sujetos mismos de la misma americanización-. Entiendo que los antagonismos del pasado son difíciles de superar. Pero mi más profunda convicción es que la identidad de un pueblo siempre estará menos amenazada por la identidad de otros pueblos vecinos que por la ideología de la igualdad, es decir, por la fuerza devastadora de homogeneización de la globalización, por el sistema global para el que cualquier identidad colectiva es un obstáculo que debe ser borrado.
Una vez que la presión se afloja, los países que alguna vez fueron parte del glacis soviético y comunista pensaron que encontrarían en Occidente el paraíso que soñaron durante tiempo. En realidad, ellos intercambiaron un sistema de coerción por otro -sin duda diferente, pero igual de temible-. Incluso se puede decir, con un poco de experiencia, que el capitalismo global ha demostrado ser mucho más eficaz que el comunismo en la disolución de las identidades colectivas. También resultó ser mucho más materialista. En pocos años logró imponer a escala casi mundial el modelo de homo economicus, es decir, una criatura cuyo único propósito en la vida es la producción y el consumo. De acuerdo con la antropología liberal, este ser es egoísta y se dedica exclusivamente a la búsqueda del interés propio.
Sería deprimente ver en los países de Europa Central y Oriental sólo dos tipos de personas: los liberales occidentales y los nacionalistas chovinistas. También es fascinante ver antiguosapparatchiks fingiendo haber recuperado su virginidad perdida luego de ofrecerse a los Estados Unidos con el mismo afán que se ofrecieron al comunismo. Los antiguos satélites de Moscú parecen demasiado ansiosos por convertirse en vasallos de Washington. De cualquier manera, Europa pierde.
La NDE se esfuerza por identificar al enemigo real. El enemigo principal es, en el plano económico, el capitalismo y la sociedad de mercado; en el plano filosófico, el individualismo; en el frente político, el universalismo; en el ámbito social, la burguesía; y en el frente geopolítico, Estados Unidos. ¿Por qué el capitalismo? Porque, al contrario de lo que predica el comunismo, el capitalismo no es sólo un sistema económico. Es, ante todo, un sistema antropológico, basado en los valores que colonizan la imaginación simbólica y que la transforman radicalmente. Es un sistema que reduce todo valor al valor de mercado, al valor de cambio. Se trata de un sistema que considera como algo secundario, transitorio, o no existente, todo lo que no puede ser reducido a cálculo cuantitativo, es decir, a dinero. Por último, se trata de un sistema dinámico cuya estructura obliga a correr siempre hacia adelante. Karl Marx no se equivocó cuando escribió que el capital considera cualquier limitación como un obstáculo. El sistema capitalista consiste en la lógica de "siempre más" -más comercio, más mercados, más bienes, más beneficios-, en la creencia de que "más" significa automáticamente “mejor”. Es la imposición universal del axioma del interés propio, es decir, la idea de que el crecimiento material infinito es posible en un mundo finito. Es el Gestall de Heidegger: el embeleso de toda la Tierra por los valores de la eficacia, el rendimiento y la rentabilidad. Significa transformar el planeta en un supermercado gigante, una civilización comercial gigante.
Conocí a Tomislav Sunic en Washington en junio de 1991, en compañía de Paul Gottfried. A finales de marzo de 1993, participamos juntos en un simposio organizado por la revista Telos, a la que asistieron Paul Piccone, Thomas Molnar, Gary Ulmen, Tom Fleming, Anthony Sullivan y otros. Desde entonces, nos hemos visto con frecuencia: en París (en junio de 1993, enero de 2002, octubre de 2003, marzo de 2006, etc), en Flandes, y en otros lugares. Este libro nos permite vernos de nuevo, pero esta vez en su tierra natal.

Fuente                                          Alain de Benoist
© Traducción del inglés para El Manifiesto a cargo de nuestro colaborador Jesús J. Sebastián.