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sábado, 7 de marzo de 2015

UN FALSO ÍDOLO




Nicolás Gómez Dávila: La democracia, un falso ídolo

Dávila ataca a nuestra querida democracia. Sin duda, sus afirmaciones son duras e indigestas, pero peligrosamente llenas de sentido. Así, el padre de Escolios a un texto implícito es especialista en volvernos paradoja.

Entre los falsos ídolos, hay uno que el pensador colombiano critica con especial violencia, y lo hace porque considera que es, sobre todo por sus efectos finales, uno de los más nocivos. Nos estamos refiriendo a la democracia. Y es que ella tiene como centro una idea que para Dávila es falsa: "la idea de igualdad. Y si la considera falsa es por algo bien sencillo: es refutada a diario por la experiencia. Una refutación que pone ante nuestros ojos una clara enseñanza: la diferencia es lo que define al hombre. Pero nosotros no somos un caso único en la naturaleza, ya que ese proceso de diferenciación es el pulso mismo de la vida y lo que la convierte, ni más ni menos, que en un taller de jerarquías"[1]. Con este gesto, Dávila pretende llevar su ataque a la democracia hasta un nivel más profundo que el meramente político y desde él deslegitimizar toda sociedad que tenga al igualitarismo por piedra de toque. 

Pero debe quedar claro que no estamos ante una mera maniobra intelectual, porque Dávila está tan seguro de que la Modernidad ha metido en el centro de su ideal político una noción falsa que llega a decir: «En lugar de buscarle explicaciones al hecho de la desigualdad, los antropólogos debieran buscársela a la noción de igualdad»[2]. Sin duda, para cualquiera que esté educado en eso que se llama valores democráticos, esta frase constituye una provocación e incluso motivo suficiente para salir corriendo del pensamiento de Dávila. Pero antes de hacerlo creo que es oportuno que nos tomemos la molestia de pensarla, y si lo hacemos veremos que en ella hay más de lo que dice. Para nuestro filósofo, la noción de igualdad, una idea que para nosotros tiene el pedigrí de ser hija del sentido común, en realidad es una construcción histórica en la que hay mucho en juego: ella está en el centro de un sistema político determinado, es decir, algo quiere, para alguien trabaja, y será hacia ese algo y hacia ese alguien donde debamos dirigir nuestra capacidad crítica.

¿De qué la acusa Dávila? De ser, ni más ni menos, que la herramienta ideológica que facilita las cosas a aquellos que ostentan el poder. El siguiente escolio ilustra bien lo que acabamos de decir: «El demócrata en busca de igualdad, pasa el rasero sobre la humanidad para recortar lo que rebasa: la cabeza. Decapitar es el rito central de la misa democrática»[3]. Así, la idea de igualdad, esa idea contrafáctica, convierte a la democracia en una maquinaria que homogeniza igualando por lo bajo, consiguiendo, de este modo, una sociedad que tiene como medida la mediocridad y en la que cada individuo, por igual, es siempre sustituible, logrando el sueño de todo despotismo: una muchedumbre ideologizada[4], distraída por el circo electoral[5], que es explotada mientras se cree libre[6].

"Pero el igualitarismo, ese corazón de la democracia, guarda dentro de sí otra perversión, ya que al atrofiar la capacidad de distinguir y al tener como norma dar a todos lo mismo elimina de raíz la capacidad de admirar, aquello que para Dávila es el órgano que nos permite distinguir a los mejores e imprimir sobre nosotros su influencia"[9]. De esta manera, el filósofo colombiano otorga a la capacidad de admirar dos funciones decisivas que han sido eliminadas: nos permite asumir la diferencia y hace posible el aprendizaje, ya que para nuestro pensador entre iguales no es lícito enseñar, y como ejemplo nos ofrece el caso de Sócrates: «Si Sócrates realmente nada sabe, ¿por qué no acepta meramente lo que su interlocutor propone? ¿Espera, tal vez, que la verdad nazca de la congruencia de caprichos? ¿Creerá Sócrates, quizá, que el “bien” consiste en lo que los votantes unánimemente aprueban? ¿Será Sócrates demócrata? ¡No! Como todo reaccionario, Sócrates sabe que en una democracia no es lícito enseñar. El demócrata necesita creer que inventa lo que le sugieren»[10]. Pero ni con estas se salvó de que la democracia se lo quitara del medio. 


¿Y qué queda cuando la capacidad de admirar ha sido bloqueada? La respuesta de Dávila es contundente: «En las de democracias, donde el igualitarismo impide que la admiración sane la herida que la superioridad ajena saja en nuestras almas, la envidia prolifera»[11]. Y por ello: «Despreciar o ser despreciado es la alternativa plebeya de la vida en relación»[12].



Hemos dicho que Dávila defiende la idea de diferencia porque cree en la existencia de los mejores, y ahora debemos contestar a la siguiente pregunta: ¿quiénes son ellos? Y para responder, nada más oportuno que partir del siguiente escolio: «Verdadero aristócrata es el que tiene vida interior. Cualquiera que sea su origen, su rango, o su fortuna». Así, lo que para Dávila marca la diferencia, lo que permite la elevación sobre el resto, es el trabajo que uno realiza consigo mismo, que se traduce en la lucha diaria, constante, que debemos llevar a cabo si no queremos caer en la estupidez a la que por naturaleza el hombre tiende. Un cuidado de sí cuyo lema bien podría ser el siguiente escolio: «El alma se llena de malezas si la inteligencia no la recorre diariamente como un jardinero acucioso». Y la diferencia entre los que viven en pulso consigo mismo, en esa tensión que es la matrona de la inteligencia, y los que se dejan hundir en su estupidez, es, para Dávila, la más radical e insalvable que el hombre pueda descubrir: «La distancia entre naciones, clases sociales, culturas, son poca cosa. La grieta corre entre la mente plebeya y la mente patricia». Así, los mejores son aquellos que luchan por forjarse, que piden de sí mismos más cada día, que viven seduciendo a diario a la lucidez y alimentándose de ella. Siguiendo la ya mítica imagen legada por Heráclito, la oposición late, en fin, entre aquellos que están dormidos y aquellos que están despiertos.


Fuente                       Gonzalo Muñoz Barallobre

NOTAS

[1] «La vida es taller de jerarquías. Sólo la muerte es demócrata» Ib., p. 438
[2] Ib., p. 273
[3] Ib., p.438
[4] «Las ideologías se inventaron para que pueda opinar el que no piensa» Ib., p. 639 y «La demagogia deja pronto de ser instrumento de la ideología democrática, para convertirse en ideología de la democracia» Ib., p. 555
[5] «Para distraer al pueblo mientras lo explotan, los despotismos tontos eligen lucha de circo, mientras que el despotismo astuto prefiere luchas electorales» Ib., p. 418
[6] Cfr, Ortega y Gasset, J. La democracia morbosa, en Obras completas 2, Taurus: Madrid, 2004.
[7] «La pasión igualitaria es una perversión del sentido crítico: atrofia de la facultad de distinguir» Ib., 240
[8] «El que no sabe dar a cada uno lo suyo resuelve dar a todos lo mismo» Ib., p. 600
[9] «Los antiguos veían en el héroe histórico o mítico, en Alejandro o en Aquiles, el módulo de la vida humana. El gran hombre era paradigmático, su existencia ejemplar. El patrón del demócrata, al contrario, es el hombre vulgar. El modelo democrático debe rigurosamente carecer de todo atributo admirable» Ib., p. 295

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