La fusión
del nacionalismo emergente de finales del siglo XIX -Europa gesta a
Italia y Alemania- con las corrientes revolucionarias heréticas del
marxismo, en especial la sindicalista, dará lugar a una nueva doctrina
que, en las dos más conocidas de sus diferentes versiones, se alza de
puntillas sobre sus mitos nacionales: Roma y el socialismo nórdico.
Trataremos poco el segundo porque es en esencia un determinismo racial
biológico, como el marxismo es determinismo histórico económico. Pero
dejamos constancia del uso del rojo en la bandera del Reich y la proclamación del socialismo nacional.
El
fascismo primigenio nace de una ruptura del marxismo. La historia como
motor abandona el carácter economicista y retoma las rutas imperiales
del pasado. Ernesto Giménez Caballero habla de una “comprensión italiana
de Lenin” en el primer número de La Conquista del Estado.
Movilización
En Sorel [1] el marxismo sirve exclusivamente como un mito movilizador de carácter heroico. El trabajador toma el papel del guerrero y a través de los sindicatos genera una nueva sociedad que surge del choque contra el viejo mundo. Esa apuesta por el presente tiene su parangón español: “Somos actuales” proclamará Ramiro Ledesma desde La Conquista del Estado, donde se vitorea la Rusia soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi. No se trata de su corrección científica como concepciones del mundo sino de la capacidad para generar una nación en pie, movilizada, igualitaria por lo nacional. Ledesma no busca la verdad del marxismo o del nacionalsocialismo sino su capacidad de movilizar como instrumento revolucionario. Sorel “esbozaba, pues, una teoría de la revolución en la que los sindicalistas adquirían el papel de héroes homéricos, el sindicalismo revolucionario se revelaba como la nueva virtud o religión que sostendría a la humanidad, y la huelga general, como el mito del proletariado y manifestación de la fuerza de las masas” [2]. La movilización de los trabajadores en los sindicatos, el alejamiento del parlamentarismo y del consenso.
Sorel
piensa que sólo los hombres que viven en estado de tensión permanente
pueden alcanzar lo sublime. Por eso reivindica el cristianismo primitivo
y el sindicalismo de combate de su tiempo. Los sindicalistas sorelianos
se alejan del mundo corrupto de los políticos y de los intelectuales
burgueses, distinguiendo entre conspiración y revolución, ésta es la
única que da vida a una nueva moral. Sólo los trabajadores más
militantes -dice Sorel- son sindicalistas: El obrero de la gran
industria sustituirá al guerrero de la ciudad heroica. Por tanto, los
valores de ambos son comunes y el ascetismo y la eliminación del
individualismo suponen características compartidas por el soldado-monje y
por el obrero-combatiente. “Los planteamientos sorelianos aparecerían
en las formulaciones anarcosindicalistas, lo que supuso un punto de
contacto entre este movimiento y el movimiento nacionalsindicalista” [3] .
Mitos
Las enseñanzas de Bergson permiten amputar el racionalismo del marxismo y potenciar los mitos revolucionarios, dirigirse a los corazones y no a las mentes, el mito pasa del intelecto a la afectividad. Corneliu Zelea Codreanu aparecía en los pueblos rumanos montado a caballo y vestido con el traje nacional. Si tenía detenidos asaltaba las comisarías con los hombres de la Legión del Arcángel San Miguel. Es el gesto, como lo es la marcha sobre Roma, y la reivindicación del imperio mítico de Escipión que movilizaba a Italia en África. Mussolini proclama: “Los ingleses llevaron látigos, nosotros llevamos palas y azadas”.
Bergson
explica que en la conciencia profunda conviven religión y mitos. El
método psicológico releva al enfoque mecanicista tradicional. Truecan
los fundamentos racionalistas del marxismo por la visión de la
naturaleza humana que predica Gustavo Le Bon, quien aconseja que “para
vencer a las masas hay que tener previamente en cuenta los sentimientos
que las animan, simular que se participa de ellos e intentar luego
modificarlos provocando, mediante asociaciones rudimentarias, ciertas
imágenes sugestivas; saber rectificar si es necesario y, sobre todo,
adivinar en cada instante los sentimientos que se hacen brotar”. Resume
Le Bon que “la razón crea la ciencia, los sentimientos dirigen la
historia”. Es obvio que las simpatías históricas del nacionalismo vasco
por el nacionalsocialismo y del catalán por el fascismo vienen por esta
vía del sentimiento movilizador, la generación de símbolos que
enardezcan el sentido nacional de la existencia. Con ellos llega el uso
de los medios de comunicación como instrumentos de explicación de una
realidad y difusión de consignas y de planteamientos asumidos: cine,
radio, prensa, televisión.
El
sindicalismo revolucionario, que convive con un proceso de
nacionalización de Europa, niega la posibilidad de la explicación
social en términos casi matemáticos, niega el racionalismo, al que acusa
de corruptor. De Nietzsche aprende la coherencia del revolucionario, la
negación de los valores imperantes y la afirmación de otros nuevos y
rebeldes. En Reflexiones sobre la violencia[4],
Sorel afirma que los mitos no son descripciones de cosas, sino
expresiones de voluntad… conjuntos de imágenes capaces de evocar en
bloque y exclusivamente a través de la intuición, previamente a
cualquier tipo de análisis reflexivo, la masa de los sentimientos que
corresponden a las diversas manifestaciones de la guerra librada por el
socialismo en contra de la sociedad moderna. Sorel identifica mito y
convicciones, entendiendo éstas en términos de las ideas y creencias de
Ortega. Sorel distingue entre la ética del guerrero, que apoya, y la del
intelectual, que condena: “Ya no hubo soldados ni marinos, sólo hubo
tenderos escépticos”. Antepone a Pascal y a Bergson frente a Descartes y
a Sócrates.
La teoría
de los mitos se vuelve el motor de la revolución y la acción directa su
instrumento: “La violencia proletaria, no sólo puede garantizar la
revolución futura, sino que, además, parece ser el único medio de que
disponen las naciones europeas, embrutecidas por el humanismo, para
recobrar su antigua energía”, escribe George Sorel en Reflexiones sobre la violencia.
La acción directa es la respuesta a la brutalidad inherente a la
explotación del trabajador, camuflada bajo la cortina de humo del
sufragio partitocrático. Marx había escrito que la violencia es la única
partera de la nueva sociedad. José Antonio Primo de Rivera señala en su
única intervención filmada que “el fascismo no es una táctica, la
violencia, sino un principio: la unidad”.
Voceros para la nacionalización de la izquierda
A la corriente con Sorel se suma el sociólogo Robert Michels[5] , el economista Vilfredo Pareto y los literatos Giovanni Papini y Filipo Marinetti, entre otros. Michels formula la ley de hierro de la oligarquía, en ella defiende que el liderazgo por sí mismo genera intereses propios distintos de los intereses de los representados, al tener que ser delegada la soberanía de todos en unos pocos dirigentes, la democracia es imposible.
Marinetti en El manifiesto futurista
señala el nuevo paradigma: “Queremos cantar el amor al peligro, el
hábito de la energía y de la temeridad. El coraje, la audacia, la
rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía. (…) No existe
belleza alguna si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un
carácter agresivo puede ser una obra maestra. La poesía debe ser
concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para
forzarlas a postrarse ante el hombre. (…) Queremos glorificar la guerra
–única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto
destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere
(…) Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo
tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza
oportunista y utilitaria”. En esa línea, en el número dos de La Conquista del Estado,
Ramiro Ledesma escribe: “Buscamos equipos militantes, sin hipocresías
frente al fusil (…) que derrumben la armazón burguesa y anacrónica”. De
las palabras a los hechos, las JONS asaltan al Asociación de Amigos de
la Unión Soviética.
Finalmente,
al sindicalismo como instrumento se une la nación, el espacio de la
solidaridad unamuniano. Con este punto de partida, Mussolini creará su
teoría de naciones proletarias. “Que hacia esa confluencia
nacional-sindicalista basculara por las mismas fechas alguien como
Benito Mussolini, hasta entonces uno de los líderes de la izquierda
socialista, no era sorprendente. Desde 1911-12, Mussolini, sobre quien
Sorel tuvo reconocida influencia, se había situado, aún dentro del
Partido Socialista Itaiano, en posiciones muy próximas a las del
sindicalismo revolucionario, condenando el reformismo del PSI y de la
Confederación laboral, instalados en las instituciones. Mussolini
defiende el espontaneísmo revolucionario de las masas, la autonomía
sindical y la huelga general revolucionaria” [6].
Tercera vía
Con todo ello, los sorelianos abren la tercera vía entre las dos concepciones totales del hombre y la sociedad que son el liberalismo y el marxismo, ideologías presas del racionalismo donde se prescinde de la intuición y del sentimiento en favor de una imposible concepción matemática de las ciencias sociales. El discurso es radical, basado en el poder de los sindicatos pero repudiando el carácter meramente reivindicativo de éstos y su domesticación por el socialismo parlamentario. Los sindicalistas nacionales repudian los pactos y acuerdos con la burguesía, así como el sistema de dominio del liberalismo democratizado: el parlamentarismo. “Asistimos sonrientes a la inútil pugna electoral. Queremos cosas muy distintas a esas que se ventilan en las urnas: farsa de señoritos monárquicos y republicanos” [7]. En 1920, enmarcadas en las huelgas y ocupaciones de Italia septentrional, los nacionalsindicalistas exigen la autogestión de la industria. El primer ministro Giolitti reconoce el derecho de participación de los trabajadores en las empresas. El nacionalsindicalismo italiano obtiene así una victoria épica que describe de forma excelente El nacimiento de la ideología fascista.
Sorel
recibió con alegría la revolución rusa, a pesar de haber criticado
enérgicamente a los revolucionarios profesionales. Sorel ve en Lenin al
genio creador del jefe contra la vulgaridad democrática. Ramiro Ledesma,
en abril de 1931, pide al Gobierno español que reconozca al Gobierno
soviético. Más adelante escribe que al marxismo hay que darle los
honores de haber caído en la lucha revolucionaria.
Sorel
asume la frase de Croce y afirma: el socialismo ha muerto, cuando
descubre, con amargura, que los fines y comportamientos del trabajador
no difieren de aquellas de los burgueses. El carácter pactista del
parlamentarismo liberal ha seducido a los partidos socialistas europeos
occidentales y los sindicatos, animados por la acción directa y el mito
de la huelga revolucionaria, o se amoldan o se separan radicalmente del
socialismo parlamentario. Sorel se desentiende de las construcciones
teóricas que anteceden a la acción, él cree en el hecho revolucionario.
Abandona el marxismo cuando la socialdemocracia se domestica en los
parlamentos. Sorel da su posterior adhesión a los procesos de revolución
nacional que sacuden Europa.
José
Antonio Primo de Rivera leyó a Sorel. La obra del ingeniero francés
figura en el plan de lecturas de José Antonio en las cárceles de
Alicante y Madrid en 1936. Algo de ello hay ya en 1933, en el paraíso
vertical con ángeles con espadas del discurso de la Comedia. Con Sorel,
José Antonio aconsejaba a los sindicatos alejarse del mundo corrupto de
los políticos y de los intelectuales burgueses, a los que José Antonio
consideraba encerrados de forma egoísta en torres de marfil. En “Elogio y
reproche a don José Ortega y Gasset” Primo de Rivera exige el
compromiso con su tiempo y critica al espectador en que se ha convertido
su maestro. En contra de las viejas creencias del sindicalismo
revolucionario primigenio, Primo de Rivera no creía que la revolución de
hiciera desde abajo. José Antonio creía que la revolución era tarea de
una minoría “inasequible al desaliento”, algo similar a la vanguardia
del partido promovida por Lenin o al pelotón de soldados de Spengler.
FE de las
JONS no cuaja en sus escasos cuatro años de existencia como organización
independiente, aunque experimenta un renacimiento en la construcción
del nuevo Estado tras una Guerra Civil en que los falangistas de carnet
se multiplicarán como las setas tras la lluvia. Los cinco mil hombres,
como mucho, con sus mandos encarcelados, que era la Falange en febrero
de 1936, se convierten en los centenares de miles que organiza Manuel
Hedilla en vanguardia y retaguardia con sus propias unidades,
organizaciones y academias militares. Entonces el mito movilizador será
el del propio José Antonio muerto, ya conocido como el Ausente. Y el
sindicalismo revolucionario, el civilizador, pasará a las catacumbas de
la Historia.
Fuente Gustavo Morales
NOTAS.
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[1] Para más información sobre el autor francés ver de Gustavo Morales De la protesta a la propuesta Fundación José Antonio Primo de Rivera, Madrid 1996.
[2] Época: Desafío al liberalismo Inicio 1870-1914 http://www.artehistoria.com/historia/contextos/2719.htm
[3] Juan VELARDE FUERTES et al. José Antonio y la economía. Grafite Ediciones, Baracaldo 2004, página 185.
[4] Este es uno de los libros que figuraban entre los trabajados por José Antonio Primo de Rivera en sus estudios de doctorado.
[5]
Robert Michels, hijo de Julius Michels y Anna Schnitzler, nació en
Colonia el 9 de enero de 1876. Amigo de Max Weber, fue profesor
universitario en Bruselas, París, Turín, Basilea, Perugia y Florencia.
Por sus opiniones socialistas no pudo ejercer la docencia en Alemania.
Era un crítico de izquierda de la Socialdemocracia, autodefinido en el
campo del sindicalismo revolucionario italiano y francés, terminó
apoyando al fascismo durante y después de su acceso al poder. Pareto, de
posición más conservadora, también condenaba a la democracia burguesa
por desconocer el rol de las elites, y saludó el advenimiento del
fascismo como señal del derrumbe del régimen liberal corrompido.
[6] Época: Desafío al liberalismo Inicio: Año 1870 Fin: Año 1914 http://www.artehistoria.com/historia/contextos/2719.htm
[7] Ramiro Ledesma La Conquista del Estado, 11 de abril de 1931, página 1.
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