Carl Schmitt y por qué criminalizar la guerra acaba deshumanizándola
El jurista alemán
mantiene plena actualidad con su doctrina sobre la distinción
amigo-enemigo y otras teorías objeto de una sugestiva revisión académica
desde Europa e Hispanoamérica.
Poca presentación necesita en España el jurista alemán Carl Schmitt (Plettenberg, 1888-1985), al que se puede considerar con toda justicia y sin exageración como uno de los pensadores más importantes en el campo del Derecho público y de la ciencia política del siglo XX. La recepción schmittiana en nuestro país comenzó ya en tiempos de la Segunda República, tuvo notable importancia durante el régimen del General Franco y no se ha apagado en el actual periodo democrático.
A ello ha contribuido notablemente la propia presencia física de Schmitt entre nosotros, en especial después de que su única hija, Ánima, se casase con el catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Santiago de Compostela Alfonso Otero Varela. Gracias a esta circunstancia, quienes coincidieron con él durante sus frecuentes estancias en España, en la Universidad o fuera de ella, pudieron disfrutar en persona de su magisterio; yo mismo, a pesar de haber empezado la carrera universitaria en Santiago cuando el gran jurista ya había fallecido, me he formado de alguna forma en esa tradición y he podido acceder a datos de primera mano que después me han ayudado a entender mejor el enmarañado –y muchas veces no poco envenenado– "caso Schmitt".
En la actualidad, el principal foco de interés científico por el pensamiento de Schmitt en España se puede localizar en la Sociedad de Estudios Políticos de la Región de Murcia, que edita la revista Empresas Políticas, dirigida por el profesor de la Universidad de Murcia Jerónimo Molina. A los abundantes estudios de y sobre el jurista de Plettenberg publicados en los nueve números de aquélla, se une ahora la edición de un volumen colectivo titulado Carl Schmitt: Derecho, política y grandes espacios, que recoge los trabajos presentados en un seminario que se celebró en agosto de 2006 en la Universidad EAFIT de Medellín (Colombia), coeditora del libro.
La obra, estructurada en tres partes, "Política y Derecho", "Excepción y guerra" y "Relaciones internacionales", constituye un estimulante conjunto de nueve reflexiones sobre el pensamiento de Schmitt formuladas desde Europa e Hispanoamérica, para las que se ha contado con algunos de los principales autores "schmittianistas" de nuestros días, como el alemán Günter Maschke, el italiano Antonio Caracciolo o, el más conocido de todos ellos, el francés Alain de Benoist, fundador del movimiento de la Nouvelle Droite.
La liquidación definitiva del "caso Schmitt"
Los tres primeros estudios del libro, que componen la parte relativa a "Política y Derecho" y están firmados por los citados Günter Maschke, Antonio Caracciolo y Jerónimo Molina, se ocupan en realidad de lo que podríamos llamar la liquidación definitiva del "caso Schmitt". Un asunto que para mí estaba ya claro desde hace tiempo, pero que sigue generando, también en nuestro país, una literatura que sólo se puede calificar de aberrante.
Carl Schmitt sufrió después de la Segunda Guerra Mundial una proscripción de un rigor que no se le aplicó a ninguno de los demás pensadores y profesores universitarios que permanecieron en Alemania durante el régimen nacionalsocialista. Proscripción tanto más sorprendente si se tiene en cuenta que la colaboración de Schmitt con el régimen nazi duró exactamente tres años y no se concretó en ningún hecho punible; es más, al jurista de Plettenberg ni siquiera se le puede imputar, como a muchos de sus colegas, el haber ocupado una cátedra dejada vacante por algún profesor depurado.
A estas alturas, nadie puede sostener seriamente que Schmitt fuese nazi antes de 1933. Una cosa es que se tratase un crítico "de derecha" de la República de Weimar y otra cosa que apoyase el acceso de Adolf Hitler al poder. Bien al contrario, con su colaboración jurídica y política con el general Kurt von Schleicher, último canciller antes de Hitler (y más tarde vengativamente asesinado junto a su mujer por los nazis durante la Noche de los Cuchillos Largos de 1934), intentó la implantación de una "dictadura comisaria" de base plebiscitaria que cerrase la puerta a los extremismos de izquierda y de derecha. El fracaso de la operación, por la debilidad del anciano presidente Paul von Hindenburg y las intrigas de su círculo íntimo, fue justamente lo que llevó a la cancillería del Reich al líder nazi, como dirigente del partido más votado.
Sólo cuando de esta manera, plenamente constitucional y democrática, la República de Weimar decidió suicidarse, Schmitt se adhirió al nuevo régimen afiliándose al NSDAP, el partido nacionalsocialista, para intentar influir en aquél desde dentro, y obtuvo un puesto menor como consejero de Estado prusiano nombrado por el primer ministro del Land, Hermann Göring. La intervención de este importante jerarca nazi le salvó en 1936 cuando las SS lo pusieron en el punto de mira por dudar de la sinceridad de su nacionalsocialismo (en particular, el católico Schmitt nunca aceptó ni cultivó los fundamentos biológicos, es decir, raciales, de esa doctrina) , y desde entonces pasó a un discreto segundo plano, uniéndose a la "resistencia interior" de la que también formó parte su amigo Ernst Jünger.
Al acabar la guerra, fue detenido en Berlín por los soviéticos, que lo interrogaron y lo soltaron de inmediato. Es parte de su leyenda la explicación que le dio a aquéllos de cuál era su posición política y existencial, la de un "Epimeteo [el hermano del mítico Prometeo] cristiano", símbolo al que luego sumó el del Benito Cereno de Herman Melville. Por el contrario, los norteamericanos lo recluyeron en un campo de concentración durante dieciocho meses, pero para acabar liberándolo también sin acusación alguna.
Sin embargo, a Schmitt no se le permitió regresar a la cátedra, probablemente por la inquina de algunos exiliados. Sobre esto no hay nada más que decir sino que a ninguna persona le es exigible tomar la vía del exilio, y que a quien abandona su patria en el momento de la zozobra y vuelve después sobre la punta de las bayonetas enemigas no se le puede reconocer superioridad moral alguna sobre quien opta por sufrir con sus compatriotas los desastres de la guerra hasta el amargo final.
Un pensamiento que sigue siendo fructífero en nuestros días
Las otras dos partes de la obra reseñada son el mejor ejemplo de lo fructífero que sigue siendo el pensamiento de Carl Schmitt en nuestros días. Los trabajos reunidos en ellas se ocupan de dos de los ámbitos de estudio a los que más intensamente se dedicó el jurista de Plettenberg después de la Segunda Guerra Mundial, el Derecho de la Guerra y las Relaciones Internacionales.
Del mismo modo que antes de la Segunda Guerra Mundial Schmitt fue uno de los críticos más importantes del Estado liberal de Derecho, habiendo aportado muchas de las soluciones técnicas que el constitucionalismo contemporáneo ha aplicado para tratar de corregir sus defectos, en el periodo posterior a aquélla retomó la reflexión que había iniciado en relación con el Tratado de Versalles y la Sociedad de Naciones para emprender una denuncia intelectualmente implacable del nuevo orden jurídico internacional nacido de la destrucción del Ius gentium del viejo Ius publicum europaeum.
A juicio de Schmitt, este último supuso un enorme avance para la civilización, al introducir la fundamental distinción entre el criminal y el enemigo, que posibilita la humanización de la guerra, tras constatar la imposibilidad de mantener la doctrina medieval de la guerra justa en el contexto de la diversidad religiosa posterior a la Reforma protestante y de la igualdad jurídica entre los Estados soberanos. Frente a ello, el proceso de criminalización de la guerra abierto tras la Primera Guerra Mundial supondría un retorno a la barbarie, disfrazado de humanitarismo y pacifismo.
El profesor colombiano Jorge Giraldo Ramírez se apoya en la indagación que lleva a cabo Schmitt sobre las nuevas figuras de combatiente, como la del partisano, que encuentran su acomodo en esa destrucción del orden estatal clásico, para realizar una reflexión muy interesante sobre las formas actuales de guerra y de enemigo, en la que no puede dejar de observarse el eco del triste fenómeno de la insurgencia y contrainsurgencia hispanoamericana; por su parte, el profesor también colombiano Saúl Echevarría Yepes rastrea en el pensamiento de los filósofos clásicos los orígenes de la famosa dicotomía amigo-enemigo que Schmitt pone en la base de su concepto de lo político.
Finalmente, la teoría de los grandes espacios, que el jurista de Plettenberg desarrolló como alternativa a un Estado mundial en el que la guerra interestatal reglada acabaría siendo sustituida por una guerra civil con el enemigo criminalizado, da pie a los cuatro últimos estudios compilados en el libro reseñado, dos de autores franceses, el ya citado Alain de Benoist y el profesor Stephen Launay, y otros dos de autores colombianos, José Toro Valencia y Carolina Ariza Zapata.
Fuente Luis Miguez Macho
elsemanaldigital
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