Ese es el dilema al que de repente se han visto abocados los líderes políticos y los editorialistas en Francia después de que tres pistoleros enmascarados entrasen en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo y asesinaran a una docena de personas.
Los asesinos escaparon. Pero no por mucho tiempo. Esos hombres eran asesinos bien armados. Charlie Hebdo recibía con regularidad amenazas de muerte desde que publicaron, hace ya algunos años, viñetas burlonas del profeta Mahoma. Sin embargo, parecía que la controversia ya había sido olvidada, la tirada del semanario había caído (como en toda la prensa en general) y la protección policial se había relajado. Los dos policías que todavía estaban de guardia fueron fácilmente tiroteados por los pistoleros antes de que entraran en las oficinas en mitad de una reunión editorial. Raras veces se encontraban presentes a la vez tantos caricaturistas y escritores. Doce personas fueron asesinadas con armas automáticas y once más resultaron heridas, algunos gravemente.
Además del caricaturista conocido como Charb (Stéphane Charbonnier, de 47 años), que era el actual editor en jefe de la revista, las víctimas incluyen dos de los más conocidos caricaturistas en Francia: Cabu (Jean Cabut, de 76 años) y Georges Wolinski (de 80 años). Con Cabu y Wolinski -tiernos espejos de los sentimientos de la izquierda francesa- han crecido un par de generaciones.
Cuando salieron, uno de los asesinos regresó para acabar con un policía que permanecía herido en la calle. Se pararon para gritar: “¡El profeta ha sido vengado!” y entonces salieron volando hacia los suburbios de la zona noreste.
Una multitud se reunió de forma espontánea en la Place de la République de París, no muy lejos de la callejuela en que Charlie Hebdo tiene sus oficinas. Valientes, falsos eslóganes empezaron a circular: “¡Somos Charlie!”, pero no lo son. “¡Charlie vive!” No, no es así. Mejor dicho, acaba de ser aniquilado.
Todo el mundo está en shock. No hace falta decirlo. Esto ha sido un asesinato a sangre fría, un crimen imperdonable. Tampoco hace falta decir eso, pero nadie dejará de decirlo. Y habrá muchas más cosas que la gente dirá, tales como “no permitiremos que los extremistas islámicos nos intimiden y nos roben nuestra libertad de expresión”, y así en adelante. El presidente François Hollande evidentemente ha puesto el acento en que Francia está unida frente a los asesinos. Las reacciones iniciales ante tal atrocidad han sido predecibles. “¡No nos intimidarán! ¡No abandonaremos nuestras libertades!”
Sí y no. Seguramente ni el más loco de todos los fanáticos religiosos se hubiera planteado que esta masacre de humoristas convertiría a Francia al Islam. El resultado es más bien todo lo contrario: ha reforzado el creciente sentimiento antimusulmán. Si esto resulta una provocación, ¿qué quería provocar? ¿Y qué provocará? El peligro evidente es que, como en el 11-S, reforzará la vigilancia policial y evidentemente debilitará las libertades francesas, no en la manera en que los asesinos presuntamente buscan (limitando la libertad para criticar el Islam) sino de la misma manera en que las libertades se han visto restringidas tras el 11-S en América, con alguna imitación de la Patriot Act.
Personalmente, nunca me gustaron las provocativas portadas de Charlie Hebdo, en las que tendían a publicarse dibujos insultando al profeta –lo mismo que Jesucristo-. Una cuestión de gusto. No considero que los dibujos escatológicos u obscenos sean argumentos eficaces, ya sea contra la religión o contra la autoridad en general. No son santos de mi devoción.
Las personas que fueron asesinadas eran más que Charlie Hebdo. Los dibujos de Cabu y de Wolinski aparecieron en múltiples publicaciones, y eran conocidas por gente que nunca había comprado Charlie Hebdo. Los artistas y escritores que estaban en esa reunión editorial, todos, tenían su talento y sus cualidades, los cuales no tenían nada que ver con los “blasfemos” dibujos. La libertad de prensa es también la libertad de ser vulgar y tonto de vez en cuando.
Charlie Hebdo no era en realidad un modelo de libertad de expresión. Había acabado, como una gran parte de la “izquierda de los derechos humanos”, defendiendo las guerras lideradas por los EE.UU contra los “dictadores”.
En el 2002, Philippe Val, que era el editor en jefe en aquel momento, denunció a Noam Chomsky por antiamericanismo y por un excesivo criticismo contra Israel y contra los medios de comunicación. En 2008, otro de los famosos caricaturistas de Charlie Hebdo, Siné, escribió una breve nota mencionando que el hijo del presidente Sarkozy, Jean, iba a convertirse al judaísmo para casarse con la heredera de una próspera cadena de electrodomésticos. Siné añadió el comentario: “Este chaval va a llegar lejos”. Por aquello, Siné fue despedido por Philippe Val basándose en el prurito de “antisemitismo”. Inmediatamente, Siné fundó un periódico rival el cual robó una notable cantidad de lectores a Charlie Hebdo, molestos por el doble rasero de la revista.
Al poco, Charlie Hebdo se convirtió en un ejemplo extremo de lo que está mal en la línea de lo “políticamente correcto” de la actual izquierda francesa. La ironía es que el fatal ataque perpetrado por los aparentes asesinos islámicos ha, de repente, santificado esta descolorida expresión de una extendida rebelión adolescencial, y que estaba perdiendo su popularidad, hacia el eterno reclamo de una prensa libre y de la libertad de expresión.
Fueren los que fueren los intereses de los asesinos, esto es lo que han conseguido. Además de haber quitado vidas inocentes, han profundizado en la sensación del caos brutal de este mundo, han agravado la desconfianza entre los grupos étnicos en Francia y en Europa y, sin duda, han conseguido también algunos otros execrables resultados. En esta era de la sospecha, lo más seguro es que las teorías de la conspiración van a proliferar.
Fuente Diana Johnstone
Miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es autora de Fools Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions.
Traducción por Betsabé García Álvarez
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