Ni libres, ni iguales
Resulta chocante -por decirlo de manera suave- que quienes han conducido a la actual postración a la nación española sean los mismos que ahora pretenden vendernos sus recetas salvadoras.
Resulta chocante –por decirlo de manera suave- que quienes han conducido a la actual postración a la nación española sean los mismos que ahora pretenden vendernos sus recetas salvadoras. Es lo que sucede con el manifiesto Libres e iguales, cuya razón de ser consiste en fundar su antinacionalismo en los valores liberales.
La cosa viene de antiguo: muchos de los otrora ultraizquierdistas; es decir, todos los que hicieron su profesión de fe antifranquista en las filas del marxismo prosoviético maduraron más tarde –para reciclarse tras el monumental fracaso político del bloque del Este- bajo formas liberales. Otros, sin duda a causa de la edad, han adoptado directamente las ideas liberales del individualismo, la "igualdad", y sobre todo del cosmopolitismo y de la globalización.
Por razones de coyuntura, todos estos han devenido antinacionalistas, de manera que pretenden ser la única respuesta a las pretensiones disgregadoras que actualmente campan por la geografía española. Ahora bien, ¿con qué derecho pretenden asumir la respuesta de la nación española a las fuerzas secesionistas? Desde el punto de vista político tienen todo el derecho. Faltaría más. Desde el punto de vista intelectual no tienen ninguno.
Para darse cuenta basta con leer el citado manifiesto. El texto comienza diciendo: "El secesionismo catalán pretende romper la convivencia entre los españoles y destruir su más valioso patrimonio: la condición de ciudadanos libres e iguales". Esta afirmación, intrínsecamente falsa, responde a la vieja pretensión liberal de que la esencia de la nación son los derechos del individuo.
La afirmación es dos veces falsa: primero porque España es muy anterior al nacimiento del liberalismo y, por ello, acumula un patrimonio espiritual y cultural superior a todo lo que la cultura liberal ha aportado hasta la fecha. En segundo lugar, es falso porque la auténtica condición de plutocracia del régimen de 1978 hace que no haya hoy más "libertad" y más "igualdad" que la que otorga el poder económico, estructurado en forma de cárteles mediáticos, partidos políticos o élites financieras.
Decir que hoy, en España, se ha hecho realidad el sueño liberal de la "igualdad" y la "libertad" supone entrar de lleno en el análisis de la paradoja liberal por la cual cuanto más se vacía el poder político en aras del poder económico más se estratifica la sociedad en siervos del dinero y dueños del mismo.
Dicho de otro modo: a más liberalismo político más esclavitud económica. Sigue diciendo el manifiesto: "El nacionalismo antepone la identidad a la ciudadanía, los derechos míticos de un territorio a los derechos fundamentales de las personas, el egoísmo a la solidaridad".
El lenguaje ilustrado, que utiliza la acepción despectiva de lo mítico, no puede ocultar que es precisamente la identidad, y no la ciudadanía, lo que impide que la nación sea una mera estructura jurídica de tipo contractual, prescindiendo del asombroso patrimonio atesorado por el organismo vivo y perenne que ha sido hasta hoy la nación española.
Este vaciamiento de lo nacional en aras de lo normativo y burocrático es lo que ha impedido que la defensa de la nación española, real, fundada e históricamente acreditable, haya quedado inerme antes las fantochadas, delirantes y ridículas de los nacionalistas. La degradación del español en simple ciudadano es el principal responsable de la decadencia de la idea nacional plena y es quien ha impedido que los españoles de hoy tomen posesión de su historia y de su legítima identidad.
En el fondo, esta manera de entender la nación como mero constructo jurídico para defender intereses particulares es la misma que enarbolan los nacionalistas periféricos: únicamente ellos piden otro marco jurídico. Para tapar todo este galimatías, los "manifesteros" aducen una flagrante mentira: "El secesionismo catalán se hermana con el populismo antieuropeo y promueve la derrota de la democracia española".
Dejando aparte el nebuloso e impreciso significado del término "populismo", utilizado por igual para formaciones tan dispares como el Frente Nacional francés y Podemos, el hecho es que los únicos que se han "hermanado" con el secesionismo catalán mediante subvenciones millonarias, mediante apoyos y votaciones en el congreso de los diputados, todo ello en nombre de la "estabilidad política", cediendo competencias esenciales del Estado central o simplemente, mediante la inacción y dejación de funciones ante las campañas de difusión a todos los niveles para inocular el odio a España, han sido los denominados "partidos constitucionalistas", principalmente PP yPSOE, donde han militado por largo tiempo muchos de los firmantes del manifiesto.
Así que para echarle la culpa ahora al "populismo antieuropeo" hace falta tener una considerable cara dura. De paso, es necesario afirmar que el secesionismo catalán, entre otros, no busca "la derrota de la democracia española", toda vez que la situación actual es la consecuencia del extremo garantismo democrático con el que hasta los padres de la constitución trataron a todos aquellos que buscaron desde el principio y de manera palmaria la derrota, no de la democracia española, sino de España misma.
Fundados en el error o en mentiras flagrantes, el citado manifiesto acaba planteando al nacionalismo secesionista una "respuesta" verdaderamente vaga, imprecisa y estéril: "Reivindicar la Constitución como consigna de ciudadanía y convivencia", "rechazar cualquier negociación" frente a los nacionalistas y buscar "la unidad de acción" frente a estos.
Es decir: nada con enjundia. Olvidan que ha sido precisamente con la constitución que ideas marginales han llegado a conseguir un prestigio e influencia que no tenían. Así que defender la constitución sí, pero desde luego con eso no basta.
Es necesario reivindicar, defender y exponer tanto las señas de identidad españolas como los embustes del catalanismo. Fomentar una verdadera hermandad entre los españoles y un modelo político y económico verdaderamente integrador, en las antípodas de la plutocracia liberal y partitocrática en la que nos hemos convertido.
Esto es mucho más de lo que puede pedirse a una generación fracasada como la que enarbola el citado manifiesto, redactado además al amparo de una ideología decimonónica. Así las cosas, resulta obvio que España no necesita semejantes defensores. Sería mejor que se echaran a un lado a llorar su inoperancia y dejaran sitio al viento fresco que barrerá la pestilencia de la corrupción intelectual de esta época decadente.
Fuente Eduardo Arroyo
elsemanaldigital
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