¿Es Rusia la nueva referencia?
Ha acontecido un fenómeno extraordinario: por primera vez desde hace tiempo, un líder de relevancia mundial realiza afirmaciones que no gustan a los gurús de la ideología dominante.
Escuché en una ocasión decir a alguien que la situación en el mundo es tan confusa para aquellos que defienden el orden tradicional que ya “ni siquiera sabemos si somos de los nuestros”.
Esto, en realidad, es una gran falsedad porque lo que hay que defender está bien claro. Cosas como la patria, la familia o la fe en Dios han constituido la sangre misma de Occidente durante siglos, aunque ahora la Unión Europea venga a explicarnos en su Constitución que Europa se debe al pensamiento Ilustrado.
Algo similar puede decirse de la casi totalidad de dirigentes occidentales: para ellos, la cosa no tiene color y debe apostarse sin condiciones por la “emancipación” moderna. Pero en la chusca afirmación de más arriba, lo que se oculta en verdad es un grave problema de liderazgo social e incluso político. Dicho de otro modo, la confusión crece porque nadie ve alzada una bandera ni un líder con el suficiente carisma para que millones escuchen su voz, para que esos millones de occidentales, que existen y que son ignorados sistemáticamente, dejen de pensar que lo que ellos creen lo creen solo unos pocos.
Ahora resulta que ha acontecido un fenómeno extraordinario: por primera vez desde hace tiempo, un líder de relevancia mundial realiza afirmaciones que no gustan a los gurús de la ideología dominante. Esta, y no otra, es la razón por la que una y otra vez se ve atacado en los medios. Su nombre es Vladimir Putin. La prensa occidental le presenta como una especie de neo-estalinista, que sistemáticamente machaca a la oposición.
Esa prensa está siempre ávida de cualquier crítica que un marginal pueda realizar en no se sabe que foro o circunstancia.
Ellos, con la lupa de sus cárteles mediáticos, ya se encargan de magnificar la importancia de dicho sujeto al tiempo que minimizan o sencillamente obvian a la mayoría contraria. Así, cuando tres niñas bobas, denominadas “Pussy Riot” ofendieron a millones de rusos profanando la Catedral de San Basilio, la prensa occidental distorsionó los hechos presentándolo como un grave atentado a la libertad de expresión.
Olvidaron que, cuando la ofensa es en otro sentido, todo un sistema de censura, con alcance penal, se pone en marcha para aplastar, casi literalmente, al autor de los hechos. Así, se tolera en nombre de la libertad de expresión la ofensa al sentimiento religioso de millones de rusos pero ¿se toleraría en ese Occidente bienpensante la profanación de una mezquita o una sinagoga? Seguro que no. Y esto es tan cierto como que en la mayor parte de los países occidentales existen leyes penales contra la “discriminación” de los extranjeros.
Naturalmente, no de los autóctonos, los legítimos dueños del país. En consecuencia, la condena de las “Pussy Riot” por parte del Estado ruso puede interpretarse como un acto de defensa de la “discriminación” de los nacionales, que no quieren verse condenados a ser ciudadanos de segunda en su propio país. ¿Cuál es la razón para no entenderlo de este modo? Dicha razón no existe salvo en un sentido: en la citada ocasión, el acto punitivo llevado a cabo por el Estado ruso no era conforme a la ideología dominante, que profesan la casi totalidad de los países europeos.
Sin embargo, se obvia a menudo que dicha ideología dominante procede de arriba, de los centros de poder, y no “del pueblo” como muchos pretenden.
Por el contrario, en el seno del pueblo ha hecho falta grandes inversiones en propaganda para vencer resistencias. Y esto es lo que precisamente ha señalado el presidente Putin, en su discurso en el Kremlim en diciembre pasado, que tuvo lugar en el XX aniversario de la Constitución rusa. Putin dijo que defendería a Rusia contra la “tolerancia asexuada e infértil” que iguala “el bien y el mal” y añadió: “En muchos países hoy en día, las normas morales y éticas están siendo reconsideradas; las tradiciones nacionales, las diferencias de nación y cultura están siendo borradas”.
Según Putin, “ahora están requiriendo no sólo el reconocimiento adecuado de la libertad de conciencia, opinión política y de la vida privada, sino que también están solicitando el reconocimiento obligatorio de la igualdad del bien y del mal, que son conceptos inherentemente contradictorios”.
En el meollo de su discurso, Putin señaló que “la destrucción de los valores tradicionales desde arriba” que está ocurriendo en todo el mundo es “inherentemente antidemocrática porque está basada en ideas abstractas que van en contra de la voluntad de la mayoría de la gente”. Por el contrario, más y más personas en todo el mundo están apoyando la “defensa de los valores tradicionales” de Rusia.
No es de extrañar que el patriarca ortodoxo Kirill, se sentara al frente y al centro en la primera fila de la intervención. Tampoco es de extrañar que en junio pasado la Duma aprobara una ley para prohibir la propaganda homosexual entre los menores de edad, con 436 votos a favor, una abstención y ningún voto en contra. También en junio, otra ley aprobada en la Duma prohibía la adopción a las parejas de homosexuales. En este sentido, Putin ha abogado por modificar los acuerdos bilaterales con Francia en materia de adopciones, una vez que el presidente Hollande ha impuesto, pese a las gravísimas protestas sociales, el matrimonio homosexual y la posibilidad de adoptar niños por parte de éstas parejas. Otras leyes han sido promulgadas por la Duma para prohibir la secesión del país o para aplastar el terrorismo que en Rusia es especialmente sanguinario.
Ahora surge la pregunta: ¿Quién es más “demócrata”, Hollande que impone a sangre y fuego una opinión no compartida por amplios sectores de la sociedad, sin posibilidad siquiera de un consenso, o Putin que protege y respeta el modo de vida multisecular de su pueblo?
¿Es más “demócrata” el gobierno del Partido Popular que, contra todo atisbo de justicia, se pliega servilmente a la sentencia infame del Tribunal de Estrasburgo o Putin que promete acabar con los terroristas sin la más mínima concesión? A muchos no nos cabe duda de la respuesta y por eso debemos ser conscientes de que los países “de nuestro entorno” no pueden seguir siendo una referencia si defendemos ciertas ideas. En cambio, otros países habitualmente considerados “lejanos” pueden reflejar en su política y en su orden social los anhelos de una amplia mayoría hoy sin voz, traicionada una y otra vez por los políticos al uso.
Personalmente, me consta que millones de españoles se sentirían más cerca de Putin que de Rajoy, especialmente entre los votantes de este último, pero también entre todos aquellos que tienen fe nula en nuestras instituciones y que no participan de los festejos que cada cuatro años se escenifican para que cierto estado de cosas siga exactamente igual o incluso peor.
Con todo esto no queremos decir que Rusia esté exenta de problemas, pero lo que está claro es que apelar a la “alianza transatlántica” o a la “tradicional amistad” con “las democracias”, no tiene que significar forzosamente algo, según de lo que se esté hablando. Es más: puede ser una absoluta majadería o, peor aún, un sutil intento de estafa ideológica.
Nuevas alianzas y nuevas ideas son necesarias para regenerar el edificio tambaleante de la nación que hemos recibido en herencia.
Fuente Eduardo Arroyo
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