Al presidente Obama no le gusta la guerra. No porque le hayan dado el Premio Nobel de la Paz sino porque la acción bélica abierta pone al descubierto las cartas de la estrategia estadounidense y de los intereses que la motivan.
La administración de Barack Obama sorprendió a más de uno al inicio de su mandato cuando tomó la decisión de mantener en su puesto al Ministro de Defensa de George W. Bush, implicado en el desastre de la guerra de Irak. Desde entonces su política extranjera, su dependencia con el lobby del complejo militaro-industrial y de la finanza de Wall Street demuestra —como de costumbre— que todo esto favorece principalmente a los intereses de una poderosa y pequeña oligarquía que al bienestar común de una inmensa mayoría de ciudadanos estadounidenses.
La decisión del presidente Obama de aumentar el gasto militar en 2011 y en el futuro, producirá el dispendio militar-administrativo más grande desde la segunda guerra mundial. Esta determinación se origina a pesar de las continuas evidencias de despilfarro, fraude, abuso e incremento del apoyo financiero corporativo al presupuesto militar. Al mismo tiempo, serán congelados los gastos en programas nacionales «no relacionados con la seguridad», tales como educación, nutrición, energía y transporte, lo que traerá como consecuencia cortes inflacionistas en los servicios esenciales para el pueblo de EE.UU. durante los próximos años.
A pesar de que estos programas nacionales constituyen solo el 17 % del gasto federal total, sufrirán igualmente los recortes presupuestarios. Jo Comerford, director ejecutivo del Proyecto de Prioridades Nacionales, dijo: «La oferta [de Obama] limita los gastos en las áreas no relacionadas con la seguridad a 447,000 millones de dólares para los próximos tres años fiscales. Durante ese tiempo, la inflación afectará el poder adquisitivo de ese total y ocasionará recortes [presupuestarios] en los servicios durante cada año sucesivo». Las consecuencias de recortar el gasto doméstico aumentarán aún más la brecha entre ricos y pobres.
Sin embargo, el presupuesto militar asciende aproximadamente a un 55 % del gasto discrecional del año fiscal actual y aumentará aún más en el siguiente. De acuerdo con las proyecciones de la Oficina de Administración y Presupuesto, el dinero destinado a gastos militares tendrá un aumento adicional de 522,000 millones de dólares durante la próxima década. Tom Engelhardt señaló en TomDispatch.com: «He aquí una realidad para los estadounidenses: el Pentágono es nuestro verdadero Estado de bienestar, los fabricantes de armas son nuestras reales “reinas de bienestar” a los cuales no hemos parado nunca de atiborrar con dinero».
Existe un enorme y generalizado despilfarro, así como fraude y abusos del Pentágono y de los contratistas militares, que dan por resultado mayor bienestar para los ricos. William Astore, un teniente coronel de la aviación retirado, concluyó: «En lo que concierne a las cuestiones militares de nuestra nación, no funciona eso de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Ahora, teniendo en cuenta el permanente estado de guerra en el que nos encontramos, llama la atención la gran cantidad de estadounidenses que se alegran de no “saber nada”».
La opinión pública nunca oye hablar en los grandes medios corporativos de los gastos de guerra y de cuánto cuesta todo realmente. Varios ejemplos ilustran el grado de abuso al contribuyente: Se estima que un solo sistema de armamento futuro le cueste al contribuyente estadounidense casi un tercio de lo que se espera que se gaste en el plan de atención de salud propuesto por la administración de Obama durante toda una década.
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