El bien común por encima del interés individual.
Las revoluciones modernas fueron concebidas como proyectos encaminados al logro
de un ideal de sociedad en el que el bienestar general hiciera posible a su vez,
el bienestar individual. En este contexto, el bien común se ordena en función
del bien de los individuos particulares, considerando que no puede existir sin
el bien de las personas individuales. Los modernos tuvieron el gran reto de
definir la relación entre bien común y bien de las personas individuales,
cuestión en la que entran en consideración las circunstancias históricas del
desarrollo de la cultura y de la sociedad. Hasta la Edad Media dominó una
perspectiva holista de la sociedad, en la que se aprecia el predominio del todo
sobre las partes. En estas sociedades no se había llegado aun al concepto de
privacidad propio de los "modernos".
Desde la antigüedad la idea del poder político ha estado vinculada a la del bien
común. Platón (428-347 a. C.) diseñó el Estado ideal de su República teniendo en
cuenta esta idea, desde la que pretendió inspirar el proyecto social que
propuso. En la obra platónica la estructura sociopolítica encontró justificación
en la máxima aspiración de realizar la idea del bien. Las incomprensiones o
posibles desacuerdos con su propuesta las criticó a través de un mito, el de la
caverna, con el que trató de demostrar que no todos están capacitados para
comprender las causas inteligibles que muestra en su teoría. En esencia, Platón
pensaba que el Estado surge respondiendo a la necesidad de superar las
limitaciones individuales del hombre, que no está en condiciones de satisfacer
todas sus necesidades, y tiene por finalidad el logro del verdadero bien:
general, abstracto y trascendente. Para ello cada parte debe quedar ajustada al
todo social, diseñado por el gobernante filósofo para garantizar el bienestar
colectivo. En semejante tarea la educación debe ser baluarte, toda vez que es
preciso formar a los ciudadanos para que puedan contemplar la idea del bien y
entiendan la conveniencia de convivir en las condiciones idealmente creadas.
¿Cuáles son las causas fundamentales que alejan al individuo del bien común y lo
llevan a preocuparse exclusivamente por su bien particular? Para Platón no son
otras que la propiedad y la familia, de ahí su prédica a favor de que los
guerreros vivan compartiendo los bienes y las mujeres.
Aristóteles (384-322 a.C.) siguió en la apuntada dirección aunque sin la
pretensión utópica de su maestro. Concibió al Estado como la resultante de una
necesidad natural, la de vivir en sociedad, y vio su finalidad en el logro del
bien común, que definió como felicidad e identificó con la vida virtuosa que se
logra con la actividad contemplativa. Como el individuo es parte en relación al
todo, que lo supera y a la vez lo completa, creyó que haciendo posible el bien
común se harían reales la felicidad y bienestar individuales. Eso explica la
subordinación axiológica del bien individual al bien común que se aprecia en su
obra, donde este último llega a ser la característica definitoria del “buen
gobierno” o de la forma correcta de gobierno. Los medios fundamentales para el
logro de tamaño objetivo son la educación de los menores y la observancia de las
leyes (o constitución) por los individuos adultos, ya que éstas constituyen el
principio unificador de la ciudad. La justicia aprovecha al bien común, y está
determinada por la constitución, que es la que establece el rasero para
diferenciar lo justo de lo injusto. La eticidad del individuo está concentrada
en la justicia legal. Estos elementos han llevado a considerar la filosofía
política de Aristóteles como la continuación y el complemento de su ética.
Los latinos -sobre todo Cicerón (106-43 a.C.) y Séneca (4 a.C.-65 d.C.) - se
hicieron eco de estas ideas. El bonum commune estuvo presente en las ideas
políticas de los estoicos, que tendieron a identificarlo con la vida virtuosa
que creyeron poder alcanza viviendo en correspondencia con la naturaleza.
Cicerón interpretó el bien común en el sentido de utilidad pública (utilitas rei
publicae), sirviéndole para diferenciar en su obra al verdadero gobierno o
justo, del que no lo era.
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