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domingo, 22 de marzo de 2015

"EDUCACIÓN PARA ADULTOS"



Prensa, Poder y Globalización

Los grupos mediáticos no llegan a la mayor parte de la humanidad, pero sí a la totalidad de cuantos toman decisiones que modifican el mundo

Prensa y civilización
 
La civilización es la hija de la cultura, la técnica y del progreso. El endiosamiento del avance técnico, al desequilibrar su relación con otros factores civilizadores como educación, participación en la vida pública, &c., convierte al progresismo en contaminación de ideas y modos sociales. En esa contaminación juega un papel básico la prensa como, idea que repetiremos, «educación para adultos». El progreso, en tanto busca monopolizar el desarrollo humano como ídolo público, es uno de los monstruos que ha engendrado el sueño de la razón que nos representó Goya, un sueño que no admite otros factores como sentimientos, identidad, &c. La razón, asegura Joaquín Estefanía, en un determinado momento histórico de vacío teológico, convertida en abstracción de logos, deviene en caricatura de sí misma.
 
El rápido desarrollo llevó a Heidegger a definir la técnica como una máquina devastadora. Julián Marías nos recuerda que «la sociedad técnica ha situado a sus gentes en un nivel de adaptación muy superior (...) y se les antoja natural y hasta insuficiente»{1}. La informatización la exigen en las cocinas y es aceptada de forma natural en las oficinas. En pos de ese progreso sin barreras, las mayorías «adoptan una actitud moral de disfrute de ese mismo progreso, olvidando la palabra deber y sustituyéndola en todo caso por derecho, que reclaman como algo de su propiedad»{2}.
 
Pero la tecnología no es inocua. La revolución tecnológica ha traído una revolución moral, sustituyendo los valores cristianos, dice Octavio Paz, por «un nihilismo de signo opuesto al de Nietzsche, no estamos ante una negación crítica de los valores establecidos, sino ante su disolución en una indiferencia pasiva». El paso del guerracivilismo a la indiferencia. Paralelamente, los cambios se suceden. Los habitantes del mundo desarrollado están en una adaptación permanente para poder afrontar la incertidumbre, la complejidad de los cambios. Estos son los planteamientos del mundo desarrollado, cuya propia definición incorpora a la tecnología como protagonista. «Interpretar el mundo desde el punto de vista de la tecnología favorece a las naciones industriales, aunque solamente en un sentido analítico, al tiempo que se reconoce el hecho de que la parte no tecnológica del planeta se define a menudo en parámetros tecnológicos, es decir, como subdesarrollado»{3}. El auge de la técnica universaliza un modelo político y económico común a los países occidentales: la democracia parlamentaria y el mercado libre.
 
De forma paralela, se inicia la creación de una elite tecnológica. El modelo postindustrial genera renueva sus cuadros dirigentes. El poder fluye hacia quienes controlan las comunicaciones. Nuevas profesiones se acercan al poder por medio de su influencia en la vida laboral y social cotidiana.. «Dominan el maquinismo y los imperativos tecnológicos, en radical desacuerdo con toda la humanidad y los imperativos morales. Un proceso basado en la expansión continua acaba por aplastar todas las ideas dignas de una adhesión humana»{4}

El proceso tecnológico descansa sobre la productividad y la eficacia. El dato es esencial para explicar la importancia de los medios en el proceso de globalización y en la aceptación del mismo por una mayoría inerte. El símbolo de la globalización, la aldea global, ha venido por medio del desarrollo en las comunicaciones y el empuje de los medios de comunicación. A través de ellos se presentan modelos de comportamiento y traducciones de la realidad. «La presentación y el acceso a la realidad, tanto pública como privada, es obra de los medios (...) reformulan lo real en función de sus intereses, sus usos y sus valores»{5}


La letra
 
Las civilizaciones se desarrollan con la escritura, se anuncian con el tránsito de la comunicación oral a la palabra escrita. Hasta la invención de la imprenta, la cultura de toda sociedad se fundamenta principalmente en la transmisión oral. Víctor Hugo{6} destaca que los hombres escribían en piedra hasta la extensión de la imprenta, la arquitectura queda relevada por la literatura como arte hegemónico. La imprenta traerá la generalización del saber.
 
Las hojas de rutas marítimas acompañaron a las naves inglesas en la construcción de su imperio. Entre los siglos XVIII y XIX se generaliza el diario. Desde la Revolución francesa la prensa forma parte integrante de la arena pública, es la dueña del coso donde transcurre la fiesta multinacional.
Con el telégrafo y el teléfono desaparecen las distancias, se mantiene la transmisión oral y comienza la era de las comunicaciones inmediatas. Le sigue el primer gran difusor de comunicaciones: la radio. Libros, periódicos, teléfonos, radios... son todos elementos portadores de comunicación lingüística. Incorporan nuevas tecnologías en su momento. En Estados Unidos, la Western Union, que gozaba del monopolio del telégrafo, y la Associated Press, la primera agencia de noticias, se convirtieron enseguida en aliados naturales. Esta alianza influía en los periódicos porque era la AP quien establecía cuáles eran las noticias que había que dar y cuáles no. 

Hoy las cosas no han cambiado mucho, el 90 por ciento de la información que se produce en el mundo está generada desde Estados Unidos y Canadá donde se recopila y selecciona para transmitirlas a medios del mundo entero. «Mejoras radicales en la tecnología de la comunicación han hecho factibles y lucrativos los imperios de medios de comunicación de un modo que era impensable en el pasado»{7}. En el caso europeo, cinco empresas controlan la práctica totalidad de las televisiones terrestres no públicas.


Prensa e ideología
 
Max Horkheimer fija dos etapas del mundo burgués que marcan la instrumentalización ideológica de los medios de comunicación. En una primera fase, la burguesía ascendente difunde unos valores sólidos: religión, patria y familia, y unas virtudes, recogidas por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, como el ahorro, la responsabilidad, la decencia, &c. Cuando el desarrollo convierte el comercio en transnacional se pierden las virtudes burguesas para dejar paso al estilo cosmopolita. 

En la segunda fase, de gran expansión del capitalismo, cuando se hace apátrida, todos esos valores y virtudes son trabas de las que hay que librarse para impulsar la tercera ola postindustrial que anunció Toffler. Ya no es tiempo exclusivo de familias poderosas, sino de corporaciones, más o menos, anónimas cuyo único valor es la cuenta de beneficios. El Club de Roma, en 1991, reconocía «una pérdida general de los valores que anteriormente aseguraban la coherencia de la sociedad (...) consecuencia de una pérdida de fe (...) y una pérdida de confianza en el sistema político y en quienes lo dirigen».
 
La moral antigua, nos cuenta Aquilino Duque{8}, salta en pedazos y cede el paso a la sociedad tolerante. La burguesía hizo suyas las modas ideológicas y la indumentaria de la juventud respondona y convirtió sus ritos (conciertos, fiestas...), sus símbolos y su música en artículos de consumo. Recogió la información y la convirtió en publicidad: vaqueros, rebeldía JAP y el Che Guevara. Dice Duque que la gran frustración de la juventud contestataria fue la facilidad con que el mundo adulto dominante en vez de reaccionar contra el asalto, se unía a los asaltantes y la ayudaban a saquear la propia mansión. Y buena parte de esos contestatarios se hicieron periodistas, comunicadores. Ingresaron en el equipo que dirige la indiferencia hacia lo público, cuya expresión política es la abstención electoral masiva.
 
La sociedad represiva se hacia permisiva y en ella se disolvía la revolución que viajaba a lomo de libros y periódicos. La prensa abandona las banderas generales, el fin de las ideologías, y se acomodan más o menos dentro de los extremos aceptables del sistema. Lo nacional se desmorona o se reduce a la mínima expresión. Se multiplican los acuerdos, las asociaciones, los foros mundiales. La nueva moral viaja por todo el mundo y se expresa en las pantallas de los cines y de las televisiones. El fin de la Historia supone el triunfo universal del modelo de sociedad estadounidense. El presidente Wilson sacó a EE.UU. del aislacionismo por el imperativo moral de llevar al mundo la libertad.


Prensa y mundo
 
El modelo social, las pautas de comportamiento vienen decisivamente influidas por la modernidad, en un mundo globalizado cuyas cuatro grandes civilizaciones escapan a los acuerdos y corsés emanados de Potsdam, Yalta y Teherán. El orden nacido de la II Guerra Mundial murió en la última década del siglo XX, junto con la bipolaridad impuesta por la Guerra Fría. Estados Unidos comenzó una guerra imperial en 1898 y cien años después es la potencia militar única. Nuevos desafíos en un mundo nuevo. Si antaño el lado oriental europeo era un bloque sólido, donde se leía Pacto de Varsovia, con creciente influencia en Asia, África e Hispanoamérica, y frente al bloque socialista una miríada de naciones al oeste de Berlín; hoy esas naciones se aúnan bajo el epígrafe Unión Europea y a su oriente un cúmulo de pueblos, eclosión del imperio austrohúngaro primero y del soviético después. Cuestiones como la clonación humana, la hegemonía de una potencia única: Estados Unidos, la redistribución de la riqueza, el auge del integrismo islámico, las señales visibles de la contaminación –el precio del progreso–, el hambre permanente, la mundialización de la información... configuran un nuevo escenario, ¿para que todo siga igual?, en la relación de poder. Ese orden aceptado, que ha superado las tímidas barreras de las naciones para hacerse internacional, ya no lo expresa de forma evidente el monopolio de la violencia, reservada contra quienes viven extra muros del sistema, sino la convicción de la prensa, que mantiene el debate público en los limites aceptables. La modernidad, en palabras de Octavio Paz, se convirtió en una «alcahueta de los medios de comunicación».«La presentación y el acceso a la realidad, tanto pública como cotidiana, es obra de los medios, que desde la agenda setting, es decir la selección de los temas importantes y la jerarquía de los mismos, hasta la producción virtual, reformulan lo real en función de sus intereses, sus usos y sus valores»{9}.


Poder y prensa
 
El poder, para el economista socialdemócrata Joaquín Estefanía, es una conspiración permanente contra el débil. El periodista liberal francés Revel lo denomina «la tragedia de la sumisión del individuo al poder político». El concepto liberal de contrato social se extiende y generaliza. La prensa, como parte de la sociedad, tiene una relación con y ante el poder, entendido como gobierno, al cual controla y vigila, no sólo en sus virtudes públicas sino en los vicios privados de sus componentes. La prensa también forma parte del poder y del juego de los partidos políticos y los grupos económicos. Por ello, el control y vigilancia de la prensa pierden la ecuanimidad informativa. Este juego influye en alianzas donde los medios asumen el papel de voceros de una causa o candidatura.
 
La prensa se desarrolla especialmente en sociedades industriales y con una cierta libertad política. Se mueve hoy como pez en el agua en un mundo globalizado. Los llamados poderes fácticos, Iglesia, Ejército, Banca, han venido siendo el conjunto de instituciones con más fuerza para influir en la política de un Estado. Hoy tendremos que añadirles otros muchos: judicatura, mercado, prensa, sondeos. Según afirma Alain Minc en La borrachera democrática, los tres poderes tradicionales: legislativo, ejecutivo y judicial son sustituidos por una tríada de poderes fácticos: la prensa, los jueces y la opinión pública. Los más poderosos ya no son políticos, sino empresarios, financieros, comunicadores. La tríada de Minc es, en realidad, pareja: la prensa protagoniza la creación, el mantenimiento y evolución de la opinión pública.
 
El secretario general del Partido Comunista Chino recibió más veces a Bill Gates que a Bill Clinton, lo que demuestra cuáles son sus intereses. La prensa también ha convertido a Garzón en un superjuez contra el imperio etarra, de la droga y los dictadores del mundo, que ha llegado a estar propuesto para el Nobel a pesar de no haber pertenecido a un grupo terrorista, como Menahem Begín o Yasser Arafat, ni ser una cuentista como Rigoberta Menchu.
 
Los medios de comunicación –que forman como educación para adultos y entretenimiento– han ido relevando a otros instrumentos caducos de control de masas –represivos por la fuerza– e incluso a gobiernos locales que ya no deciden sobre su destino, muy especialmente desde que a mediados del siglo XX llega la televisión, donde prevalece el hecho de ver sobre el hecho de leer. La película Cortina de humo desvela bastante el funcionamiento del aparato propagandístico audiovisual de la maquinaria norteamericana y su creación de noticias señuelo para desviar la atención de las importantes. Muestra cómo distraer la atención de un escándalo de faldas generando un conflicto en un país lejano. Cuando los gobiernos, las instituciones, las empresas y los políticos empezaron a contratar a periodistas para la tarea de relaciones públicas, desnaturalizaron los objetivos del comunicador y empezaron a corromper periodistas al pervertir sus fines.


Globalización
 
Globalización es la extensión del modo de vida occidental. La ciencia occidental se «convirtió en la ciencia, su medicina en la medicina; su filosofía en la filosofía y desde entonces ese movimiento de concentración no se ha detenido»{10}. Se reconoce la certeza de Peter Durcker cuando habla de «un mundo globalizado, que será un mundo cortado por el patrón occidental»{11}. El sociólogo iraní Ali Shariati destaca como la modernidad, y consiguiente globalización, es sencillamente una velocidad de desarrollo que corresponde a parámetros eurocentristas{12}.
 
Siendo la globalización una etapa histórica, existiendo un mercado único y un discurso único, se trata de buscar la gobernabilidad del capitalismo mundial, tarea donde poseen más poder las máquinas ideológicas, prensa y publicidad, que crean o destruyen consensos, que los clásicos aparatos coaccionadores: policía, ejército. Es más barato convencer que reprimir y los medios que vehiculizan el consumo, por la publicidad, son ideales para crear estados de opinión determinados por la propaganda. «Las redes y los procesos de comunicación y cultura son cada vez más globales»{13}.
 
Incluso el movimiento antiglobalización supone la antítesis perfecta para hacer de la mundialización una dialéctica. A la postre, muchas asociaciones y grupos que conforman el entramado de ese movimiento rebelde, que ha recuperado la política radical para los jóvenes, viven y se desplazan con subvenciones estatales de departamentos de cultura, juventud, mujer y ayuntamientos. De forma irónica, la respuesta de los antiglobalizadores también es global.
 
La globalización implica nuevos protagonismos y la reducción de otros a metáforas del poder clásico. Y el proceso no se limita a las fronteras nacionales. Los nuevos protagonistas transcienden en poder e influencia allende los mares. Matahir Mohammad, primer ministro de Malasia en 1997, afirmaba: «Hemos estado trabajando 30 ó 40 años intentando levantar nuestras economías. Y ahora viene un tipo –se refiere a G. Soros– que dispone de miles de millones de dólares y en un par de semanas deshace nuestro trabajo». La economía financiera ha sustituido a la real. La información pasa a ser un útil de trabajo y una mercancía. Tienen más poder los gerentes de los fondos de pensiones que deciden abandonar un país y limpiarlo de capitales que los diputados del partido que gobierna en ese país. «La mundialización, que elimina fronteras, homogeneiza culturas y reduce las diferencias, se aviene mal con la identidad y soberanía de los estados»{14}.
 
El liberalismo económico se ha quedado con el poder ocultando su existencia y para ello necesita los medios de comunicación. Ya no es el carro de combate ni el soldado quienes expresan el orden, son los medios. «La globalización de la cultura y la información es un componente fundamental que subyace a todas las otras dimensiones institucionales de la globalización»{15}.
 
Dice Estefanía que caen en decadencia los poderes basados en la propiedad (poder compensatorio: sumisión a cambio de algo) y también el poder condigno (carismático) en beneficio del poder derivado de la corporación. Se reduce el poder del hombre poderoso y del capitalista, menos ciudadanos Kane, en beneficio de la tecnoestructura de las organizaciones, hacer anónima la propiedad. «Hoy es peligroso aparecer como demasiado ávido de poder, decir abiertamente lo que se va a hacer para obtenerlo. Tenemos que parecer justos y decentes» (Estefanía 2000). Sin embargo, casos como el de Jesús Polanco, Pedro José Ramírez, &c. no parecen darle la razón.
 
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, ve el poder como una red, ya no es autoritario en las formas, sino que utiliza los mecanismos de la manipulación para ejercer el poder de forma consensuada. La globalización varía el poder, que pasa de jerárquico y piramidal a horizontal y en forma de red. Las estructuras multinacionales del poder se hacen extensas y repartidas en múltiples nudos, lo que no anula la existencia de una elite directora aunque no sea visible.
 
Tras la mística del mercado y la soberanía del consumo está el poder de las corporaciones, que determina e influyen en los precios y los costes, que corrompen a algunos políticos y que manipulan la respuesta del consumidor. Los hombres con dinero pueden comprar a los hombres con poder dentro de la tendencia permanente de la economía a colonizar la política, también la imagen.
Jesús Cacho cuenta que «a los March o al BBV podía no importarles demasiado perder 10 mil millones por barba al año, porque ese era el precio de los seguros Polanco». El mismo «March que el día de la celebración de su cincuenta cumpleaños, en su impresionante finca de la sierra sevillana, pronunció un emotivo brindis ante más de cien invitados en el cual mencionó a su hermano, a su padre, ya fallecido, a su madre, allí presente, y a Jesús Polanco, mi mejor amigo, a quien tanto debo». Es un acto de vasallaje, una gabela que se paga desde el poder financiero, la primera fortuna de España, ante el poder mediático, el primer poder del mundo. Ya no es el director-editor quien acude al banco a pedir un crédito. Los bancos rinden pleitesía al poder de los medios. No sólo éstos. «La televisión se ha convertido en la mayor fuente de noticias internacionales para la mayoría de la población»{16}. Las secciones de televisión de la agencia Reuter y de Associated Press se encargan de la mayor parte de la cobertura televisiva mundial.


Prensa como mercancía
Pocas industrias han tenido la concentración de los medios de comunicación. «El mercado global de medios ha llegado a estar dominado en breve tiempo por las siguientes corporaciones transnacionales: General Electric (propietaria de NBC), AT&T/Liberty Media, AOL-Time Warner, Sony, News Corporation, Viacom, Vivendi y Bertelsmann. Ninguna de estas compañías existía en su forma actual, como compañías de medio de comunicación, hace sólo quince años».{17} 

 El interés de las finanzas por la comunicación va en aumento a medida que se opta por una sociedad donde el orden está consensuado y no impuesto de forma expresa.
 
La prensa es una doble mercancía que se vende en dos direcciones. Por un lado, capta público con su producto y, por otro, vende esas audiencias a los anunciantes. Al común se vende un producto, la información, enseñar más allá del horizonte, detrás de los muros, incluso dentro de los cráneos. Y el público definido que generan tales ventas se ofrece a los anunciantes por su nivel adquisitivo, hábitos de consumo, &c. Ese es el negocio financiero mientras la información forma parte de la influencia política, social y de hábitos de consumo. Noam Chomsky afirma: «El producto son las audiencias. No ganan dinero cuando compras el periódico. Están contentos poniéndolo gratis en la red. De hecho, pierden dinero cuando compras el periódico. Pero la audiencia es el producto. El producto es gente privilegiada, justo la misma gente que está escribiendo esos periódicos, ya sabes, la gente que toma las decisiones de alto nivel en esta sociedad. Tienes que vender un producto a un mercado, y el mercado es, por supuesto, los anunciantes (es decir, otras grandes empresas). Sea televisión o periódicos o lo que sea, están vendiendo audiencias. Grandes empresas que venden audiencias a otras grandes empresas». La prensa es la única factoría que vende su producto por debajo de los gastos de producción, como es el caso de la prensa impresa, o lo regala, como hacen muchas cadenas de televisión. Los beneficios e ingresos reales de las editoras mediáticas proceden de la publicidad y no de las ventas.
 
El mercado se convierte en el gran regulador de la vida económica, mejor cuanto menos intervenido esté por el gobierno, dicen los anarcoliberales: las cosas tienden a encontrar el equilibrio por sí mismas; el egoísmo sin trabas de cada individuo, vicio privado, se convierte en el bien común, virtud pública. Asegura Estefanía: «La mercadolatría es una especie de metafísica económica que absolutiza el mercado como panacea de todos los problemas». Los mercados financieros son la realidad económica dominante, el lugar donde se asigna el valor de compra. La globalización es, sobre todo, financiera. De las tres libertades europeas de circulación: personas, mercancías y capitales sólo la tercera no encuentra trabas. Se añade una cuarta de hecho, que es la libertad de ondas e información para quienes pueden financiar su distribución masiva.
Los medios se legitiman en que funcionan de abajo hacia arriba transmitiendo las demandas sociales y al revés llevando la respuesta del poder y la publicidad. La información, y la presentación que facilita el efecto buscado en el público, se convierte en algo que incorpora valor, el descubrimiento de la información como mercancía cuya venta y difusión proporcionan importantes beneficios, en ingresos tanto como en otras rentabilidades de influencia. 

Lo que no publica el New York Times no ha sucedido. La prensa llega a ser notario de la realidad, dice qué ha pasado, cómo y porqué. Sucede cuanto dice que pasa, como y cuando. Su paroxismo son los 5 minutos de gloria en televisión que definió Andy Warhol como deseo de los extras de la vida, del ciudadano anónimo ante un mundo audiovisual que ha sustituido su vida por la visión de otras vidas más interesantes. Al respecto, Arturo Robsy destaca que el 80 por ciento de la realidad la adquirimos por medio de la televisión, que nos discrimina entre lo bueno y lo malo.
Anthony Giddens, asesor de Tony Blair, afirma: «Los acontecimientos de 1989 en Europa del Este no se habrían desarrollado del modo que lo hicieron sino hubiera sido por la televisión»{18}.
 
Éticamente el valor de las informaciones va asociado a diversos parámetros, en particular al de la verdad. Hoy, el precio de la información depende de la demanda, del interés que suscita y este interés puede crearse por medio de la publicidad. Lo que prima es la venta, la audiencia, los baremos que mueven las cuentas de la publicidad, pública y privada, de un medio a otro. Una información será juzgada sin valor si no consigue interesar al publico ni a las cuentas publicitarias.
 
Desde que está considerada como una mercancía, la información ha dejado de verse estrictamente sometida a los criterios tradicionales de verificación y autenticidad. Ahora se rige por las leyes del mercado como viene sucediendo en Europa occidental con la información sobre las vidas hogareñas de grupos de desconocidos, más extras de la vida que se convierten en primas donnas. Entre los grupos mediáticos esa realidad es más intensa que la natural.
 
La televisión, como dijimos, es la principal fuente de noticias internacionales para la mayoría de la población. Los estudios profundos y meditados aparecidos en las revistas sabias de mínima difusión no compiten en lo más mínimo con las impresiones producidas en las campañas de los medios de comunicación, con protagonismo de los visuales: cine, televisión, la red. La única fórmula que encuentran quienes disponen de medios financieros es comprar medios de comunicación y empresas de sondeos, controlar críticas y orientar opiniones.
 
El caso del niño balsero Elián o el hundimiento del Kurks desplazaron, en el verano de 2001, de las primeras planas a otras informaciones menos emotivas pero que envuelven la vida de millones de personas cuyas imágenes no estuvieron en las pantallas, no tienen existencia mediática. La sociedad se mueve cada vez más dependiente de la versión dada a una historia imaginada, pero que salió en televisión. Vivimos un mundo paradójico. El periodismo ha perdido su carácter de contrapoder, sufre la metamorfosis de Kafka, y se convierte en un poder más del sistema por su capacidad de influencia. Los medios se han demostrado repetidamente capaces de generar opinión que den la victoria electoral a alternativas políticas instantáneas como demostró Beslusconi en Italia o las diversas aventuras del magnate Murdoch. En España es Jesús Polanco, a quien Jesús Cacho retrata en El negocio de la libertad. En 2002, el conocido periodista Luis del Olmo hablaba, en su programa itinerante, con la pared cubierta por una foto enorme de sí mismo.
 
Los gestores de los grandes medios comparten residencia con los privilegiados, gozan junto al poder de una satisfacción contigua y se acomodan de modo similar a las ideas económicas y políticas del momento. Quizás hasta cae un título. «Un enorme porcentaje del gasto global en publicidad, tres cuartas partes del mismo, acaba en el bolsillo de tan sólo veinte empresas de medios de comunicación»{19}.
 
Los periodistas idealistas, dulces soñadores con su búsqueda de la verdad que antes dirigían periódicos, han sido reemplazados, a menudo en la cabeza de las empresas, por hombres de negocios que se mueven por porcentajes e incremento de beneficios. Incluso los mismos medios, de conocida voracidad financiera, recurren a los grandes préstamos en cifras que dejan en pañales los fichajes de futbolistas, nuevos ganchos de la publicidad. «Los imperativos comerciales se han endurecido en unas pocas décadas y el equilibrio entre la responsabilidad pública y el proyecto privado se ha ido inclinando sin cesar a favor de éste»{20}
                                         Gustavo Morales

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