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sábado, 3 de agosto de 2013

POLÍTICA Y ARTE



Arte y política

La política y el arte formaban parte de una unidad sacramental, el arte de la conducción de los hombres, se consideró como un compromiso superior con los dioses, un tipo de magisterio taumatúrgico, que obraba el prodigio de compenetrarse con el alma del pueblo.

Esta consideración la comparte una parte sustantiva de la Tradición Unánime en relación a las sociedades estamentales y la Doctrina azteca de lucha y victoria, en que el Tlacatecutli (Señor de hombres) se formaba en el servicio, en las tareas humildes, en el orden de una milicia interna, para luego asumir el mando como encarnación misma del Sol Invicto.

Esta concepción de la realeza sacral a la que se refiere Julius Evola se funda en una concepción orgánica del poder, como manifestación de la virtud y del valor.

Mas el demoliberalismo traerá consigo el desvirtuamiento del sentido de la política, concreta y real, para dar entrada a la quimera del demagogo, rebajando incluso los medios que otorga Maquiavelo al Príncipe.

Dado que la política en su sentido eminente es la más completa de las actividades humanas, ya que incorpora el simbolismo, el poder mítico, la estructura legal, las formas culturales, la palabra, la herencia del pensamiento, las raíces identitarias, el inconsciente colectivo y su manifestación en la acción, no habría otro ámbito que fuera en ese orden más pleno y total que el político.

Mas la política se ha degradado cada vez más y el arte desde su independencia la reta, en cuanto que su sueño es cada vez más logrado que una acción mutilada en lo superficial y lo frívolo.

A falta de una acción política orgánica, que cumpla con una exigencia propia, se admite que la política tiene que ser tangible y dar resultados, no se trata de una conjetura sobre lo posible sino de un cambio de la realidad, ya que si la política se restringe al “arte de lo posible” excluye de sí la esfera de la imposibilidad, es decir, de abatir con la política lo imposible y dotar a la masa de alma y convertirla en pueblo.

Se ha dicho que el nazismo fue una revolución nihilista, Borges define su doctrina como un vestir al nuevo hombre abandonando al viejo. Mishima afirma que el nazismo es un artificio en que el hombre al serle negado el enfrentamiento con la muerte, genera significados, en que los instintos poderosos toman la forma vicaria de la metamorfosis artística de la política o de su trasmutación estética.

Lo cierto es que la política en el mundo demoliberal, no tiene en sí la representación del alma del pueblo, sino el control social de la violencia por las normas de un pacifismo ciudadano, asentado en un contrato de mutuos intereses, que sacrifica la libertad por la seguridad, si bien ello no garantiza que se mantenga el orden social, dado que la fuerza en sí, es vista teóricamente como adversaria de una vida abocada al consumo y a la felicidad.

Otro punto es que la democracia armada vaya a emplear la mayor concentración de la violencia, que los regímenes que se califican de totalitarios, en cuanto mantener el dominio por el miedo, la discriminación de ideas consideradas antisociales y las variantes subordinadas al pensamiento único; lo que el conductor Perón llama la falsa disyuntiva partidocrática entre la coca-cola y la pepsi-cola, la misma sujeción a un abanico de matices sobre un mismo tronco de tiranía democrática que conduce al peor de todos los totalitarismos.

El arte y la política se han vuelto antagónicos. Y nada puede remediar la mediocridad de los políticos aun sus operaciones de cirugía plástica.

Fuente                                                                       José Luis Ontiveros
elespiadigital.com

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