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domingo, 28 de julio de 2013

LOS INTELECTUALES Y LA GUERRA CIVIL



Los intelectuales españoles y la guerra civil

Introducción

Este trabajo tiene como objetivo hacer una clasificación resumida de carácter didáctico de las actitudes políticas de los intelectuales españoles durante la guerra civil, así como ofrecer unas breves pinceladas  sobre sus respectivas evoluciones vitales a lo largo de la contienda.En cuanto a bibliografía, hay muchas obras dedicadas al asunto de los intelectuales y la guerra civil.

No es mérito de este artículo la aportación documentada de unos datos que ya están publicados por toda esa bibliografía. Por eso debo insistir en que si alguna novedad aporta este trabajo y alguna utilidad tiene se debe a la clasificación de las actitudes políticas de los intelectuales, al resumen de sus trayectorias vitales, a su afán divulgador y a algunas interpretaciones y conclusiones personales.

Apelo pues al lector para que se juzgue bajo esos presupuestos.

1. Los intelectuales españoles antes de la guerra

Hasta bien entrada la República, los escritores e intelectuales españoles mantuvieron una razonable convivencia, como corresponde a quienes aún se sentían pertenecientes a un país común.

A pesar de la imagen fija que la guerra civil nos ha dejado de una intelectualidad dividida en dos bandos, antes del 18 de julio de 1936 se dieron entre ellos múltiples relaciones sociales y personales (también con el poder político), algunas tan extrañas a nuestros ojos de hoy como los encuentros que mantuvieron José Antonio y Lorca, la amistad del comunista Bergamín con el falangista Sánchez Mazas, el viaje del poeta derechista Hinojosa (asesinado en la guerra) con Bergamín a la URSS, y las buenas relaciones de los Machado con el dictador Primo de Rivera, cuya influencia hizo ingresar a Antonio Machado en la Real Academia de la Lengua.

La revista la Gaceta de Occidente fue el (último) punto de encuentro de aquellos intelectuales de antes de la guerra. Dirigida por el entonces aún no fascista Giménez Caballero, fue un periódico quincenal que duró desde 1927 hasta 1932 y donde escribieron intelectuales pertenecientes a lo que vamos a llamar las tres Españas: Ortega, Baroja, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, Corpus Barga, Unamuno, Machado, Alberti, Bergamín, Salinas, Jarnés, Lorca, Montes, Dalí, Espina, Américo Castro, Menéndez Pidal….

La llegada de la República no quebró la convivencia de los intelectuales españoles. Al contrario, en un principio, como la gran mayoría de la sociedad española, también ellos acogieron con euforia el nuevo sistema republicano.

Pero poco a poco fueron apareciendo divergencias. El primer desertor del nuevo régimen fue precisamente uno de los llamados padres de la República que tanto habían ayudado a traerla, José Ortega y Gasset que con su famoso “No es esto, no es esto” inauguró ya en 1931 la existencia de una corriente de pensadores que se van apartando del creciente sectarismo republicano imperante.

El embate de la izquierda revolucionaria, especialmente tras 1934, fue el detonante que abrió una brecha en una parte importante de la intelectualidad española.

Tras la sublevación de Franco, el gobierno republicano decidió entregar las armas a las organizaciones sindicales, lo que terminó por convertir a la República en un sistema revolucionario sin garantías jurídicas (si bien ya subvertido desde la revolución socialista del 34, las irregulares elecciones del 36, la “primavera trágica”, la destitución ilegal del Presidente Alcalá Zamora y el asesinato para-policial de Calvo Sotelo).

Las posiciones totalitarias habían desbordado a las moderadas. El resultado fue que en los primeros días de la guerra aparentemente nadie defendía ya una España parlamentaria. Había que elegir entre los nacionales o los revolucionarios.

.2. Las dos Españas

El estallido del conflicto hizo que no pocos intelectuales y científicos se alinearan de forma clara por el bando azul o el rojo. Fueron sobre todo los jóvenes los que tomaron partido de forma apasionada en uno u otro sentido. No es el caso, como veremos, de la intelectualidad madura y consagrada, que optará en la mayoría de los casos por el exilio.

2.1. El bando marcadamente frentepopulista.
 

En general, por el lado frentepopulista, los escritores y artistas fluctuaron sobre todo alrededor del Partido Comunista y sus organizaciones satélites, así como en menor escala junto a socialistas y republicanos jacobinos.
 

De entre todos ello los más claramente comprometidos fueron los militantes comunistas, especialmente Alberti, María Teresa León, Bergamín, y Miguel Hernández. Aunque en principio llevaron la voz cantante de la propaganda frentepopulista, hubo entre ellos diferencias de proceder: los Alberti se instalaron en el palacio de los Spínola de Madrid, en cuya habitación de la marquesa dormía María Teresa León. Organizaron fiestas y fueron comúnmente acusados de usar la guerra en beneficio de sus carreras literarias, entonces incipientes.

El exilio o el traslado de los intelectuales consagrados y maduros fuera de Madrid contribuyeron al estrellato de estos jóvenes radicales y apasionados, los cuales supieron “aprovechar” el momento. Precisamente Miguel Hernández -también comunista, pero de origen modesto y comportamiento cabal- recién llegado del frente al palacio madrileño, les recriminó su frívola actitud, lo que determinó la enemistad futura entre ellos.

Andrés Trapiello en su imprescindible Las armas y las letras se basa en algunos testimonios para sugerir que Miguel Hernández no fue asistido suficientemente al final de la guerra por sus camaradas.

Por su parte, Bergamín, poeta hondo, presidió la Alianza de Intelectuales Antifascistas, de inspiración estalinista, protagonizando los momentos más siniestros del comunismo hispano. Su comportamiento, algo más que sectario, fue muy criticado incluso por sus propios correligionarios.
 

También los afines al Partido Comunista y organizaciones satélites tuvieron un protagonismo considerable en este bando. Como María Zambrano, que aunque vinculada al grupo, tuvo que salir de España por consejo de Bergamín, ya que fue acusada en la Alianza de Intelectuales de tener amigos “fascistas”. Lo curioso es que el suceso tuvo lugar días después de que Zambrano acudiera a la Residencia de Estudiantes, donde estaba refugiado Ortega, para “pedirle” su firma de apoyo a la “República”, apoyo que el propio Ortega dijo posteriormente desde el extranjero, que había dado por coacción (hay testimonios que hablan de María Zambrano con pistola al cinto).
 

Otros intelectuales afectos comprometidos hasta el final  fueron Alvarez del Vayo, Altolaguirre, Corpus Barga y Emilio Prados. El primero, periodista y jurista, fue un político socialista relevante aunque acusado por Largo de ser afín a los comunistas (a muchos de ellos los había nombrado comisarios). Altolaguirre y Corpus Barga también apoyaron al PC, sobre todo en los tiempos inmediatamente posteriores a la guerra.  Emilio Prados formó parte del Comité Directivo de la revista Hora de España (editada por Altolaguirre), un Comité también dominado por los comunistas.
 

Finalmente el caso un tanto especial de  Antonio Machado. Machado fue evolucionando políticamente a lo largo de la guerra. Don Antonio siempre fue un republicano de corte anticlerical, aunque en principio no muy político y desde luego alejado de las posiciones extremistas. De hecho, en los días siguientes a la rebelión militar, a Machado le ofrecieron la presidencia de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, de inspiración estalinista, y Machado la rechazó. Pero a lo largo de la guerra va evolucionando hacia posiciones comunistas más o menos auténticas. ¿Quizás manipulado?

Ya en Valencia, Gil Albert, dice que Machado le parecía un “vejestorio anacrónicamente manipulado”. No es el único testimonio que considera a Machado un hombre prematuramente mayor, sin recursos y responsable de su familia, que se verá obligado a utilizar una parte de su escritura al servicio de una propaganda que muy posiblemente no sentía. En cierta forma, como su hermano Manuel en la otra zona.

No de otra forma se explica que al mismo tiempo que siga siendo el poeta intimista de siempre, aparezca en la guerra un Machado con loas a Lister o a Negrín (éste último aliado comunista, cuyo gobierno por cierto lo abandonó  al final de la guerra, pues tuvo que cruzar la frontera por sus propios medios).
 

De los no españoles que apoyaron a la España “roja” destacaron Neruda y Malraux, también criticados por servirse de la guerra, más que por servirla (los más fotografiados de la guerra son siempre ellos dos, más Alberti) El primero de ellos fue acusado repetidamente por el diplomático chileno Carlos Morla de no haber colaborado en la recepción de refugiados para la Embajada de Chile y de haber abandonado a su mujer y a su hija hidrocefálica.

Tanto Neruda como Picasso se declararon simpatizantes del Partido Comunista, aunque no tomaron el carnet hasta después de la guerra, como dice Trapiello, cuando el PC era ya caballo ganador.
 

2.2. El bando comprometido con la rebelión franquista.
 

Del lado de la España franquista la intelectualidad se aglutinó sobre todo en torno a la Falange y a los periódicos de la prensa conservadora. De entre los comprometidos con esa España destaca la figura de Dionisio Ridruejo. Nombrado Director General de Propaganda, se rodeó de intelectuales y escritores, entonces jóvenes promesas, pero que pronto se forjarían un nombre: Montes, Vivanco, Rosales, Foxá, Torrente, Laín, Tovar, Luis Escobar… Ridruejo será también la primera de las no pocas deserciones franquistas posteriores del grupo y la persona más respetada por todos.

De entre ellos, algunos, entonces ubicuos, como Montes, quedaron metabolizados por el tiempo. Otros, por pertenecer al bando de los ganadores, perdieron el lugar que por méritos les correspondían en la Historia de la Literatura, pasando a ser hasta hoy ignorados por los medios de masas. 


Destacan en ese sentido Sánchez Mazas (padre de los Sánchez Ferlosio actuales); Agustín de Foxá, (excelente escritor, autor de la novela “Madrid de corte a checa”), cuyo homenaje literario en 2009 fue prohibido en Sevilla por una concejala comunista; César González Ruano, de comportamiento tan dudoso como magistral articulista; Wenceslao Fernández Flores, que pasó el primer año de guerra refugiado en una embajada en Madrid; Alvaro Cunqueiro, Jardiel Poncela y dos grandísimos poetas y amigos, Luis Rosales y Leopoldo Panero, el primero de los cuales arrastró toda su vida el peso de las explicaciones que tuvo que dar sobre el asesinato de Lorca, y el segundo cuyo paso por la izquierda en la República, casi le cuesta la vida.
 

Otro gran escritor y poeta cuya integración en la España franquista le costó el olvido literario y una injusta e innecesaria comparación con su hermano, fue Manuel Machado. (Borges dijo esta boutade, en referencia a su importancia: “No sabía que Manuel Machado tuviese un hermano…”). En realidad el golpe franquista le cogió coyunturalmente en Burgos (había perdido el tren de vuelta a Madrid el 17 de julio). Sin preveer la trascendencia del 18 de julio hizo allí unas declaraciones diciendo que se trataba de una “carlistada”, lo que le costó la cárcel y casi la vida. Posiblemente, tuvo que exagerar sus loas al franquismo para sobrevivir.
 

Los escritores ya consagrados de la España franquista fueron la excepción, y casi todos pertenecieron al periódico ABC: Eugenio d¨Ors, Giménez Caballero, Marquina, Julio Camba y José María Pemán, éste último quizá no tan importante como parecía en aquella España pero ni mucho menos tan insignificante como aparece hoy (en realidad, ni aparece), sobre todo en su faceta de orador y articulista.
 

Finalmente, y aunque incluyamos como franquista al más importante prosista de la lengua catalana del siglo XX por su muy activa toma de partido durante la guerra civil, Joseph Pla, en realidad nunca fue bien visto por el bando llamado nacional, dada su naturaleza independiente y su adhesión al liberal Cambó. Tras la guerra, se retiró al Ampurdán donde vivió aislado frente a todos, caso parecido al de Pío Baroja.
 

3. El exilio interior
 

En los dos bandos hubo escritores desubicados que ante la imposibilidad de salir de sus respectivas zonas, o tras permanecer en la España de la posguerra, acabaron aislados o adaptados discretamente a las circunstancias que los rodeaban. Son los intelectuales que se mantuvieron en el llamado “exilio interior.
 

3.1 Territorio “Nacional”.
 

Ya hemos hablado del caso de Manuel Machado, posiblemente obligado a adular a los jerarcas de la zona franquista para salvar la vida. De hecho, ni él ni su hermano Antonio, con quien había colaborado Manuel desde siempre, habían escrito nunca de política, al margen de la simpatía que ambos sentían por la República: Manuel había escrito la letra del himno republicano y Antonio había colgado la bandera republicana en abril de 1931 en el Ayuntamiento de Segovia.
 

En tierras nacionalistas, en Sevilla, quedó Jorge Guillén. Como era amigo de los intelectuales republicanos de Madrid, quedó en una posición delicada. En esa ciudad se le organizó un homenaje que exageró su importancia, seguramente para evitar lo que le había pasado a Lorca. Guillén, en las cartas privadas (hoy publicadas) que le envía a su amigo Salinas, critica a fascistas y comunistas, por lo que podemos considerarlo también como uno de los pioneros de la tercera España. 

Igual que a Josep Pla, que como se ha dicho, tras terminar la guerra se retiró a su tierra del Ampurdán donde vivió su propio exilio interior, y más tarde, se mantuvo en una especie de huida permanente, viajando por todo el mundo como periodista de la revista Destino.
 

3.2.Territorio “Republicano”.
 

Ya en territorio “republicano”, en Madrid, Vicente Aleixandre vivió un episodio traumático al ser acusado de fascista. Tras ser liberado y bajo la excusa de estar enfermo, se retiró silenciosamente a la sierra madrileña, desde donde bajaba a Madrid de vez en cuando. Pasó la posguerra en el ostracismo interior, pero su situación mejoró pronto, sobre todo cuando recibió el Premio Nóbel. De espíritu bondadoso, ayudó en lo que pudo a Miguel Hernández.
 

A Jacinto Benavente, el Nóbel le sirvió como parapeto frente a unos y otros. La guerra le sorprende en Barcelona donde estuvo detenido. Más tarde lo enviaron a Valencia desde donde quiso marcharse pero no pudo. En la posguerra vivió la censura y el ostracismo, pero a finales de los 40 el franquismo lo redimió.

También Dámaso Alonso pasó la guerra en Valencia, después de haber pasado varias semanas refugiado en la Residencia de Estudiantes, junto a Ortega y José María Cossío, entre otros. En 1939 regresó a Madrid donde permaneció durante un tiempo en el “exilio interior”, aunque sin demasiada dificultad. Cossío por su parte hizo una guerra sin irritar a nadie. Fue autor de la monumental obra sobre la Tauromaquia, en la que empleó, para ayudarle, a Miguel Hernández.
 

Quién vivió la guerra civil en Madrid “cautivo en su casa”, en expresión propia, fue Rafael Cansinos Assens. Escribió durante el conflicto unos diarios en varios idiomas -para protegerse políticamente- por los que, a pesar de sus simpatías republicanas, sabemos de su “militancia” en la tercera España. En la posguerra se le retiró el carnet de prensa por lo que para sobrevivir tuvo que dedicarse a la traducción de las grandes obras de la literatura universal durante toda su vida.
 

A Concha Espina, conservadora, la guerra le sorprendió en su tierra santanderina donde vivió aislada hasta su “reconquista”. Allí escribió el diario Esclavitud y libertad. El diario de una prisionera.

4. La gran emigración de la España frentepopulista: la tercera España
 

La mayor parte de los escritores y científicos que pudieron se marcharon de España a lo largo de la contienda. Sobre todos los de mayor edad y los más consagrados. Fue una emigración que tuvo lugar especialmente  en los primeros meses de la guerra y desde la España en manos del Frente Popular.

Lo cual contradice el mito de que el grueso de los intelectuales españoles se quedó en España a defender la “República” y se marchó al final de la guerra como consecuencia de la victoria de Franco. Lo dice acertadamente Julian Marías en sus Memorias: “la gran mayoría de la emigración intelectual no se produjo en 1939, al  final de la guerra, sino en 1936, a su comienzo”.

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