Orwell y el "socialismo
democrático"
Este 25 de junio
se han cumplido 110 años desde el nacimiento de George Orwell, efeméride que
bastantes medios de comunicación han aprovechado para reverdecer la figura del
escritor que se alistó en las Brigadas Internacionales, militó en el Partido
Obrero de Unificación Marxista (POUM), y tras aquella experiencia escribió sus
célebres Homenaje a Cataluña y Recuerdos de la
guerra civil española. Todo lo cual queda fino
y muy en onda democrática, como debe ser.
Pero en fin, si
hablamos de Orwell, hablamos de Orwell. Cierto es que llegó a Barcelona para
alistarse en las Brigadas Internacionales y “matar fascistas porque alguien
tiene que hacerlo”, tal como escribió a su amigo Henry Miller en 1936. Combatió
en el frente durante más de tres meses. De regreso a Barcelona para disfrutar de
un permiso y reunirse con su mujer, se encontró envuelto en los trágicos sucesos
de mayo de 1937.
El bando republicano se había escindido en dos: por una parte
el PSUC, la UGT y ERC, y de otra los anarquistas de la CNT-FAI y el POUM. Los
primeros insistían en ganar la guerra por encima de cualquier otro objetivo. Los
segundos porfiaban en combatir y hacer la revolución al mismo tiempo. Y andaban
a tiros, como es natural.
Orwell se vio
nuevamente fusil en mano, defendiendo la sede del POUM hasta que cesaron los
combates. El número de muertos en las refriegas se cifra en quinientos durante
el enfrentamiento y entre cincuenta y cien ejecutados como represalia a la CNT y
al POUM. Entre las víctimas de este partido se cuenta su secretario general,
Andrés Nin, quien no murió durante los sucesos de Barcelona ni en la posterior
represión, como ha indicado algún periódico, sino asesinado en Alcalá de
Henares, tras sufrir interrogatorios y espeluznantes torturas por parte del
comisario político Orlov y otros secuaces tan desalmados como él, todos al
servicio de Stalin y, en la práctica, déspotas inquisidores del
PCE-PSUC.
George Orwell
vino a España “para matar fascistas” y acabó disparando y siendo tiroteado por
los comunistas, y de no haber salido a escape habría terminado muerto en el
frente, donde tanto peligro corría en los combates de primera línea como por la
acción represora de los agentes stalinistas de retaguardia. Vino a “matar
fascistas” y puso fin a su aventura huyendo a toda prisa de los agentes
soviéticos.
El problema
del socialismo democrático: o deja de ser socialista o deja de ser
democrático
De aquella
experiencia nacería su novela más conocida, 1984, una crítica
escalofriante del stalinismo. Diez años más tarde publicaría estas frases en un
periódico neoyorkimo: “Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido
escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del
socialismo democrático tal como yo lo entiendo”. Una posición muy respetable,
aunque, desde mi punto de vista, ingenua como ingenuo fue el escritor que se
jugó la vida luchando por la República, aunque afiliado a un partido que
anhelaba su desaparición y la instauración de la dictadura del proletariado.
Ése
es el problema perpetuo, sustancial, del “socialismo democrático”, que cuando
intenta ponerse en práctica, una de dos: o deja de ser democrático o deja de ser
socialismo.
Aunque no le neguemos méritos. Aquel raro “socialismo democrático”
que Orwell defendía ha conseguido pervivir y mantenerse como melosa utopía hasta
nuestro tiempo. Mutatis mutandis, ha generado el núcleo principal del
pensamiento bondadoso y las ideologías débiles, convertidas por los dirigentes
del sistema en dogma inapelable.
Es otra de las grandes paradojas de nuestro
tiempo: el “socialismo democrático”, incapaz de transformar la base económica y
las estructuras de poder en la sociedad de mercado, instaura su hegemonía en el
ámbito ideológico. Un cuerpo doctrinal que, escarmentado tras el fracaso del
“socialismo realmente existente”, renuncia a transformaciones profundas del
mundo y de la conciencia de los ciudadanos para fundamentar su validez en el
contento bullicioso de masas de siervos felices.
Lo importante no es ya la
realidad, sino la percepción de cada cual sobre su acomodo en el sistema. No es
necesario ser libres sino sentirnos libres, tanto como para disfrutar sin freno
en una sociedad donde todos pueden decir lo que piensan... porque todos piensan
lo mismo.
Orwell está de
moda, cómo no. Fue un escritor visionario y premonitorio, de eso no cabe la
menor duda. Intuyó como nadie la terrible, devastadora certeza con que termina
su 1984:
“... él, amaba al Gran Hermano”. Así sucede porque no ha podido
ser de otra manera. Nunca el Gran Hermano fue tan querido por sus esclavos como
en la plenitud histórica del “socialismo democrático”.
Fuente JOSÉ VICENTE PASCUAL
elmanifiesto.com
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