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sábado, 4 de mayo de 2013

EL DESPRECIO A LOS HÉROES



El Ejército que olvidó a sus héroes

Cuando desde hace ya varios meses se vienen celebrando diversos actos para conmemorar el Bicentenario de la Real y Militar Orden de San Fernando —creada el 31 de agosto de 1811—, el último de ellos el pasado día 14 en El Escorial, presidido por S.A.R. el Príncipe de Asturias, hemos comprobado con asombro, tristeza e indignación que en el Museo del Ejército de Toledo la palabra HÉROE —así como sus derivados— ha sido excluida de las explicaciones que aparecen en sus paredes, y de las cartelas que acompañan a los diversos objetos que se exhiben.

Al mismo tiempo, las menciones que se hacen a dicha Real Orden, creada para agrupar a cuantos han merecido por su destacado valor la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta recompensa de nuestros Ejércitos, son mínimas, pues tan solo se le dedican 77 palabras en la Sala de Condecoraciones, casi las mismas que las que aparecen en otros lugares para explicar en qué consiste la pólvora negra, menos que las utilizadas para definir el águila del Imperio Napoleónico y la mitad de las que se han escrito para contarnos cómo se tomó una bandera británica en Mahón… Peor parada ha salido la Medalla Militar, nuestra segunda condecoración al valor, pues tan solo se han empleado 36 palabras para darla a conocer.

A lo largo de la exposición solamente aparece escrita la frase Cruz Laureada ligada a una persona en tres ocasiones, dos de ellas refiriéndose al general Varela —único militar en el siglo XX que lució en vida dos Cruces Laureadas— y otra al general Zabala, al mostrar una guerrera que le perteneció y en la cual, se dice, están prendidas tres Cruces Laureadas -la realidad es que solamente hay una, error al que no hay que dar demasiada importancia, dada la excesiva frecuencia con que se cometen en este moderno Museo-.

¿Quiere esto decir que el Ejército español no ha tenido héroes?

Sí, los ha tenido, pero por algún motivo —que desearíamos conocer— se han ocultado, creemos que deliberadamente, pues no se puede dar tanta casualidad. No hay más que observar los innumerables retratos que cuelgan en sus paredes. ¿Por qué creen que se han recogido en un museo militar? Si se fijan, muchos de los personajes retratados lucen la Cruz Laureada, pero de nada les ha servido, pues, en un derroche de imaginación y didacticismo, tan solo se ofrece al visitante su nombre.

Y así, pasan totalmente desapercibidos nuestros grandes héroes: el cabo Noval, el Marqués del Duero, los generales Francisco Valdés, Echagüe, Rodil, Narváez, Prim, O'Donnell, Espartero, Santocildes, Sanjurjo, Varela y tantos y tantos otros, muchos de los cuales, sobre todo los malditos, dormirán el sueño de los justos para siempre en los almacenes del Museo.
 Algunos de estos retratos, para mayor escarnio y desprecio, han sido utilizados para explicar alguna prenda de uniforme o, simplemente, para tapar un trozo de pared. Ricos y artísticos pergaminos en los que se ofrece junto con el retrato del héroe la narración del hecho por el que ganó la Cruz Laureada, aparecen sin explicación alguna.
Quien de forma premeditada oculta los merecidos méritos de los demás, solamente puede recibir un nombre: el de villano.

Especialmente sangrante es la sala en la que se han reunido los retratos de nuestros héroes de Ultramar, sin, por supuesto, hacer alabanza alguna de su vida y hechos. Junto al retrato del general Vara de Rey, muerto en la defensa del Caney, están los de los gloriosos defensores de Baler, Saturnino Martín Cerezo y Enrique de las Morenas y Fossi -no, como está escrito, Vara del Rey y De las Moreras, quien, por cierto, no fue general sino solo capitán-. Y eso es todo. Ni una sola palabra de estos destacados personajes, cuyo valeroso y sacrificado comportamiento fue alabado incluso por sus propios enemigos.

Cuando símbolos de nuestra historia como la Bandera, la Monarquía, la Patria y la Religión son ultrajados ante la pasividad de quienes deberían impedirlo, temíamos que a los héroes no les restaba mucho tiempo para ser ignorados, y así ha sido.

Cuando desde hace tiempo la excelencia personal y los valores morales se ven menospreciados y se observa que inútiles e incompetentes —que cada cual ponga el nombre que desee, hay suficientes para escoger— son aupados a los más altos puestos, con previsibles consecuencias, presentíamos que el tiempo de los héroes había llegado a su término, y así ha sido.

Arrancados para formar el Museo del Ejército los recuerdos de nuestros héroes de los lugares en que se les había venerado en las Academias y Cuerpos durante tiempo inmemorial para que sirviesen de ejemplo a quienes se educaban y servían en ellos, nadie podía imaginar que una «mano negra» —cuya procedencia es fácil de adivinar- iba a impedir que se les honrase y admirase en el lugar donde hasta hace no mucho tiempo se les había honrado y admirado.

Reconozco que se me ha herido en lo más profundo de mi ser —y espero que igual le suceda al resto de mis compañeros cuando conozcan estos hechos— al tratar de ocultar una de las cualidades más importantes y necesarias para el desarrollo de las misiones de un buen militar:

el valor, que en muchas de las ocasiones va acompañado de otra virtud no menos importante, el espíritu de sacrificio.
En la vida de nuestros héroes, de la que se ha prescindido, hay muchos de estos episodios. Ofrecer la vida por un compañero es algo sublime, que enaltece y que tiene por único premio la consideración de HÉROE, esa que se ha hurtado en el Museo del Ejército a quienes nos precedieron y dieron ejemplo.

Me queda únicamente por aclarar que, según el real decreto de 14 de mayo de 2010, el Ministerio de Defensa se hizo responsable, tras su traslado desde Madrid a Toledo, de la revisión que se le ha hecho al Museo, y de los objetivos que se le han marcado.
                                                    
                José Luis Isabel
                                                     Coronel de Infantería (R)
Fuente
abc.es

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