Saramago y la unión ibérica
Al igual que algunos de sus más célebres paisanos medievales y renacentistas, José Saramago vivió durante largos años con intensidad el sueño de una unión ibérica entre España y Portugal. De hecho lo dejó escrito en una de sus fábulas más célebres, 'La balsa de piedra' (1986), en la que la Península se partía por la línea de los Pirineos y comenzaba a flotar a la deriva por las aguas del Atlántico... Lo que en su vida privada practicó con su doble residencia en Lisboa y Lanzarote, y con la compañía y la complicidad permanente de Pilar, su compañera y traductora, lo hubiera querido ver también en la realidad del acercamiento de dos países que, de manera incomprensible para él, eligieron vivir de espaldas durante siglos, en lugar de luchar por compartir un destino común.
Ningún autor como José Saramago, quizás con la excepción de Fernando Pessoa, ha conseguido despertar en los lectores españoles no sólo una simpatía, sino una verdadera identificación con lo portugués y los portugueses. De hecho son sus dos obras más 'lusas', 'Memorial del convento' y 'El año de la muerte de Ricardo Reis', en cuyo título destacaba ya el Nobel su predilección por el autor del 'Libro del desasosiego', fueron precisamente las que le dieron, después de haber sido traducidas al castellano, una verdadera proyección internacional.
Es verdad que Lisboa se deja querer por sí misma. Que sus calles empinadas, sus cafés, sus tranvías y sus rincones fadistas no necesitan de poetas ni de novelistas que los canten. Pero también es verdad que la Lisboa de hoy no podría comprenderse sin la sombra de dos de sus pobladores más ilustres: Pessoa y Saramago. Al menos para mí, por encima del Saramago reflexivo de los ensayos sobre la ceguera o sobre la lucidez, por encima del heterodoxo biógrafo de Cristo o del activo combatiente por los derechos sociales, siempre quedará un autor que antes que novelista quiso ser poeta, que escribió buscando la intensidad de las palabras de manera casi obsesiva, y que gozó del mismo desasosiego y del mismo asombro que su admirado Ricardo Reis, manifestándose al mismo tiempo como un escritor profundamente portugués, como un soñador de espíritu ibérico y como un icono internacional cuya literatura ha llegado hasta los últimos rincones del mundo. Según dicen, murió dándole vueltas a un verso de Gil Vicente, el primero de los grandes autores portugueses que apostaron por el bilingüismo como la expresión más genuina del alma ibérica. Un sueño que perdura por los siglos.
Fuente Carlos Aganzo
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