De la Guerra civil española al infierno blanco del Gulag
Un capítulo de la historia del exilio español se escribió en la Unión Soviética. El apoyo al bando republicano despertó la confianza de los simpatizantes comunistas que escogieron este Estado como un destino seguro. A otros el desenlace del conflicto bélico los sorprendió en territorio soviético. Para unos y otros la disensión o el intento de volver a España fueron motivo de deportación a los campos siberianos. El libro de la profesora e investigadora Luiza Iordache, “En el Gulag: españoles republicanos en los campos de concentración de Stalin”, ahonda en estas vidas que se vieron atrapadas entre dos fuegos.
Con quince años, Perico Cepeda desembarcó en la Unión Soviética. Era un “niño de la guerra”, como su hermano. Sus padres creyeron que en el Este estarían a salvo, lejos de la España en guerra. La realidad fue otra muy distinta. Cepeda fue trasladado a orfanatos de Samarcanda y Tiflis, para luego trabajar como lubricador de maquinaria textil en su afán por huir de la miseria. Más tarde, viendo que no se le concedía el permiso de salida a España -para los comisarios políticos un verdadero comunista no solicita irse del “paraíso estalinista”- buscó una escapatoria desesperada. Junto con otro español, Cepeda intentó pasar la frontera dentro de un baúl diplomático argentino. El plan fracasó en el aeropuerto y los implicados fueron condenados a trabajos forzados.
Este es uno de los casos que pueblan el documentado trabajo de investigación de Luiza Iordache sobre los exiliados caídos en desgracia durante su estancia en la Unión Soviética: pilotos que seguían su instrucción en la escuela aérea de Kirovabad, marinos atracados en Odesa, Múrmansk y Teodosia, “niños de la guerra” o maestros que los acompañaron.
¿Puede considerarse este ensayo una de las investigaciones más exhaustivas sobre el exilio republicano español en la Unión Soviética?
Es un tema de estudio relativamente joven en el mundo académico. El punto de partida han sido las investigaciones sobre los “niños de Rusia” dirigidas por Alicia Alted y Encarna Nicolás, así como las tesis doctorales de Susana Castillo, María Magdalena Garrido y la propia Encarna Nicolás.
Luego, los estudios sobre el Partido Comunista español o la participación republicana en la Gran Guerra Patria abrieron nuevos horizontes que han contribuido en la recuperación de la memoria de aquel exilio y de sus distintas facetas.
¿Su procedencia le ha ayudado a aproximarse con más objetividad a este tema?
Tener la doble nacionalidad rumana y española, estar en la frontera entre dos mundos con sus respectivos pasados, me ha permitido, de alguna manera, alcanzar la objetividad a la que obliga el rigor académico. La memoria de las víctimas de cualquier dictadura, sea ésta rumana, estalinista o franquista debe ser rescatada.
Y esta recuperación no obedece a mitos o historias oficiales. Por ello, estudios de este tipo no deben ser utilizados para justificar mitos como el de “Rusia es culpable” o como un ataque a la Unión Soviética, el PCE o el PCUS, o a cualquier otro actor político.
Ha dividido a las víctimas por grupos a la hora de trazar itinerarios. ¿Fue muy diferente la suerte de cada uno de ellos?
Toda persona que conoció el Gulag pasó por una experiencia de sufrimiento, penuria y enfermedad. El colectivo más importante de españoles presos fue el de los marinos, después el de los pilotos, seguido por el de los exiliados políticos y algunos maestros de los “niños de la guerra”.
Otro tema sensible son doscientos de estos niños que, según el Archivo Histórico del PCE, fueron encarcelados o internados por hurto, cuando se trataba de actos de pura supervivencia porque el hambre hacía estragos.
El esfuerzo se ha traducido en la posibilidad de redactar una lista de los españoles que pasaron por el Gulag.
La primera la publiqué en 2009. Considero que la actual tampoco es completa. Para que lo fuera sería necesario consultar documentación todavía clasificada de la antigua Unión Soviética en archivos rusos elaborada por el PCUS, la Alianza de la Cruz Roja y Media Luna Roja soviéticas o el NKVD y el Narkomindel. Su hermetismo imposibilita profundizar en la cuestión.
Pero, aun así, el esfuerzo de muchos años se ha visto recompensado con la recuperación de estos nombres y apellidos de víctimas y el agradecimiento por parte de las familias cuando les facilitaba documentos o cartas olvidadas en algún archivo.
Para estas personas los “salvadores” se convirtieron en “verdugos”.
La Unión Soviética fue uno de los pocos países que acogieron a exiliados republicanos. El hecho de que un país “amigo” castigara a algunos centenares de españoles puede resultar sorprendente, pero se debió a la naturaleza del propio sistema estalinista, basado en el miedo y el terror, y a las circunstancias políticas de la época.
Una vez finalizada la Guerra Civil y tomada conciencia de la realidad soviética, algunos grupos de españoles formados por marinos, pilotos y maestros pidieron volver a España. A los españoles detenidos en las redadas de la década de 1940 se les acusó de haber intentado salir de la Unión Soviética. Otros por discrepar con la línea política del Kremlin y las posiciones dogmáticas del PCE, o por cualquier comentario considerado ofensivo.
¿Se hizo alguna distinción con estos presos por su procedencia?
El Gulag fue igual para todos. Sufrieron y malvivieron en igualdad de condiciones. La represión estalinista no hacía distinciones. Los extranjeros, sin importar lo que hubieran hecho o no, eran sospechosos de espionaje, candidatos perfectos para el arresto y el internamiento. Así, en el Gulag volvieron a encontrarse las dos Españas, prisioneros de la División Azul con marinos y pilotos republicanos. A partir de 1948 convivieron en distintos campos occidentales de la URSS unidos por un único fin: sobrevivir a aquel “mil veces maldito infierno” y regresar a España.
¿Cuándo se produjo la primera repatriación?
Fue en verano de 1939 y se trató de un hecho excepcional porque las autoridades franquistas se encontraron con un hecho consumado: 129 marinos congregados en Estambul. No les quedó más remedio que repatriarlos.
Entre 1940 y 1941, unos 80 pilotos, marinos y maestros se beneficiaron del permiso soviético de salida. Pero en este caso sus expedientes pasaron por el tamiz de la DGS (Dirección General de Seguridad), y hasta junio de 1941 solo diez españoles pudieron volver en expediciones individuales.
¿Qué hubiera pasado sin la presión internacional?
Entre 1945 y 1954 distintos organismos realizaron gestiones para la repatriación de los presos españoles en el Gulag, pero no tuvieron un desenlace positivo porque la Unión Soviética contestó con el silencio. Todos los gobiernos que tenían ciudadanos presos se encontraron con el mismo obstáculo. El giro se produjo tras la muerte de Stalin en 1953, cuando las amnistías promulgadas abrieron las puertas de los campos penitenciarios. Muchos presos recuperaron la libertad, entre ellos, prisioneros de la División Azul, maestros, exiliados, etc. que regresaron a España en las expediciones organizadas en 1954 y entre 1956 y 1959.
¿Ha podido rescatar muchos testimonios orales?
No he podido recabar un gran número de ellos por distintas razones. La mayor parte de los supervivientes han fallecido y parte de los que todavía viven no han querido relatar su experiencia.
Otros testigos de la época se mostraron reacios a hablar de la represión estalinista, más allá de su propia vivencia y el tributo de gratitud que se granjeó la Unión Soviética con su política de acogida de exiliados. Sus descendientes, en muchos casos, poco sabían de ese pasado. Por eso, me concentré en la recopilación de material documental -correspondencia, manuscritos, diarios, autobiografías, fotografías- que pudieran tener las familias y en la investigación en archivos españoles y extranjeros. La información solía ser incompleta y sesgada.
Hace un guiño a obras literarias como Vida y destino.¿De qué manera le ha ayudado la literatura?
La novela de Vasili Grossman, así como Archipiélago Gulag, Relatos de Kolimá o El Vértigo me han permitido aproximarme a esa realidad. Todas suponen un proceso de aprendizaje y en ellas he podido encontrar las claves para comprender los mecanismos de funcionamiento de aquel sistema represivo, la destrucción lenta y sistemática del ser humano.
Fuente Marta Rebón
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