¿EL ISLAMISMO CONTRA EL ISLAM?
El instrumento fundamentalista
“El problema subyacente para Occidente no es el fundamentalismo islámico. Es el Islam”. Esta frase, que Samuel Huntington coloca al cerrar el largo capítulo de su Choque de civilizaciones titulado “El Islam y Occidente”[1], merece ser leído con más atención de lo que se ha hecho hasta ahora.
Según el ideólogo norteamericano, el Islam es un enemigo estratégico de Occidente, porque es su antagonista en un conflicto de fondo, que no surge tanto de disputas territoriales sino de una confrontación fundamental y existencial entre la defensa y rechazo de los “derechos humanos”, la “democracia” y los “valores laicos”. Huntington escribe:
“Mientras el Islam siga siendo Islam (como así será) y Occidente siga siendo Occidente (cosa que es más dudosa), este conflicto fundamental entre dos grandes civilizaciones y formas de vida continuarán definiendo sus relaciones en el futuro.” [2]
Pero la frase citada al principio no se limita en designar al enemigo estratégico, también es posible deducir la indicación de un aliado táctico: el fundamentalismo islámico.
Es cierto que en las páginas del Choque de las civilizaciones la idea de utilizar al fundamentalismo islámico contra el Islam no está formulada de una forma muy explícita, pero en 1996, cuando publicó Huntington El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, este tipo de práctica ya había sido inaugurada.
“Es un dato de hecho -escribe un ex embajador árabe acreditado en los Estados Unidos y Gran Bretaña- que los Estados Unidos habían acordado alianzas con la Hermanos Musulmanes para echar fuera a los soviéticos de Afganistán; y que, desde entonces, no han cesado de hacer la corte a esta corriente islamista, favoreciendo su propagación en los países de obediencia islámica. Siguiendo la huella de su gran aliado norteamericano, la mayoría de los estados occidentales han adoptado, en relación con esta nebulosa integrista, una actitud que va de la neutralidad benévola a la connivencia deliberada.” [3]
El uso táctico del así llamado integrismo o fundamentalismo islámico por parte de occidente no comenzó, como se dice, a partir de 1979 en Afganistán, sino -como recuerda en From the Shadows el ex director de la CIA Robert Gates- seis meses antes de la intervención soviética, cuando los servicios especiales estadounidenses comenzaron a ayudar a los guerrilleros afganos.
Sin embargo, su origen se remonta a los años cincuenta y sesenta, cuando Gran Bretaña y Estados Unidos identifican al Egipto nasseriano como el principal obstáculo para la hegemonía en el Mediterráneo occidental, por lo que prestaron apoyo a los Hermanos Musulmanes de una forma discreta pero acertada.
Es el caso emblemático de un hijo del fundador del movimiento, Sa’id Ramadan, quien “tomó parte en la creación de un importante centro islámico en Múnich, alrededor del cual se formó una federación con amplia difusión”[4]. Sa’id Ramadán, quién recibió financiamiento e instrucciones del agente de la CIA, Bob Dreher, en 1961 expuso su plan de acción a Arthur Schlesinger Jr., asesor del presidente electo John F. Kennedy.
”Cuando el enemigo está armado con una ideología totalitaria y dispone de regimientos de fieles devotos, -escribía Ramadán- aquellos que están alineados sobre posiciones políticas opuestas deben enfrentarlos sobre el plano de la acción popular y la esencia de su táctica debe consistir en una fe y devoción contraria. Solo las fuerzas populares, genuinamente involucradas y reactivas por su cuenta, pueden hacer frente a la amenaza de infiltración del comunismo”. [5]
La utilización instrumental de los movimientos islamistas funcionales a la estrategia atlántica no terminó con la retirada del Ejército Rojo de Afganistán.
El auspicio del gobierno de Clinton al separatismo bosniaco y kosovar, el apoyo estadounidense y británico al terrorismo wahabí en el Cáucaso, el soporte oficial de Brzezinski a los movimientos armados fundamentalistas en Asia central, las intervenciones en favor de las bandas subversivas en Libia y Siria, son episodios sucesivos de una guerra contra Eurasia, en las cuales los EE.UU. y sus aliados se valen de la colaboración islamista.
El fundador de An-Nahda, Rachid Ghannouchi, quien en 1991 recibió los elogios del gobierno de George Bush por el rol eficaz que desempeñó en la mediación entre las facciones afganas antisoviéticas, ha tratado de justificar el colaboracionismo islamista esbozando una imagen casi idílica de las relaciones entre los EE.UU. y el mundo islámico. Un periodista del “Figaro” que le preguntó si los americanos le parecían más conciliadores que los europeos, el líder islamista tunecino respondió que sí, porque “no existe un pasado colonial entre los países musulmanes y Estados Unidos, nada de Cruzadas, nada de guerra, nada de historia”; y a la evocación de la lucha común de los estadounidenses e islamistas contra el enemigo bolchevique, ha añadido la mención de la contribución inglesa.[6]
La “noble tradición salafí”
El islamismo representado por Rachid Ghannouchi es aquel, según un orientalista, que “se vincula a la noble tradición salafí de Muhammad ‘Abduh y que ha tenido su versión más moderna en los Hermanos Musulmanes.”[7]
Volver al Islam puro de los “antepasados piadosos” (as-salaf as-Salihin), haciendo tabla rasa de la tradición emanada del Corán y la Sunna a lo largo de los siglos: éste es el programa de la corriente reformista que tiene sus fundadores en el persa Jamal ad-Din al-Afghani (1838-1897) y sus discípulos, los más importantes de los cuales fueron el egipcio Muhammad ‘Abduh (1849-1905) y el sirio Muhammad Rashid Rida (1865-1935).
Al-Afghani, quien en 1883 fundó la Asociación de los Salafíes, en 1878 fue iniciado en la masonería en una logia de Rito Escocés en El Cairo. Él permite ingresar a los intelectuales de su entorno a la masonería, entre los cuales está Muhammad ‘Abduh, quien, luego de ocupar una serie de altísimos cargos, el 3 de junio de 1899 se convirtió en el Muftí de Egipto, con el beneplácito de los ingleses.
“Ellos son los aliados naturales del reformador occidental, se merecen todo el estímulo y todo el sostenimiento que se les puede dar”[8]: Este es el reconocimiento explícito del papel de Muhammad ‘Abduh y del hindú Sir Sayyid Ahmad Khan (1817-1889) que fue dado por Lord Cromer (1841-1917), uno de los principales arquitectos del imperialismo británico en el mundo musulmán.
De hecho, mientras que Ahmad Khan afirmó que “el dominio británico en la India es la cosa más bella que el mundo nunca había visto” [9], y aseveraba en una fatwa que “no era lícito rebelarse contra los ingleses, siempre y cuando éstos respetasen la religión islámica y permitan a los musulmanes practicar su culto” [10], Muhammad ‘Abduh difundía en el ambiente musulmán las ideas racionalistas y cientificistas del Occidente contemporáneo.
‘Abduh argumentó que en la civilización moderna no hay nada que esté en conflicto con el verdadero Islam (identificaba a los jinn con los microbios y estaba convencido que la teoría de la evolución de Darwin estaba contenida en el Corán), de ahí la necesidad de revisar y corregir la doctrina tradicional para someterle al juicio de la razón y aceptar las aportaciones científicas y culturales del pensamiento moderno.
Después de ‘Abduh, el líder de la corriente salafí fue Rashid Rida que, tras la desaparición del califato otomano, planeó la creación de un “partido islámico progresista”[11] con el objetivo de crear un nuevo califato. En 1897, Rashid Rida fundó la revista “Al-Manar”, la cual, difundida por todo el mundo árabe y en otras partes, se la seguirá publicando después de su muerte durante cinco años por otro miembro del reformismo islámico: Hasan al-Banna (1906 -1949), el fundador de los Hermanos Musulmanes.
Pero, mientras Rashid Rida teorizaba el nacimiento de un nuevo Estado islámico destinado a gobernar la ummah, en la Península Arábiga tomaba forma el Reino de Arabia Saudita, donde existía otra doctrina reformista: el wahabismo.
La secta wahabí
La secta wahabí toma su nombre del apellido de Muhammad ibn ‘Abd al-Wahhab (1703-1792), un árabe del Najd, de la escuela hanbalí, que se entusiasmó pronto por los escritos de un abogado literalista que vivió cuatro siglos antes en Siria y Egipto, Taqi ad-din Ahmad ibn Taymiyya (1263-1328). Partidario de obtusas interpretaciones antropomórficas sobre las imágenes contenidas en el lenguaje coránico, animado de un verdadero y propio odium theologicum hacia el sufismo; a menudo acusado de heterodoxia, Ibn Taymiyya se merece la definición de “padre del movimiento salafí a través de los siglos”[12] que le dio Henry Corbin.
Siguiendo sus huellas, Ibn ‘Abd al-Wahhab y sus partidarios dictaminaron como manifestaciones de politeísmo (shirk) la fe en la intercesión de los profetas y de los santos y, en general, todos aquellos actos que, en su opinión, equivaldrían a considerar como partícipes de la omnipotencia divina y del querer divino a un ser humano o a otra criatura, por lo que consideran politeísta (mushrik), con todas las consecuencias del caso, incluso al musulmán devoto dedicado a invocar al Profeta Mahoma o por orar cerca de la tumba de un santo.
Los wahabís atacaron las ciudades sagradas del Islam chiita, saquearon los santuarios, se apoderan en 1803-1804 de La Meca y Medina, demolieron los monumentos sepulcrales de los santos y de los mártires, e incluso profanaron la tumba del Profeta; colocaron fuera de la ley a las organizaciones iniciáticas y a sus ritos; abolieron la celebración del cumpleaños del Profeta; extorsionaron a los peregrinos y suspendieron la peregrinación a la Casa de Dios; promulgaron las prohibiciones más extravagantes.
Derrotados por el ejército que el soberano egipcio había enviado contra ellos tras la exhortación a la Sublime Puerta, los wahabís se dividieron entre las dos dinastías rivales, la de Saud y Rashid, y durante un siglo empeñaron todas sus energías en la lucha intestina que ensangrentó la península árabe; hasta que Ibn Saud (‘Abd al-’ Aziz ibn ‘Abd ar-Rahman Al-Faisal Al Su’ud, 1882-1953) realzó de nuevo la suerte de la secta.
Patrocinado por Gran Bretaña, que en 1915 es con el único Estado en el mundo que estableció relaciones oficiales, ejerciendo como un “cuasi protectorado”[13] en el Sultanato de Nejd, Ibn Saud logra ocupar La Meca y Medina en 1925. Se convirtió en “El rey de Hiyaz y Nejd y sus dependencias”, de acuerdo con el título que en 1927 le fue reconocido por el Tratado de Yidah del 20 de mayo de 1927, firmado con la primera potencia europea que reconoció la nueva formación estatal wahabí: la Gran Bretaña.
Sus victorias – escribe uno de los tantos orientalistas que han cantado sus alabanzas – lo han convertido en el gobernante más poderoso de Arabia. Sus dominios lindan con Irak, Palestina, Siria, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico. Su personalidad de relieve se ha afirmado con la creación de la Ikhwan o Hermandad: una cofradía de activistas wahabís a la que el inglés Philby ha denominado “‘una nueva masonería”[14].
Se trata de Harry St. John Bridger Philby (1885-1960), el organizador de la revuelta árabe anti-otomana de 1915, quién “había ocupado en la corte de Ibn Saud, el lugar del fallecido Shakespeare”[15] para citar la expresión hiperbólica de otro orientalista de aquella época. Él fue quien abogó cerca de Winston Churchill, el rey Jorge V, del Barón Rothschild y Chaim Weizmann por el proyecto de una monarquía saudita que, usurpando la custodia de los Santos Lugares, tradicionalmente asignados a la dinastía hachemita, unificará la Península Arábiga y controlará en nombre de Inglaterra, la vía marítima Suez-Aden-Mumbai.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual la Arabia Saudita mantiene una neutralidad filoinglesa, al patrocinio británico se añadirá y luego será sustituido por el norteamericano. En tal sentido, un evento anticipador y simbólico fue la reunión que tuvo lugar el 1 de marzo de 1945 sobre el Canal de Suez, a bordo del Quincy, entre el presidente Roosevelt y el soberano wahabí, que, como recordaba orgullosamente un arabista estadounidense, “siempre ha sido un gran admirador de Norteamérica, que antepone también a Inglaterra” [16].
De hecho, ya en 1933 la monarquía saudí había dado en concesión a la Standard Oil Company of California, el monopolio de la explotación del petróleo, mientras que en 1934 la compañía americana Saoudi Arabian Mining Syndicate había obtenido el monopolio de la exploración y extracción del oro.
Los Hermanos Musulmanes
Usurpada la custodia de los Santos Lugares y adquirido el prestigio asociado a esta función, la Casa de Saud se percata de la necesidad de disponer de una “internacional” que le permita extender su hegemonía sobre una gran parte de la comunidad musulmana, con el fin de contrarrestar la difusión del pan-arabismo nasseriano, el nacionalsocialismo baathista y -después de la revolución islámica de 1978 en Irán- la influencia chií.
La organización de los Hermanos Musulmanes proporciona a la política de Riad una red organizativa que sacará provecho de los sustanciales financiamientos saudíes. “Después de 1973, debido al aumento de los ingresos provenientes del petróleo, los medios económicos no faltan; se invertirán principalmente en las zonas donde un Islam poco “consolidado” podría abrir la puerta a la influencia iraní, especialmente en África y la comunidad musulmana emigrada a Occidente” [17].
Por otra parte, la sinergia entre la monarquía wahabí y el movimiento fundado en 1928 por el egipcio Hassan al-Banna (1906-1949) se basa sobre un terreno doctrinal sustancialmente común, así como los Hermanos Musulmanes son los “herederos directos, aunque no siempre estrictamente fieles, de la salafiyyah de Muhammad ‘Abduh”[18] y como tal lleva inscrita en su ADN desde su nacimiento la tendencia a aceptar, incluso con todas las reservas necesarias, la civilización occidental moderna.
Tariq Ramadan, nieto de Hassan al-Banna y exponente de la actual intelligentsia reformista musulmana, interpreta de esta manera el pensamiento del fundador de la organización: “Como todos los reformadores que le precedieron, Hassan al-Banna nunca ha demonizado al Occidente. (…) Occidente ha permitido a la humanidad dar grandes pasos hacia adelante y esto ha sucedido desde el Renacimiento, cuando se inició un vasto proceso de secularización (‘que fue una contribución positiva’, teniendo en cuenta la especificidad de la religión cristiana y la institución clerical)”[19].
El intelectual reformista recuerda que su abuelo, en su actividad de maestro de escuela, se inspiraba en las más recientes teorías pedagógicas occidentales y nos remite a un extracto elocuente de uno de sus escritos:
“Debemos inspirarnos en las escuelas occidentales, en sus programas (…) También debemos tomar de las escuelas occidentales y de sus programas el constante interés por la educación moderna y su forma de afrontar la exigencia y preparación para el aprendizaje, fundados sobre métodos firmes extraídos de estudios sobre la personalidad y naturaleza del niño (…) Debemos aprovecharnos de todo esto sin sentir vergüenza alguna: la ciencia es un derecho de todos (…)”[20].
Con la así llamada “primavera árabe”, se manifestó de manera oficial la disponibilidad de los Hermanos Musulmanes para aceptar los cimientos ideológicos de la cultura política occidental, que Huntington señala como términos fundamentales para la oposición al Islam. En Libia, Túnez, Egipto, los Hermanos han disfrutado del patrocinio de los Estados Unidos.
El Partido egipcio Libertad y Justicia, constituido el 30 de abril de 2011 por iniciativa de la Hermandad y controlado por ella, se aferra a los “derechos humanos”, propugna la democracia, apoya una gestión capitalista de la economía, no es contraria a aceptar préstamos del Fondo Monetario Internacional.
Su presidente Mohamed Morsi (nacido en 1951), actual presidente de Egipto, estudió en los Estados Unidos, donde también trabajó como profesor asistente en la California State University; dos de sus cinco hijos son ciudadanos estadounidenses. El nuevo presidente de repente declaró que Egipto respetará todos los tratados celebrados con otros países (por lo tanto también con Israel); ha realizado su primera visita oficial a Arabia Saudita y declaró que reforzará las relaciones con Riad; ha declarado también que es un “deber ético” sostener el movimiento de oposición armado que lucha contra el gobierno de Damasco.Si la tesis de Huntington tenía necesidad de una demostración, los Hermanos Musulmanes la han proporcionado.
Fuente Claudio Mutti
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