Derechos humanos: dogma de la modernidad
Nada habría que objetar contra los derechos humanos si con ello se quisiera decir simplemente “libertades cívicas” (y éstas fueran realmente tales: no meras formas jurídicas).
Pero no. Si los mal llamados “derechos humanos” constituyen la ideología que aquí se denuncia es por dos motivos. Porque ignoran la contrapartida de todo derecho: el deber. Y porque, intentando imponerse por igual a la totalidad de los pueblos del planeta, se sustentan en una falacia y una impostura. La falacia del hombre abstracto y universal. Y la impostura que de ahí se deriva: la uniforme globalización planetaria que destruye la multiplicidad de pueblos y culturas.
Escribe así Rodrigó Agulló en (enlace) Disidencia perfecta. La Nueva derecha y la batalla de las ideas:
"A lo largo de su recorrido multisecular, la modernidad ha ido generando una sucesión de consensos ideológicos tan “racionales” o “científicos” como mítico-religiosos en cuanto a su proyección sobre el imaginario “colectivo”: la fe en la Razón, en el Progreso, en la Igualdad, en la Ciencia, en el “Materialismo dialéctico”, etc.
Todos esos ídolos han ido, uno detrás de otro, cayendo. ¿Qué es lo que le queda, pues, a nuestra época? Los derechos humanos.
"Los derechos humanos se configuran como el magma o condensado ideológico residual que han dejado tras de sí todas las desilusiones y fracasos de la modernidad. Es el único asidero posible frente a todos los descreimientos y ante todos los cinismos. El refugio último tras el derrumbe de las utopías. Es la ideología de la “tercera edad” del igualitarismo: el punto de llegada de todos los arrepentimientos, el lugar para mantener intacta la buena conciencia. Y como punto de fusión último de todos los universalismos, se constituye en nueva Religión Civil para todo el planeta.
"Pero es precisamente por tratarse del último refugio por lo que su imposición sobre las conciencias adopta formas cada vez más dogmáticas y cada vez más histéricas. Algo que pone de manifiesto, una vez más, el componente sacro que subyace en el fondo de esta ideología: la ideología de los derechos humanos."
"Distanciarse de la ideología de los derechos humanos no significa caer en la extravagante teoría de que el hombre no tiene derechos. Ni defender la arbitrariedad, la tiranía o el despotismo. Ni siquiera rechazar la idea de que cada hombre, por el mero hecho de serlo, ostenta una dignidad básica que se desprende de su condición humana. Criticar la ideología de los derechos humanos significa, en primer lugar, poner los focos sobre el carácter ideológico de la misma. Esto es, negar su carácter científico. Despojarla de su aura sacra y hacerla entrar dentro del ámbito de lo criticable. En segundo lugar, significa rechazar la idea de que esta ideología sea la mejor forma posible de defender los derechos y las libertades concretas de los hombres. Y en tercer lugar, significa poner de manifiesto que la función de esta ideología es suministrar un discurso legitimador para todo un sistema de hegemonías sociales. Esto es, que se trata de un instrumento de dominación."
La revista digital Elementos dedica su número 54 a La falsa ideología de los Derechos Humanos, abriéndose con las reflexiones de los máximos teóricos de la Nouvelle Droite: Más allá de los Derechos Humanos. Defender las Libertades, de Alain de Benoist, Reflexiones en torno a los Derechos Humanos, de Charles Champetier, La religión de los Derechos Humanos, de Guillaume Faye; seguida de la meditación Derechos Humanos: una ideología para la mundialización, de Rodrigo Agulló (autor de las líneas precedentes entrecomilladas), y otras colaboraciones como En torno a la Doctrina de los Derechos Humanos, de Erwin Robertson, ¿Derechos del hombre?, de Adriano Scianca, ¿Son universales los Derechos Humanos?, de François Julien, Los Derechos Humanos como derechos de propiedad, de Murray Rothbard.
Fuente
elmanifiesto
Leer+ La falsa ideología de los derechos humanos
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