Cuando las manifestaciones en España dejan de ser noticia, pasan a serlo las de Turquía, las de Brasil y, enseguida, las que derivaron esta semana en un golpe de Estado en Egipto. Son distintas, desde ya. En algunas prima lo económico, en otras lo político y en las restantes los problemas de infraestructura o los reclamos contra la corrupción. Pero todas tienen un eje: la masiva presencia de jóvenes de sectores medios.
A esta altura ya es inocultable que se trata de un fenómeno global, de un verdadero clima de época que, obvias diferencias aparte, evoca los hechos de 1968, emblemáticos del Mayo Francés pero de ningún modo privativos de aquél. A 45 años de ellos, no termina de quedar claro cuáles fueron sus causas últimas.
¿Un renacimiento de las ideas de izquierda revolucionaria, paralelo a la consolidación de la Revolución Cubana y a los procesos de descolonización en África y Asia? ¿Tensiones sociales vinculadas a Estados benefactores que comenzaban a entregar indicios de agotamiento en los países centrales, algo que hizo eclosión pocos años después con el shock petrolero? ¿El sentimiento de juventudes más numerosas y más educadas, en ese marco, de que el mercado ya no les aseguraba la inserción cómoda que habían imaginado?
¿Algo similar puede estar ocurriendo hoy?
Las plazas y calles de Teherán en 2009 (tras la polémica reelección de Mahmud Ahmadineyad, en manifestaciones salvajemente reprimidas), de Madrid y Barcelona al calor de la crisis en 2011, las de la “primavera árabe” de fines de 2010 y del año siguiente y, más recientemente, las de Estambul, Río de Janeiro, San Pablo y El Cairo presentan un paisaje humano equivalente.
Se trata en su mayoría de jóvenes, como dijimos. Se movilizan acaso por primera vez, sin experiencias políticas previas. Se convocan a través de redes sociales, no de estructuras partidarias, a las que rechazan y por las que no se sienten representados. ¿Por qué esos jóvenes dan un paso al frente de manera tan inesperada? Básicamente, por la sensación de que no caben en sus sociedades o en los mercados de sus países.
Lo anterior puede parecer curioso, ya que se trata de países con niveles de desarrollo económico y humano diferentes, y con pirámides sociales también diversas.Estadísticas de la Liga Árabe dan cuenta de la preocupación de muchos de sus países por una explosión demográfica en ciernes.
Por citar algunos de los países que vivieron más intensamente el proceso de la llamada “primavera“, en Túnez el 30% de la población tiene entre 15 y 29 años, lo mismo que en Siria, mientras que en Libia y Egipto es el 40%. Esto constituye, en economías con escaso potencial de creación de puestos de trabajo de calidad, una fuente crucial de tensiones sociales y políticas, que hacen eclosión por cuestiones como la carestía de los productos de primera necesidad y el sentimiento de agobio que generan regímenes opresivos y refractarios a derechos civiles más en regla con el sentido común que se impone en el mundo.
Ésas fueron, justamente, las causas inmediatas de aquellas revueltas, que lograron derribar a varios de los regímenes más despóticos del área pero que han mostrado dificultades para asegurar transiciones políticas en línea con sus expectativas iniciales.
En Irán, por otro lado, el 60% de la población tiene menos de 30 años de edad, un efecto de las políticas de promoción de la natalidad que se aplicaron después de la Revolución Islámica de 1979. No sorprende entonces, que esos “baby boomers” hayan sido los protagonistas de un desafío inédito al poder de los ayatolás cuatro años atrás, cuando la reelección de Ahmadineyad fue atribuida a un fraude en detrimento de los candidatos reformistas. La represión dejó decenas de muertos, y miles fueron a parar con sus huesos a la cárcel, así como sus principales líderes. Con todo, esa corriente de opinión volvió a expresarse en los últimos comicios presidenciales que dieron la victoria al centrista Hasán Rohani, el nombre de la apertura posible.
En Turquía el combo incluye una economía que creció, pero que entrega precios en alza, menos empleo y una ofensiva islamizante del Gobierno que es vista por muchos jóvenes laicos como una amenaza a su estilo de vida.
En Brasil, por último, el 26,4% de la población tiene entre 16 y 29 años. Si bien el índice general de desempleo es históricamente bajo, inferior al 6%, su incidencia en ese sector es mucho mayor, alcanzando al 60% del total. Asimismo, la masiva y ampliamente reconocida incorporación de decenas de millones de pobres al trabajo y al consumo colapsó servicios públicos que no crecieron en la proporción necesaria para no perder calidad. Así, se convirtieron en los principales damnificados de las carencias que movilizaron a millones en las últimas semanas: un transporte caro y pésimo, salud deficiente y un acceso cada vez más caro y difícil a la vivienda.
Un clima de época, entonces, que no tiene nada de alocado sino, al contrario, bases concretas.
Sin organización y con su rechazo de la política, esos movimientos parecen destinados a provocar convulsiones de corto plazo, sin alterar las grandes estructuras que se proponen combatir. Pero las causas de la crisis persisten y el desafío es que el mundo nuevo logre que sus jóvenes no deban conformarse con sus sobras.-
Marcelo Falak
Fuente
ambito.com
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