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sábado, 18 de mayo de 2013

EL PENSAMIENTO Y LA ACCIÓN



El mito capitalista sobre la riqueza, la libertad y la felicidad

La Encuesta de Población Activa (EPA) evidencia lo que ya puede considerarse como un drama nacional: seis millones doscientas mil personas sin trabajo, es decir, un veintisiete por ciento de la población activa sin expectativas laborales. Si a este dato le sumamos que hay casi dos millones de hogares con todos sus miembros en paro y que los índices de pobreza se están elevando de una manera muy alarmante, hay que convenir que el sistema capitalista de producción está haciendo aguas por los cuatros costados.

La riqueza como idealidad de la felicidad es un mito del capitalismo que se está deshaciendo como un azucarillo en el café. 

Hay una falacia arraigada en la creencia popular en que la riqueza proporciona mayor libertad y, con ello, mayores expectativas de felicidad. Ciertamente, los ricos poseen una verdadera libertad económica reflejada en ese monstruo llamado “mercados”, que impone una cleptocracia al mundo entero, y así nos va: vivimos bajo una oligarquía financiera que decide los designios de la humanidad, generando y mostrando la miseria humana hasta ahora reservada hipócritamente a los países del tercer mundo. 

Ante tan desoladora situación, es conveniente hacer una reflexión sobre los conceptos de riqueza, libertad y felicidad como importantes fundamentos que rigen los destinos de nuestras vidas.

La humanidad lleva preocupándose por la felicidad desde tiempos inmemoriales. Los filósofos griegos, principalmente Aristóteles, ya escribían sobre ella y, desde entonces, numerosos poetas, filósofos, psicólogos y científicos de diversas áreas del conocimiento se han preguntado por ella. Sin embargo, aún no hemos sido capaces de alcanzar una definición consensuada de lo que es la felicidad. En relación a la riqueza, los datos experimentales muestran que, a partir de un determinado umbral económico que permite satisfacer las necesidades básicas, la economía ya no es el fundamento principal para alcanzar la felicidad. 

El desarrollo económico permite la riqueza y, a partir de esta, se logra un cierto grado de felicidad. La felicidad de un país y, por ende, de sus ciudadanos, está vinculada a las cuestiones políticas como la democracia y los derechos individuales. En realidad, más importante que vivir en una nación rica es vivir en una nación democrática y libre dentro de la cual toda persona pueda, según su libre albedrío, alcanzar su propia felicidad. Y ello, según he explicado en un anterior artículo (véase España en la picota: libertad o esclavitud), es muy cuestionable, pues como nación hemos perdido nuestra soberanía monetaria, económica y política.

No obstante, toda persona debe afrontar ineludiblemente su existencia mediante la búsqueda de la riqueza (para satisfacer sus necesidades básicas y sociales) y la libertad (como ejercicio de realización de las personas) para lograr la pretendida felicidad. En este sentido, la historia nos demuestra que el poder siempre ha sido ostentado por los ricos, quienes a su vez han sido los auténticos privilegiados al disfrutar en libertad. 

Así, la riqueza y la libertad, en términos universales, es un binomio de poder presente en la historia de la humanidad. “La historia de la riqueza” ha desembocado en un imperialismo económico cuyo nefasto resultado es la actual crisis financiera globalizada. 

El sistema capitalista nos ha hecho creer en un idealismo de felicidad basado en el exclusivo soporte económico. 

Al perseguir la riqueza, muchas familias han caído presas del sobreendeudamiento, una trampa interpuesta por las élites financieras. Con ello, se ha hipotecado la propia libertad, pues nuestro tiempo ya no nos pertenece: el trabajo, que debería ser objeto de dignidad humana, se ha convertido en una herramienta esclavista al servicio de la élite plutocrática. Prueba de ello son los cuatrocientos mil embargos que han devuelto a miles de personas a una triste realidad: el sistema capitalista les ha robado toda una vida de trabajo y esfuerzo. 

A pesar de ello, la libertad del individuo sigue existiendo en forma interna de pensamiento y en forma externa de acción. En la modernidad, se identifica ese ejercicio de libertad con la realización de la persona, pero dicha libertad supone un complicado dinamismo en el cual se mueve todo ser humano: cada cual debe buscar su propia felicidad, y ese devenir existencial se realiza a través de la búsqueda de la riqueza y la libertad.

El binomio riqueza-libertad ha sido transformado en un poder fáctico en manos de una oligarquía plutocrática (ved mi artículo Capitalismo: más pobreza y menos libertad). Y es dicho poder quien ha provocado la actual crisis financiera que pone en peligro la sociedad del bienestar así como los derechos y libertades conquistados a lo largo de varias décadas. 

Existe una desorientación mundial que no permite cubrir las expectativas de felicidad para la humanidad. El actual estadio civilizatorio ha caído por la pendiente del materialismo y el dinero ha usurpado el puesto de los valores morales y cognitivos propios de la condición humana. El conocimiento es “el eslabón perdido” que, a modo de inteligibilidad, debería ser el fundamento sobre el cual reorientar a la humanidad y, por ende, a cada uno de nosotros; sin embargo, la tarea se presenta inconmensurable, pues persiste una generalizada ignorancia artificiosamente manipulada desde los poderes fácticos (ved mi artículo España, ¿un país de ignorantes?). 

El gran error pedagógico de la humanidad es que los conocimientos alcanzados no se han puesto todavía como fin último al servicio de la colectividad, sino bajo el dominio de una élite plutocrática que nos maneja a su antojo mediante el control del dinero, las armas, el poder político y la manipulación informativa.

El premio Nobel Amartya Sen, a través de su obras, nos ha hecho ver que cada cual es creador de su propio destino y responsable éticamente del nivel de libertad que las personas tenemos para llevar la forma de vida que se desea. Nos remite así a nuestro propio subjetivismo como responsable ético respecto al binomio riqueza-libertad para intentar alcanzar la felicidad. Por otro lado, la Paradoja de Easterlin nos demuestra que la felicidad, no solo depende del dinero, sino también de otros factores como la estructura genética, las relaciones familiares, la comunidad, los amigos, el trabajo, la libertad y los valores personales. 

Se requiere una planificación óptima para lograr el correcto sendero interpretativo de la felicidad, pues queda totalmente al libre albedrío de cada cual. En las sociedades occidentales, la búsqueda de la felicidad suele degenerar en un consumismo desenfrenado para satisfacción del ego en el culto al dinero. Según Baudrillard, uno de los expertos más famosos en hiperrealidad, los bienes de consumo adquieren “un valor de signo”, es decir, indican algo sobre su poseedor en el contexto de un sistema social. 

Este consumismo, por su dependencia del valor de signo, es un factor que contribuye en la creación de la citada hiperrealidad: la conciencia es engañada, desprendiéndose de cualquier compromiso emocional verdadero al optar por una simulación artificial. La satisfacción y la felicidad se hallan, entonces, a través de la simulación e imitación de lo real más que a través de la realidad misma.

Según el académico colombiano Julio Silva-Colmenares, la felicidad es una categoría científica que está en construcción, debiéndose sustituir el concepto de “modelo económico” por un “modo de desarrollo” en la sociedad para satisfacer las necesidades espirituales, sociales y materiales de sus miembros. La libertad y la felicidad no deben ser vistas como fines en sí mismos sino como caminos para avanzar hacia la humanización de la sociedad en una aldea globalizada, es decir, una sociedad que debería centrarse en el ser humano. 

Este nuevo modo de desarrollo de la sociedad debe realizarse con crecimiento compartido y competencia regulada gracias a la acción mancomunada del mercado, el Estado y la solidaridad social. Este planteamiento requiere implícitamente humanizar la actividad económica y política, todo un reto para nuestro futuro próximo.

El depredador neoliberalismo que padecemos es una deformación que ha ocurrido en la ciencia económica, y debería ser sustituido por “una economía del bien común”, un proyecto promovido por el economista austríaco Christian Felber que pretende implantar y desarrollar una verdadera economía sostenible y alternativa a los mercados financieros en la que necesariamente tienen que participar las empresas.

 La economía del bien común busca la realización de las personas en una escala de valores éticos, sociales, políticos y económicos para que puedan avanzar en la libertad y la felicidad. Es decir, introducir una gran transformación para recuperar el humanismo como guía de las reflexiones y principios en el proceso de humanización. 

Por ello mismo se habla hoy del nacimiento de una nueva espiritualidad (ved mi artículo La revolución espiritual) que no significa religiosidad, sino avanzar en la humanización del saber. La búsqueda de la falsa felicidad de las personas en lo material- inmediato las aleja de lo espiritual-trascendente. La pobreza es la negación para millones de hogares del derecho elemental al consumo de bienes y servicios que satisfacen las necesidades materiales, sociales y espirituales: este derecho es hoy uno de los más importantes componentes del concepto moderno de libertad.

Estamos en presencia de una sociedad que se ha acostumbrado a la injusticia social y a la carencia de libertad en el sentido de una verdadera democracia participativa. Vivimos en una moderna esclavitud que impide alcanzar la felicidad colectiva al ser todos nosotros manipulados por una oligarquía financiera que decide quién puede vivir y quién debe morir, como he argumentado en un anterior artículo, Calendario maya: ¿muerte y renacimiento de la humanidad?

Las riquezas materiales perseguidas por las personas y los Estados requieren de una reformulación ética así como una nueva postulación de la libertad que permita vislumbrar la felicidad tanto personal como colectiva. 

El reto de la humanidad es consensuar una fórmula universal de la felicidad con fundamentos científicos y filosóficos que sirvan para cualquier persona independientemente de sus condiciones biológicas, personales, sociales o espirituales. O sea, una fórmula cognitiva universal que puentee el interior del individuo con la externalidad de la existencia. Un objetivo filosóficamente ambicioso, pero no menos que el que se propuso Kant al intentar establecer la relación y la conexión entre nuestras facultades intelectuales y sensibles. 

Solo que, ahora, dicha conexión entre el intelecto y lo sensible debe hallar una finalidad cognitiva para la correcta orientación de la libertad y la felicidad de toda persona en relación con la humanidad.

Se trataría, en suma, de establecer la relación existente entre la conciencia individual y la conciencia colectiva para lograr no sólo la felicidad personal sino, eminentemente, la de toda la humanidad, un objetivo muy ambicioso que ya está contemplado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero que es incumplido sistemáticamente por los motivos explicados anteriormente. 

Sin embargo, de un modo casi imperceptible todavía para la mayoría, estamos asistiendo a un giro copernicano en la concepción humana de la vida: son cada vez más las personas que tienen una clara conciencia de que otro mundo es posible como alternativa al depredador sistema capitalista. Dicha transición en la conciencia colectiva no está exenta de dolor y sufrimiento, pero será todo un revulsivo para que la noosfera resplandezca por sí misma. 

¿Lograremos algún día tener conciencia de que la felicidad de todos es holísticamente más importante que la felicidad personal de cada uno de nosotros?
                                                                                                                                        Amador Martos
Fuente 
Lacolumnata.es

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