La historia de Ezra Pound, el poeta de EE.UU. que traicionó a su país por Mussolini
Diferentes figuras literarias
declararon que estaba loco para evitar que fuera condenado a muerte por
traicionar a su país de nacimiento. Uno de los mejores poetas del siglo
XX se pasó 12 años internado en un manicomio
Nadie representó mejor la «Generación perdida» (Lost Generation) que el poeta, músico y ensayista Ezra Pound.
Y tampoco ninguno de sus integrantes fue denostado y olvidado a tantos
niveles como él. La razón estuvo en su ferviente devoción por el régimen fascista de Benito Mussolini.
Pound puso su desbordante talento en manos de los instrumentos propagandísticos de «El Duce» durante la guerra. Terminado el conflicto, EE.UU le juzgó por traición, y solo por la intermediación de diferentes figuras del mundo de la cultura, entre ellos Hemingway, consiguió evitar la pena de muerte al declararse demente. Fue el último favor que le haría el mundo de la cultura, que puso en cuarentena sus obras hasta hace pocos años.
Pound puso su desbordante talento en manos de los instrumentos propagandísticos de «El Duce» durante la guerra. Terminado el conflicto, EE.UU le juzgó por traición, y solo por la intermediación de diferentes figuras del mundo de la cultura, entre ellos Hemingway, consiguió evitar la pena de muerte al declararse demente. Fue el último favor que le haría el mundo de la cultura, que puso en cuarentena sus obras hasta hace pocos años.
Se dice que el trágico nombre de la «Generación perdida»
procede de una conversación entre la poetisa Gertrude Stein y Ernest
Hemingway, que tituló las consecuencias que la guerra estaba provocando
en una de las generaciones literarias más brillantes del siglo XX: «Eres
una generación perdida», afirmó Stein. Ciertamente, la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión y la II Guerra Mundial abrieron en canal la vida y obra de un grupo literario hostigado por las desgracias. Así, William Faulkner fue piloto de la RAF durante la Primera Guerra Mundial, Ernest Hemingway y John Dos Passos fueron conductores de ambulancia, y Francis Scott Fitzgerald estuvo alistado en el Ejército americano, aunque no llegó a entrar en combate. La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial zarandearon aún más el espíritu de este grupo, que se refugió en el alcoholismo, la depresión y la tragedia.
La vida de Ezra Pound también fue víctima mortal de los acontecimientos históricos. Nacido el 30 de octubre de 1885, en Hailey, Idaho (Estados Unidos), Pound se trasladó muy joven a Nueva York. Tras graduarse por la Universidad de Pensilvania en lenguas románicas, el poeta viajó a Londres en 1908 para trabajar como corresponsal en distintas publicaciones de EE.UU. Ya desde su etapa estudiantil, dio muestra de un comportamiento excéntrico y un excepcional talento. Su obra –muy influenciada por la literatura medieval y la filosofía ocultista y mística neo-romántica– abogaba por recuperar la poesía antigua para ponerla al servicio de una concepción moderna y conceptual. Además, hizo grandes esfuerzos para llevar la poesía provenzal y china al público de habla inglesa.
Amigo y descubridor de poetas
Durante su estancia en Londres, Pound se casó con la novelista Dorothy Shakespear y se hizo amigo de W.B. Yeats,
al que consideraba el mejor poeta vivo y para el que trabajó como
secretario. Por aquel entonces también se granjeó la amistad de T. S.
Eliot, y editó su obra «La tierra baldía». No en vano, fue con su
traslado a París, tras la Primera Guerra Mundial, cuando se sumergió en las corrientes de vanguardia. Se hizo amigo de Marcel Duchamp, Tristan Tzara, Fernand Léger
y otras figuras del dadá y del surrealismo. Asimismo, mantuvo contactos
con el círculo literario de exiliados estadounidenses que permanecía en
Francia, entre los que se encontraban Gertrude Stein y Ernest Hemingway.
«Pound dedica una quinta parte de su tiempo a su poesía y
emplea el resto en tratar de mejorar la suerte de sus amigos. Los
defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras
suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros.
Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a
mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña
toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo
sus testamentos. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de
suicidarse. Y al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad», escribió Hemingway en 1925 sobre el efecto contradictorio que causaba su amigo.
Con un sexto sentido para distinguir el talento, Pound se volcó en
ayudar a los amigos literatos que necesitaban un impulso económico.
Entre sus gestas, el poeta respaldó a T. S. Eliot, D. H. Lawrence, Robert Frost, John Doss Passos y al propio Ernest Hemingway. En el caso de James Joyce,
el americano fue crucial para que se publicara «El Ulises», y
anteriormente había hecho lo mismo con «Retrato de artista adolescente»
en la revista americana «The Egoist».
Precisamente a razón de su carácter generoso y abierto
–que nunca obedeció a prejuicios económicos, raciales o religiosos para
elegir a sus amistades– sorprende enormemente el giro que dio a su vida
en 1924. Establecido en Rapallo (Italia),
Pound abrazó el antisemitismo y se convirtió en un fervoroso seguidor
de Mussolini. Manifestó públicamente su admiración por el dictador
italiano, por Hitler y alabó el talento estratégico de Stalin, mientras que consideraba que Churchill
y, sobre todo, Roosevelt, eran responsables de todos los males de la
sociedad moderna. Bien es cierto que su afiliación al fascismo estaba
vinculada a su oposición al sistema capitalista, y no estrictamente a
temas raciales. Paradójicamente, poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, regresó a Estados Unidos y consideró quedarse para evitar el dilema que iba a acabar con su reputación.
De ser la voz del fascismo, a un falso loco
Entre 1941 a 1943, se alzó como la voz radiofónica de la propaganda fascista. Además de prestar su talento a la prensa y radio, Pound participó intensamente en las actividades culturales que desarrolló el régimen. Con el final de la guerra y la caída de Mussolini,
el poeta, de 60 años, fue encarcelado en un campo de prisioneros en
Pisa, donde era fácil distinguirlo por su melena pelirroja y su
inseparable libro de Confucio, acompañado de un diccionario chino.
Trasladado a Washington, fue acusado de traicionar e injuriar a EE.UU. En este sentido, el novelista Justo Navarro abordó en 2011 su actuación durante la guerra en «El espía» (Anagrama).
En esta obra de ficción, el autor vertebra la historia en torno a la
certeza de que algunos funcionarios de la Italia fascista sospechaban
que Pound utilizaba sus discursos radiofónicos para enviar mensajes
cifrados a los aliados. A su vez, el relato se detiene en la admiración
de uno de los fundadores de la CIA, James J. Angleton,
por el poeta. El mismo agente que fue destinado a Italia para poner
orden en la red de espías. Este nexo sirve a Navarro para plantear la
hipótesis de que Pound pudo ser un agente doble.
Sea como fuere –y nunca se ha podido demostrar que fuera un agente doble—, Pound fue acusado de traición a su país, un delito que estaba castigado con la pena de muerte. Sin embargo, la comunidad literaria, que tanto le
debían, se prestaron a testificar que había dado ya muestras de ser un
demente en Londres y en París. El juez asumió estos testimonios, que
formaban parte de la estrategia del poeta, y lo salvó de morir fusilado a
cambio de pasar 12 años encerrado en un manicomio. En 1958, otro juez volvió a declararle loco, pero le concedió la libertad al estimar que era un anciano inofensivo.
Ese mismo año volvió a Italia, donde hizo el saludo fascista nada más pisar tierra. Murió en Venecia a los 87 años acompañado de su hija. Aunque prosiguió con su carrera literaria, Pound –que conocía ampliamente la obra de Lope de Vega y de todo el Siglo de Oro español– estimaba que su trabajo ya no se valoraba por criterios artísticos, sino por el sambenito del antisemitismo.
Fuente César Cervera
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