La verdadera revolución de hoy no está con los que blasonan de radicales sino en los que critican los cimientos de la ideología dominante.
La cadena de televisión TV3 ha regalado al Papa Francisco una copia de la película Minorías absolutas, que narra la vida del obispo brasileño Pere Casaldáliga -conocido durante décadas por Pedro Casaldáliga-, en su lucha por los derechos de los indígenas del Mato Grosso.
No discuto la lamentable situación de los citados indígenas y tampoco su necesidad de valedores ante la voracidad del capitalismo. Pero también recuerdo una vieja fotografía del obispo, allá por los años 70, en el altar de la Catedral de Sao Paulo -creo- empuñando un fusil y rodeado de un montón de puños amenazadores y de armas en alto. El problema de tales ímpetus era que no respondían a la necesidad de recuperar un espacio de oración o a la defensa de la fe de una comunidad, como ha sido habitual en el catolicismo, sino a propósitos de mero cambio social de acuerdo, y esto es lo más chocante, con un análisis puramente marxista.
¿Había alternativas? Claro. Pero el marxismo, por entonces metamorfoseado en "teología de la liberación", jamás las hubiera admitido. Las razones de un contexto social son siempre históricas en el marxismo. De ahí que éste eche mano para explicar cualquier problemática de una cierta concatenación de acontecimientos históricos -no importa si prescinde de hechos "incómodos" que no se pliegan a la conclusión- que dan necesariamente éste, y no aquél, resultado.
Algo parecido sucede con la denominada "ideología de género", verdadero bastión del feminismo parapolicial. Que existe violencia doméstica creciente nadie lo discute: padres contra hijos e hijos contra padres, hombres contra mujeres y mujeres contra hombres. Por último, lamentablemente, la violencia contra los ancianos. Pero de entre toda esta espiral de la violencia doméstica solo es ideológicamente explicable la que se ejerce contra la mujer y de ahí que el lenguaje -incluso el lenguaje supuestamente informativo- singularice la violencia contra la mujer mediante el calificativo de "violencia machista".
Se apostilla desde lo ideológico un único tipo de violencia doméstica porque ésta, y no las demás, cuadran en el esquema mental feminista. Esto es: no se trata de que el caos social provocado por el nihilismo y el relativismo hayan desatado la violencia del fuerte contra el débil. No es que haga daño el que puede. Más bien, dice el dogma feminista de entronque esencialmente marxista, el sexo masculino ha ejercido históricamente una posición de dominio sobre el sexo femenino.
De aquí que los partidos de "izquierda" o "progresistas" hagan leyes en defensa de "la mujer" o en favor de la "igualdad de género", pero no haya leyes específicas para, por ejemplo, proteger a los ancianos. De aquí también que, al existir un error de diagnóstico en la raíz misma del problema que se quiere abordar, se fracase a la hora de atajar la violencia doméstica en aumento, aunque en los medios solo aparezca la denominada "violencia de género".
En resumen, la violencia que no es de un hombre contra una mujer no se ajusta a los cánones ideológicos del "género" y, al menos en cierto modo, resulta irrelevante. Nuevamente, el feminismo se justifica en un subconjunto de ideas, prescindiendo de los que no le interesa. El caso de la "teología de la liberación" y el caso de la "violencia de género", tienen en común el hecho de instrumentalizar la historia en su propio beneficio. Ambas dejan fuera aquello que no les interesa.
En el primer asunto, se prescinde, por ejemplo, de la alternativa identitaria para los indígenas que excluye cualquier intento de imposición de la lógica capitalista del mercado global y de explotación.
En el segundo asunto, se escamotea el rearme moral y el valor trascendente de la persona como medio de impedir toda amenaza a su vida y a su dignidad. La primera perspectiva es ideología y distorsión; la segunda, en cambio, es aprehensión de la realidad en su conexión, que diría Julián Marías. Sin embargo, por desgracia, día tras días contemplamos como en medios, ya sean de izquierdas o de derechas -es decir, liberal-capitalistas-, son los mismos agentes políticos e ideológicos quienes determinan previamente los supuestos del debate.
Ellos hacen imposible llegar a cualquier otra conclusión, pese al hecho evidente de que muchos elementos de valoración permanecen al margen de la discusión racional. Hacen uso de un "imaginario", en el peor de los sentidos del término: la construcción artificial, la elaboración, que una mente humana hace de un problema que es, en realidad, de manera muy diferente. Aunque ese "imaginario" constituya de por sí la esencia de mil fracasos, no por eso deja de ser determinante en la praxis del día a día.
Actualmente, el "imaginario" que llamamos "progresista" o "de izquierdas" no es demasiado diferente del que impone el capitalismo, aunque sus conclusiones puedan ser diferentes. Ejerce una dictadura opresiva en la prensa, en el medio académico y en la política, donde incluso ha impuesto al Estado leyes para aniquilar a los contraopinantes. Por todo ello es necesario discrepar, cuestionar y poner en duda todo aquello que los que mandan dan por supuesto.
La verdadera revolución de nuestro tiempo no está en los que blasonan de radicales sino en los que con audacia se atreven a criticar los cimientos de una dictadura como jamás el mundo haya conocido.
Fuente Eduardo Arroyo
elsemanaldigital
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