En tiempos pretéritos, cuando a muchos jóvenes además de conocimientos, nos enseñaban valores, se nos decía que un caballero es quien hace, no lo que quiere, sino lo que debe hacer.
Cuando la cultura se va ampliando con los años, gracias a la influencia de aquellos valores, descubrimos autores que perecieran continuar ofreciéndonos aquellas enseñanzas. Así pudimos leer un buen día a alguien tan lejano en el espacio y el tiempo, pero tan cercano en el alma, como Confucio, que nos soltaba aquellas palabras desconocidas para muchos: “Un caballero es aquél que se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos”.
Lo que define al caballero es ser sincero en el hablar, largo en el dar, sobrio en el comer, honorable en el vivir, tierno en el perdonar y animoso en el pelear.Tengo el honor de haber conocido camaradas y amigos que pueden lucir con orgullo ese título de caballeros. Y lo demuestran cuando tienen que demostrarlo, como señores. Hablan a la cara, miran a los ojos y perdonan las ofensas con humildad. Recientemente tuve el honor de descubrir a una de estas honorables almas. Un honor.
Sinónimo de nobleza en nuestra Edad Media gibelina, el caballero contrasta escandalosamente con otra figura torva, infame y lamentablemente muy común… la del falso, el innoble, el traidor, el rufián y un largo etcétera de palabrejas sinónimas. Personajes todos ellos con un mínimo común divisor: la cobardía espiritual. Pareciera que a ellos nada les incumbe, no se meten, son educados, distantes, “las cosas” no van con ellos. Ya sabemos que los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva, el odio, la traición, se esconden frecuentemente bajo ese velo uniforme y pérfido de la cortesía. "No me incumbe" es la pantalla tras la cual escudan estas figuras cobardes su falta de caballerosidad, su vaciedad y su alma negra.
¡Alerta los humildes, los honrados, los sinceros, los sanos de corazón!… Como decía Shakespeare, “Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos”. De todos ellos hay que esperar siempre lo mismo: la traición.
A lo largo de los tiempos, la traición siempre fue considerada una cobardía y una depravación detestable. Machado lo decía con estas palabras: “En el análisis psicológico de las grandes traiciones encontraréis siempre la mentecatez de Judas Iscariote”.
Entre todos ellos, hay un tipo de traidorzuelo muy doloroso por la cercanía y lo imprevisible de su actitud. Generalmente, no tiene la categoría siquiera para las grandes traiciones. Es ese que se dice “amigo” y aprovecha la ocasión, como las ratas, para saciar su estomago con la peor de las basuras, la basura moral. Hay que reconocerles la capacidad para engañar a primera vista. Son personas que como los cántaros, cuanto más vacíos están, más ruido hacen. Y es que debido a que la velocidad de la luz es varias veces mayor a la del sonido, estos personajes pueden parecernos brillantes siempre antes de escuchar las tonterías que dicen… Si, hay gente que es como el agua en el desierto, parecen amigos pero son solo un espejismo.
Si os encontráis con que a vuestro lado identificáis a uno de estos personajes, no dudéis en alegraros. Descubrir a los falsos amigos es tener un problema menos en la vida. La medicina para ahuyentarlos es sencilla. A quien no demostró conocer el significado de la amistad, hacérselo saber con el silencio y regalarle vuestra ausencia a quien no supo valorar vuestra presencia.
Por lo demás, el traidorzuelo, la ratilla, acaba siempre pagando sus cuentas pendientes en los múltiples recovecos de la vida. Es la Ley del Karma, se recoge lo que se siembra. Por ello…
Quien planta árboles, cosecha alimento.
Quien planta flores, cosecha perfume.
Quien siembra trigo, cosecha pan.
Quien planta amor, cosecha amistad.
Quien siembra alegría, cosecha felicidad
Quien planta vida, cosecha milagros.
Quien siembra verdad, cosecha confianza.
Quien siembra fe, cosecha certeza.
Quien siembra cariño, cosecha gratitud.
… No obstante, hay quien prefiere
sembrar tristeza y cosechar amargura.
Plantar discordia y cosechar soledad.
Sembrar viento y cosechar tempestad.
Plantar ira y cosechar enemistad…
Plantar injusticia y cosechar abandono.
Cada uno se labra su camino en la vida. Unos con la nobleza del caballero y otros cargando, como alma en pena, el peso de treinta monedas hasta que encuentran un árbol donde poner fin a sus días de miseria moral. Eso si les queda algo de conciencia. El resto seguirán arrastrándose como gusanos que buscan continuar saciando su necrofagia…
Fuente Iñaki J. Aguirre
No hay comentarios:
Publicar un comentario