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jueves, 19 de septiembre de 2013

LA ANESTESIA MORAL



La raza del hombre fugaz

Resulta conocido por todos el tipo de acción corrosiva que han ejercido en los últimos años acontecimientos de final de guerra y de posguerra en los ánimos de las personas, y entre nosotros en Italia ello es más visible que en otras partes. 

A pesar de sus exageraciones un libro como La piel de Malaparte es todo un documento de ello. El belga Christian Beltroux ha recientemente publicado un ensayo sumamente interesante dirigido a señalar verdaderas y propias variaciones psicopatológicas del tipo humano del período actual, variaciones generales y uniformes rastreables por todas partes entre los pueblos europeos y en especial en los de Estados Unidos de América, todos los cuales debido a su alcance nos permiten hablar ya de una raza nueva: la raza del hombre fugaz.

Las constataciones de Beltroux relativas al dominio más visible son sumamente obvias. Para caracterizar en modo general al nuevo tipo de posguerra podemos hablar sobre todo de una “anestesia moral”. 

La preocupación por “no perder la cara”, es decir el sentido elemental de respeto hacia sí mismo, ha casi desaparecido. Pero aclaremos de cualquier modo que no es que anteriormente fuera posible discernir en todos la existencia de un “carácter”. Lo que sucedía antes era que aun en aquellos que no lo tenían subsistía sin embargo el sentido de aquello que ellos habrían debido ser y lo que un tipo humano normal es en modo general. Y bien, justamente esto es lo que está faltando en un gran número de personas: éstas se han hecho lábiles, oblicuas, sin forma, fugaces. Ya carecen de una medida. Su sensibilidad moral se encuentra totalmente “anestesiada”. Más aun, respecto de ciertos principios, de una exigencia de coherencia, de mantenimiento de una determinada línea de comportamiento, ellos muchas veces manifiestan un rechazo casi histérico.

Por lo demás, la mencionada inconsistencia no se refiere a aquellos problemas éticos superiores que no se presentan en cada momento a las mayorías. Ella es característica incluso en las cosas más simples de la vida común. Se trata por ejemplo de la incapacidad de mantener un compromiso, de cumplir con la palabra empeñada, con la dirección ya emprendida, con un determinado propósito. Con respecto a todo lo que vincula, que implica algún tipo de compromiso respecto de sí, el tipo en cuestión siente un rechazo mayúsculo. Es decir: él dice una cosa, pero luego hace otra, rehuye el compromiso, y le resulta algo muy natural comportarse de tal manera. Incluso llega a asombrarse cuando alguien se sienta molesto por ello y se lo eche en cara.

El hecho de que tal actitud ya se encuentre generalizada resulta una cosa sumamente preocupante. En los tiempos últimos la misma ha hecho presa en estratos sociales en los cuales hasta el día de ayer predominaba una línea sumamente diferente: entre la aristocracia y el artesanado. 

La huida del compromiso, la promesa hecha pero luego no mantenida, la falta de puntualidad, la evasión aun en las cosas pequeñas, es todo ello que se ha convertido aquí en algo demasiado frecuente. Y vale la pena señalar un punto muy importante: esto no es hecho de manera conciente y deliberada, sino que se ha convertido casi en un hábito inconsciente. Se es así porque no se puede ya ser de otra manera, más aun muchas veces se lo es en contra del propio beneficio, en razón de una verdadera claudicación interior. Es por tal vía que muchos a los que ayer creíamos vanamente conocer bien y que eran nuestros amigos, hoy se han hecho irreconocibles. Podría decirse que se trata aquí de un hecho ‘existencial’ que resulta más fuerte que ellos mismos y de lo cual muchas veces ni siquiera se dan cuenta.

Beltroux ha tratado de seguir tal fenómeno en sus repercusiones a nivel de la estructura psicológica. El “hombre de la raza fugaz” acusaría una verdadera y propia alteración psicológica. 

Son utilizadas aquí las relaciones ya expuestas por Weininger entre eticidad, lógica y memoria. Las tres cosas en un tipo normal y derecho se encuentran intrínsecamente unidas puesto que el carácter expresa aquella misma coherencia interna que se manifiesta también en el rigor lógico y aquella unidad que permite acordarse, mantenerse en una memoriosa y conciente unidad con nuestro pasado. De acuerdo a Weiniger justamente esta unidad de las facultades caracteriza la psicología masculina frente a la femenina, la cual es en cambio fluida, poco lógica, incoordinada, hecha de impulsos más que de rigor lógico y ético.

Y bien, a tal respecto el “hombre de la raza fugaz” aparece como más mujer que hombre. Ulteriores rasgos suyos característicos de tipo psicológico que operan como contraparte de la “anestesia moral”, son la disminución de la memoria, la facilidad con la cual uno se olvida, la dificultad en concentrarse, muchas veces incluso de seguir un razonamiento preciso, la distracción, el pensar discontinuo. Todo esto son visiblemente los efectos de una parcial disgregación que del plano de los principios y del carácter han pasado a repercutir en el de las facultades psíquicas en sí mismas.

Por un lado el fenómeno del colapso que ha sucedido a una prolongada tensión (la que a muchos les impuso la guerra), por el otro, el derrumbe de los valores y de los ideales en los cuales hasta ayer se creyó: éstos son para Beltroux dos de los factores que, además de los generales propios de toda posguerra, han propiciado la formación del tipo fugaz. 

De cualquier manera, el fenómeno lamentablemente es real, y cada uno de nosotros puede corroborarlo mirando a su alrededor. La constatación no es por cierto edificante. Los tiempos que se están preparando no son propiamente aquellos en los que pueblos, en los cuales una tal característica ha sabido difundirse y asumir rasgos casi constitutivos, puedan estar a la altura de ellos mismos. 

Esperemos que algún enérgico proceso restaurador y profiláctico tenga lugar antes de que sea demasiado tarde.
                                                                       
                                                                    Julius Evola
Fuente                                                                           Roma, 3 de febrero de 1951.
centrostudilaruna                                                                               

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