La raza del hombre fugaz
Resulta conocido por todos el tipo de
acción corrosiva que han ejercido en los últimos años acontecimientos de
final de guerra y de posguerra en los ánimos de las personas, y entre
nosotros en Italia ello es más visible que en otras partes.
A pesar de
sus exageraciones un libro como La piel de Malaparte es todo un
documento de ello. El belga Christian Beltroux ha recientemente
publicado un ensayo sumamente interesante dirigido a señalar verdaderas y
propias variaciones psicopatológicas del tipo humano del período
actual, variaciones generales y uniformes rastreables por todas partes
entre los pueblos europeos y en especial en los de Estados Unidos de
América, todos los cuales debido a su alcance nos permiten hablar ya de
una raza nueva: la raza del hombre fugaz.
Las constataciones de Beltroux relativas
al dominio más visible son sumamente obvias. Para caracterizar en modo
general al nuevo tipo de posguerra podemos hablar sobre todo de una
“anestesia moral”.
La preocupación por “no perder la cara”, es decir el
sentido elemental de respeto hacia sí mismo, ha casi desaparecido. Pero
aclaremos de cualquier modo que no es que anteriormente fuera posible
discernir en todos la existencia de un “carácter”. Lo que sucedía antes
era que aun en aquellos que no lo tenían subsistía sin embargo el
sentido de aquello que ellos habrían debido ser y lo que un tipo humano
normal es en modo general. Y bien, justamente esto es lo que está
faltando en un gran número de personas: éstas se han hecho lábiles,
oblicuas, sin forma, fugaces. Ya carecen de una medida. Su sensibilidad
moral se encuentra totalmente “anestesiada”. Más aun, respecto de
ciertos principios, de una exigencia de coherencia, de mantenimiento de
una determinada línea de comportamiento, ellos muchas veces manifiestan
un rechazo casi histérico.
Por lo demás, la mencionada
inconsistencia no se refiere a aquellos problemas éticos superiores que
no se presentan en cada momento a las mayorías. Ella es característica
incluso en las cosas más simples de la vida común. Se trata por ejemplo
de la incapacidad de mantener un compromiso, de cumplir con la palabra
empeñada, con la dirección ya emprendida, con un determinado propósito.
Con respecto a todo lo que vincula, que implica algún tipo de compromiso
respecto de sí, el tipo en cuestión siente un rechazo mayúsculo. Es
decir: él dice una cosa, pero luego hace otra, rehuye el compromiso, y
le resulta algo muy natural comportarse de tal manera. Incluso llega a
asombrarse cuando alguien se sienta molesto por ello y se lo eche en
cara.
El hecho de que tal actitud ya se
encuentre generalizada resulta una cosa sumamente preocupante. En los
tiempos últimos la misma ha hecho presa en estratos sociales en los
cuales hasta el día de ayer predominaba una línea sumamente diferente:
entre la aristocracia y el artesanado.
La huida del compromiso, la
promesa hecha pero luego no mantenida, la falta de puntualidad, la
evasión aun en las cosas pequeñas, es todo ello que se ha convertido
aquí en algo demasiado frecuente. Y vale la pena señalar un punto muy
importante: esto no es hecho de manera conciente y deliberada, sino que
se ha convertido casi en un hábito inconsciente. Se es así porque no se
puede ya ser de otra manera, más aun muchas veces se lo es en contra del
propio beneficio, en razón de una verdadera claudicación interior. Es
por tal vía que muchos a los que ayer creíamos vanamente conocer bien y
que eran nuestros amigos, hoy se han hecho irreconocibles. Podría
decirse que se trata aquí de un hecho ‘existencial’ que resulta más
fuerte que ellos mismos y de lo cual muchas veces ni siquiera se dan
cuenta.
Beltroux ha tratado de seguir tal
fenómeno en sus repercusiones a nivel de la estructura psicológica. El
“hombre de la raza fugaz” acusaría una verdadera y propia alteración
psicológica.
Son utilizadas aquí las relaciones ya expuestas por
Weininger entre eticidad, lógica y memoria. Las tres cosas en un tipo
normal y derecho se encuentran intrínsecamente unidas puesto que el
carácter expresa aquella misma coherencia interna que se manifiesta
también en el rigor lógico y aquella unidad que permite acordarse,
mantenerse en una memoriosa y conciente unidad con nuestro pasado. De
acuerdo a Weiniger justamente esta unidad de las facultades caracteriza
la psicología masculina frente a la femenina, la cual es en cambio
fluida, poco lógica, incoordinada, hecha de impulsos más que de rigor
lógico y ético.
Y bien, a tal respecto el “hombre de la
raza fugaz” aparece como más mujer que hombre. Ulteriores rasgos suyos
característicos de tipo psicológico que operan como contraparte de la
“anestesia moral”, son la disminución de la memoria, la facilidad con la
cual uno se olvida, la dificultad en concentrarse, muchas veces incluso
de seguir un razonamiento preciso, la distracción, el pensar
discontinuo. Todo esto son visiblemente los efectos de una parcial
disgregación que del plano de los principios y del carácter han pasado a
repercutir en el de las facultades psíquicas en sí mismas.
Por un lado el fenómeno del colapso que
ha sucedido a una prolongada tensión (la que a muchos les impuso la
guerra), por el otro, el derrumbe de los valores y de los ideales en los
cuales hasta ayer se creyó: éstos son para Beltroux dos de los factores
que, además de los generales propios de toda posguerra, han propiciado
la formación del tipo fugaz.
De cualquier manera, el fenómeno
lamentablemente es real, y cada uno de nosotros puede corroborarlo
mirando a su alrededor. La constatación no es por cierto edificante. Los
tiempos que se están preparando no son propiamente aquellos en los que
pueblos, en los cuales una tal característica ha sabido difundirse y
asumir rasgos casi constitutivos, puedan estar a la altura de ellos
mismos.
Esperemos que algún enérgico proceso restaurador y profiláctico
tenga lugar antes de que sea demasiado tarde.
Julius Evola
Fuente Roma, 3 de febrero de 1951.
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