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miércoles, 12 de junio de 2013

LA BALCANIZACIÓN DE ESPAÑA



Los genios de la disgregación

España atraviesa la peor de sus crisis desde la desintegración del vestigial Imperio Universal Hispánico, en 1898, en la guerra desatada por Estados Unidos, en donde brilló nuevamente la sangre del honor español ante el poder de la piratería protestante del destino manifiesto, transcripción bíblica de la raza elegida.

En donde con la voladura del Maine hecha por los propios norteamericanos, de esa guerra de despojo, culminó la obra de demolición del Imperio más grande que ha existido en el mundo.

Y es que España ha resuelto disolverse, no sólo en el desplome dramático de su economía y su caída de todo sentido caballeresco, para ser ocupada por las tendencias inferiores vueltos los contravalores gregarios de una democracia que ha traído con ella: el retorno del cantonalismo y de lo aldeano, del afán de hacer valer los particularismos y una regresión hacia la elementalidad telúrica.

Esta decisión es un suicidio, una muerte colectiva decretada por la culminación de un proceso de decadencia irreparable, en donde no hay una generación que emerja de las ruinas para rescatar el sepulcro de Don Quijote empresa que proclamó Unamuno en razón de la derrota de 1898.

Se ha enseñoreado en las Vascongadas y en Cataluña la música emponzoñada del odio tribal, aun cuando se mantengan firmes en ambas tierras españolas un puñado de patriotas ante las rugientes muchedumbres que exigen el descastamiento y el olvido de su ser.

Como advirtiera José Antonio Primo de Rivera, quien cayera fusilado en la guerra civil, con el brazo en alto como ademán postrero ante el piquete que tiró a matar al “mejor hombre de España” como canta la copla “échale vino a las penas”, en ese magnífico ensayo La gaita y la lira (1934): “silban su llamada los genios de la disgregación que se esconden bajo los hongos de cada aldea”.

No hay tampoco una generación que se levante ante el desastre de un colapso definitivo como sí existió en 1936, donde España se partió en dos, bañándose en su sangre el toro herido que daba de astazos a sus hijos. Ahora nadie pide ni la Patria ni el Pan ni la Justicia, la trilogía de la Falange, sino el poder decretar que su lengua es mejor que la otra, ignorando en esa mezquindad el sagrado poder del español.

Nuevamente, la definición que hiciera la Falange de España como realidad existente por sí misma, unidad de destino y empresa colectiva es más vigente incluso que en el fatídico 1934 de los secesionismos embravecidos.

La clara amenaza de la balcanización de España es el hecho más grave para todos los que hablamos español, ningún otro nos afecta tanto en las entrañas ni en la metafísica de los pueblos, que es la tensión misma de una estirpe, de su misión y de su aniquilamiento. 

Los españoles, y específicamente, una masa enfebrecida de aldeanismo, impulsada por una campaña de pugnas racistas y odios localistas, que hoy da el fruto más envenenado de la democracia desde 1978, se preparan en un festín siniestro de banderías enanas para mutilar a España y no tienen ningún derecho para matar el sueño imperial al que ha cantado Darío y del que hizo Vasconcelos el símbolo del águila y el cóndor, del águila bicéfala de los Habsburgo, en los Motivos del Escudo de la Universidad Nacional.

Mas ha de resurgir en España lo mejor de sí misma. “La canción que mide la lira, rica en empresas porque es sabia en números” que dijera José Antonio. Una minoría selecta, inasequible al desaliento, que alzando el Aspa de Borgoña y el Yunque y las Flechas de los Reyes Católicos, recupere la dignidad esencial de su grandeza.

Fuente                                José Luis Ontiveros
elespiadigital 
                                      Analista de Inteligencia y escritor mexicano

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