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lunes, 5 de noviembre de 2012

BRASIL HABLARÁ ESPAÑOL



La nación más poderosa de Iberoamérica no puede quedarse atrás ante el crecimiento del español como lengua de toda una plataforma continental. El español no es sólo lengua de pensamiento para los hispanohablantes: Lula impulsará el español en Brasil, así lo ha corroborado en España delante del presidente español y del escritor mexicano Carlos Fuentes.

La Ley del Español que impulsa el presidente Luis Ignacio Lula da Silva va a servir para que el país más grande, más poblado y de mayor potencial geoeconómico y político de Iberoamérica, Brasil, pueda también abrazar idiomáticamente al resto de los hispanos. Aunque las diferencias entre español y portugués son pocas (apenas un 10% de las palabras portuguesas no son entendidas por los hispanohablantes), son dos idiomas muy parecidos, y eso es un gran dato a tener en cuenta para ver cómo rápidamente, y al igual que en Estados Unidos pero por vía legislativa más que inmigratoria, el español será también una lengua brasilera.
Así lo aseguró el presidente de la República Luis Ignacio Lula da Silva en una visita a Toledo, España, donde se le otorgó a él y al escritor mexicano Carlos Fuentes el Premio Quijote, un nuevo galardón entregado por España a aquellos personajes que impulsan el idioma español haciéndolo más grande y más universal.

Lula fue tajante en su discurso: en su experiencia previa a la presidencia, cuando era sindicalista, aprendió que nadie puede respetar a un interlocutor que no se respeta a sí mismo, y por ello, para ganar respeto internacional y aumentar la prosperidad de la nación, ha decidido estrechar lazos con Hispanoamérica en uno de los mayores orgullos de más de 400 millones de hombres en todo el mundo: el idioma español, el idioma del Quijote de Cervantes, de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, de Quevedo, de Rubén Darío, de Lope de Vega, de Lorca, de Cela, Borges, Celaya, Isabel Allende, José Martí, Julio Cortazar, y otros grandes escritores hispanos y universales. La Ley del Español obliga a todos los centros de enseñanza secundaria de Brasil a ofrecer como asignatura optativa la lengua española. Con ello, se ha conseguido que un millón de alumnos estudien ya español, y se quiere llegar a 12 millones en sólo cuatro años. Para cumplir este objetivo, se pondrán en plantilla en todo el territorio más de 30.000 maestros, además de abrir nuevos centros del extendido por todo el globo Instituto Cervantes.

Para los lusófonos más intransigentes (que, hay que decir, tienen su epicentro no en Brasil, sino en la malograda cada vez más Portugal), el español es una amenaza, pero para Lula es una gran oportunidad que permite la integración, palabra muy repetida con la que el presidente brasileño ilustra sus planes y programas. El dominio de Brasil en Iberoamérica será mayor si la nación habla español, decimos nosotros. Para Lula, no puede haber integración si no se habla una misma lengua. Los puentes con Perú y Bolivia ahí están. Ahora queda el resto. Con 180 millones de habitantes, Brasil es tiene un potencial de hablantes sólo superado por Estados Unidos, con 300 millones, país que, además, es ya el segundo con mayor número de hispanohablantes del mundo, sólo superado por México.

Y desde luego, el impulso al español que da un político que sólo habla portugués es más que loable, desde el plano de la integración ansiada por toda la Hispanidad, lusofonía incluída. Para Lula, el español ayudará a impulsar la educación en el país y será un pilar en la lucha contra la pobreza que asola a millones de brasileños. Una población azotada por la miseria y la delincuencia que vive en un país que, como México, es el máximo ejemplo de los contrastes de clase de toda Iberoamérica. En Brasil conviven la riqueza más extrema con la pobreza más extrema a sólo metros de distancia. Los ingresos vía inversiones que llegan a Suramérica del extranjero son mayoritariamente para Brasil (90 de cada 100 dólares invertidos en el continente se quedan en Brasil), y sin embargo, millones de conciudadanos jamás notan repercusión alguna de tanta inversión.
 
Hace siglos, el emperador hispano Felipe II afirmaba con orgullo que dios hablaba español. Hoy, Lula dice también con orgullo que dios es brasileño. En el futuro, y con una integración iberoamericana en lo económico trabajándose con prudencia y no sin problemas, podría decirse que dios, en Brasil, volverá a hablar español.

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