En 1905 Lenín escribió: "No interesa lo que un partido piense, desee o proclame sino cómo pueden pasar las cosas por efecto de la actuación de ese partido"[1] planteando así en forma clara y distinta la distancia entre el discurso político y la acción política.
La política, que es toda ella un arte de ejecución, entre las tantas definiciones que va a dar Perón, obliga a sus actores, si pretenden cierta eficacia, a manejarse a partir de los efectos que producen las decisiones políticas. Juzgar a un político o a un partido político por lo que dice o proclama y no por aquello que realiza es el grave error del pensamiento ilustrado en política. Por el contrario el realismo político que asume con escepticismo los proyectos teóricos sospechosos de idealismo como los de la paz perpetua, el gobierno mundial y la democracia universal, tiene su punto de partida en los hechos producidos y en los sucesos acaecidos por la acción de tal o cual partido político o gobierno.
La propaganda política se encarga, como toda propaganda de poner el ser a la venta, en este caso las virtudes de los gobiernos o de la oposición. Está construida a partir del discurso interesado, pues son intereses los que intenta defender. Y es consumida a diario por los miles de millones de hombres que como público consumidor aceptan como su opinión, la opinión publicada.
Hoy los gobiernos, observa acertadamente Massimo Cacciari, no resuelven los conflictos sino, en el mejor de los casos, los administran y eso se hace no con acciones sino con palabras. Con discursos, muchos de los cuales farragosos, que buscan lograr el consentimiento sobre aquello que no se hace pero que por una especie interna de "fuerza de las cosas" se espera, que finalmente se resuelva. Cuando en realidad, resolver un conflicto, para bien o para mal, es decidir por una, entre varias alternativas de acción. Alberto Buela LEER + http://www.bolpress.com/art.php?Cod=
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