“Desde Québec llega un grupo que ha triunfado con una composición cuyas letras son una descripción de cómo la presunta felicidad que vivimos no es tal, sino todo lo contrario."
Un buen amigo asturiano me ha remitido el enlace a un video del grupo de “folk” canadiense Mes aïeux (Mis ancestros), que interpretan una de sus canciones más exitosas: Dégénération. El caso es que la letra es un descripción sintética, muy bien hecha, de esa degeneración que nadie quiere ver. En la época de la impugnación sistemática del pasado, cuando la omnímoda propaganda “progresista” nos reitera los derechos conquistados, el grupo quebequés nos recuerda lo que hemos perdido respecto de las generaciones anteriores, cuando la vida se abría camino a golpe de esfuerzo, trabajo, apego a la tierra y familias numerosas y estructuradas.
Hoy tenemos trabajo como el de antaño pero que no va a ningún sitio porque todo acaba en manos de los bancos, en forma de una deuda fabulosa que no tenemos esperanza de pagar en esta vida. Cuando hace doscientos años lo acumulado en vida podía servir de herencia a la próxima generación, hoy aspiramos a dejar una deuda lo menos astronómica posible. Mes aïeux nos recuerda también la moderna frivolidad sexual elevada a “libertad” y la contrapone a la plenitud vital y a la alegría de las familias numerosas; nos grita la vaciedad de una vida burguesa que paradójicamente se reclama el fin mismo de la Historia. El contraste expuesto por la canción y el título de la misma son un aldabonazo de incorrección política de verdad, de esa que no se pliega a los cánones de la progresía rampante ni del liberalismo como pseudo-alternativa.
No queremos ocultar que nos llena de satisfacción la frescura con la que unos jóvenes llaman a las cosas por su nombre y espetan eso que nadie quiere oír: que la tramoya del mundo moderno oculta una degeneración evidente de la vida, esconde un mundo que tiene, quizás, mucho pero que es en realidad muy poco.
En línea con todas estas reflexiones, es fácil llegar a la conclusión de que la degeneración, real, contante y sonante, está por todas partes y alcanza todos los ámbitos de la vida. Esta misma semana alguien me ha señalado los comentarios al artículo de esta misma columna de hace una semana colgados en el foro por un nacionalista catalán. Produce cierta ternura su aplastante ignorancia y el tipo de argumentos más hormonales que otra cosa. De nada de eso tiene la culpa él, por supuesto. Basta con mirar el entorno en el que nos movemos, los personajes que atraen la atención social o los libros que se publican. Esto último es una buena medida de la temperatura espiritual de una sociedad. No hará mucho comentaba con un amigo acerca de la colección de Pensamiento Español iniciada en España creo que allá por los años 50. Hoy habría sido exorcizada por aparecer en su portada un yugo y unas flechas, pero no escribimos esta columna para la gazmoñería progre-liberal y, consecuentemente, esas cosas nos importan un bledo. Se trata de una colección de un centenar de libritos de unas doscientas páginas, baratos y accesibles, que traían al hombre vulgar a personajes como Jerónimo Feijoo, Juan de Mariana, Jaume Balmes, Juan Valera, Benito Pérez Galdós, Antonio Aparisi i Guijarro, Séneca y un largo etcétera. El 99 por ciento de los tertulianos, periodistas, “intelectuales” o políticos no tienen la más remota idea de ni uno de estos tesoros del conocimiento universal, valorados a menudo en el extranjero en traducciones realizadas en uno u otro momento durante los últimos cinco siglos. Pero, ¿quién los necesita en nuestra época pudiendo leer el último novelón promocionado por tal o cual “trust” mediático? ¿Si tenemos a Almudena Grandes o a Alberti para qué queremos a Juan Luis Vives, valenciano universal?
No deja de ser significativo que nadie, absolutamente nadie, se haya acordado en Cataluña del bicentenario de Jaume Balmes, viguetano asimismo universal, el cerebro más poderoso de la filosofía española del siglo XIX. Antes bien, las catervas del tripartito, CiU et alia –aluvión de ignorantes, necios, traidores, quintaesencia del detritus político refinado y del parasitismo social– están más preocupadas por no se que aspecto del Estatut, para reclamar sibilinamente la independencia de una Cataluña de la que ignoran absolutamente todo.
La sustitución de la divulgación del verdadero conocimiento por un mero producto de consumo es un buen instrumento de lo que ha devenido el hombre de hoy. Otro ejemplo similar nos lo proporciona la Biblioteca Austral, cuyo catálogo inicial –no el edulcorado y expurgado que tenemos hoy- contenía multitud de obras hoy casi inencontrables y que suponen una de las contribuciones más significativas por elevar el nivel cultural y espiritual del hombre de su tiempo. No deja de ser curioso que nadie hable de estas cosas cuando unos y otros traen a colación el tan cacareado “Estado de Bienestar”. A mí se me ocurre que en el “bienestar” habría que incluir de algún modo estas cosas. Desgraciadamente, hoy, el “Bienestar” parece ser exclusivamente el poder adquisitivo con el que adquirir las toneladas de mierda producidas en la TV, en el denominado “cine español” o en la literatura de consumo en la que nadamos todos los días, bien en forma de libracos hueros y absurdos, bien en la forma de prensa cuyo interés real para la vida es nimio.
La razón de esta degeneración no es otra que la destrucción de las élites: para concebir una tarea de esclarecimiento como la iniciada por Austral en 1937 hace falta vivir interiormente en un clima distinto del que nos proporcionan los concursos televisivos y la literatura de consumo. Hoy, esas élites han desaparecido. Su esfera de influencia ha sido minada por la corrosión del nihilismo que hoy vemos reformulado de múltiples maneras, en todas las facetas de lo humano. No es de extrañar el auge de ideas tan estúpidas como, por ejemplo, el “nacionalismo vasco” o entidades tan abracadabrantes como el “ministerio de igualdad”, todo ello tripulado por personajillos que en el siglo XVI hubieran estado debajo del todo en la escala social.
Pero como las batallas de la historia son batallas entre minorías, es necesario preparar ya la senda de la joven generación, en cuya conciencia luchan ahora mismo fuerzas contrapuestas que saben muy bien que allí se juega el futuro. La arrogancia de los jóvenes es casi una constante histórica pero quizás solo en esta época se ha dado ese “no querer saber” –elevado en algunos casos a un verdadero “derecho a no saber”- con el que ya varias generaciones han sido narcotizadas en el seno de una molicie intelectual incapaz de hacerse preguntas y de cuestionarse lo que hay. Desde los “antisistema” hasta los liberales, desde la “izquierda” social hasta los “nacionalistas”, pasando por los mil genotipos ideológicos de las modas intelectuales al uso, todos ellos se hallan imbuidos del común denominador de la degeneración de la que hablan Mes aïeux. http://culturatransversal.wordpress.com/category/autores/eduardo-arroyo/
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