Un fragmento de los "aspectos económicos"
Nos complace publicar una pequeña parte de lo que forma un amplio y riguroso trabajo que D. Cesáreo Jarabo Jordán (autor de "El primero de los insurgentes") ha desarrollado sobre los movimientos secesionistas en América. El trabajo completo será editado -Dios mediante- en papel en breve. Su autor nos ha concedido el honor de publicar este fragmento que ofrece una idea de lo que es un estudio histórico exhaustivo.
Conforme señala Tulio Halperin Donghi, lo que Inglaterra
busca en Hispanoamérica, “son sobre todo desemboques a la exportación
metropolitana, y junto con ellos un dominio de los circuitos mercantiles
locales que acentúe la situación favorable para la metrópoli. Hasta
1815, Inglaterra vuelca sobre Latinoamérica (sic) un abigarrado desborde
de su producción industrial; ya en ese año los mercados
latinoamericanos (sic) están abarrotados, y el comienzo de la
concurrencia continental y el agudizarse de la estadounidense invitan a
los intereses británicos a un balance -muy pesimista- de esa primera
etapa.”
Hubo,
no obstante, beneficiarios. Los criollos cipayos que vendieron la gran
empresa común al objeto de beneficios materiales que, gracias a su
colaboración con el invasor obtendrían prerrogativas propias de tiranos.
Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto señalan que “los grupos que
“forjaron la independencia” recuperaron sus vinculaciones con el mercado
mundial y con los demás grupos locales. Se perfila entonces una primera
situación de subdesarrollo y dependencia dentro de los límites
nacionales.” Y ahí permanecen dos siglos después de la gran traición.
Pero
así como no podemos hablar de la Hispanidad sin hablar de una unidad,
tampoco podemos dejar caer sobre los hombros de las oligarquías
americanas la culpabilidad de lo acaecido –y desde luego no sobre la
Gran Bretaña, que no hacía sino cumplir con la función que llevaba
siglos cumpliendo (a un perro no se le puede reprochar que muerda ni a
una cigarra que cante)-. Fueron las oligarquías españolas –peninsulares y
americanas- las responsables de lo acaecido.
Fernando
Henrique Cardoso y Enzo Faletto, al respecto, señalan que “Inglaterra
buscaba, por el momento, la libre introducción de sus mercaderías
manufacturadas en los puertos de Hispanoamérica, tráfico vital para sus
productos hechos a máquina por el bloqueo continental de Napoleón no
dejaba entrar en el continente europeo. Había conseguido de la Junta de
Sevilla, en enero de 1809, los adicionales al tratado Apodaca-Canning
(de alianza anglo-española contra Napoleón, donde España, a cambio del
ejército de Wellington y la escuadra que protegía a Cádiz, abría América
a la introducción de maquinofacturas inglesas). Aunque ese libre
comercio significase la muerte de la industria artesanal criolla, que no
podría competir contra los hilados, tejidos y zapatos a máquina de
Manchester o Birmingham. En una palabra: España entregó en 1809 la
dependencia económica de América a cambio de la independencia política
de la metrópoli. Para cumplir lo dispuesto llegó en julio de 1809 a
Buenos Aires el virrey Cisneros, y abrió el puerto de Buenos Aires a los
productos ingleses el 6 de noviembre. Pero Cisneros no quiso dar una
franca entrada a los ingleses (como lo había pedido Mariano Moreno,
abogado de los comerciantes británicos, en su conocida Representación) y
se limitó a entornar simplemente la puerta del monopolio. Hasta se
atrevió a expulsar en diciembre a los ingleses entrados sin permiso y
que, aprovechando la situación, manejaban bajo cuerda la plaza
mercantil: les dio plazo hasta mayo de 1810 para irse con todas sus
pertenencias. Pero en mayo de 1810 quien debió irse fue Cisneros, y los
ingleses se quedaron para siempre.”
Lo que quedó
manifiesto, tanto por la actuación de las Cortes de Cádiz como por la
oligarquía criolla fue su voluntad de caer en los brazos del
colonialismo británico, y además sin contraprestaciones. Para ello, el
virrey Cisneros se apresuró a firmar el edicto de libre comercio firmado
en beneficio de la Gran Bretaña, que según señala José Mª Rosa, se
concretaba en “12 barcos de frutos del país por la carga de un barco
inglés de bagatelas importadas. Libre Exportación del oro, de la plata y
de todo el metálico rioplatense para pagar en dinero en afectivo las
chucherías manufacturadas.”
Pero eso sólo
sería el principio del gran expolio. Eric Hobsbawm señala que “en 1814
Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres
consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho.” Pagando precios
desorbitados por bagatelas. Julio C. González, señala que “en pocos
meses el país se quedó sin dinero y para restituir el dinero que se iba,
comenzaron a concertarse empréstitos que serían pagados con nuevos
empréstitos. Todo ello sin variantes. Desde el primer empréstito
contratado por Rivadavia hasta el último empréstito celebrado en enero
de este año por el Ministro Whebe ” , ministro que fue de economía
durante el gobierno de Arturo Frondizi, que sería derrocado por el golpe
militar de marzo de 1962.
Eso
era en las Provincias Unidas. Mientras, “en la Gran Colombia de 1822 a
1824 se obtuvieron recursos por más de 24 millones de pesos.” …/… que se
utilizaron para pagar intereses de esos préstamos; armas compradas a
los mismos acreedores, mordidas, gratificaciones a altos cargos civiles y
militares… y promesas, que es lo que quedaba, para el desarrollo, lo
que conllevaría vender las minas y todos los arbitrios del gobierno e
hipotecar los recursos para el futuro, “hasta el punto que hacia 1839,
en el momento de su repartición entre Nueva Granada, Venezuela y
Ecuador, la suma adeudada llegaba ya a 103 millones de pesos; el 43%
correspondía a intereses acumulados” , señala Luis Corsi Otalora.
Fuente Cesáreo Jarabo Jordán
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