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lunes, 2 de febrero de 2015

LA LÓGICA DEL SISTEMA



La lógica del sistema

El riesgo de la cosmovisión dominante surgida de la Modernidad liberal, progresista y capitalista se encuentra en el hombre concebido como una máquina de producción y consumo (mecanicismo), que se da la ley a sí mismo únicamente bajo el criterio de lo que es bueno para él (utilitarismo).

Este riesgo se incrementa con el peligroso cóctel del neodarwinismo social, mero determinismo evolutivo,  junto con el neomaltusianismo, fundamentos últimos del control social y del totalitarismo estatal y económico. Estas posturas ideológicas convierten las políticas estatales y financieras del Sistema en un campo experimental de muy lesivas consecuencias sociales, dado que con la excesiva mecanización, despersonalización y automatización del trabajo, se promueve el sentimiento de desarraigado y soledad, lo que sin ningún lugar a dudas coadyuva a la construcción de una sociedad amorfa y maleable.[1]


Desde esta visión del hombre como un autómata movido por apetitos y aversiones que nos ofrece el materialismo moderno sólo se llega al conflicto social y a la violencia económica, pues dónde no hay ley ni corazón todo está justificado pues deja de haber nada que sea injusto.
Ciertamente, una dosis de competencia hace posible el desarrollo de la civilización por el dinamismo de la innovación constante que supone. Sin embargo, la competitividad extrema que se ha alcanzado en el ámbito del mercado laboral tiene que ver mucho con la supervivencia económica. En este sentido, para asegurarse la “selección natural económica” (dentro del Sistema), muchas empresas tienen que ceder principios éticos a favor del instinto de preservación porque no proporcionan eficiencia, no son productivos ni rentables. Como resultado de estas políticas empresariales, hay un visible progreso material y técnico, pero un evidente subdesarrollo moral. Un subdesarrollo moral de índole básicamente educativo, derivado de la crisis antropológica de la familia y de la cultura, que ignora que por la cooperación sincera también lo bueno puede extenderse al conjunto social aliviando mucha confrontación poco inteligente e inhumana. Esta restauración de la sencillez de la colaboración mutua en el marco de una economía abierta, justa y humanizada no significaría caer en el colectivismo utopista que anula la singularidad del individuo y acaba con su dignidad, fundiendo a la persona en una masa amorfa y maleable. En ningún caso ese es el objetivo de la renovación para la reforma y superación integral del Sistema.
La Encíclica Caridad en la Verdad, de Benedicto XVI, nos recuerda que la competitividad extrema fomenta lo superfluo, lo inútil e innecesario, rasgos característicos de la irracionalidad. Para que la lógica del intercambio no se agote con la ley de la oferta y demanda, tiene que haber una permanente creación de necesidades y apertura de mercados que estimule a los consumidores aunque éstos ya estén satisfechos. 
Este modelo de crecimiento que entró en crisis, y nos ha arrastrado hacia donde estamos, estuvo basado en un consumismo (producción y consumo de excedentes), en el endeudamiento excesivo y en la destrucción de los principios humanos más nobles que obstaculizaban el lucrativo negocio. Por ello, la eliminación intencionada y premeditada de valores y virtudes en la vida pública, impulsada por las estructuras beneficiarias del Sistema dominante, está induciendo a la conformación, no de una ciudadanía libre, sino servil a una casta cleptómana de políticos y banqueros que domeñan sin pudor cual parásitos a unos súbditos autómatas desprovistos de sentido de la vida, de religiosidad, de capacidad de comunicación, de sentido crítico y trascendente. 
Una vez eliminadas estas inclinaciones, impulsos vitales de toda persona libre, entonces si pueden sus Estados y sus Mercados, vender la “mercancía” envenenada de la ultracompetitividad y de la sociedad de consumo. Es decir, adiestramiento puro y duro en el nihilismo y relativismo ético y social. 
Ese es el fin de la lógica del Sistema moderno, si es que puede denominarselógica”.
Fuente                                             P.S.B.
[1] En el Leviatán, Hobbes ilustra su materialismo sentenciando: “¿Qué es el corazón sino un muelle?”

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