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domingo, 29 de marzo de 2015

LA FUERZA DEL UNO




Elogio de la iniciativa individual


"Y si alguno sabe qué debe hacer cada uno, y no tiene el valor de hacerlo, de nada le sirve.”
                            Comentario al Apocalipsis, Beato de Liébana


Se suele decir que lo que una persona puede hacer es demasiado poco, no cambia nada y, por lo tanto, es inútil y superfluo. Ese argumento sirve a la parálisis de toda la sociedad que queda a expensas de lo que promueven las agrupaciones generadas por el Estado y sus instituciones que sí son operativas porque son dirigidas, jerarquizadas y subvencionadas.

¿Qué puede hacer una sola persona?

En primer lugar cada uno de nosotros puede pensar en la totalidad de las necesidades de la humanidad, asumirlas en su integridad y realizarlas hasta el límite de sus posibilidades. Cuando no son los premios ni los resultados tangibles lo que nos mueve, sino la idea del bien, de lo necesario; lo que cada uno de nosotros  hace por ello tiene un valor intrínseco primordial,  puesto que si nuestro aporte aumenta, aunque sea imperceptiblemente, la cantidad de virtud y de verdad que hay en el mundo, es una inestimable contribución a la virtud y a la verdad, al desarrollo de la vida y a la regeneración social.

En la sociedad presente el emprendimiento y la iniciativa personal quedan  limitadas al ámbito de lo económico y lo empresarial, la creatividad y la inventiva son siempre un producto para venderse en el mercado, no hay espacio para hacer las cosas  por vocación, por amor a la verdad, a la belleza y la virtud y por lo tanto solo hay lugar para el crecimiento de lo sistémico y no lo hay para la apertura de caminos paralelos o contrarios a lo establecido.

 Las razones de la falta de iniciativa fuera de los proyectos del sistema son múltiples y complejas, señalaré algunas que me parecen importantes:

1-La devaluación infinita de la persona que es tenida y se tiene a sí misma por tan insuficiente y menguada que no acierta a apreciar su potencial personal porque lo considera inexistente. La creación de ese ser para  el progreso social y la felicidad pública, diseñado por los poderes del Estado para mejor servir a los fines establecidos, que no es nada en sí mismo y que es ilimitadamente manejable, transformable, adaptativo y dócil es una gran tragedia porque ha matado la acción individual (sus fundamentos filosóficos son estudiados con mucho acierto por Dalmacio Negro en “El mito del hombre nuevo”). En el caso de las mujeres se añade a su depreciación la condición de víctimas de sus iguales y protegidas y tuteladas por las instituciones. Lo que de ello se deriva es el infra-ser post-humano propio de la modernidad tardía.

2-La emergencia del Estado del bienestar que tutela y protege al sujeto de la cuna a la tumba y le declara irresponsable de sí mismo y sobre todo de sus cercanos. El Estado del bienestar convierte a cada individuo en un indigente y un inepto que requiere de ayuda para todo.

3-La concepción de la historia como un proceso sin sujeto movida por las fuerzas ciegas de la economía y las “leyes” (inventadas) del devenir de la sociedad. Esa concepción deshumanizada de la historia ha robado el protagonismo a sus verdaderos creadores quienes con su actuar y elegir han cambiado el rumbo del devenir humano y ha convencido a varias generaciones de que no merece la pena esforzarse para mejorar el medio en el que viven pues el tiempo y el progreso natural de la historia son los únicos factores actuantes.

4-La aparición del “sujeto de derechos” que lo espera todo del medio y nada de sí mismo hasta tal punto que se ha hecho patológicamente dependiente y necesitado de ser dirigido permanentemente, inhábil incluso para la supervivencia porque no considera su vida como responsabilidad y construcción propia. Precisa de directrices, pautas, protocolos, programas y consejos expertos para actuar y cuando no los tiene cae en la parálisis porque carece de capacidad de juicio y de voluntad para ejercer su libertad. Constituido como el egoísta perfecto, espera recibir de fuera lo que no es capaz de darse a sí mismo y ansía recoger sin haber entregado nada a los demás.

5-Ese sujeto es presa, por la ausencia de autonomía, del doctrinarismo y el dogmatismo. Puesto que la inserción en la realidad del mundo y de la historia requiere de un esfuerzo personal, que es insustituible, si no se hace, si se declina el viaje por lo desconocido y no trillado, lo más agradable es transitar por el carril de la ortodoxia dominante, así que se hace sumiso y obediente al poder establecido. Es también fácil rehén de las ideologías, las modas, las tribus y los movimientos lanzados por los aparatos de creación de opinión y destrucción de la libertad de conciencia con lo que termina siendo una cáscara vacía sin entidad ni vida interior propia, tan gregario como asocial.

6-La fragilidad de la persona ha originado que la comodidad y el miedo sean los dos impulsos esenciales del sujeto actual, carece por eso de voluntad y capacidad de esfuerzo y es, por lo mismo, consustancialmente no-creador  y no generador de desarrollo. Todo acto constructivo requiere de esfuerzo, renuncia, dolor y fortaleza. La pusilanimidad y la necesidad de seguridad, aprobación, reconocimiento y certezas son contrarios la innovación y el descubrimiento. 

Hoy carecemos de una cosmovisión del valor del sujeto. La filosofía clásica siempre se preocupó del individuo, de su construcción y su mejora, si bien es cierto que una parte de la filosofía antigua se engendró en sociedades esclavistas y se  dirigía tan solo a los miembros de las elites, excluyendo a la gran masa de los sin poder, ello no hace menos necesarios y valiosos algunos de sus preceptos.
 
La cosmovisión cristiana, especialmente su interpretación en la Alta Edad Media hispana, otorgó a la persona y a su acción la mayor trascendencia. El respeto absoluto por la persona estaba ligado  a la percepción de su responsabilidad y sus obligaciones y, por lo tanto, de su acción personal. Esta verdad elemental hoy olvidada, descubre algo básico, en una sociedad sin acción individual el ser humano deja de ser objeto de dignidad y respeto y es un ente sin valor, lo es objetivamente y no solo política o subjetivamente.

El mito de Hércules es tal vez la mejor representación de este enfoque, forjado en antigüedad clásica, la retoma el cristianismo incorporándola a la propia figura de Cristo, pero también en su idiosincrasia original. La lucha de Hércules con el León de Nemea es muy común en la imaginería románica e incluso hay alguna iglesia, como la Santa María en Pontevedra, erigida por el gremio de mareantes, que presenta a Hércules y a San Miguel, dos figuras heroicas y luchadoras, como centrales en su simbolismo. Hércules, como Cristo, representa la fuerza del UNO, la decisión de enfrentar las pruebas más sobrehumanas desde sus capacidades humanas.

En la cultura de esas sociedades pujantes y vitales la iniciativa personal era imprescindible, no puede haber una comunidad horizontal fuerte sin personalidades vigorosas que la nutran. Una sociedad jerárquica requiere de sujetos sin creatividad ni iniciativa propia, seres dirigidos que actúen como el engranaje de la máquina, sin ninguna libertad ni elección, instrumentos puros condenados a su destino, pero una sociedad libre necesita de individuos fértiles y creativos en todos los sentidos.

Quienes desvalorizan la importancia de su hacer e iniciativa y esperan una acción colectiva que transforme la sociedad no se hacen la pregunta fundamental ¿qué ente supra-personal  puede haber que no sea la suma de lo individual sino el Estado?


No habrá un “movimiento” de regeneración del que uno pueda cómodamente dejarse llevar, la regeneración implica que haya un encuentro de impulsos y acción sostenidos de forma personal. La iniciativa individual es, en contra de lo que se dice, la vía más eficaz y conveniente a la creación y la innovación y también a la constitución de comunidades fuertes e integradas y a la convivencia más fácil y más enriquecedora.

La idea de seguir un movimiento, establecer programas cerrados que generen pequeñas “sociedades” o guetos en los que esconderse o erigir jefaturas a las que seguir  obedientes es la prueba de la decisión de quien así piensa de no asumir las propias obligaciones y cargar sobre otros el amargo trago del inicio y el sostenimiento de los proyectos.

Por pequeño que sea aquello que somos capaces de hacer en un momento dado será el inicio de un proceso de crecimiento personal y, por ello, colectivo. Cargarse de obligaciones que superen nuestras capacidades presentes, de auto-exigencia y voluntad de asumir lo más difícil y fuera de nuestro alcance, es la única forma de auto-construirse como seres de virtud y de fuerza. Igual que se fortalece el cuerpo superando sus límites se fortalece el potencial intelectivo, psíquico, afectivo, convivencial y espiritual, rebasando sus fronteras. Y es del esfuerzo e iniciativa personal de lo que todo surge.

Nada hay más falso, pues, que la aseveración de que lo que hace uno no puede cambiar el rumbo de la historia y es un gesto inútil, por el contrario, el impulso individual tiene muchas funciones profundamente transformadoras como son:

1-La persona solo puede hacerse a través de la propia acción y puesto que el proceso más devastador y destructivo de la sociedad presente es justamente su aniquilación y la creación de infra-seres sin mismidad y sin energía todo aquello que fortalece al sujeto es, por principio, profundamente revolucionario y regenerador. Ningún ente externo, ningún movimiento ni grupo puede engrandecer a un individuo que se achica a sí mismo en la parálisis. La práctica es, además, el valor supremo, la única y auténtica prueba de que hemos superado la lacra del verbalismo discursivo, las mentiras fabricadas con bellas palabras de las ideologías, y entrado en el territorio de las cosmovisiones renovadoras. Y la manifestación de la práctica es la suma de los actos concretos y personales.

2-Lo nuevo siempre surge como producto original y excepcional, es decir como iniciativa de uno o pocos, que se manifiesta como nuevo-verdadero y nuevo-eficiente en la práctica. Pero la  creación de nuevos caminos, ideas o proyectos requiere de visiones heterodoxas, disidencia de la norma o puntos de vista singulares, requiere también de concurrencia y conflicto con lo existente (dentro y fuera del sistema, conflicto con los contrarios y también con los propios) y de colaboración con otras visiones complementarias y afines. Solo cuando hay muchas mentes esforzadas lo nuevo, que es escaso e insólito, puede aparecer y como siempre o casi siempre será fragmentario necesitará de fundirse con otras aportaciones igualmente singulares.

3-Quienes no valoran la iniciativa individual no tienen en cuenta el valor inmenso que tiene en la sociedad y en la historia la ejemplaridad personal. Es triste que en nuestro tiempo haya enterrado las “vidas ejemplares” para no sentir su propia miseria. Los mejores pueden aplaudir la virtud, la verdad y la belleza pero no se plantean imitarla y practicarla, la consideran como un don de seres excepcionales y justifican la propia impotencia para perseguir la excelencia o apelan a la decisión de no elevarse para no descollar sobre los otros y evitar las jerarquías. Sin embargo la existencia de virtud humana no basada en la apariencia sino real y limitada, como es todo lo humano, es un factor crucial de regeneración y un valor por sí mismo incluso cuando no tenga ningún efecto sobre el entorno.

Cada ser humano es insustituible y su acción irreemplazable, todo aquello que cada uno de nosotros deja de hacer será irrealizable y una pérdida fundamental para el mundo. Cada cual debe emprender por eso su camino, sin esperar a otros, ni desear ningún resultado, ni necesitar reconocimientos. Lo colectivo, que es la más bella construcción humana tiene que venir precisamente del encuentro entre seres que son autónomos en su actuar y dueños de sí mismos y que no viven para recibir del grupo sino que tienen algo que dar y aportar desinteresadamente.


Fuente                                           Prado Esteban
prdlibre

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