Hasekura Tsunenaga.Un samurái en la Corte de Felipe III
El 28 de octubre de 1613 partió de Sendai hacía España una embajada japonesa enviada por Date Masamune [en japonés:伊達 政宗] (1567—1636), señor feudal de la provincia de Ōshū [奥州], al noroeste de Japón [en la documentación española suele aparecer escrito de diferentes formas: Boju, Boxu, Voxu, Vojuí,... actualmente la provincia se conoce más por el nombre de Mutsu (陸奥国)]. La embajada estaba encabezada por el samurái Hasekura Tsunenaga Rokuyemon [支倉六右衛門常長] (1571—1622), capitán de la guardia personal de Date Masamune y veterano de las guerras de Corea, y contaba con el aliento de un fraile sevillano, el franciscano fray Luis Sotelo (1574—1624) que llevaba en Japón desde 1602, adonde llegó proveniente de Manila. La comitiva la formaban cerca de 200 personas, de los cuales unos cincuenta eran españoles: los frailes franciscanos que tutelaban la embajada y el resto de un naufragio de una nave española de 1611; la expedición se completaba con los diplomáticos japoneses, y las tropas y personal de su servicio, junto con un buen número de comerciantes.
La primera parte del viaje se hizo en un navío japonés de 500 toneladas de nombre “San Juan Bautista” en español, y “Date Maru” en japonés, fabricado al modelo de los galeones europeos bajo la dirección del navegante y explorador Sebastián Vizcaíno (1548—1624), que había llegado a Japón en 1611, y del inglés Guillermo Adams que estaba al servicio del ministerio de guerra del sogún Tokugawa Hidetada [徳川秀忠] (1579—1632; sogún entre 1605—1623). Actualmente existe una réplica de este barco en la ciudad de Ishinomaki, puerto desde el cual zarpó la nave.
Pero antes de contaros las peripecias del viaje y la estancia en Europa de este grupo de japoneses, conviene saber que objetivos buscaba esta misión diplomática. En primer lugar hay que señalar que la presencia de misioneros cristianos en las islas del Japón se remonta, al menos, al 15 de agosto de 1549 cuando desembarcó en Kagoshima el jesuita San Francisco Javier [monje navarro que se convertiría en la mano derecha de San Ignacio de Loyola. Fundador de la Compañía de Jesús]. Años más tarde, en 1582, los jesuitas habían conseguido un buen número de conversos al catolicismo [se habla de 150.000], lo que les permitió organizar una expedición a Roma y conseguir del Papa un obispado para la isla, cátedra que desde entonces sería ocupada por un jesuita hasta la expulsión de los religiosos extranjeros que se produjo en el siglo siguiente. En esta tesitura, el resto de las órdenes misioneras, y en particular los franciscanos, se quedaron en una situación de dependencia y subordinación respecto a los jesuitas; algo que evidentemente no gustaba.
Por otro lado, Japón había incrementado notablemente sus relaciones comerciales con los asentamientos españoles y portugueses del Pacífico, tanto en los continentales de la India como en los de los archipiélagos de Molucas y Filipinas, especialmente; los cuales desde la unificación de las dos Coronas en Felipe II en el año de 1580, dependían todas [al menos teóricamente, luego su funcionamiento era muy independiente] del Consejo de Indias (en Madrid) y de la Casa de Contratación (en Sevilla), que eran los órganos que autorizaban los permiso y franquicias de contratación. Lo que pretendía los japoneses era establecer relaciones diplomáticas con el Rey de España y establecer los acuerdos necesarios para poder negociar y comerciar directamente con América y Europa a través de los puertos del Pacífico de Nueva España (México); y lo que pretendían los franciscanos (aparte de participar en esta nueva red comercial) era la división del Japón en dos obispados y ocupar ellos al menos el del norte. Para lograrlo partieron a Madrid y Roma, las dos ciudades europeas más importantes del momento.
Viajes similares se habían intentado ya en 1610, donde la expedición la encabezaba el franciscano fray Alonso Muñoz, y dos años después por el mismo fray Luis Sotelo; en ambos casos la expedición fracasó. Lo cierto es que la situación de los cristianos en Japón empeoró notablemente a partir de 1613, llegándose a prohibir el culto en muchos territorios, si bien en el caso de Date Masamune no sólo continuó autorizando la difusión y extensión del catolicismo, sino que persiguió las prácticas de otras religiones, especialmente a los budistas y sintoístas.
Bien, pero sigamos con el viaje de Hasekura Tsunenaga, quien avista el continente americano, siguiendo la ruta tradicional del galeón de Manila, en el cabo de Mendocino, península de California, y siguiendo la costa, el 25 de enero de 1614, llega a Acapulco, principal puerto pacífico de Nueva España; tres meses después de su partida de Japón. Tras penetrar en la amplísima bahía de esta ciudad y obtener las autorizaciones pertinentes se produce el desembarco y la embajada japonesa fue recibida con gran ceremonial por los representantes del virrey de Nueva España, don Diego Fernández de Córdoba (1578—1630), marqués de Guadalcázar. De todas formas hubo que esperar un tiempo en esta ciudad para preparar el viaje a México, el séquito se hospedó en el convento franciscano del lugar. No faltaron en este tiempo de espera enfrentamientos entre miembros japoneses y españoles de la expedición; de especial relevancia fue el mantuvo el capitán de la guardia personal de Hasekura, un tal Tomé o Tomás [por el nombre algunos han querido ver que fuera hijo de algún español, pero lo más normal es que adoptara este nombre tras bautizarse] y Sebastián Vizcaíno. Se utilizaron los aceros y del duelo salió gravemente herido el arrogante marino español. Ante este hecho las autoridades españolas establecieron varias normas el 4 de marzo, encaminadas a garantizar la seguridad, el comercio y el libre movimiento de los japoneses, que no podían ser molestados por nadie so pena de graves castigos, y por contra se limitaba el uso de armas al propio Hasekura y a media docena de escogidos samuráis.
Por fin, partió el séquito de Acapulco y llegó a la ciudad de México el 25 de marzo. En esta ciudad fueron recibidos con la mayor pompa y boato por el propio virrey, el arzobispo de México, Juan Pérez de la Serna (1573—1631), y el provincial de la orden franciscana. A todos ellos se les entregaron las cartas y credenciales de Date Masamune, daimio de Sendai, el cual les manifestaba su gran interés en que sus representantes viajaran a España y a Roma para llevar mensajes de paz al rey de España y establecer relaciones diplomáticas y comerciales en Nueva España, y para pedir al Papa que envíe misioneros católicos y un alto delegado papal [un obispo más, vamos] para evangelizar todo el Japón. Durante la estancia en México, en las celebraciones religiosas en torno a la Semana Santa , se produjeron varios bautizos colectivos: así el día 9 de abril se bautizaron 20 japoneses, y otros 22 el día 20; y tres días más tarde recibieron la confirmación de manos del arzobispo nada menos que 63 nipones. Hasekura no quiso tomar estos días el bautismo, ya que prefirió reservarse y recibirlo en Europa, en Roma o en Madrid, donde efectivamente lo hará, como veremos.
De todas formas, y a pesar de estas muestras de fervor religioso, en Japón pintaban bastos para los cristianos, ya que, el primero de febrero del 1614, el sogún Tokugawa Hidetada [el sogún era el gobernador militar del imperio japonés, y de hecho quien ostentaba el poder político al que se sometían los daimios, que eran los señores feudales de las distintas provincias; el emperador carecía de poder efectivo en el territorio y se había convertido en una figura simbólica y de carácter casi ceremonial] había decretado la prohibición de la práctica del cristianismo y la expulsión de los misioneros extranjeros. Al menos, Date Masamune, que, recordemos, era el daimio de Hasekura, esperó hasta el regreso de la embajada diplomática a Europa para aplicar en Ōshū la dura ley del sogún. Pero esto todavía se desconocía en México.
En el momento de partir de la capital de Nueva España, la comitiva se dividió: los españoles se quedaron en Nueva España, excepto los frailes que siguieron con Hasekura; y de los japoneses, una treintena continuaron el viaje hacía Europa, algunos, pocos, se quedaron en Nueva España a esperar la vuelta de Hasekura, y el resto volvió a Acapulco para regresar, de nuevo en el “San Juan Bautista”, a Japón. Después, la reducida comitiva encaminó sus pasos por el camino real al puerto atlántico de Veracruz, donde el 10 de junio, a bordo del galeón “San José”, comienzan la travesía del Golfo de México con dirección a La Habana. La intención era coger en la capital de la actual Cuba un barco de los que integraban la Flota de Indias.
La ciudad de Sevilla encargó a unos de sus regidores, al veinticuatro Diego Caballero de Cabrera, que además era hermano de fray Luis Sotelo, que atendiera a los viajeros y que hiciera los preparativos necesarios para su entrada en Sevilla. El duque, a instancias del ayuntamiento sevillano, aparejó dos galeras para conducir a la comitiva a Coria del Río, donde tendrán que esperar hasta el día que sean recibidos en la ciudad. En esta localidad fueron hospedados, siempre a cargo de la ciudad de Sevilla, por Pedro Galindo, que atendió con esmero y cuidado a sus huéspedes. Incluso, la capital andaluza, envió una representación, formada por el citado Diego de Cabrera, Bartolomé López de Mesa, Bernardo de Ribera, y el propio Pedro Galindo, junto con un buen número de jurados y caballeros que los acompañaban, para que dieran la bienvenida al embajador y le felicitaran por su feliz viaje. Algo que satisfizo mucho a Hasekura y le hizo albergar esperanzas de éxito en su misión.
Por fin, el 21 de octubre [no coinciden en este dato los cronistas y algunos dan la fecha del 23] tiene lugar la fastuosa recepción en la ciudad de Sevilla. Hasekura partió de Coria del Río con su séquito, formado por el religioso sevillano y una guardia personal compuesta por los samuráis y una decena de soldados, todos elegantemente vestidos al modo japonés y, para dejar clara su intención, todos portaban rosarios al cuello; también iban con ellos los veinticuatro sevillanos Bartolomé López de Mesa y Pedro Galindo. Desde su salida de Coria la comitiva fue aumentando de número con infinidad de curiosos que no querían perderse la ocasión de ver de cerca tan singulares personajes. Pero esto no fue nada en comparación con la multitud que se agolpaba entorno al puente y a la puerta de Triana; toda la ciudad, desde el camino o desde las barcas en el río, querían conocer a tan ilustres y sorprendentes visitantes.
Cruzaron el puente de barcas de Triana numerosas carrozas y cabalgaduras y un sinfín de gente de todo tipo; tan grande fue el número que en algunos momentos se puso en peligro la propia integridad de la comitiva a pesar de los denodados esfuerzos de los alguaciles y justicias que intentaba poner un mínimo de orden en la procesión. [Quien conozca esta ciudad en Semana Santa podrá imaginárselo sin esfuerzo]. En la puerta de Triana les esperaban toda la nobleza de la ciudad y los miembros del ayuntamiento sevillano encabezados por el corregidor y asistente de Felipe III en la ciudad, Diego Sarmiento de Sotomayor (¿?—1618), primer conde de Salvatierra, que en nombre del rey y de la ciudad dio la bienvenida a el embajador, quien se apeó de la carroza y recibió y proporcionó las oportunas cortesías; mostrando en todo momento el sumo placer y honor que recibía de tan grandioso recibimiento. Después, Hasekura montó a caballo y se colocó junto al conde de Salvatierra, quienes, flanqueados por los alguaciles mayores de la ciudad y por el capitán de la guardia japonesa, condujeron la cabalgata por la ciudad hasta las puertas de Alcázar Real, donde se hospedaría el embajador a costa de la ciudad. Durante todo el trayecto estuvieron acompañados por millares de sevillanos que los saludaban alborozados a su paso. A su llegada a la residencia real sevillana fueron recibidos por Juan Gallardo de Céspedes, su alcaide. Así terminó esta jornada. Durante los días siguientes, Hasekura, como cualquier turista de hoy en día [pero sin cámara de fotos], recorrió la ciudad, visitó la catedral y, como no, subió a la Giralda para disfrutar desde lo alto de la magnífica visión de Sevilla y del Betis.
El día 27 de octubre tuvo lugar la recepción oficial de la embajada por el ayuntamiento sevillano. Sentado junto al conde de Salvatierra, Hasekura expuso los motivos y razones de su embajada en japonés que el padre fray Luis Sotelo interpretó en castellano, y que no eran otros que extender la fe en Cristo por todo el Japón y alcanzar un tratado de amistad y comercio con España; después entregó una carta de Date Masamune, que también tradujo el fraile franciscano, en la que se exponía su pretensión de ponerse bajo la autoridad del papa y de comenzar un periodo de amistad fraternal con el rey de España; seguidamente, fray Luis Sotelo hizo una relación de las incidencias del viaje, de la situación del cristianismo en Japón y una petición de ayuda económica para continuar su labor. Acto seguido respondió el conde de Salvatierra, diciendo que la ciudad de Sevilla ayudaría en todo lo que pueda al éxito de la misión y que él, en calidad de asistente real, transmitiría fiel y puntualmente todo el contenido de la embajada a Felipe III. Por último, entró en la sala capitular del ayuntamiento de Sevilla el capitán de la guardia de Hasekura para hacer entrega de la carta original de Date Masamune y de un daishō [大小], conjunto de las dos espadas tradicionales japonesas: la katana [刀] y la wakizashi [脇差]. [En los archivos sevillanos se conserva la carta original, pero las espadas desaparecieron tras los tumultos de 1868]. Después, como se trataba de una sesión ordinaria, la embajada abandono la sala y el cabildo continuó su sesión.
Los japoneses prolongarán su estancia en Sevilla durante un mes más, y en este tiempo el Alcázar sevillano recibirán innumerables visitas de cualquiera que fuera algo en Sevilla: nobles, jueces, cargos públicos,... y en particular sentirán el calor y el cariño de los sevillanos que, como veremos, dejará profunda huella en muchos de ellos. Hasekura, por su parte, realizó numerosas visitas a la catedral y al convento franciscano de la ciudad. También serán abundantes los actos festivos que se harán en su honor y homenaje: comedias, bailes, saraos,... Existe una relación de gastos del Libro de Cuentas, según la cual, el ayuntamiento de Sevilla se gastó más de 2.600 ducados en la estancia de la embajada japonesa [al cambio actual del precio del oro unos 142.000 €, mas de 23.000.000 millones de ptas.].
El 25 de noviembre la embajada abandona la ciudad hispalense con dirección a la capital de la monarquía hispana. La comitiva la componen unas cuarenta personas, dos carros, dos literas y cerca de cincuenta animales de carga. La ciudad de Sevilla, atenta hasta el último momento, designa a Gonzalo de Guzmán, junto con personal de servicio, para que acompañe y asista a la embajada hasta su llegada a Madrid.
Ciudad a la que llegarán el 20 de diciembre, tras un viaje en el cual la comitiva fue objeto de atención por todos los lugares por donde pasaron, destacando la parada de varios días en Córdoba y el recibimiento por el arzobispo de Toledo en la catedral primada. No fue tan espectacular el recibimiento en la Corte como lo había sido en Sevilla, seguramente, además de la información qua había trasmitido el conde de Salvatierra, también se tendrían noticias de la nueva situación en Japón y de las persecuciones que se habían iniciado contra los cristianos tras el decreto del sogún de febrero de 1614. Siempre se trató a la embajada como una delegación de un principado menor, en ningún momento se la consideró como la representación oficial del emperador o del sogún; en consecuencia el protocolo se ajustó a este rango.
Además, los agentes de los comerciantes de Nueva España y Filipinas debían mirar con recelo las intenciones comerciales de los japoneses, y a buen seguro que no tardaron de mover sus influencias en la Casa de Contratación y en el Consejo de Indias para que se mantuviera el estado actual en las relaciones comerciales con Japón. Estos dos órganos siempre se manifestaron contrarios a esta nueva alianza con los japoneses que podría poner en peligro la exclusividad comercial de los asentistas de Manila y Acapulco. Tampoco convine olvidar la creciente pujanza de los jesuitas en la Corte madrileña, que se habían hecho con el influyente Colegio Imperial y estaban fabricando su nueva y magnífica sede en la calle de San Bernardo; quienes a buen seguro no dejaron de medrar para que la misión acabará en fracaso y poder mantener el monopolio evangelizador en Japón. Así, el alojamiento de la embajada no fue en ningún palacio o residencia real ni en ninguna morada de los miembros de la nobleza cortesana, ni tan siquiera fue en alguno de propiedad municipal, sino en el convento de San Francisco de la localidad.
Más de un mes, hasta el 30 de enero de 1615, hubieron de esperar Hasekura y Luis Sotelo para ser recibido por Felipe III. En la audiencia real se reiteró la exposición de Hasekura sobre los deseos de su señor, el daimio Date Masamune, de mantener relaciones diplomáticas y establecer alianzas con España y que se cristianice todo el Japón; si bien en esta ocasión se hizo mucho más hincapié en la vertiente política y económica de la embajada; acto seguido se le hizo entrega a Felipe III de una carta original de Date Masamune [de la que se desconoce su actual paradero] fechada el año 13 a cuatro días de la novena luna, que se correspondía con el 6 de octubre de 1613, unos días antes de que partiera la embajada, como hemos visto. Luis Sotelo volvió a ser el intérprete de Hasekura e hizo un alegato ante el rey en defensa del acuerdo, ya que permitiría acercar posiciones con el sogún Tokugawa Hidetada para neutralizar la influencia holandesa e inglesa en Japón.
Hasekura estará alrededor de ocho meses en Madrid, por un lado preparando el viaje a Roma y por otro intensificando los contactos con las principales personalidades de la Corte al objeto de llevar a buen puerto su misión. Varias veces se entrevistó con el valido de Felipe III, el todopoderoso Francisco Gómez de Sandoval Rojas y Borja (1553—1625), I duque de Lerma, y con el nuncio apostólico del papa en Madrid.
Pero quizás el acto social de mayor trascendencia fue el bautizo del propio Hasekura en la capilla del monasterio de las descalzas reales de Madrid. Fray Luis Sotelo escribió una relación a su hermano Diego Caballero de Cabrera del desarrollo de este acontecimiento según el cual se desarrolló de la siguiente forma. El 17 de febrero de 1615, a las tres de la tarde, acudió a la citada capilla Felipe III, acompañado de su hija Ana de Austria (1601—1666) [que en las crónicas aparece como “Reina de Francia” ya que en esas fechas su matrimonio estaba concertado con Luis XIII de Francia (1601—1643), si bien su matrimonio por poderes se realizará en Burgos el 18 de octubre de 1615 y en persona en Burdeos el 21 de noviembre de ese mismo año, ya que ambos contrayentes tenían apenas 14 años, su matrimonio no se consumará hasta cuatro años más tarde. Chascarrillo “rosa”: esta es la reina sobre la cual se sospecha que tuvo algún affaire con el duque de Buckingham; la de los tres mosqueteros, vamos]. También acudieron a este acto la infanta María Ana de Austria; al parecer el príncipe Felipe estaba enfermo y se quedó en palacio con los otros dos infantes: Carlos y Fernando. A la celebración acudieron los principales caballeros de la Corte, entre ellos muchos Grandes, quienes junto a los japoneses se distribuyeron por las gradas. Hasekura estuvo acompañado toda la ceremonia por Lope de Moscoso Osorio (1555—1636), VI conde de Altamira, mayordomo mayor de la infanta Ana. El bautizado tuvo como padrinos al duque de Lerma y la condesa de Barajas. El oficiante fue el capellán mayor de Felipe III, Diego de Guzmán, ya que el arzobispo de Toledo tenía perlesía en las manos lo que le impedía oficiar el bautismo, si bien estuvo presente en la ceremonia. El bautizo se hizo con toda la solemnidad y destaca fray Luis Sotelo el afecto y gran devoción del japonés. Su nombre cristiano fue Felipe Francisco Hasekura.
Inmediatamente acabado el bautismo, el duque de Lerma llevó al embajador al cuarto real donde se entrevistó con Felipe IV, quien le felicitó y le pidió que le encomendase a Dios. Por su parte, Hasekura, agradeció su presencia y que le hubiera permitido usar su nombre y que esperaba que este acontecimiento tuviera su efecto y salvara muchas almas en Japón. Tras abandonar el monasterio la embajada fue escoltada por la Guardia Real hasta San Francisco, donde fueron recibidos por toda la comunidad franciscana con un solemne Te Deum Laudamus y gran aparato de música y canto.
Fuente Francisco Arroyo Martín
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