En el fondo más oscuro de los males de España y del Pueblo español, que es lo mismo, se encuentran la tristeza kármica que se desprende de sus gentes y una crisis de liderazgo casi enfermiza. Es necesario recuperar el sentido último del líder. De abajo a arriba, de dentro a fuera, que dirían en Oriente. Necesitamos líderes en los hogares, en los barrios, en las fábricas, en las empresas, en los comercios, en los colegios, en los hospitales. Sería del todo necio, y no aguantaría ni el más laxo análisis de optimismo, por lo ingenuo del tema, esperar cualquier síntoma de liderazgo en nuestra casta política.
Necesitamos vertebrar a España con nuevas actitudes. La más determinante cualidad del líder es, precisamente, su actitud. No podemos continuar creyendo que un voto vaya a cambiar nada. La casta política y la oligarquía financiera, se descojonan de risa mientras se frotan las manos. Puede cambiar un partido u otro, los dos los hemos catado, sin apreciar diferencias en cuanto a lo que en estos momentos nos tiene postrados ante una tribulación contagiosa, la desesperanza, la desconfianza en el futuro, potenciada por la falta de honestidad de esta clase que ha crecido para vivir por y de la política, no como servicio y entrega, no, pero eso ya lo saben ustedes igual que nosotros. La que con prepotencia, chulería y golfería ha llenado nuestro parlamento de políticos que han olvidado que el verdadero secreto para ser digno de confianza, es serlo.
Estoy hablando de recuperar la responsabilidad, la fortaleza y la creatividad. Llevamos siglos sin aportar nada nuevo a nuestras comunidades, exprimiendo un liberalismo que nació hace dos y va a la deriva, fiel lameculos ante los postulados capitalistas. De mal en peor. Los partidos carecen de legitimidad, viven para los suyos, y se las han arreglado para que, encima, les paguemos la fiesta entre todos. No nos representan. Tenemos que tomar la iniciativa para convertir nuestras instituciones en órganos que nos representen.
Pero para ello, lo primero que hay que hacer es cambiar la actitud. Y pensar en grande. Y no olvidar que, antes que nosotros, otros lo hicieron. La sociedad del bienestar no ha traído tanto de lo que predica -al contrario, ha abierto una gran brecha entre la riqueza y la pobreza-, pero sí un adormecimiento cultural e intelectual que nos lleva a la peor ruina de todas, el reproche y el valle de lágrimas sin propósito. Debemos recordar que no somos personas sin motivación, eso no existe. Sólo ciudadanos sin ella.
Pero para ello, lo primero que hay que hacer es cambiar la actitud. Y pensar en grande. Y no olvidar que, antes que nosotros, otros lo hicieron. La sociedad del bienestar no ha traído tanto de lo que predica -al contrario, ha abierto una gran brecha entre la riqueza y la pobreza-, pero sí un adormecimiento cultural e intelectual que nos lleva a la peor ruina de todas, el reproche y el valle de lágrimas sin propósito. Debemos recordar que no somos personas sin motivación, eso no existe. Sólo ciudadanos sin ella.
No podemos permitirnos el lujo de ahogarnos en lamentaciones. Tenemos que comenzar a actuar. Y hay que hacerlo creando una visión, con valentía y actuando en consecuencia cada uno desde su puesto, desde su trabajo, desde su casa… conquistando corazones, sabiéndose parte de un pueblo que está condenado a entenderse o morir.
A saberse fuerte y unido. Porque desunidos y afligidos, ni siquiera somos capaces de identificar al enemigo, los falsos apóstoles del España va bien y de los brotes verdes, de los que llaman al exilio forzoso, movilidad exterior, y cientos y cientos de eufemismos sin ponerse colorados, siquiera. Los que nos insultan con el arte de la demagogia. Los que se subvencionan las gambas y los gin tonic, mientras retiran las ayudas del transporte y los comedores escolares.
A saberse fuerte y unido. Porque desunidos y afligidos, ni siquiera somos capaces de identificar al enemigo, los falsos apóstoles del España va bien y de los brotes verdes, de los que llaman al exilio forzoso, movilidad exterior, y cientos y cientos de eufemismos sin ponerse colorados, siquiera. Los que nos insultan con el arte de la demagogia. Los que se subvencionan las gambas y los gin tonic, mientras retiran las ayudas del transporte y los comedores escolares.
“Los principios son a la gente lo que las raíces a los árboles. Sin raíces, los arboles caen cuando los agita el viento. Sin principios, la gente cae cuando la agitan las galernas de la existencia”.Carlos Reyles.
Y es que un Estado que tiene un líder, un Jefe, “que no es responsable de sus actos”, es un Estado cuyas leyes abusan de la depravación última. Un Estado que se llama democrático mientras hace pagar a los más desfavorecidos con el desahucio de sus humildes viviendas. Que echa a los necesitados de sus hogares, mientras consiente todos los delitos denigrantes a su Jefe del Estado, al que no se puede imputar, mientras influye sobre las instituciones que el pueblo mantiene para proteger a su prole. Un Estado que mantiene a salvo a los responsables del pillaje que ha dado al traste con los ahorros de una generación que trabajo duro, muy duro, para levantar España.
La revolución se ha convertido en un derecho, y esta vez, tiene que ser la revolución de los líderes, no del líder.
Es necesario retirar la atención que ponemos a diario en la plañidera, y en la queja pura y dura. Basta ya de dirigir nuestra percepción a la miseria moral que acompaña a la pérdida de los valores, concentrados, únicamente, en una postura pasiva. Tenemos que ser capaces de generar reacciones y sobre todo acciones que comiencen a tener un peso determinado frente al desfalco que acomete la casta política día a día.
Cuentan que hace algún tiempo se acercó a Gandi uno de sus seguidores y le pidió que le contara el gran secreto del cambio que lograba en cuantos le rodeaban. Gandhi pensó un momento y le contestó, “tú debes ser el cambio”.
Adelante, es hora de tomar conciencia y comenzar a asumir nuestras responsabilidades para con nuestro futuro, nuestra comunidad y nuestra Patria.
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