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jueves, 15 de mayo de 2014

¿SOMOS CELTÍBEROS?




¿Celtíberos? O simplemente Celtas

La historia es un campo de batalla. En ella no siempre ha salido triunfante la verdad; muchas veces se ha impuesto la mentira en los libros o documentos llamados históricos. En otras ocasiones ha ocurrido justo lo contrario: después de haberse asentado la verdad verdadera en la historia. No sin enconada lucha. No ha dejado de recibir sin embargo, acometidas o ataques para desbancarla, eclipsarla o tergiversarla. Aquí no reina la paz. Estamos seguros de ello. Durante dos mil años, los historiadores han sostenido que el núcleo de la España antigua correspondía a un pueblo bien definido: Los Celtiberos, una mezcla particular de los pueblos celtas procedentes de centroeuropa con los elementos ibéricos autóctonos. Sin embargo la investigación de los últimos años ha desmentido esta perspectiva. La expresión “Celtibero” no significaría una mezcla de celtas e iberos, sino, simplemente, “los celtas de Iberia”. La Vieja España era mayoritariamente celta. Hemos de volver a escribir nuestra prehistoria.

Nuestros manuales escolares, a la hora de explicar la formación de los primeros pueblos peninsulares, todavía se hacen eco de las ideas de romanos y griegos sobre el asunto: desde el valle del Guadalquivir hasta la actual Cataluña, por toda la costa mediterránea, los iberos; desde el Algarve portugués hasta el curso alto del Ebro, por toda la costa atlántica y cantábrica, y hasta el pirineo aragonés, los celtas; en medio, en las mesetas y valles del Ebro, el Duero y el Tajo, los celtíberos. Estos últimos serian el producto de la mezcla entre los primeros celtas que llegaron a la península y los pueblos ibéricos. El núcleo de España, por tanto, sería el producto de un mestizaje entre los elementos célticos procedentes del centro de Europa y los elementos ibéricos supuestamente autóctonos.
Esta certidumbre se basaba en las fuentes griegas y romanos, y muy especialmente en el testimonio del historiador griego Diodoro de Sicilia (siglo 1 a.C.), que escribe: “En otros tiempos, estos dos pueblos, los iberos y los celtas, guerreaban entre sí por la posesión de la tierra, pero cuando más tarde arreglaron sus diferencias y se asentaron conjuntamente en la misma, y acordaron matrimonios mixtos entre sí, recibieron la apelación mencionada”. Así explicaba Diodoro la existencia de esos “celtíberos” de los que hablaban ya Timeo y Polibio, y a los que Ptolomeo situaba entre el Moncayo y el Ebro. La cosa estaba claro.
Mas celtas de lo que se pensaba
Sin embargo, hacia los años 20 de este siglo empezó a valorarse de un modo distinto el peso de lo céltico en la formación de la España antigua. Pedro Bosch Gimpera, en su revolucionaria Etnología de la península ibérica (1932), relacionó los testimonios antiguos sobre la presencia de celtas en España con la existencia de campos de urnas – como los de las culturas célticas centroeuropeas- y los elementos lingüísticos disponibles. El resultado era sorprendente: la España antigua era mucho más céltica de lo que se pensaba. En la misma línea abundaron los trabajos de Caro Baroja, Blázquez y Antonio Tovar, ya en los años cuarenta. Los descubrimientos arqueológicos posteriores no han hecho sino reforzar esa tesis.
Ahora bien: como en otras muchas ocasiones, factores de orden político (o, más exactamente, ideológico) han deformado la realidad histórica. En efecto, la hipótesis del mestizaje celtibérico encajaba muy bien en los supuestos tanto de una cierta izquierda como de una cierta derecha cultural. A la vieja derecha española, perpetua defensora de la peculiaridad hispánica frente a Europa, le gustaba mucho ese origen singular de la primera España, distinto al de franceses o alemanes, y que mediante la fusión de celtas e iberos prefiguraba la futura fusión de la “hispanidad” en América. Pero, del mismo modo, la izquierda cultural veía con muy buenos ojos ese origen mestizo de España, contrapuesto de forma radical a las pretensiones de “pureza racial” que mantenía la derecha cultural en otros países, y que podría dar razón del carácter “oriental” de España a través de la supuesta continuidad entre iberos, fenicios, árabes y judíos. Este tipo de prejuicios, tanto a la derecha como a la izquierda, han tenido por resultado que todavía hoy sea imposible plantear el asunto del origen de España con un cierto rigor histórico y sin ceder a pasiones intencionadas.
No obstante, la verdad histórica debe abrirse paso por encima de las modas ideológicas o de los tópicos del momento. Y la verdad histórica es que los llamados celtíberos eran en realidad celtas. 

A este respecto, las conclusiones de los lingüistas son inapelables: todas las inscripciones descifradas, en un área muy extensa que va desde el valle del Guadalquivir hasta el Pirineo oriental y desde la meseta sur hasta el Cantábrico, responden a un tipo de lengua céltica. ¿Significa eso que Diodoro de Sicilia se equivocaba, como las fuentes anteriores a él? Los clásicos tenían sus razones. Los celtíberos eranceltas, pero celtas que habían recibido el influjo cultural de la civilización ibérica que en ese momento se extendía por las costas mediterráneas, igual que los celtas franceses del Midi o los celtas italianos del sur de los Alpes entraron en contado con iberos, ligures y etruscos. los celtíberos utilizaban una escritura de tipo ibérico. Quizá por eso se pensó en la hipótesis del mestizaje.
Pero mientras que las inscripciones en ibérico se resisten todavía a la traducción, las celtibéricas han podido ser descifradas, y lo han sido gracias a los avances en el estudio de las lenguas indoeuropeas. El resultado de ese trabajo de desciframiento es inequívoco sobre la celtitud esencial de los celtíberos: celtas que en algún momento adoptaron los signos de una escritura ajena para escribir en su propia lengua. El elemento más importante en esta labor ha sido tal vez el bronce de Botorrita, cuyo carácter celta es indudable. Se trata, eso sí, de un celta peculiar, distinto al de otros lugares de Europa, muy arcaico y, además, diferente incluso al de otros hallazgos supuestamente célticos de la propia península ibérica, como los relativos al dialecto lusitano. Eso significa que la penetración celta en España fue muy temprana, en los primeros años del primer milenio a.C., y que desde entonces vino siendo ininterrumpida durante tres o cuatro siglos.
Pero hay más: el estudio del lusitano y el de los antiguos hidrónimos de la península permiten concluir que, con anterioridad a esta temprana penetración celta, hay que aceptar la llegada de otros grupos indoeuropeos, tal vez unos celtas aún no muy diferenciados del resto de los pueblos indoeuropeos, tal vez aquellos indoeuropeos primordiales que en algún momento constituyeron un sólo pueblo. Estamos ante unas hipótesis que tras los aportaciones de la lingüística pueden manejarse con absoluta garantía de seriedad. A todo ello hay que añadir evidencias como el origen céltico del nombre de Argantonio, el célebre rey de Tartessos, en el extremo sur de la península, y que permite sospechar, cuando menos, la presencia de una aristocracia de carácter indoeuropeo en una civilización hasta ahora tenida por exclusivamente ibérica. El carácter claramente hercúleo del mito tartéssico de Habis (o Habidis), muy estrechamente emparentado con otros héroes semejantes del ámbito céltico, parecen avalar esta sugerencia, así como el culto religioso al jabalí, al ciervo, al caballo y al toro, extendido por toda la península.
Rescribir la protohistoria
Asi las cosas, nos encontramos con un panorama muy diferente al hasta ahora aceptado. Según los nuevos datos, la indoeuropeización de la península no habría sido un fenómeno marginal y tardío, sino intenso y temprano. Desde antes del primer milenio a.C., diversos pueblos indoeuropeos habrían entrado por los Pirineos dando nombre a los ríos y yendo a parar al extremo suroccidental de la Península. Después, un nuevo grupo de pueblos, quizá celtas o protoceltas, indoeuropeos con toda seguridad, habrían seguido el mismo camino, dando lugar a lo que los romanos conocieron como “lusitanos”. Por último, y antes del siglo VI a.C., una nueva oleada, ya propiamente celta, se extiende por toda la península y ocupa las dos mesetas, la cordillera cantábrica (Vasconia incluida, como atestiguo el yacimiento de Cortes de Navarra), las serranías levantinas, el Ebro catalán y la cuenca del Guadiana. Cuando los romanos llegan a España, en el 218 a.C., la península es étnica, lingüística y culturalmente indoeuropea y mayoritariamente celta, con excepción de la franja costera meridional, que es ibérica y está sometida al influjo fenicio. La aportación romana culminará la indoeuropeización de España.
En definitiva, la lingüística ha practicado sobre la historia antigua de España una operación semejante a la que llevó a cabo sobre la civilización Micénica. En el caso de Micenas, la opinión mayoritaria era que se trataba de una civilización oriental y pelásgica, heredera quizá de Creta, hasta que se descubrió que su escritura, el “lineal B”, era en realidad una forma arcaica de griego; Micenas era indoeuropea. Del mismo modo, la investigación sobre los testimonios escritos de esta primera España ha llevado a la conclusión de que nuestra península fue, sobre todo,celta, aminorando considerablemente el peso del componente ibérico y cercanoriental. 

Por supuesto, quedan pendientes varios problemas: el primero, conocer el origen exacto de Tartessos y su civilización, para confirmar los indicios de presencia céltica en ella; el segundo, elucidar la procedencia y extensión de los iberos, saber si se trataba de un pueblo autóctono -quizás heredero de la civilización megalítica- o si procedía del norte de Africa; el tercero, resolver el problema de los vascos, de quienes se sigue ignorando si pertenecen al ámbito ibérico o si llegaron a España junto a las primeras oleadas migratorias; por último, desvelar la identidad de algunos otros grupos indoeuropeos que, verosímilmente, llegaron a España en época prehistórica y que siguen envueltos en una nube de misterio. Pero lo que ya no admite duda es que la protohistoria de España debe ser escrita de nuevo.

Fuente                             José Javier Esparza

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