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miércoles, 26 de febrero de 2014

UNIÃO IBÉRICA



“Hablad de castellanos y portugueses, porque españoles somos todos."
Luís de Camões

Un partido portugués resucita el iberismo

La Raya es como conocen miles de españoles a la línea que separa España de nuestro vecino atlántico. La Raya -o a Raia si preguntas del lado portugués-, porque para quienes hacen su vida en torno a ella el término “frontera” suena demasiado duro, a una separación que no responde al día a día. 
Son 1.200 kilómetros que han permanecido casi inmutables desde que ambos reinos las fijaron hace 750 años. Desde entonces solo ha sido necesario modificarla en una ocasión, para devolver en 1801 el municipio de Olivenza a la Corona Española. 
Es una de las fronteras más antiguas de Europa y, sin embargo, de las más permeables. Los rayanos se han acostumbrado a vivir con un pie en cada lado y a nadie se le escapan las similitudes que existen entre ambos países en cuanto a clima, geografía o fauna, pero también de carácter, cultura o historia. Desde que en 1668, tras la Guerra de Restauración, Portugal se desvinculara por última vez del control español, han sido multitud las figuras del mundo político y cultural que han abogado por diluir, e incluso suprimir, la famosa raya.
Ahora, un partido portugués recupera ese movimiento, huérfano tras la muerte en 2010 del premio Nobel José Saramago. 
Desde el año pasado, el Movimiento Partido Ibérico (MPI) aboga en el país vecino por acercar a ambos estados hacia una unión política y económica mayor, una estrecha colaboración que quizá en un futuro elimine por completo la línea que los divide. Aunque el objetivo es alcanzar en algún momento una confederación  ibérica, e incluso una federación de estados, por el momento las propuestas son más prácticas.
Banco Central Ibérico.
Uno de las motores que han configurado el partido, que se autodefine como progresista, es la lucha conjunta de España y Portugal contra la crisis económica. De hecho, aunque parte de ideas anteriores, fue el rescate al país vecino lo que impulsó a su fundador, Paulo Gonçalves, a poner negro sobre blanco alguna de sus prioridades.
Probablemente la principal sea la creación de un Banco Central Ibérico que preparara el camino de los dos países fuera del euro. A juicio de Gonçalves es imprescindible afrontar esa reflexión sobre si la divisa europea es la más adecuada para la península o si convendría crear una nueva moneda peninsular. Sostiene que la unión de ambas economías más allá del mandato europeo permitiría recuperar el poder de decisión sobre las políticas monetarias y aumentaría la capacidad de España y Portugal para influir en los mercados. Sus casi 58 millones de habitantes quedarían cerca de los 60 de Italia o los 62 del Reino Unido.
Además, crecería el peso de Iberia en Latinoamérica, donde las relaciones diplomáticas y comerciales de ambos países se complementan. Sería por historia el principal referente mundial para los gobiernos de todo el subcontinente. Algo similar, en menor medida, ocurriría en África gracias a la implantación de las multinacionales peninsulares en las antiguas colonias.
Otro de los puntos fundamentales es la unión fiscal y bancaria, con organismos de control únicos que armonicen los criterios de saneamiento del sistema financiero, pero también que las contribuciones se igualen en toda la península. 
Las ambiciones del partido no acaban ahí. La confederación que propone Gonçalves compartiría todos los ministerios menos Justicia, Defensa e Interior, con un titular de cada país compartiendo cartera, de forma que se puedan unificar las políticas fundamentales para el despegue del país. En este sentido, desde el partido portugués se destaca la necesidad de impulsar el turismo y la pesca, dos de las señas de identidad de la península. 
Efectivamente, su anhelada Iberia sería, con casi 4.000 kilómetros de costa, uno de los países más volcados hacia el mar, pero también uno de los que más centros turísticos y puntos considerados patrimonio de la humanidad por la Unesco albergaría.
Ese sueño, sin embargo, sigue aún lejos. Gonçalves reconoce que en ciertos círculos de Portugal el tema sigue teniendo algo de “tabú”, pese a la existencia de una fuerte corriente de opinión en este sentido. Durante su primer año de vida, el MPI cuenta ya con varios centenares de simpatizantes y colaboradores en Portugal, pero también en España, donde no descartan fundar un “partido gemelo”. La realidad es que, aunque de mínimo peso político, ya existe una formación que lo contempla. Izquierda Republicana, heredero del partido fundado por Manuel Azaña y ahora integrado en la coalición de Izquierda Unida, renovó el año pasado su apuesta por un “federalismo iberista” como alternativa al actual Estado de las autonomías.
Los símbolos del movimiento hay que buscarlos, de hecho, en el siglo XIX. El más aceptado es la bandera ibérica diseñada por el escritor y diplomático español Sinibaldo de Mas y Sanz en 1854. Está compuesta de cuatro cuadros con los colores de la bandera monárquica portuguesa a la izquierda (blanco y azul) y los de la bandera monárquica española a la derecha (rojo y amarillo).
Una mayoría a favor.
Esa presencia casi testimonial en las actuales instituciones de España y Portugal contrasta con la aceptación que la idea tiene en ambos países según las encuestas. 
En 2009 la Universidad de Salamanca comenzó a elaborar, en colaboración con la Universidad Complutense y dos centros de estudios sociológicos de Portugal, un barómetro de Opinión Hispano-Luso. En él, entre otros aspectos, se preguntaba por una hipotética unión entre ambos estados. Los primeros datos sorprendieron a los expertos. Un 30,3% de los españoles apoyaba una federación ibérica. En Portugal el respaldo era aún mayor, del 39,9%.
Aunque el proyecto se canceló el pasado año, la tendencia iba en ascenso. Según Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la UCM y director del barómetro, la crisis, lejos de ahogar esa idea de una península unida, la ha fortalecido. Cuanto mayor ha sido el deterioro de la economía, más adeptos se han sumado a la propuesta.
En efecto, durante los tres años que se realizó la encuesta el respaldo a una federación ibérica no hizo más que ascender en los dos países. En 2010 un 45,6% de los portugueses apoyaban la idea y en 2011 ya eran el 46,1%. Bajaron al mismo tiempo quienes se oponían frontalmente a la propuesta, que el último año no alcanzaban ni el 30%.
En España somos más reticentes. Pese a que en 2011 ya era un 39,8% de la población el que apoyaba la idea (9,5 puntos más que un año antes), se seguía oponiendo a ella aún un 34,6% de los encuestados. El porcentaje de rechazo, aunque significativo, fue por primera vez ese año menor que el del apoyo.
En todo caso, más allá de las evidentes diferencias, la sintonía entre españoles y portugueses no es nueva. Incluso políticamente, ambos países han caminado por la Historia muchas veces de la mano. 
Ambos fueron grandes potencias de ultramar y perdieron sus posesiones en el lento goteo de los siglos. Ambos iniciaron también el siglo XX con una República que dio paso a cerca de medio siglo de regímenes autoritarios. La Revolución de los Claveles de 1974 dio esperanzas a quienes preparaban el despertar de España tras la muerte de Franco. Su nueva Constitución inspiró en parte la nuestra. Y todo separado por una raya que pocas veces ha sido más que eso.
La amenaza de Barrancos.
Las similitudes y la cercanía también han traído quebraderos de cabeza a los gobernantes. Es paradigmático el caso de Barrancos, un pequeño pueblo rayano de apenas 2.000 habitantes situado en el Alentejo pero que mira constantemente a España. La localidad más próxima es la española Encinasola, a nueve kilómetros de distancia, 12 menos que Santo Aleixo da Restauração, el municipio portugués más cercano. Los habitantes de Barrancos han desarrollado incluso un idioma propio y ya oficial, el barranqueño, que mezcla las lenguas de un lado y otro de la frontera.
El conflicto estalló por las corridas. En Portugal la ley prohibe matar al toro durante los festejos. Se le inmoviliza. En Barrancos, en cambio, la tradición de corte español mandaba que fuera el estoque y no las manos desnudas de los toreros, como en el resto del país, quien pusiera fin a la corrida. Durante años se solucionó de forma eminentemente práctica. Cuando llegaba el momento de entrar a matar, el alcalde, la policía y el resto de autoridades se daban discretamente la vuelta para no verlo. Ojos que no ven, ley que no entiende.
Las protestas continuadas de los grupos animalistas forzaron al Gobierno portugués a tomar cartas en el asunto, pero cuando intentó controlar los festejos, el pueblo montó en armas. Las calles se llenaron de banderas de España y amenazaron con unirse de forma unilateral a nuestro país. El Gobierno cedió y el conflicto acabó zanjándose en 2002 con una ley que excluye los festejos de Barrancos de la normativa del resto de Portugal.
La idea de las banderas la rescataron hace poco en Valença do Minho, un municipio portugués de 15.000 habitantes al que los recortes sanitarios han dejado sin Servicio de Atención Permanente. Igual que en el caso de Barrancos, la localidad más cercana, Tui –a menos de tres kilómetros de Valença–, es española. Para encontrar unas urgencias del sistema portugués tendrían que viajar hasta Monçao, a 18 kilómetros del pueblo. La protesta llenó con un millar de banderas de España las calles del Valença, en parte para denunciar el abandono de Portugal, en parte para agradecer la atención que les dan en Tui a quienes acuden al servicio.
Aún más conciliadora es la historia de Rihonor de Castilla, en Zamora, y Río de Onor, en Bragaza (Rohonor de Arriba y de Abajo para su habitantes). Hartos de la cadena que partía en dos el pueblo, los vecinos decidieron en 1990 retirarla para siempre.
No se puede hablar de una unión entre España y Portugal sin que alguien mencione el fútbol, un deporte que se vive con la misma pasión a ambos lados de la frontera. Nuestro país, actual campeón del mundo y bicampeón de Europa, ganaría para sus filas a figuras como Cristiano Ronaldo o Pepe, que pasarían a ser referentes nacionales. Pero también a Mourinho, no lo olviden.
Fuente                                                                       Luis Calvo

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