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martes, 23 de julio de 2013

AL PUEBLO DIGITAL

 


Libertad de expresión

Para quienes nacimos entre las postrimerías del régimen anterior y los albores del vigente, hay un conjunto de expresiones, sentencias y afirmaciones que forman parte de nuestro acervo personal. Son frases que nos resultan familiares. Nos hemos criado con ellas. Las hemos escuchado tantas veces que hemos llegado a interiorizarlas sin apenas esfuerzo intelectual, sin ejercicio reflexivo previo y sin confrontarlas con la realidad. Las hemos dado por buenas, sin más.

Todos somos iguales ante la ley. En democracia, toda opinión es legítima mientras no se defienda con la violencia. No comparto tu opinión pero la respeto. Soy contrario a tus ideas, pero daría mi vida por tu derecho a defenderlas. Estamos en un país libre. Cada uno es libre de opinar lo que quiera. Me ampara la libertad de expresión. Son los derechos y libertades que nos hemos dado.

La lista de jaculatorias es infinita. Tan extensa como falsa. 

Porque bastó que uno empezase, casi adolescente, a intentar a ejercer todos estos derechos a los que se habían acostumbrado sus oídos para entender que no eran más que consignas, lemas propagandísticos de un régimen para el que no existen tales libertades si estás del otro lado. Del lado de los disidentes. Del lado de los opositores. Del lado de los inconformistas. Del lado de quienes denuncian estas falsedades.

No tengo antecedentes penales. No he transgredido la ley. No tengo problemas de convivencia. Respeto al prójimo. Vivo inserto en la sociedad conforme a las normas de conducta que la misma establece. 

Sin embargo, soy un apestado en democracia. Un proscrito. 

Mis ideas son satanizadas. Me veo obligado a justificarme cuando se descubre mi ideología. Debo ser discreto con mi militancia política si no quiero verme perjudicado en mi trabajo. El partido al que pertenezco es constantemente vilipendiado en público. Se prohíben los homenajes a su fundador. Se censuran las jornadas universitarias dedicadas a su estudio. 

Se le niega la legitimidad que a otros partidos se les supone pese a que el mío no ha sido condenado por financiarse ilegalmente, ni ha visto a algunos de sus máximos dirigentes ingresar en prisión por organizar una banda terrorista, ni justifica ni se reúne con criminales.

En España no hay libertad de expresión. Ni de prensa. Es mentira. 

A las licencias de radio y televisión –los medios de comunicación verdaderamente de masas- sólo se accede por concesión graciosa de los gobiernos de turno. Sólo el papel –en claro retroceso-y los digitales –apenas briznas de hierba en la selva de internet- pueden escapar al control del régimen, por ahora. 

En los grandes medios no hay disidencia. No hay pensamiento libre. Sólo obediencia lacaya al régimen.

Por eso agradezco especialmente a Pueblo Digital la osadía que ha tenido dándome cobijo entre sus páginas. Se lo agradezco y le deseo el mejor destino de los posibles: que sea prohibido, que sea clausurado por orden gubernativa. 

Esa será señal inequívoca de que ha sido libre, de que ha dicho lo que otros callan, de que no ha cedido a lo políticamente correcto. Ojalá intenten silenciarlo. Ojalá intenten censurarlo. Será porque ha alcanzado un grado de difusión e influencia que a la policía del pensamiento le parezca intolerable. 

Que les parezca peligroso. Que ponga en riesgo su tranquilidad. De corazón os lo deseo. Mucha suerte.  
                                                                        Norberto Pico
                                        
Fuente
pueblodigital.es

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